CARTA A LA COMUNIDAD
No se podía saber
Nadie podía suponer que aquel intrépido profesional dejase usar su púlpito para que se difundiesen bulos de extrema derecha
Xosé Manuel Pereiro 17/07/2022
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Nada hacía sospechar que fuese a pasar lo que está pasando. Que un adalid del periodismo libre, independiente y equilibrado (bueno, equilibrado lo justo), por mucho que se hubiese criado a los pechos del empresario de la construcción y el fútbol más mimado por todos los poderes de España, resultase ser una pieza importante del engranaje de las llamadas cloacas del Estado. (Por cierto, llamadas así de forma injusta, porque las cloacas cumplen, desde Roma, una función, aunque desagradable, necesaria e higienizadora, mientras que las oscuras maniobras de ciertas instancias del Estado contra sus enemigos deberían ser conocidas, para seguir en Roma, como los sicarios del Estado, o los esbirros del Estado).
Nadie podía suponer que aquel intrépido profesional que, arriesgando su integridad, se caló el gorro de montañero para hacer directos en la calle del Bataclán parisino asaltado por los islamistas, o desde las barricadas indepes de Barcelona, dejase usar su púlpito para que se difundiesen bulos de extrema derecha, a pesar de ser tan evidentemente falsos que ni él se los creía. O peor todavía, que permitiese que el patilludo aspersor de fango siguiese siendo uno de los pilares de su programa cuando ya se sabía que lo que vendía era eso, fango. Y por supuesto, era imposible de prever que el fulgurante ascenso electoral de una ultraderecha basada en los rescoldos del franquismo, sin aggiornamento alguno, tuviese relación con que OkDiario, la publicación que dirige el aspersor de fango, sea el medio con más tertulianos por micrófono cuadrado en el panorama mediático español.
Mucho me temo que quien haya comprado este relato de que el hombre que inventó el periodismo nos había tenido engañados sobre sus verdaderos intereses es como el capitán Renault cerrando el bar de Rick en Casablanca al descubrir que allí se juega, inmediatamente antes de embolsarse las ganancias a la ruleta. No hacía falta observar indicios en el cielo ni sacrificar gansos para escudriñar sus vísceras para estar al tanto de que el sicariato es una institución inherente a la actual restauración borbónica. Hubo sicariato, o esbirraje, en el ocultamiento de las andanzas de Juan Carlos I, pero era por la estabilidad del país. Lo hubo, y en qué grado, en la lucha contra ETA, pero contra el terrorismo todo valía (menos la reflexión o la información imparcial). También se registró una flagrante e ilegal intervención de altas instancias del Estado en la Operación –u operaciones– Cataluña, pero como era contra unos catalanes enemigos de España, partidos, medios e influencers de todo el espectro ideológico callaron la boca.
Así que lo natural era que, cuando surgió un movimiento que cuestionaba frontalmente el establishment político y económico de la actual restauración monárquica, se destapase la caza mediática contra el partido, sus líderes (y sus parejas) con todo. Magazines e informativos de audiencias millonarias, periódicos de referencia y de interferencia, confidenciales de toda laya se comportaron como los perros en los entornos semi o nada urbanos: basta que uno empiece a ladrar para que se sume al coro el resto de los canes del entorno (el símil no es mío, lo usó Aznar contra los que protestaban por la marea negra del Prestige). No sé en el caso de los perros, pero en el de los medios no es necesario que exista un motivo real, basta que alguno lance el primer aullido.
Ni siquiera les hace falta, como decía Kirk Douglas cuando pedía trabajo al director del periódico en El Gran carnaval (Billy Wilder, 1951), “si no hay noticias, salgo y muerdo a un perro”. Siempre encontrarán a una prima segunda de alguna ministra que cuestione que su familiar esté preparada para gobernar, y llevar a primera su opinión. El caso Villarejo-Ferreras, sin embargo, no ha consistido en el retorcimiento de la realidad hasta que presente otra cara o sea lo suficientemente ambigua para que pueda ser interpretada al gusto. Ni en la obtención de pruebas de forma ilegal por parte de quienes deberían ser garantes de la ley. Ha sido la directa fabricación de documentación falsa y de la estrategia para su difusión.
No ha pasado nada nuevo bajo el sol de España, pero no por reiterados deja de ser preocupante que se sigan dando dos fenómenos extraños a la parte del mundo a la que pertenecemos cada vez con mayor entusiasmo. Uno, el que estos tejemanejes no salgan a la luz gracias a los controles propios de un Estado democrático: jueces, policía u otros órganos de fiscalización. El otro, el manto de silencio posterior, que parece sancionar estos delitos como acciones perfectamente compatibles con el estado de derecho. Cuando ministros, altos cargos policiales, magistrados han sido sorprendidos realizando esas maniobras orquestadas en la oscuridad, su reacción –y la de los correspondientes organismos de control– ha sido como si se hubiesen equivocado al contar las casillas del parchís para poder comer una ficha contraria. Ni el más mínimo rubor, ni un atisbo de dimisión, ni un esbozo de explicación, ni una brizna de investigación de oficio. Silencio de los partidos sistémicos, mudez en la mayoría de los grandes medios y quejas por “el ataque a periodistas” de la tradicional organización gremial del ramo, la FAPE.
Y esto es así porque este sicariato concreto y los demás esbirrajes en general no son el resultado de las alegres sobremesas de un trío de perillanes. Los programas rivales del show del Kapuscinsky de nuestros días fueron casualmente eliminados de la oferta televisiva, pese a tener mayor audiencia, por no sumarse al coro de los ladridos. Y solo hay que ver la lista de anunciantes y patrocinadores de la fábrica del fango para ver que en ellas está lo más granado de nuestros capitanes de la construcción, los servicios y las finanzas. Estamos ante lo que se siempre se ha llamado “una operación de Estado” para que la grandilocuencia del calificativo ocultase la ilegalidad de lo calificado.
Por lo demás, un fuerte aplauso para la jueza Gladys López Manzanares que desestimó la querella que había presentado Podemos, en base al débil argumento jurídico de que la información era falsa. Mi vida como periodista sería mucho más creativa si me asegurasen que el aluvión de querellas que se me vendrían encima cayese en su juzgado. Y una cerrada ovación al público, y sobre todo a los profesionales de la pluma, que consideran que Pablo Iglesias se merecía eso y más y, por ende, fabricar noticias falsas en su contra es perfectamente legítimo.
Creo que está perfectamente claro que esto no va de si Pablo Iglesias o Podemos nos caen bien, mal, o tenemos días. Va de que, si lo permitimos, legitimamos que vayan a por cualquiera. Va de si poder fiarnos de lo que dicen los grandes medios es verdad (no simplemente “veraz”, según el particular criterio de la jueza López Manzanares) o son las publicaciones independientes, las que se sostienen con las aportaciones de sus lectores, las que corren con el gasto y el esfuerzo de descubrir lo que alguien quiere que no se sepa. Va de que aquello que decía Chico Marx disfrazado de Groucho en Sopa de ganso: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?” no se convierta en el pan mediático de cada día.
Un saludo. Y tengan, más que nunca, cuidado con lo que consumen.
Xosé Manuel Pereiro
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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