CARMEN NEGRÍN / NIETA DE JUAN NEGRÍN
“Estoy esperando la república para pedir la nacionalidad española”
Guillermo Martínez 7/11/2022
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Durante los primeros años de su vida, su abuelo fue como su padre. Como ella, vivía exiliado en París, cuidando los miles de documentos en los que se conservaba la historia más reciente de una España ocupada por el régimen franquista. Su abuelo era Juan Negrín López, el último presidente de la República. Solía mandar a sus dos nietos a comprar los periódicos todos los días. Conversamos con Carmen Negrín (Estados Unidos, 1947) sobre el amor y el odio que suscitó la figura de su abuelo y sobre la nueva Ley de Memoria Democrática.
Usted vivió con su abuelo en París a partir de 1950, cinco años antes de su renuncia a la presidencia del Gobierno de la República española, en México. ¿Piensa mucho en aquellos tiempos?
Bueno, a mi abuelo lo renunciaron, más bien. Pero sí, pienso mucho en aquellos tiempos. Mi madre enfermó y yo marché con mi abuelo a París. Eran tiempos muy intensos y, aunque yo fuera una niña, me dejaron una huella importante. Juan Negrín tenía una autoridad natural que no imponía nada, pero lo inducía.
En el caso de España había que defender una justicia, y es que el pueblo había elegido gobernarse bajo una república
Hasta años más tarde no me di cuenta del privilegio que fue vivir con mi él, una persona tan inteligente. Recuerdo una comida de amigos mexicanos que vinieron a casa; el desafío de uno de ellos era encontrar algo que mi abuelo no supiera contestar, y le preguntó por Jean Paul Sartre. Mi abuelo se rió y empezó a hablar sobre el último libro que había publicado el escritor.
También recuerdo cómo mi hermano y yo bajábamos a comprar los periódicos, unos seis al día. Era un ambiente muy estimulante, siempre había conversaciones sobre lo último que pasaba en el mundo.
La mayoría de la gente recuerda a Juan Negrín López como el último presidente del Gobierno de la Segunda República mientras el Ejecutivo se mantuvo en España. ¿Cómo le recuerda usted?
Yo le veía como un abuelo, pero pronto me di cuenta de que también era el presidente del Consejo de Ministros que, en cierto sentido, encarnaba a España, y él era muy consciente de ello. Un día vino Carrillo a casa, cuando todavía era relativamente joven, y le saludó con un “buenos días, camarada”. Mi abuelo le respondió: “No, camarada no. Presidente”. Él quería poner sus distancias.
Yo tenía nueve años y medio cuando él falleció, en 1956, pero recuerdo que supuso una ausencia. De repente, me faltaba la figura del padre, porque para mí era eso, más que un abuelo. Yo empezaba a oír que no todo el mundo le quería como lo hacía yo, y pensaba que no era posible. Desde esa edad decidí que tenía que hacer algo para que se le conociera, porque fue muy respetado durante la República, pero luego se creó una imagen de él equivocada, que terminó eclipsando la anterior.
Mi abuelo hablaba bien de todo el mundo con dos excepciones: Franco y Casado
“Resistir es vencer” es uno de los famosos lemas atribuidos a su abuelo. Él tenía la idea de que alargar la Guerra Civil todo lo posible haría que, con el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial, los aliados también entraran en España para derrotar a los sublevados. Esto le supuso, y le sigue suponiendo en el mundo de la historiografía, muchas críticas. ¿Usted qué piensa de ello?
Con esta pregunta pienso en Ucrania. ¿Por qué Zelenski sigue luchando en una guerra en minoría frente a los rusos sabiendo que pueden alargarla durante mucho tiempo? Yo entiendo esa voluntad de defender a tu país.
En el caso de España había que defender una justicia, y es que el pueblo había elegido gobernarse bajo una república, y mi abuelo defendía lo que le imponía el pueblo. Pensaba que era cuestión de tiempo, no tanto de ganar, sino de resistir hasta la Segunda Guerra Mundial. Lo lógico hubiera sido que los aliados entraran en la España republicana para liberarla, pero eso nunca ocurrió.
Los seis meses que pasaron entre el final de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial fueron el pretexto para ignorar a España. Las Naciones Unidas, que el propio Negrín había ayudado a construir, reconocieron a Franco.
Como en España no se dio un gran paso cuando falleció Franco, ahora tienes que irlos dando poco a poco, aunque a medida que pasa el tiempo es más difícil
Tan controvertida fue la figura de Juan Negrín que terminó expulsado del PSOE en 1946 por Indalecio Prieto, acusado de estar a las órdenes del Partido Comunista y la Unión Soviética. ¿Cómo le transmitió su familia este acontecimiento? Por otra parte, sí recordará su rehabilitación en el Congreso Federal socialista de 2008.
Mi abuelo no era comunista, podía tener muchas ideas que coincidían con el análisis de Marx, pero en la práctica jamás estuvo de acuerdo con lo que sucedía en Rusia. La relación que tuvo en la Guerra Civil con ellos era más de necesidad que ideológica. Sin ir más lejos, mi padre era piloto y fue a Rusia en varias ocasiones. La última, para aprender a pilotar y bombardear de noche. El caso es que, aunque la guerra terminó en 1939, no le dejaron salir hasta 1940. No hay que olvidar que dos de los tres hijos de Negrín estaban luchando en la Guerra Civil.
¿Y cómo explicar eso a los niños que éramos? Pues muy sencillo, igual que lo estoy haciendo yo ahora, porque se refería a nosotros como si fuéramos adultos. Le molestaba mucho que le acusaran de dejarse manipular por los rusos.
Los llamados Trece puntos de Negrín, publicados en abril de 1938, fueron una especie de intento de rendición pactada con el bando franquista. Los rechazaron y, en febrero de 1939, volvió a intentarlo, esta vez solo con tres puntos innegociables, entre los que se encontraba que los españoles eligieran libremente el régimen bajo el que querían vivir. Tampoco lo consiguió, y pronto llegaría el golpe de Estado de Casado. ¿Su abuelo le contó algo sobre esta cuestión en algún momento?
Lo primero que hay que decir es que todavía no se ha preguntado directamente a los españoles bajo qué régimen quieren vivir.
Mi abuelo hablaba bien de todo el mundo con dos excepciones: Franco y Casado [se ríe]. Era muy respetuoso, no hablaba mal de la gente con la que tenía algún problema, como Prieto, pero a esos dos no les tenía ningún respeto.
Él ya se olía el golpe de Estado de su propia gente, también vio que había personas que estaban intentando matarle. Entonces se fue a la Ciudad Universitaria, en cuyo equipo de construcción había participado. Esa fue su despedida de España, porque entendió que en el mejor de los casos había que retirarse para poder volver en algún momento.
Eso sí, su sentido de Estado nunca le abandonó. En tantas idas y venidas, y viajes, él se llevó un millón y medio de documentos propios y su biblioteca también. Sabía que eran fundamentales para preservar la memoria y para, si en algún momento podían volver, restituir el orden legítimo lo más rápido posible.
Hablemos sobre la actualidad. Se acaba de aprobar la Ley de Memoria Democrática, con diversas críticas por parte del movimiento memorialista. ¿Qué opina la presidenta de honor de la Fundación Juan Negrín?
Hay cosas que llegan muy tarde, y lo siento mucho. Es verdad que con la Ley de Memoria Histórica de Zapatero ni siquiera había un régimen sancionador para aquellos que no la cumplían, y ahora al menos lo hay. Todavía no he tenido tiempo de leer algún análisis de juristas. El gran defecto es que se haya hecho tan tarde y un poco por la fuerza, aunque por fin se hace algo. Veremos ahora cómo se materializan esas palabras y si no la derogan los partidos de derechas si llegan al gobierno.
Siempre he pensado que el PP es lo mismo que Alianza Popular. Hubo un tiempo en el que la derecha parecía más centrada, más inteligente
Una de las principales críticas es que la Ley no deroga la amnistía de 1977 que blinda a los torturadores franquistas frente a la justicia. ¿Qué cree que pensaría su abuelo sobre ello? ¿Estaría orgulloso de este PSOE?
Mi abuelo estaba algo deprimido los últimos meses de su vida, sobre todo tras el reconocimiento de España en la ONU. Tal vez, lo que más le disgustaría es ver el renacimiento del movimiento fascista.
Yo creo que es muy importante lo que el Gobierno ha hecho, porque lleva muchos años prometiendo y ahora, por fin, sale algo más consistente de lo que había. Es un paso más, y como en España no se dio un gran paso cuando falleció Franco, ahora tienes que irlos dando poco a poco, aunque a medida que pasa el tiempo es más difícil.
También presenciamos el auge de una extrema derecha que siempre estuvo incrustada en el Partido Popular. ¿Qué análisis realiza una Fundación como la suya, centrada en la recuperación de la memoria histórica?
Siempre he pensado que el Partido Popular es lo mismo que Alianza Popular. Hubo un tiempo en el que la derecha parecía más centrada, más inteligente, pero eso no duró mucho.
¿A qué periodo se refiere?
En la Transición hubo ciertos intentos de cambio por su parte, aunque el que los llevó a cabo fue el responsable de comunicación de Franco, Adolfo Suárez.
¿Ha sentido miedo alguna vez de lo que fundaciones como la suya pueden sufrir si la extrema derecha se hace más fuerte?
A mí lo que más me preocupaba es que hicieran cualquier barbaridad con los documentos que reunió mi abuelo, por eso están en una caja fuerte. Ese acto de Vox en el que cantaban “volvamos al 36”, ahí bailando, están locos… Eso indica que no han asimilado las bestialidades de las cuales son responsables, o lo fueron sus padres, porque esas cosas van de padres a hijos.
Sobre su abuelo se han escrito cientos de miles de páginas en libros, periódicos y revistas. ¿Considera que queda algo por contar de su historia?
Hace poco se entregaron unos 40.000 documentos nuevos, así que espero que los investigadores puedan encontrar algo en ellos. Es una pena que no se hayan encontrado todavía muchos documentos del exilio, sobre la lucha de mi abuelo por preservar la República fuera de España y por que convivieran en cierta armonía comunistas, anarquistas y socialistas, no solo los socialistas, como hizo Prieto después.
Usted afirmó en una entrevista que no había pedido la nacionalidad española. ¿Por qué?
Estoy esperando a que llegue la república [se ríe]. Sí le dije a mis hijas que la pidieran, porque no me parecía justo que nadie de la familia tuviera relación con España, que siguieran con ese privilegio después de habernos echado a todos.
Yo, que ya soy algo más vieja, insisto en reclamar simbólicamente la república, una petición de mi abuelo en Trece puntos de Negrín, que luego también incluyó en esas tres demandas: que se consultara a la gente, para saber realmente lo que queremos.
Es un dilema porque, si en algún momento se convoca un referéndum, yo no podría dar mi opinión; pero por el momento prefiero decirlo en voz alta.
Y usted, ¿de quién es nieta? ¿De Juan o de Negrín?
Las dos cosas, absolutamente. Me han acompañado sus dos figuras toda la vida. Es cierto que poca gente conoció a Juan, era alguien muy discreto, pero otros tantos tampoco llegaron a conocer a Negrín. Quizá conocieron más al médico que al político. Después de la Guerra Civil, él se acercaba más a los científicos que a los políticos.
Durante los primeros años de su vida, su abuelo fue como su padre. Como ella, vivía exiliado en París, cuidando los miles de documentos en los que se conservaba la historia más reciente de una España ocupada por el régimen franquista. Su abuelo era Juan Negrín López, el último presidente de la República. Solía...
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Guillermo Martínez
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