![<p>Safo de Mitilene.</p>](/images/cache/800x540/nocrop/images%7Ccms-image-000029779.jpg)
Safo de Mitilene.
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Desde hace un tiempo me leen, en ocasiones, en voz alta. Lo había olvidado, pero todo cambia cuando la lectura es en voz alta. Todo es más espectacular y la lectura posee más autoridad, pues tu voz interior, siempre la menos autorizada, desaparece en la lectura, y da lugar con ello a otro sentido, inapelable. En América hay muchos topónimos extraídos de libros de caballerías, que son una historia de lo inapelable. No sé, Patagonia, Florida, California. Eran palabras que se quedaron en la cabeza de personas, por lo común, analfabetas. Las aprendieron en el viaje a América, o en el viaje dentro del viaje que les llevó a esos puntos, cuando esos puntos tenían otro nombre. Alguien, en el barco, o en el camino, leía en voz alta esos libros y esas palabras, que se quedaron tatuadas para siempre en los cerebros. Hasta que alguien llegó a la Patagonia, a la Florida, a la California, y decidió utilizar una de esas palabras para dar un sentido mayor a lo que observaban. Ahora que me leen en voz alta, vuelvo a tener contacto con esa autoridad, que da un sentido mayor a lo que observo, y que pone un nombre mejor a los sitios. No tenía contacto con esa voz cargada de autoridad desde que me leían cuentos infantiles, y una casa de paja, de leña, o de piedra era más endeble, ardía más, o era más sólida cuando era leída en voz alta. El otro día, una voz desnuda de una mujer desnuda me leía en voz alta capítulos de El nivel alcanzado. Notas sobre libros y autores extranjeros, de Ignacio Echevarría. En un fragmento una voz con más autoridad que la de Ignacio o la mía, me hablaba de Salinger y de El guardián entre el centeno, y de cómo ese narrador, infantil sin serlo, fresco y desenfadado sin serlo, directo sin serlo –es un narrador que no es tantas cosas que debe ser una sola, muy hipnótica–, no es más que, en su momento histórico, el futuro narrador de las canciones, la voz desde la que se explicaría el Pop. La destilación de todo ello, a través de la voz de la autoridad, me conmovió. Volvía a leer –a escuchar, en este caso– algo importantísimo y, por ello, conmovedor. Durante unos instantes pensé, tuve la epifanía, de que, en breve, todos estos itinerarios que conducían a la inteligencia conmovida desaparecerían o serían transformados. Tal vez transcurrirían en otros puntos, alejados de la lectura, de cualquier voz como la que estaba experimentando yo en ese momento. En ese instante, la voz, cargada de autoridad, dejó de leer y, con la voz aún cargada de la autoridad de la lectura, dijo: “Me sorprende el rigor, el tesón de Ignacio, cuando ya sabe que su trabajo, nuestro trabajo, ya no interesa a nadie. Porque el Humanismo ya no interesa a nadie”. La voz cargada de autoridad creó algo parecido al topónimo del sitio en que el nosotros, muy pocos y fáciles de olvidar, viviremos. Es un lugar tan inhóspito como, en su día, las recién estrenadas, secas o pantanosas Patagonia, California, o Florida.
Desde hace un tiempo me leen, en ocasiones, en voz alta. Lo había olvidado, pero todo cambia cuando la lectura es en voz alta. Todo es más espectacular y la lectura posee más autoridad, pues tu voz interior, siempre la menos autorizada, desaparece en la lectura, y da lugar con ello a...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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