Cartas desde Meryton
El Apocalipsis, el Apocalipsis
El daño ya está hecho. Muchas vidas se han quedado por el camino y el planeta tardará mucho en comenzar a sanar, pero no estamos condenados por ningún determinismo a aceptar el desastre como algo natural e inevitable
Silvia Cosio 7/09/2022
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“Yo estaba borracho cuando oí pa mis adentros: “El Apocalipsis, el Apocalipsis”, y como ya no tenía un duro para seguir bebiendo, pues me dejé llevar”. Luis Ciges, Así en el cielo como en la tierra, José Luís Cuerda, 1995
Menudo verano hemos pasado, como diría mi amiga Laura, ha sido una montaña rusa de emociones. Tras dos veranos tristones de pandemia y regañinas nos hemos lanzado todos a salvar la hostelería... y lo que hiciera falta. Nos hemos apretujado en terrazas, playas, festivales de música, fiestas de prao, montañas, montes y laderas. Nos han desbordado nuestras ciudades y pueblos y nos hemos ido a desbordar pueblos y ciudades ajenas. Nos hemos achicharrado de noche y de día en esos infiernos de hormigón y coches que llamamos ciudades, los incendios han batido récords, nos han vaciado los embalses para vaciarnos los bolsillos, hemos descubierto que eso que llaman las cloacas del Estado necesita de la prensa para ser eficiente, hacer la compra ya es más arriesgado para nuestra economía que invertir en criptomonedas. El Gobierno ha despertado de su letargo mientras Feijóo se ha ido desinflando hasta quedarse en un Pablo Casado con pinta de comercial del Ocaso. Resulta que si un país de la UE hace como que se enfada te dejan hacer cositas –a ver si nos hemos dejado recortar por encima de nuestras posibilidades–, y que los dogmas neoliberales son como los dogmas católicos, inamovibles hasta que comienzan a ser una molestia para sus apóstoles. Nos están privatizando la sanidad y el espacio público ante nuestras narices e indiferencia, pasear por nuestros barrios se está convirtiendo en lo más parecido a participar en una yincana de tanto esquivar terrazas, mientras que conseguir una cita a tiempo con tu médico de cabecera es más difícil que pillar entradas para Coldplay. La sequía es una cosa muy mala porque seca los campos de golf y se amustian los turistas. Los precios suben, y con ellos los márgenes de beneficios de los que especulan con bienes de primera necesidad, pero no podemos subir nuestros salarios porque hundiríamos la hostelería –creo que me estoy liando–. Desde un yate, Macrón anuncia el fin de la abundancia. La escasez de hielos desató el pánico entre eurodiputados del PP y Vox que no sabían cómo enfriar sus gintonics. Victoria Federica y Tamara Falcó nos han enseñado que, si lo soñamos muy fuerte, todos nuestros deseos se convierten en realidad, que dentro de cada uno de nosotros grita un influencer en rebeldía y, para rematar, a Niño Becerra y Margarita del Val, nuestro economista y viróloga de cabecera, no les ha quedado plató de televisión que visitar anunciando el Apocalipsis.
Que ya podía ser así, porque de esta manera cada cual se buscaría su pequeño rincón donde esperar tranquilamente el final y disfrutar del tiempo que nos queda, cada cual a su gusto: yo, por ejemplo, me imagino viendo en bucle Sandman y leyendo una y otra vez El final del desfile.
El Apocalipsis es todo comodidad, llega y puf, ya está. No tienes que hacer nada, no tienes que esforzarte en provocarlo ni tampoco en evitarlo. Pero lo que nos sucede no es el Apocalipsis. Y no lo es porque no es algo que escape a nuestra responsabilidad, tampoco es un castigo divino, o mala suerte, o un meteorito descarriado con ganas de provocar una extinción masiva. Lo que nos ha pasado este verano, lo que nos va a pasar a partir de ahora, todo lo que hemos hecho y padecido en los últimos cuarenta años es, ni más ni menos, el fruto de una planificación política y económica que prefiere destruirse y destruirnos a cambiar o reformarse. Es el fruto de un fundamentalismo económico destructivo y suicida, como todos los fundamentalismos que hemos aceptado que erosionen nuestro bienestar, nuestros derechos, nuestro entorno, nuestro futuro.
Y esto, aunque no lo parezca, es una buena noticia, porque si bien no soy ajena, como casi nadie, a los cánticos apocalípticos ni al miedo, saber identificar las causas de lo que se nos viene es el primer paso para revertir el proceso. El daño ya está hecho, no podemos negarlo, muchas vidas se han quedado por el camino y el planeta tardará mucho en comenzar a sanar, pero no estamos condenados por ningún determinismo a aceptar el desastre como algo natural e inevitable. La otra opción es dejar que sigan llevándonos hasta el límite mientras salvamos la hostelería y, cuando nos quedemos sin un duro, aceptar con resignación el Apocalipsis.
“Yo estaba borracho cuando oí pa mis adentros: “El Apocalipsis, el Apocalipsis”, y como ya no tenía un duro para seguir bebiendo, pues me dejé llevar”. Luis Ciges, Así en el cielo como en la tierra, José Luís Cuerda, 1995
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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