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Una de las aportaciones más singulares de la Antropología, especialmente de la Antropología del Parentesco, es la búsqueda del supuesto y preciso momento en el que devenimos humanos. ¿Qué es lo que hace que nos distanciemos de la animalidad? ¿Cómo ocurre esa frontera imaginada y deseada que nos sitúa en otra escala de valores, en otro peldaño de la evolución?
Robin Fox y Claude Lévi-Strauss abordaron la profunda y elemental estructura de la sociedad humana y el origen de su evolución. Strauss afirmó que la prohibición del incesto junto a la búsqueda de cónyuge fuera de la familia nuclear daba forma a la estructura elemental de la sociedad humana. Para él esa frontera entre la animalidad y la humanidad radicaba en la famosa alianza que exige la evitación y prohibición de aquellas relaciones sexuales intrafamiliares, que nos acercaban peligrosamente a la animalidad.
Fox añadió que además del principio de alianza, la descendencia era otro de los principios sobre los que se asentaba la sociedad humana. Es decir, la relación filial se convertía en un mecanismo elemental, un principio sobre el que se erigía todo un sistema de relaciones y de parentesco. En otras palabras, todo proceso vital (nacer, crecer, copular, reproducirse, gestar, nutrirse, morir…), se da en aras de proteger y mantener este dispositivo básico que garantiza la supervivencia y la continuidad. Para Fox, la relación madre-hijo/a configura la pareja primigenia y todo lo demás está a su servicio.
Con este planteamiento, la alianza aparece como un principio contrario a la individualidad. El ser humano solo es necesario para poder proseguir con la gran responsabilidad de dar perpetuidad a la familia humana, y en este ejercicio pierde su individualidad. Sin embargo, al individuo que se sabe libre y responsable ante sí mismo, la alianza se le antoja como una constricción, un abrigo de plumas que termina asfixiando cualquier atisbo de libertad. La paradoja radica en que sin este ecosistema de relaciones apenas podríamos dar pie a la consecución de la humanidad.
El honor del crimen de honor
Ha llovido mucho desde que Fox y Strauss desplegaran sus teorías acerca del origen de la sociedad humana. Sin embargo, leo la noticia sobre dos chicas que han volado con su familia a Pakistán desde un aeropuerto español. Han aterrizado en el país de sus padres. De su familia. Han dejado el equipaje en su casa de Gujrat. Quizás se hayan lavado la cara, las manos, tal vez una ducha para espolsarse las partículas de polvo espacial que el avión ha devorado en cuestión de horas. Se habrán mirado en el espejo. Tal vez luego, en el calor del mediodía, hayan hablado entre ellas. Se hayan reído en algún momento. Quizás se dieron la mano para intercambiar esa intuición celular de la muerte anunciada. Leo que dos hermanas fueron asesinadas en un crimen de honor.
Desconozco cada uno de estos instantes, íntimos, brutales, de cuerpos que se desvanecen ante el furor de una negativa. Solo los imagino. Imagino un “no” que resonó a desobediencia. El rechazo de una alianza, de una unión, de un enlace que las vincularía para siempre a sus primos de Pakistán, que uniría su cuerpo al cuerpo de su origen. Y objetar algo en contra de esta alianza significa rechazar la identidad misma, la pertenencia. Supone volar, romper con el mecanismo sólido y atenazante del grupo, para anteponer el deseo y la voluntad individuales. Y esto por supuesto es un crimen que hay que castigar. Es una muerte justificada por el valor de una humanidad sobrellevada sobre el cuerpo femenino.
Las chicas de Pakistán son la cara de este grupo que devora a los miembros que pretenden cuestionar lo que legitima la identidad
Los matrimonios forzados son alianzas que sellan una identidad: con la unión, quienes se unen pasan a ser una y la misma cosa, es una relación de identidad, y el resultado de estas uniones sigue siendo presumiblemente la perpetuación de esta identidad. Estas alianzas son la forma de pasar del individuo que solo en parte se pertenece a sí mismo, a la pertenencia de grupo que resguarda una genuina sociedad humana. Pero antes de esto, antes de la unión, existe algo que no podemos perder de vista, la alianza va de la mano de la prohibición del incesto. Es decir, forzar la alianza y su expresión sobre el rito del matrimonio son apremiantes precisamente para evitar cualquier comportamiento sexual entre cercanos. Unirse con otro significa ser separada de la familia nuclear y solo bajo esta premisa podrá ser aceptado. Paradójico o no, las chicas de Pakistán han muerto por no ceder a esta ambivalencia.
Este paso definido por algunos antropólogos como el origen de la humanidad late de forma viva. Sabemos que el incesto es interdicto y penalizado, e incluso vivimos con la certeza de que unirnos fuera de la familia directa es conveniente y necesario. Pero estas alianzas forzadas que valen la muerte expresan algo más: solo es humano aquello que es aceptado como algo nuestro, común, aquello que consolida lo que somos.
Las chicas de Pakistán son la cara de este grupo que devora a los miembros que pretenden cuestionar lo que legitima la identidad. Ellas no podían escoger otra pareja que no fuera la sexualmente legítima, acordada de antemano, categorizada como la pareja válida porque es la que pertenece a nuestro grupo. Esta legitimidad está al margen de la voluntad individual, porque esto es precisamente de lo que no habla Strauss, ya que su planteamiento estructuralista no contempla la violencia que entraña este principio, la emocionalidad rota, el deseo constreñido que se desprende de un mecanismo bruto. Forzar la alianza es parte de la alianza, de una alianza totalizadora que no permite unir lo distinto.
Pero un crimen de honor es algo más que el despliegue del patriarcado, es algo más que un mecanismo para aplacar y aniquilar una voluntad. Es la expresión más radical de la alianza, de la unión que nos permite ser una sociedad sexualmente legítima y sobre todo, de una sexualidad que solo puede ser legítima de una forma. Quien rechaza la alianza, en el fondo expone su cuerpo a una sexualidad que no se amolda a la ley, que pretende establecer su devenir sexual, hacerlo suyo y no entregarlo al pozo de la auténtica humanidad. Las hermanas paquistaníes habían escogido y esto es letal para los cuerpos que deben proseguir con la alianza eterna de reproducir la misma carne.
Fox hizo algo que permite entender cómo toma forma todo esto. De qué manera estos matrimonios forzados siguen su curso. Las uniones son un negocio que se teje dentro de los hogares. Se remiendan aquí y allá, se tiran hilos que se anudan con firmeza. Casar a una hija es entregarla, dar para que esos nudos se estrechen y nunca se suelten, entregar a una hija es vigilar su cuerpo que seguirá perteneciendo a todos menos a ella misma. La alianza está presente en cada uno de estos matrimonios que solo tienen valor por lo que sostienen, por lo que conservan a salvo: una nueva descendencia que jamás debe cuestionar la inviolabilidad de la alianza. Porque ¿qué seríamos sin alianza? Sin alianza seríamos expulsados de nuestro hogar, de lo que somos, de nuestra carne con sello de pueblo humano.
Cuando la religión legitima y protege la alianza
Pero sin alianza también dejaríamos de ser musulmanes, creyentes de la fe verdadera, de la religión que es el receptáculo de los creyentes que se alían entre sí, para seguir siendo entre sí lo mismo que siempre han sido entre sí. La religión es una herramienta, un atornillador que aprieta bien las tuercas de esta estructura inamovible. Que logra erigirse como muro de contención construido ladrillo a ladrillo por el dominio masculino. Y si la metáfora da para más, en este muro, cada uno de los ladrillos se pega al otro por la masa preparada en casa, en el calor del horno, en la cocina doméstica, espacio de dominio femenino donde se da vueltas a la hormigonera que proporciona el cemento de esta muralla de honor.
Sería fácil decir que esos seis hombres detenidos en Pakistán han sido los únicos culpables de esta muerte. No es tan sencillo. No lo es porque el crimen, este crimen que es la cara de otros muchos crímenes de honor, arranca a hervir en el estrecho espacio de la relación filial primera. Ellos ejecutan, hacen público todo cuanto ocurre en el hogar. El honor, el pudor, la vigilancia sobre el cuerpo son todas ellas funciones que toman fuerza en el espacio íntimo de la familia. Ejecutar los castigos, imponer las sanciones, aplicar la pena pertenecen al ámbito público y visible, única forma de convertir en ejemplar un tipo de moral. Más allá de acusar o señalar, lo urgente es entender. Y entender implica ver el entramado que hay detrás de estos actos, tratar de hallar el hilo que compone este tejido de terror contra las mujeres y muchas veces entre las mujeres.
Ellas, las hermanas de Terrassa, han querido romper con esta secuencia, esta cadena que ata los cuerpos en sexualidades estériles de deseo. Han rechazado de lleno y de forma brutal la imposición sobre su voluntad, porque han querido ser individuos en un mundo donde solo existen en tanto que grupo (entiéndase clan, comunidad, familia…). Y esta institución grupal encuentra su colchón confortable en un discurso religioso que no es cuestionado, que no es interrogado, y sirve de guarida a quienes pueden ampararse bajo su cobijo. Efectivamente, existe una relación entre el islam y los crímenes de honor, en la medida que el discurso religioso y la ley que emana de este se comportan como un paraguas que acoge el crimen. No cuestiono la legitimidad de una fe, sino los usos de esa fe legitimada. No culpabilizo a las mujeres, sino que busco la responsabilidad que tenemos como parte de la humanidad para saber qué papel tenemos en todo esto. Esto es lo que se nos escapa y por eso debemos hacer frente a dos asesinatos que muy pronto dejarán de ser un foco, para pasar a ser sombras bárbaras de un mundo que nos toca muy de cerca, tan de cerca que está en cada hogar, en cada hormigonera.
Una de las aportaciones más singulares de la Antropología, especialmente de la Antropología del Parentesco, es la búsqueda del supuesto y preciso momento en el que devenimos humanos. ¿Qué es lo que hace que nos distanciemos de la animalidad? ¿Cómo ocurre esa frontera imaginada y deseada que nos sitúa en otra...
Autora >
Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
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