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En la mesa de al lado hay un grupo de jóvenes. Sobreactúan. Sobreactúan, por otra parte, como cualquier otra generación. Todas las generaciones sobreactúan lo que poseen. En ocasiones es, según cada generación y su turno de llegada, un trabajo, una casa, hijos, un vehículo, la posibilidad de ir a espectáculos de un precio alto, un tinte de pelo, su ausencia, la capacidad de cenar fuera con otras personas en locales caros, que suelen estar ocupados, si te fijas, por una sola generación. Su torso es plateado. La diferencia de la sobreactuación juvenil es que los jóvenes suelen carecer de objetos, de manera que sobreactúan con el ruido. O, incluso, con el sonido. Esto es, con las palabras. En la mesa de al lado sobreactúan con palabras, recién extraídas de la universidad, ese punto en el que nunca ocurre nada. No obstante, las palabras que utilizan parecen copadas de electricidad y movimiento. Son radicales, suponen un cambio en las relaciones personales, en la autopercepción. Si no hubiera sido joven, me impresionarían. Pero lo fui. Es más, las palabras que utilizan se parecen a las que utilicé. Son más sencillas o más complicadas. Y sirven para lo mismo. Para ensayar ser diferente, poseedor de una libertad inusitada y de una inteligencia rompedora, que puede, por fin, y desde el inicio de los tiempos, mirar al mundo de cara. Supongo que esas palabras me molestan, no obstante, por lo mismo que me molestaban las palabras que me tocaron modular con esa cara, que ahora observo, en la que se modula el placer de pronunciar, de vocalizar tu momento. Me molestan porque son un prólogo largo. Un estar a punto de decir, que nunca culminaba. La sospecha de que la libertad, la inteligencia, la diferencia, solo se iniciarían, si lo hacían, cuando ese rito de exhibir palabras concluyera. Lo que puede ser cierto, pues en ese primer contacto con las palabras, no se contacta con las palabras, sino con otra cosa aún más asombrosa. Con la época. La época que crea esas palabras. Que ni siquiera es, por otra parte, tu época. Es la época de la que sales huyendo, y con la que te enfrentas, finalmente, y si eso sucede, cuando, libre, y poseedor de una nueva inteligencia, miras a la época de cara y le dices palabras que la época no esperaba. Al escucharlas, tu época grita y te araña la cara. Lo peor de cada uno, en fin, no es otra cosa que su época. La época quiere que hables de sus palabras. Y, una vez acostumbrado, que hables de tu trabajo, de tu casa, de hijos, de un vehículo, de un espectáculo, de la valentía de no teñirte el pelo, o la valentía de teñírtelo. De restaurantes, sentados en restaurantes.
En la mesa de al lado hay un grupo de jóvenes. Sobreactúan. Sobreactúan, por otra parte, como cualquier otra generación. Todas las generaciones sobreactúan lo que poseen. En ocasiones es, según cada generación y su turno de llegada, un trabajo, una casa, hijos, un vehículo, la posibilidad de ir a espectáculos de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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