EL JUEGO INFINITO
La última partida de Ernesto Guevara (I)
El Che no solo renunció a una prometedora carrera como médico. También pudo haberse dedicado profesionalmente al ajedrez. No era una afición, ni un pasatiempo. Jugaba mucho y jugaba bien
Miguel de Lucas 15/07/2022
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APERTURA
Viajaba con más libros que ropa, y solía llevar consigo un tablero. “En la guerra, para él era imprescindible el juego de ajedrez, tanto como el fusil. Siempre tenía su juego y buscaba a quién enseñarle (…) Y realmente, la guerra de guerrillas lo propiciaba”. Lo cuenta Harry Villegas Tamayo, uno de los veteranos que recorrió el mundo, desde Cuba hasta el Congo, luchando bajo las órdenes del guerrillero argentino Ernesto Guevara de la Serna. Villegas, alias Pombo, recuerda que cuando el Che llegó a Bolivia, “lo primero que preguntó fue: ¿Ustedes trajeron algunos juegos de ajedrez y libros?; él nos había facilitado dinero para que compráramos algunos juegos pequeños, preferiblemente magnéticos, y a pesar del poco tiempo libre, pues estábamos muy asediados, siempre que teníamos una oportunidad, jugábamos”.
No era un pasatiempo. Ni una afición para aliviar las noches en la selva. Dicen que movía los peones en cuanto había ocasión. Dicen que pasó la vida disputando partidas. En un brillante artículo con el insuperable título de “Ernesto Chess Guevara”, el periodista y divulgador Manuel Azuaga explica que el mítico guerrillero se refería al ajedrez como su “segunda novia”, y acabó por hacer de su destreza en el juego “un elemento clave del éxito revolucionario”. Luchaba, dice Azuaga, “dentro y fuera del tablero”, como si de algún modo las batallas de la Sierra Maestra o de Santa Clara fueran un reflejo de lo que ocurría sobre las 64 casillas.
Había descubierto el juego mucho tiempo atrás, a la edad de diez años, en la ciudad argentina de Alta Gracia, el lugar donde su familia decidió mudarse en busca de un clima más propicio para curar los ataques de asma del pequeño Ernestito. Fue su padre quien le enseñó a mover las piezas. Hasta cierto punto, provoca estupor pensar que los dos iconos más poderosos que trajo el siglo XX en América Latina (Frida Kahlo y Che Guevara) tuvieran en común una infancia de padecimientos físicos y largos períodos postrados en la cama, aliviados en parte gracias al sacrificio y el estímulo intelectual de sus padres y a pilas de libros. Allí, en Alta Gracia, el niño Guevara comenzó a devorar una tras otra las novelas de Emilio Salgari, de Julio Verne, de Alejandro Dumas. Quizás en aquel momento comenzó a mirar el mundo como un personaje de novela de aventuras.
Ya entonces se ganó fama de temerario. “Cuando el asma le daba tregua, era lógico que Ernesto se lanzara con avidez a poner a prueba sus limitaciones físicas”, escribe Jon Lee Anderson en su biografía Che Guevara. Una vida revolucionaria. Apenas temía a la muerte, pues desde muy temprana edad asumió que no viviría mucho tiempo. De ahí que haya imágenes en que se le vea de muy joven cruzando barrancos subido al tronco de un árbol. Tras sus batallas contra el asma salía decidido a exprimir la vida como los enfermos que han burlado a la parca. Sus amigos de infancia lo recuerdan como la clase de chico que se lanzaba el primero con su bicicleta por las sierras o que a primeras de cambio se metía en peleas a pedradas con pandillas de niños más grandes. Sería posible intuir que esas dos dimensiones de su infancia habrían de acompañarle de por vida, pues a pesar de su carácter furibundo y temperamental, también había en él una frialdad poco común. Con el tiempo, añade Jon Lee Anderson, “se podía vislumbrar su distanciamiento afectivo de la realidad individual, con la fría mente analítica del investigador médico y el ajedrecista”.
Como cuenta también Anderson, es en el año 1939 cuando el Che Guevara vive momentos trascendentales que afectan a su visión del mundo. En casa, escucha hablar de la derrota de la República española. “Probablemente el primer suceso político que causó impresión en la conciencia de Ernesto Guevara fue la Guerra Civil española de 1936-1939. En efecto, era imposible sustraerse a su influencia”. Su hogar, de hecho, acabaría abriendo las puertas a refugiados republicanos. Ese mismo año 39, además, en el Teatro Politeama de Buenos Aires se disputa la 8º Olimpiada de Ajedrez. Coincidiendo con las fechas en que Europa se hunde en el torbellino sangriento de la Segunda Guerra Mundial, los mejores jugadores del mundo se dan cita en la capital argentina. Entre los aficionados, acompañado por su padre, estaría un Ernesto Guevara de once años.
Allí oye hablar de un mito viviente, nada menos que el genio cubano José Raúl Capablanca. “Las primeras noticias que tuve de la existencia de Cuba fue a través de Capablanca, cuando hizo una visita a la Argentina”, declararía años más tarde. Lo que ni en sus sueños más inconcebibles podría haber imaginado entonces es que dos décadas más tarde, en 1962, convertido ya en ministro de industrias del Gobierno de la Revolución, él mismo se encargaría de organizar la primera edición del torneo Capablanca in Memoriam, dedicado a la leyenda cubana del ajedrez y, por determinación de Guevara, el campeonato mejor pagado del mundo.
Queda constancia de que jugaba mucho y jugaba bien. Según dirían los mayores maestros, asombrosamente bien
Siendo joven se adentró en las profundidades del juego-ciencia, contagiado como tantos otros por el deseo tremendo de comprender la extraña belleza musical de los movimientos. Queda constancia de que jugaba mucho y jugaba bien. Según dirían los mayores maestros, asombrosamente bien. La prueba de que el ajedrez no era un mero entretenimiento aparece en su diario de lecturas. En su adolescencia, según señala Jon Lee Anderson, “a pesar de los cambios en la vida de Ernesto, algunos elementos permanecían constantes. Conservaba el asma, la afición por el ajedrez –convertido en uno de sus pasatiempos preferidos– y el rugby, leía asiduamente y escribía sus cuadernos filosóficos. También escribía poesía”. De esta época sobrevive un índice con los libros que leía. En un cuaderno de tapas duras forradas de hule negro aparecen anotados el autor, la nacionalidad, el título y el género de la obra. Entre esas lecturas destaca Mis mejores partidas, del campeón del mundo Aleksander Alekhine.
Ya como estudiante de la Facultad de Medicina, sabemos que con 20 años participa en el Torneo Universitario de Ajedrez. Su nombre figura en los resultados del séptimo tablero. Y aunque el Che ganó dos partidas, el equipo de Medicina fue superado por los contrincantes de Ingeniería.
A menudo el modo de mover las piezas refleja rasgos ocultos en la personalidad de los ajedrecistas. O al menos así opinan ciertos expertos. Si así fuera, ¿qué podría decirnos el estilo de Guevara? A pocos podrá sorprenderles saber que era un jugador agresivo. De acuerdo con el periodista especializado Jesús Cabaleiro Larrán, “se dice que su estilo de juego era intuitivo, nada de rebuscamientos teóricos, ni apegado a los libros de apertura, prefería el juego táctico, basado en movimientos activos, audaces, pero claros, sobre base firme; prefería el juego de ataque al juego posicional. Le gustaba mucho jugar partidas rápidas de cinco minutos”. Un juicio similar expresaría el gran maestro polaco-argentino Miguel Najdorf, eminencia de los tableros en Argentina, ganador de aquel primer torneo dedicado a Capablanca, y creador de la variante de la apertura siciliana que lleva su nombre. Najdorf, contra quien el Che logró unas tablas, describió al ajedrecista Guevara como “un jugador bastante fuerte. Prefería el juego agresivo y era dado a los sacrificios, pero bien preparados; por lo que puedo ubicarlo como de primera categoría”.
Jugaba al viajar en avión. También cuando estaba en una estación policial. O mientras permaneció refugiado en la embajada argentina en Guatemala. Fue en julio del 54, cuando un grupo de perseguidos que trataban de escapar de la caza de brujas anticomunista decretada por el dictador Castillo Armas organizó un torneo improvisado para pasar los días hasta que llegase su salvoconducto. Jugó mucho –y cómo no habría de hacerlo– en Moscú, en el año 64, donde además coincidiría con el cosmonauta Yuri Gagarin, el primer hombre que surcó el espacio. Tras unos intensos días de reuniones con los jerarcas del Kremlin, Guevara adquirió la costumbre de disputar partidas hasta bien entrada la madrugada con su intérprete ruso, el agente de inteligencia Rudolf Shlyapnikov. En otros momentos dejó, incluso, partidas por escrito. En su libro Notas de viaje, reeditado con el título de Diarios de motocicleta y donde el propio Che narra su “vagar sin rumbo por nuestra mayúscula américa” a lomos de su moto La Poderosa, encontramos el siguiente pasaje: “Por la noche juego de ajedrez con el doctor Bresciani”.
Resulta inevitable imaginar la escena en que Fidel Castro y Che Guevara se vieron por primera vez frente a frente delante del tablero
Entre sus muchos contrincantes, resulta inevitable imaginar la escena en que Fidel Castro y Che Guevara se vieron por primera vez frente a frente delante del tablero. Ocurrió en junio de 1956, en los días que ambos pasaron detenidos por la policía mexicana. Así lo recordaba Castro en una entrevista con el periodista italiano Gianni Miná, una conversación que recoge Jesús Cabaleiro Larrán en su crónica “Che Guevara, Caballero del Ajedrez”.
“Su país es también patria de grandes jugadores de ajedrez” ¿usted jugó alguna vez ajedrez con el Che? ¿Quién ganó? Fidel le respondió que sí, y añadió: “A un grupo de nosotros nos arrestaron en México, y a mí por ser el responsable principal y al Che por ser argentino,… nos dejaron presos más tiempo. Estuvimos varias semanas solos allí... y nuestro entretenimiento eran los libros y el ajedrez. Allí Che y yo jugábamos ajedrez…”. ¿Y quién ganaba? La respuesta es sincera: “Bueno, Che sabía más que yo, porque realmente Che había estudiado algo el ajedrez y yo jugaba más bien por intuición. Era un poco guerrillero y algunos partidos se los gané, pero él ganaba la mayor parte de las veces porque sabía más ajedrez que yo. Y realmente le gustaba el ajedrez. Aun después de la Revolución él siguió estudiando el ajedrez”.
¿Realmente era tan buen jugador? Ernesto Guevara murió en 1967, años antes de que la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) comenzase a utilizar el sistema Elo que hoy se emplea como referencia para medir la habilidad relativa de los jugadores. A falta de una puntuación, y a tenor de las partidas que disputó contra grandes maestros, un repaso a su registro de partidas deja estupefacto. Además de las tablas contra Najdorf, empató igualmente en el año 62 contra el checoslovaco Miroslav Filip y contra el campeón del mundo Mikhail Tal. No sólo eso. Logró imponerse al campeón cubano Rogelio Ortega en el año 61 y al mexicano Armando Acevedo en el 64.
Puede argumentarse que algunas de esas partidas pudieron ser simultáneas, en las que el maestro de mayor nivel juega al mismo tiempo contra múltiples adversarios. Y es posible que en exhibiciones amistosas más de un ajedrecista rebajase deliberadamente su fuerza de juego. Se sabe que el viejo Najdorf, después de haberse visto las caras contra mandatarios como Winston Churchill, Nikita Kruschev, el Shah de Irán y Juan Domingo Perón, había llegado a la muy práctica conclusión de que lo más sensato era ofrecer unas tablas amistosas y evitarse los problemas causados por personajes muy poderosos con un ego muy sensible. Sin embargo, el Che despreciaba esa clase de componendas, pues incluso cuando era niño se enojaba si veía que su padre se dejaba ganar.
De entre los maestros internacionales que pasaron por el Torneo Memorial Capablanca y se cruzaron en alguna ronda con Guevara, casi todos terminaban compartiendo la impresión de hallarse ante un jugador profesional en lugar de un diletante. La excepción en esa lista fue Víktor Korchnói, apodado Viktor “el Terrible”, el único de los grandes ajedrecistas soviéticos que no llegó a reinar, que pasó a formar parte de la disidencia, cambió de la nacionalidad y desafió al Kremlin. En su libro de memorias, (El ajedrez es mi vida… y algo más), Korchnói da un retrato más desfavorable del Che. Cuenta que, a pesar de las sugerencias de un funcionario cubano, que le aconsejaba buscar el empate, se decidió a barrer al Comandante en las tres partidas que disputaron. A su regreso a su hotel de la Habana, otro maestro soviético, Mikhail Tal le preguntó cómo le fue.
“Los gané a todos”, fue la respuesta de Korchnói. “¿Al Che Guevara también?”, pregunta Tal. “Sí, no tiene la menor idea de qué hacer frente a la apertura catalana”.
Más amigable en cambio se mostró al año siguiente otro ajedrecista de talla mundial, el checo Luděk Pachman. También Pachman escribió una autobiografía, Jaque mate en Praga (publicado en España con el muy libre e imaginativo título de Ajedrez y Comunismo), donde relata su duelo con Guevara. “Incluso en Europa sería considerado un jugador de primer nivel”. Mientras jugaban mantuvieron una conversación que acabaría por ser profética.
“Sabe camarada Pachman, a mí realmente no me gusta ser ministro. Antes preferiría dedicarme a jugar al ajedrez, como usted; o irme a hacer la revolución en Venezuela”
A lo cual Pachman respondió:
“Mire, comandante, por supuesto es muy interesante hacer una revolución, pero jugar al ajedrez es mucho más seguro”.
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En esta sección aparecerán con periodicidad incierta una serie de crónicas improbables sobre ajedrez y política. Hablaremos aquí de batallas dentro y fuera del tablero, de guerrilleros devotos de las 64 casillas, ajedrecistas que vendieron su alma al diablo, artimañas de tahúres, filósofos y artistas que se dejaron los sesos en el tablero, reyes destronados, peones heroicos y cenizas de alfiles. Disfruten del juego.
PARA SABER MÁS:
Manuel AZUAGA, Cuentos, jaques y leyendas, Sevilla, Renacimiento, 2021.
Ernesto CHE GUEVARA, Diarios de motocicleta. Notas de un viaje por América Latina, Madrid, Los libros de la Catarata, 2021.
Ernesto CHE GUEVARA, El diario del Che en Bolivia, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1994.
Jon LEE ANDERSON, Che Guevara. Una vida revolucionaria, Barcelona, Anagrama, 2006.
APERTURA
Viajaba con más libros que ropa, y solía llevar consigo un tablero. “En la guerra, para él era imprescindible el juego de ajedrez, tanto como el fusil. Siempre tenía su juego y buscaba a quién enseñarle (…) Y realmente, la guerra de guerrillas lo propiciaba”. Lo cuenta Harry...
Autor >
Miguel de Lucas
Es doctor en Literatura española.
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