CRÓNICAS PARTISANAS
Sin aliento
La sugerencia de que la vida humana sea la unidad de medida fundamental de las cosas es un escándalo para cualquier sociedad mercantil, donde precisamente se les atribuye a las personas un valor según otra escala de medida mucho más prosaica
Xandru Fernández 27/06/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Anita Álvarez pierde el conocimiento y se hunde en la piscina. Su cuerpo cae como caen los objetos sumergidos, que parece que se deslizan por propia voluntad, quebrando la resistencia del agua cuando, en cambio, es el agua la que lo acoge y lo arrastra en connivencia con la atracción gravitatoria. Cuerpo abandonado a su propio peso, sin posibilidad de escape. Andrea Fuentes, su entrenadora, se lanza a rescatarla. Es entonces cuando vemos el contraste entre el cuerpo que se hunde y el que bucea, entre el cuerpo sin voluntad y la voluntad que tira del cuerpo hacia arriba, hacia la superficie. Hacia el aire.
Quedarse sin aire, sin aliento, es lo propio de quien traspasa los límites de sus fuerzas. El alma que se nos sale por la boca cuando ya no podemos más. Cuando el destino o algún desalmado nos arrebata las condiciones para seguir respirando. Seríamos tremendamente injustos, y un tanto imbéciles, sin creyéramos que hay mucha diferencia entre el esfuerzo de Anita Álvarez por seguir nadando en pos de obtener la mejor puntuación y el del náufrago que ya no puede más y se abandona a su suerte: en los dos casos hay la misma voluntad de resistir, y en los dos la misma constatación de que nuestras fuerzas no son infinitas y en algún momento nos fallarán.
Uno vale más en función del oro que lleva colgado al cuello, de los tatuajes que exhibe en los brazos o de la cilindrada de la moto en la que va subido
Se atribuye a un náufrago célebre, Protágoras de Abdera, la sentencia de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, pero nunca ha quedado claro de qué hombre (o mujer) hablaba el sofista. Se suele suponer que se refería al hombre como especie, como si nuestra condición biológica determinara nuestra manera de ser y percibir lo que nos rodea. También se ha sugerido una interpretación algo más individualista, en el sentido de que cada uno ve el mundo a su manera, desde su ángulo particular, un poco en la línea del “nada hay verdad ni mentira” de Ramón de Campoamor. Me valen las dos lecturas, puesto que ni siquiera se excluyen entre sí. Las veo y subo a tres: que Protágoras pensara en el hombre, o en la mujer, como unidad de medida en algún tipo de transacción. Nada de tasar las cosas en dracmas, en maravedíes o en euros: calculemos su valor en personas.
Mi sugerencia puede resultarle inconsistente al filólogo o al historiador de la filosofía, pero no me parece del todo descabellada si estamos dispuestos a considerar que Protágoras, antes de ahogarse en el Mediterráneo, fue capaz de labrarse una fama justificada como maestro de oradores y azote de demagogos. El valor de las cosas es la gran cuestión de la filosofía griega y puede que de cualquier sistema de pensamiento enraizado en una sociedad de mercados y transacciones de moneda. Proponer que las cosas empiezan a ser algo en tanto que la gente les atribuye un valor es el primer paso hacia la consideración de que la vida humana no tiene valor puesto que es el valor por excelencia.
La sugerencia de que la vida humana sea la unidad de medida fundamental de las cosas es un escándalo para cualquier sociedad mercantil, donde precisamente se les atribuye a las personas un valor según otra escala de medida mucho más prosaica. Una vida puede ser tanto más valiosa cuanto mayor sea el número de medallas que haya ganado en competiciones deportivas, o de premios en concursos literarios, o de acciones en operaciones financieras. Uno vale más en función del oro que lleva colgado al cuello, de los tatuajes que exhibe en los brazos o de la cilindrada de la moto en la que va subido. Si no tiene nada de eso, él mismo, o ella misma, con más frecuencia ella misma, es la moneda que otros intercambian como muestra de su poder. A ciertas edades, y en ciertas sociedades particularmente histéricas, la medida de las personas son las notas de la EBAU.
En la coctelera mediática, las notas de la EBAU van mezcladas con los llantos y aspavientos por el declive de la civilización occidental y sus reclamos más vistosos (el latín, la filosofía, el espíritu olímpico) y con los cánticos y alabanzas de la figura del emprendedor y la cultura de la excelencia. Un observador desprejuiciado, digamos un visitante del planeta Tralfamadore, deduciría de todo ello que en nuestras sociedades los más ricos y poderosos son los que mejores notas sacan en una prueba objetiva sobre conocimientos transversales y más bien poco aplicables a la vez que exhiben un desprecio absoluto por las marcas distintivas de esa cultura universal que dicen apreciar y comprender. Ahí tienen a ese antropólogo alienígena intentando descifrar si la entrenadora que se lanza a la piscina a socorrer a la nadadora que ha llegado al límite y se ha desmayado en plena competición es un ejemplo de abnegación o lo es la exhausta víctima de esa presión homicida por ser la mejor y ganar todas las medallas. Acompañémosle en su perplejidad mientras seguimos repitiendo como papagayos las mismas generalidades sin fundamento sobre el esfuerzo, la competitividad y las virtudes, más homéricas que filosóficas, de pisarle la cabeza al compañero o dejar que se hunda en la piscina la compañera herida.
Anita Álvarez pierde el conocimiento y se hunde en la piscina. Su cuerpo cae como caen los objetos sumergidos, que parece que se deslizan por propia voluntad, quebrando la resistencia del agua cuando, en cambio, es el agua la que lo acoge y lo arrastra en connivencia con la atracción gravitatoria. Cuerpo...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí