Editorial
La factura de la luz, una emergencia humanitaria
Hay que decir la verdad: Europa hace frente a una crisis energética de dimensiones existenciales. Es necesario un plan de choque para paliar la pobreza energética y la carestía de los alimentos y las hipotecas
16/09/2022
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Acabado el dulce sopor y la tregua del verano, muchos hogares y empresas están recibiendo facturas de la luz astronómicas, por montantes que son dos y hasta tres veces superiores a lo habitual por estas fechas. En todos los casos, el problema no se debe a un aumento del consumo sino a cambios en los costes de la factura de la luz. Uno de esos costes extra ha levantado las sospechas (y también las iras) de una parte de la ciudadanía y se ha convertido en un caladero oportunista para los partidos de derechas: la compensación a las gasísticas, de acuerdo con el Real Decreto Ley 10/2022. Es decir, justo el RDL que establece la llamada “excepción ibérica”, también conocida como “topado del gas”. Este coste en particular representa alrededor del 30% de la factura, nada menos.
Para aumentar la confusión (y también, probablemente, para redirigir la indignación general contra un coste de la electricidad que va a hacer inviables muchos negocios y que sumirá a muchos hogares en la indigencia energética), algunas compañías designan este coste en la factura como “Compensación por la intervención del gas RDL 10/2022”. Las eléctricas intentan vengarse de un Gobierno al que desprecian culpándole de que la luz haya subido.
Ojalá las cosas fueran tan simples. En medio de la gravísima crisis actual, y de toda la ceremonia de la confusión, se están diciendo y difundiendo muchas mentiras para ocultar una amarga realidad que debería llevarnos a un cambio radical de nuestra orientación como sociedad. Pero antes de eso, expliquemos qué está pasando.
En primer lugar, el topado del gas. Como saben, en toda Europa se aplica el sistema marginalista para la fijación del precio del megavatio·hora mayorista. Como explicaba recientemente Yannis Varoufakis se trata de un mecanismo para “simular que hay un mercado” en una situación que en realidad es de monopolio perfecto. Y es que usted no puede escoger por qué cables le va a llegar la electricidad: vienen de la red de baja tensión de su localidad y punto. Y esa red la toma de la de media tensión, que a su vez la toma de la de alta tensión, que gestiona Red Eléctrica Española (REE), una empresa pública que en todo momento se tiene que poner de acuerdo con los proveedores de electricidad para que haya un perfecto equilibrio entre oferta y demanda. Lo del “perfecto equilibrio” no es un concepto económico sino físico en este caso, y un importante requerimiento técnico: si no hay suficiente oferta, la red se cae y hay apagones; si hay demasiada, la red se sobrecarga y se producen averías, a veces muy graves. Por lo tanto, por las características de la red eléctrica centralizada no hay opciones reales de elección: físicamente es un monopolio (el de los cables, podríamos decir) gestionado por un pequeño grupo de empresas (un oligopolio). Para evitar que ese grupo de amigos se pongan de acuerdo y nos fijen el precio que les dé la gana se les obliga a competir, y aquí es donde entra el sistema marginalista.
Por las características de la red eléctrica centralizada no hay opciones reales de elección: físicamente es un monopolio gestionado por un pequeño grupo de empresas (un oligopolio)
Para cubrir la demanda prevista cada hora, REE va al “mercado” y pide electricidad, y va escogiendo de lo que le ofrecen, empezando siempre por lo más barato y subiendo progresivamente de precio hasta que ya tiene suficiente, y entonces pasa por caja. En el sistema marginalista, se paga todo al coste de lo más caro que haya entrado. Para que lo entiendan: imagine que usted va al mercado porque quiere hacer una paella, coge un kilo de arroz que va a 1€/Kg, medio kilo de gambas a 10€/Kg y un gramo de azafrán a 1.000€/Kg. En el mercado ordinario, usted pagaría 1€ por el arroz, 5€ por las gambas y 1€ por el azafrán, en total 7 euros. En el mercado marginalista, usted ha cogido 1,501 Kg y lo va a pagar todo a precio de azafrán, es decir, 1.000€/Kg, y por tanto apoquina 1.501€.
¿Por qué se hace esta cosa tan complicada y aberrante? Porque, teóricamente, estimula la competencia y favorece que aparezcan nuevas tecnologías y nuevas energías más baratas que entren en el mercado y al final eso hace abaratarse el precio. Eso es lo que dicen los economistas neoclásicos.
En el mundo real, sin embargo, no aparecen más tecnologías porque posiblemente no son viables; no aparecen nuevas fuentes de energía porque seguramente no existen y encima el gas natural cada vez es más caro y hace que el precio de la luz se vaya hasta el infinito y más allá. La razón por la cual se utiliza cada vez más gas natural en la generación eléctrica es muy técnica y la diferiremos para otro momento: digamos ahora, simplemente, que es imprescindible para garantizar la estabilidad de la red. No es, por tanto, una cosa opcional: usamos tanto gas porque si no la red eléctrica se caería.
¿Y qué es eso de la compensación de la intervención del gas? Pues el mecanismo que el Gobierno de España acordó con la Unión Europea para limitar el precio de la electricidad en España y Portugal, aprovechándonos de que estamos muy poco conectados con Europa: la excepción ibérica. Esta falta de conexión es importante: si tuviéramos mucha interconexión, el topado del gas no funcionaría porque nuestros vecinos nos comprarían electricidad a ritmo salvaje: de hecho, con la escasa interconexión que tenemos, hoy en día Francia importa tanta electricidad como puede de España, porque pagando la compensación de la intervención y todo –porque Francia también la paga por la electricidad que importa de España, contrariamente a lo que se ha dicho– le sale más barata que la que importa a marchas forzadas desde Alemania (Francia tiene la mitad de sus centrales nucleares paradas y es el gran enfermo energético de Europa, pero eso también es tema para otro día).
¿Cómo funciona el topado del gas para la generación de electricidad? En esencia, se mantiene el mercado marginalista tal cual estaba, pero las centrales de gas entran con un precio tope fijado por el Gobierno (inicialmente 40€/MW·h, que va subiendo progresivamente a medida que pasan los meses hasta el final de la duración prevista de la excepción ibérica). De esta manera, se evita tener que pagar toda la electricidad a los 500 €/MW·h o más que actualmente cuesta producirla en las centrales de ciclo combinado. Pagar 40€/MW·h está más que bien para las centrales nucleares, hidroeléctricas, eólicas y fotovoltaicas. Sin embargo, las centrales de gas de ciclo combinado, con sus gastos de 500€/MW·h o más perderían dinero y obviamente acabarían cerrando, dejándonos sin electricidad. Así que el mecanismo del RLD 10/2022 prevé que a éstas se les cubran sus costes, es decir, que se les pague esos 460€/MW·h o más de diferencia entre lo que da el mercado marginalista topado y sus costes reales. Ése es el concepto de la factura que dice “Compensación por intervención del gas RDL 10/2022”. Volviendo al ejemplo de la paella, es como si le pusieran un tope de 20€/Kg al azafrán, y así Vd. tendría que pagar el arroz y las gambas a 20€/Kg y el azafrán, pero solo el azafrán, a su precio de 1000€/Kg. Así que su paella le saldría ahora por 31€. Cara, muy cara, pero no es la salvajada de 1.501€ que decíamos al principio.
Sin el tope al gas, la factura de hogares y empresas no se hubiera multiplicado por 3: seguramente lo hubiera hecho por 5 o por 7
Otro matiz importante: si no fuera por el topaje del gas, el precio mayorista de la electricidad en España no estaría en los 400€/MW·h a los que ha llegado estos días, sino en los 700-800€/MW·h que se han visto en Europa. Es decir, sin el tope al gas, la factura de hogares y empresas no se hubiera multiplicado por 3: seguramente lo hubiera hecho por 5 o por 7. Y por eso la asociación europea de empresas químicas y la de empresas metalúrgicas han enviado sendas misivas a la Comisión Europea anunciando que tienen que cerrar y que buscarán otros países donde trabajar. Y por eso la producción europea de aluminio ha caído un 50% o la de fertilizantes un 70%. Y, atención, que el precio del gas este invierno aún podría duplicarse. Todo esto anuncia un hundimiento económico de tal magnitud que muy probablemente se quedará pequeño el apelativo de “gran recesión” o incluso de “depresión”.
Hay otra cosa que no se está explicando correctamente y con honestidad. Europa hace frente a una crisis energética de dimensiones existenciales. Este invierno no va a ser “durísimo”, como han repetido Teresa Ribera o Margarita Robles, no: va a ser mucho peor que eso, sobre todo si el clima es especialmente inclemente en el Viejo Continente. La situación que tenemos entre manos solo puede compararse a la de una guerra, pero no a una guerra cualquiera sino a una guerra mundial. Se está hablando de que decenas de miles perecerán por el frío en toda Europa, se está hablando de que escasearán los alimentos. Países como Suiza, Finlandia, Alemania o Austria están preparando ya planes para efectuar apagones rotatorios, para racionar como sea la electricidad. Y aún no hablamos de la crisis del diésel, que espera agazapada en el horizonte, dispuesta a darnos el tiro de gracia.
Nuestros gobernantes deben salir ahí y decir la verdad. A las ciudadanas y los ciudadanos españoles no les va a servir de consuelo que sus facturas eléctricas se hayan multiplicado “solo” por 3, mientras las de otros países de Europa se multiplican por 7: igualmente no las van a poder pagar. No podemos seguir esperando y confiando en que los mecanismos de mercado arreglen este desaguisado. Y sobre todo no podemos dejar que se siga alimentando la confusión para provecho de las posiciones más intransigentes y menos democráticas, alentadas también por una política monetaria del BCE que solo añadirá obstáculos y dificultades a la ciudadanía.
Hay que salir ahí y decir la verdad. Que la crisis energética amenaza nuestras vidas, la vida, en todos los sentidos. Que estamos en guerra, no contra Rusia, sino contra la biosfera que nos da los recursos que son nuestro sustento, y que ésta es una guerra que solo podemos perder. Que tenemos que poner a las personas, a la vida, en el centro, en estos momentos tan oscuros. Que hace falta un plan de choque para paliar la pobreza energética y la carestía de los alimentos y las hipotecas.
Es un momento de emergencia y extrema necesidad. No podemos esperar más. Los políticos europeos tienen que dar respuestas y soluciones a la altura del reto. Alemania, hoy mismo, ha anunciado que nacionalizará sus tres empresas gasísticas. La Unión Europea no debería esperar mucho más.
Acabado el dulce sopor y la tregua del verano, muchos hogares y empresas están recibiendo facturas de la luz astronómicas, por montantes que son dos y hasta tres veces superiores a lo habitual por estas fechas. En todos los casos, el problema no se debe a un aumento del consumo sino a cambios en...
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