Pre-textos para pensar
¿Un mundo feliz?
El mundo maravilloso se nos revela en la asunción simpática de esa encantadora escuela que forma hoy a los influencers, líderes de opinión de un ejército de idiotas necesarios para la producción de una conciencia estandarizada
Liliana David 16/10/2022
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Cualquiera que intente desentrañar el secreto que se oculta detrás del anhelo de felicidad y libertad que nos han vendido, tendría que comenzar por cuestionarse cómo es que uno termina aceptando lo que tiene que hacer cuando, creyéndose libre, en realidad lo que hace es amar su servidumbre. El asunto radica, pues, en el sutil condicionamiento y en una invisible coacción, dos aspectos imperceptibles, pero bajo los cuales se ha enmascarado la gran manipulación, esa indecente y cínica protagonista que escribe nuestra historia, en la que participamos como simples artefactos, como piezas –si hace falta, intercambiables– que logran que la máquina de aniquilación del llamado “mundo feliz” avance a pasos agigantados, sin detenerse. A ese Brave New World que vaticinó en los años treinta Aldous Huxley es al que, con resignación o conformismo, nos entregamos tras haber extirpado toda posibilidad para pensar, abandonando la responsabilidad necesaria y, con ella, el poder elegir otros escenarios factibles y mejores. En ese sentido, no cabe duda de que el mundo maravilloso se nos revela también en la asunción simpática de la carita feliz, en la reproducción incesante de estereotipadas sonrisas que son producidas en serie por la gracia de la charm school, esa encantadora escuela que está formando hoy a los influencers, líderes de opinión de un ejército de idiotas que son necesarios para la producción de una conciencia estandarizada.
El mundo del Brave New World permite que veamos con mayor claridad la manipulación de mentes y cuerpos humanos
La industria de la comunicación ha sido y es una de las armas más poderosas, tanto para la difusión y expansión como para la invención de información que influya en la manera de pensar de las personas. Y esta forma de proceder la encontramos, aquí y ahora, bajo el rostro de noticias falsas, publicidad y neuromarketing. Huxley no se equivocaba cuando advirtió que los progresos científicos se habrían de acentuar, sobre todo por los resultados arrojados con las investigaciones aplicadas a los seres humanos en biología y psicología. Sin embargo, el asunto no es tanto el llamado progreso de la ciencia y la técnica como el grado de aplicación premeditada y la consecuente afectación que aquel ha alcanzado para conseguir en los individuos una especie de autoalienación. Ya lo decía en Brave New World uno de sus personajes, Bernard Marx, especialista en hipnopedia: “Cien repeticiones tres noches por semana, durante cuatro años. Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad”. Este modo de sujeción, es decir, el que crea las condiciones para soñar despiertos –o, más bien, dormidos, en el sentido irónico de la palabra–, se ha logrado con la tóxica y dañina influencia de los medios masivos de reproducción, los cuales, a través de las pantallas, han ayudado a que los súbditos de ese sistema se reconcilien cada vez que sea necesario y se adapten alegremente con el estado de servidumbre que han asumido como su pobre destino. Dicho de otro modo, las nuevas dinámicas impuestas por un transparente totalitarismo han logrado que los seres se adapten al funcionamiento que demanda un sistema, un todo que vive en la opacidad. Entiéndase la paradoja: un poder que a fuerza de su transparente estrategia termina por difuminarse en el cuerpo social y, retroalimentándose, consigue instalarse perversamente en la mente de muchos, pero sin que pueda reconocérsele ya como tal. De modo que los individuos funcionan como unos autómatas, engranajes de una gran máquina en la que se pasa de las labores rutinarias al ocio, a las infinitas distracciones presas del consumismo, a un esclavismo que impide que la gente dedique la atención necesaria a la situación social y política.
El problema, lejos de ser una cuestión privativa de la literatura y sus mundos de ficción, resulta intensamente político y concierne de lleno al tipo de libertad que nos jugamos en el mundo actual. Porque en medio de esa transparente opacidad de confusión y caos, se va deslizando sobre nuestras mentes una nueva forma de dominio que no es sino la manera en que se instala algo como verdad: una estrategia que sencillamente persigue y pretende la aceptación del estado de cosas que existe. Detrás de la aparente solidez de ese “Nuevo Estado” de las cosas, una vez que los seres, ya reificados, forman también parte de ellas, se agazapa una debilidad inconfesable, un reblandecimiento tan radical que hace que todo, sin distinción, se integre a la materia amorfa de una misma masa común, descomunal y monstruosa: la administración total de nuestras propias vidas. Pero detrás de lo que aún puede parecernos una manipulación de esa vida nuestra, se oculta algo peor y descarnado: la gestión de la vida misma, convertida en mera mercancía.
Es por ello que la sociedad que perfiló la imaginación de Aldous Huxley ya anticipó lo que, varios decenios más tarde, el filósofo francés Michel Foucault llamará la biopolítica y el biopoder. Pero tal poder requiere dos condiciones para su realización: la primera, una capacidad para ejercerse sobre grandes conjuntos vitales, tales como poblaciones o ecosistemas; y la segunda, una tecnología acorde con el alarde prepotente de semejante ejecución. El mundo del Brave New World permite que veamos con mayor claridad la manipulación de mentes y cuerpos humanos, de aquellos que aman servir a una fuerza que avanza ideológicamente bajo un lema muy preciso: “Comunidad, Identidad y Estabilidad”. Comunidad, por todos esos átomos incondicionalmente subordinados al funcionamiento de la totalidad. Identidad, a causa de la unión de todos ellos con el fin de anular cualquier diferencia individual. Y Estabilidad, ante la imposibilidad de que aparezca un nuevo movimiento social que irrumpa y cuestione el “paraíso terrenal” en el que funcionamos como si maravillosamente viviéramos. ¿Llegaremos, pues, algún día a la inhumana realización de semejante distopía? Será necesaria una gran discusión que, desde la reflexión, haga palpable la urgencia que tenemos de alcanzar una práctica social que consiga reventar la infame continuidad de este tiempo y reinventar nuestras vidas con pensamientos, no con simplezas ideológicas de un mundo positivo ni con el negativo reverso de una aniquilación nuclear que vuelve, otra vez, a amenazarnos.
Cualquiera que intente desentrañar el secreto que se oculta detrás del anhelo de felicidad y libertad que nos han vendido, tendría que comenzar por cuestionarse cómo es que uno termina aceptando lo que tiene que hacer cuando, creyéndose libre, en realidad lo que hace es amar su servidumbre. El asunto...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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