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En términos generales, somos los recién llegados al planeta. No solo somos jóvenes, sino que, como especie, nos hemos especializado en la juventud. Es más, en el grado de juventud más intensa y honda: la niñez. Somos la especie que necesita una niñez más dilatada y profunda. Nuestra inteligencia, el volumen de nuestro cerebro, no solo es la causante del único parto con dolor en la naturaleza, sino que, para ser operativa, para explotar, requiere ser formada y adiestrada a lo largo de la infancia más insondable y compleja que se conoce. Nuestra educación precisa tanto tiempo e intensidad que somos la única especie que no solo necesita de la atención y el magisterio de sus progenitores, sino de una generación anterior más. Se trata de una necesidad tan imperiosa de apoyo que la evolución de nuestra especie creó, literalmente, esa generación de más. Es la abuela, una originalidad humana, una hembra del reino animal que carece de menstruación, lo que se interpreta precisamente como una posibilidad para que la abuela deje de reproducirse, y participe de la crianza de niños que no ha traído al mundo. Pero nuestra evolución, necesitada de infancia hambrienta, no solo creó la abuela. Para salvaguardar el tiempo de la infancia, para posibilitar incluso la existencia de la abuela, tuvo que crear tiempo. Literalmente. Nos hizo longevos. Tras el largo prólogo de la infancia, y por ello mismo, necesitamos un periodo de vida grande, que nos garantice también poder educar a nuestros hijos durante su infancia eterna, e incluso, bajo la forma de abuelos y abuelas, educar a otros niños que ni siquiera son nuestros. La abuela, y la longevidad son dos grandes aportaciones de nuestra evolución. Tal vez, son su milagro, la maravilla creada. Su tesoro. Pero, como ya sabéis, no existen los milagros, las maravillas, los tesoros, gratuitos.
Periódicamente la naturaleza nos recuerda que el don de la longevidad es eso, un don. Es decir, algo dado, un préstamo, una concesión arrancada de manera precaria, a través de engaños antiguos, que ya no recordamos. La forma de la naturaleza de hacernos presente que la longevidad es una concesión, un crédito, es a través de la degeneración. La naturaleza, tan sabia, abandona su sabiduría y escoge periódicamente a varios de nosotros, y hace que nuestras células quieran ser eternas, o hace que nuestro cerebro se ahogue en las proteínas que desecha. La naturaleza habla con nuestra especie a través de esas personas elegidas. Su único interés es que observemos a esos sacrificados, para que comprendamos que vivir tanto nunca fue normal. Que fue un regalo tan desmesurado que, periódicamente, requiere ser recordado a través de la desmesura de la más absoluta crueldad. Que la infancia más duradera del mundo, el paraíso, tiene su precio, y que es atroz.
En términos generales, somos los recién llegados al planeta. No solo somos jóvenes, sino que, como especie, nos hemos especializado en la juventud. Es más, en el grado de juventud más intensa y honda: la niñez. Somos la especie que necesita una niñez más dilatada y profunda. Nuestra inteligencia, el volumen de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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