NO NI NÁ
Presunto periodismo
Nunca he repartido un carné de nada, y no lo voy a hacer ahora. No sé si es posible que la voz del bien se cuele entre las voces de la cloaca. Como tampoco sé si es útil sentarse en según qué mesas. El pan y la conciencia es de cada uno
Vanesa Jiménez 19/07/2022
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El periodismo apesta. No ni ná. Pero no es algo nuevo. La tentación de hacer de los medios de comunicación un estercolero es intrínseca al oficio. La tienen los dueños, algunos, para quienes sus periódicos, televisiones, radios o digitales solo son instrumentos de poder y control, usados en muchos casos para menoscabar la democracia. Y también un puñado de periodistas. No son tantos, no se crean. Pero esos dueños, y sus lugartenientes, se ocupan de que estén a todas horas en antena, de que sus voces nos martilleen constantemente con consignas en tertulias de mesa camilla, de que sus firmas lleguen a las portadas de supuestos medios de calidad. El periodismo apesta, pero ya apestaba, y en este país lo sabemos bien. Hace 18 años, un gobierno, con la ayuda de un periódico, intentó vender un bulo sobre la autoría del mayor atentado terrorista que hemos sufrido a cuatro días de las elecciones generales.
Hoy ha dimitido Dolores Delgado. Por motivos de salud. Es buen momento para recordar la exclusiva de Willy Veleta de su reunión con Inda y Cerdán, los directores del tabloide que impulsa Ferreras en La Sexta. La noticia no la publicó ninguna televisión, a excepción de @enjakeETB, y no tuvo consecuencias políticas. El sustituto de Delgado al frente de la Fiscalía es Álvaro García Ortiz, el número dos que acompañó a la fiscal a aquella reunión celebrada el día que Villarejo salía de la cárcel. No ni ná.
Las cloacas de los medios son desde hace mucho tiempo un elefante, uno enorme, dentro de nuestra habitación. Todas sabemos que están ahí, compartimos espacio con la putrefacción, pero miramos para otro lado. La cuestión es que ahora no podemos seguir haciéndolo. Porque no hay contexto posible que explique o justifique lo que hemos escuchado en boca del director de una de las cadenas nacionales de televisión, que además dirige un programa y aparece diariamente en pantalla. Como tampoco hay justificación posible a las palabras de un exdirector del principal periódico en castellano del mundo, que se jactaba de haber tratado de impedir la formación del Gobierno de coalición y lo que consiguió, en el fondo, es hacer el peor diario posible con la mejor redacción del país. Por eso ha llegado el momento de mirar de frente al elefante y decir bien alto, las veces que haga falta, que no, que esto no es periodismo. Que ni se le aproxima. Que el periodismo es otra cosa. Y que si el periodismo era esto, lo único que nos queda a muchas es dedicarnos a, por ejemplo, la taxidermia.
Soy periodista desde hace 25 años y, salvo un grupo de profesionales que se ha ganado con decencia y honradez el reconocimiento público, las y los mejores colegas que me he encontrado por el camino son casi desconocidos para ustedes. Quizá a algunos les sigan en redes sociales. O incluso les suenen sus caras. Pero no son de los que premian las asociaciones oficiales del gremio. Ellas y ellos son los que les han contado la pandemia, para lo que han tenido que aprender, pasar miles de horas hablando con epidemiólogos, virólogos, expurgando datos… Son los que se han ido a Ucrania, a vivir con las bombas cerca. Pero son también los que leen varios libros antes de cubrir unos Juegos Olímpicos; las que antes de hacer una entrevista se pasan una semana investigando al entrevistado; las que trabajan con la vista puesta en lo público, y alertan cuando se ataca nuestra sanidad o nuestra educación; los que se preocupan por el estado de la justicia; los que no permiten el racismo; los que les acercan la crisis ecosocial de forma responsable; los que entienden que el feminismo no es una cosa de mujeres, si no una apelación directa a la línea de flotación del sistema; las que saben que su voz solo debería servir para dar voz a los nadies, que tendríamos que ser nosotras mismas, los periodistas.
El periodismo está ahí. Existe. Pero parece que apenas nos dejan verlo. Y esto es lo más grave. Les confieso que, después de tantos años, soy periodista sin mucho convencimiento. Ya les he contado alguna vez que a mi síndrome de impostora por ser mujer se le suma el de ser periodista. En el 99% de los casos, a mi trabajo no le encuentro la épica, y ni siquiera la estética. Pienso que vivimos en una burbuja, en un teatro en el que casi nunca están los actores principales. Está el poder, en todas sus versiones, y nosotros con nuestros egos. Por eso, supongo, el día que se me estropeó una lavadora me propuse arreglarla y terminé cambiando la bomba con éxito; y lo mismo me pasó con el horno, y con la instalación eléctrica, y con cualquier cosa que haya que apañar en casa. Quería ser útil porque estamos muy lejos de ser esenciales. Pero esto no va de mí como periodista, ni siquiera de mis compañeros periodistas que se dejan el pellejo en una profesión totalmente precarizada, donde la conciliación es una utopía y donde se pica piedra a destajo porque hay que llenar bits u horas de emisión. Esto va de un oficio entendido en abstracto, que refleja el estado democrático de un país y que es una institución más de las democracias. Y de que aquí nos quedamos en el muy deficiente.
Esto va de un oficio entendido en abstracto, que refleja el estado democrático de un país y que es una institución más de las democracias
Estos días he leído y escuchado varias trampas al solitario. La más repetida tiene que ver con la objetividad y con que los periodistas debemos informar, no influir. Objetividad, según el diccionario de la Real Academia España: “Cualidad de objetivo”. “Objetivo”, según la misma cosa: “Perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir”. “Desinteresado, desapasionado”. “Que existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce”. Párense aquí conmigo. ¿Qué más nos da la existencia de un objeto si no la conocemos? Y, tras conocerla, ¿cómo no va a importar lo que nos haga sentir? Creo que es el momento de iniciar una campaña para eliminar del diccionario la palabra objetividad. Te agradecería, Arturo Pérez Reverte, que me echaras una mano. Las personas no pueden ser objetivas, y el periodismo tampoco. Y no pasa nada. Desde que nuestro cerebro empieza a funcionar para elegir un tema que contar, hasta que lo contamos, la historia ha pasado por muchos filtros, propios y ajenos. Que no les engañen. Claro que todos queremos influir. Bezos no se hubiera comprado el Washington Post si no buscara influencia, y CTXT no hubiera nacido si el equipo que lo hicimos no pensáramos que con nuestro trabajo podíamos mejorar algo nuestro país.
Otra trampa, en boca de uno de los protagonistas de la cloaca, está en que si citas al medio de origen y a la información le colocas por delante la palabra “presunta” o “supuesta”, has llegado al clímax de la buena praxis periodística. Hagan conmigo el siguiente ejercicio, pongan su nombre en las equis. Según informa el Adelantado de Turquestán, el Gobierno de Bin Laden presuntamente pagó 272.000 dólares a xxxxxxxx en el paraíso fiscal de Curazao. ¿No cuela, verdad? Efectivamente, todo es demasiado burdo.
Cuando hace algunas semanas les hablaba de la gran dimisión de los lectores, un asunto realmente preocupante, porque la ciudadanía se está despegando de los medios de comunicación, cité al cansancio post pandémico y el hartazgo político como causas evidentes. E intenté abrir el debate sobre si también se había roto el espacio de lo común, el lugar en el que los medios existimos. Ahora reflexiono sobre si omití el estado de la prensa de forma intencionada. ¿Cómo vamos a ser lugares de información, análisis o debate si hemos perdido la confianza de las personas? ¿Cómo un periodista que miente –no podemos hacer nada peor– sigue en su puesto al día siguiente?
Nunca he repartido un carné de nada, y no lo voy a hacer ahora. No sé si es posible que la voz del bien se cuele entre las voces de la cloaca. Como tampoco sé si es útil sentarse en según qué mesas. Sé que yo no lo haría. Y que no necesito darme golpes de pecho y pedir una catarsis general para alejarme de la mierda. El pan y la conciencia es de cada uno. Pero sí creo que las personas demócratas, más allá del oficio que ejerzamos, debemos defender el periodismo. Y que por eso debemos cancelar de forma activa a aquellas y aquellos que ponen su voz al servicio de las cloacas.
Si supieran lo bien que se vive y que se duerme –bueno, esto como concepto, el planeta nos castiga como puede y las noches están siendo horrorosas– sabiendo que nunca aparecerás en una de las listas que circulan con periodistas cloaqueros. No ni ná.
El periodismo apesta. No ni ná. Pero no es algo nuevo. La tentación de hacer de los medios de comunicación un estercolero es intrínseca al oficio. La tienen los dueños, algunos, para quienes sus periódicos, televisiones, radios o digitales solo son instrumentos de poder y control, usados en muchos casos para...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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