Marta Espar y Maiol Virgili / Codirectores de ‘Bailar la locura’
“Las personas con trastornos mentales son más receptoras que perpetradoras de violencia”
Sara Beltrame 1/12/2022
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Amaiur Luluaga, Claudia Gómez y Montse Álvarez, bailarinas de danza contemporánea, quieren crear una coreografía sobre la línea que separa la “normalidad” de la “locura”. Deciden invitar en su proceso creativo a la ilustradora Maria Manonelles, a la actriz Itziar Vaquero y a la administrativa Alba Coll, tres mujeres diagnosticadas con un trastorno mental. Las seis se retiran unos días en una casa rural cerca del centro donde ensayan en Rentería (País Vasco) y allí empiezan a dialogar sobre fármacos, delirios, suicidio, soledad, amistad. ¿Conseguirán las bailarinas transformar estas experiencias en movimiento? ¿Cómo cambiará su forma de ver la locura? ¿Se abrirán a compartir sus propias vivencias?
Estas son solo algunas de las preguntas que surgen al ver representados en Bailar la locura temas tabú como el suicidio, los trastornos mentales, la soledad y el rechazo. El documental está codirigido por Marta Espar y Maiol Virgili. Marta Espar es guionista y periodista especializada en temas de salud y ciencia desde hace 20 años. Guionizó y codirigió Veus contra l’estigma, coproducido por Mediapro y Televisión de Catalunya (TV3). Maiol Virgili Llabina es un realizador con más de 20 años de experiencia en el sector audiovisual. De 2010 a 2014 trabajó en los documentales Un món diferent, L’edat daurada y El bosc, el gran oblidat, emitidos en el Sense Ficció de TV3.
Bailar la locura, que obtuvo el Premio del Público en el Festival Choreoscope, combina secuencias reflexivas con otras cargadas de intención poética. Se aleja de los clichés habituales en el tratamiento de los problemas de salud mental para que el espectador pueda decidir por sí mismo y con toda serenidad, dónde se halla esa línea entre la normalidad y la locura.
¿Cómo empezasteis este proyecto?
Marta Espar: Amaiur, Claudia y Montse –las tres bailarinas– ganaron una residencia creativa en el País Vasco y a Amaiur se le ocurrió investigar el límite entre normalidad y locura. Empezaron a diseñar la coreografía hasta que tuvieron la necesidad de hablar con un persona experta para entender mejor qué significa vivir con un trastorno mental. Habían visto mi documental anterior, Voz contra el estigma, y leído mis artículos en El País sobre salud mental y me contactaron. Les propuse encontrar a dos mujeres con las que ya había trabajado. A la tercera la encontramos con la ayuda de una asociación. Después de hablar con ellas, aquella noche ya no pude dormir. Empecé a pensar que esta historia podía ser muy potente y que se tenía que encontrar la manera de grabarla. Además, hacía tiempo que quería hablar de trastorno mental abordando el tema de una forma diferente, que no fuera tan periodística –de datos, de números–, y me pareció perfecto explorar esta necesidad que tenía.
¿Por qué pensaste en Maiol Virgili para este trabajo?
M.E.: Ya habíamos trabajado juntos y sabía que su manera de grabar es iluminadora. Me parecía la persona perfecta. Su fotografía tiene mucha luz. Él y yo hablamos muchísimo durante el proceso creativo y los dos teníamos claro que este tenía que ser un documental luminoso. Queríamos una visión luminosa de las chicas con diagnóstico, porque siempre caemos en el mismo prejuicio: las pensamos todo el rato como personas oscuras, deprimidas, tristes y hasta desagradables. No es así. Tenemos que empezar a romper esta idea.
Queríamos una visión luminosa de las chicas con diagnóstico
La cámara está siempre muy cerca de las protagonistas. Maiol, ¿cuándo y cómo conseguiste alcanzar este nivel de intimidad?
Maiol Virgili: Sabíamos desde el principio que queríamos generar belleza en este documental. Sabíamos también que estábamos pidiendo mucho a las seis protagonistas porque la intención era estar muy cerca de ellas, escuchando conversaciones que son evidentemente íntimas y profundas y esto puede incomodar. Pero pasó algo potente durante esos días en los que estuvimos juntas y fue que ellas nos abrieron las puertas y conectamos. Generamos una buena relación entre todas, desde el respeto, la empatía, con lo cual pudimos acercarnos con la cámara siendo mínimamente invasivos. Había intensidad, pero siempre acompañada de confianza y respeto.
En el documental se tocan temas considerados tabúes. Estoy pensando en la secuencia en la que Maria Manonelles habla de suicidio y de la autolesión con una claridad y una ironía que desarman. Escuchándola, el espectador completa su proceso de mímesis con las protagonistas y la línea entre locura y normalidad se desvanece. Me gustaría saber cómo surgió esa secuencia.
M.E.: No se puede hablar de los trastornos mentales sin hablar del suicidio. Está claro que enfrentarse a ello en un proyecto como este supone un reto muy grande porque tienes que medir las palabras, estar muy atenta a lo que dices, a cómo lo dices. Con María ya nos conocíamos, me había dedicado su libro ilustrado –ella es ilustradora– y teníamos muchísima confianza. María te habla de suicidio, de su propia experiencia, de una manera tan clara que no puedes hacer nada más que empatizar con ella, dejando de lado cualquier prejuicio. Ella te rompe el corazón, pero a la vez te permite entender perfectamente lo que siente porque lo tiene muy claro y conoce las palabras para describirlo.
Y está claro que si entiendes perfectamente un tema tan delicado ya no puedes escaparte, no puedes girar la cabeza hacia otro lado para no escuchar.
M.E.: Exacto. Pasa justamente esto. Creo que es algo mágico, potente.
Hay otro equilibrio que habéis conseguido alcanzar en estos 72 minutos de narración: todas las protagonistas tienen el tiempo y el espacio necesario para poder contar su historia personal.
M.V.: Queríamos poner a todas las protagonistas al mismo nivel. Esta era nuestra intención. Era muy importante dedicarles el mismo tiempo en la narración para que el espectador entendiera que las chicas con diagnóstico no son solo su enfermedad, sino que son personas con un trabajo, aficiones, relaciones, así como las bailarinas tienen sus límites psicológicos y sus emociones para gestionar. En este proyecto, el hecho de tener una estructura productiva reducida y tener que dedicar más tiempo a la grabación nos ha permitido reflexionar con más tranquilidad sobre ciertas cuestiones.
¿Qué pasa cuando apagas la cámara y vuelves a tu casa, en un proyecto como este?
M.V.: Personalmente, estaba todo el rato reflexionando, mientras trabajaba y creaba. Marta quizás está más acostumbrada a tratar estos temas, pero yo sí que venía con mis prejuicios y mis etiquetas. Descubrir que la patología mental es solamente una parte de la vida de una persona con trastornos y que puedes tener un problema de este tipo y la mayor parte del tiempo no estás padeciendo ha sido un gran cambio de perspectiva.
Las chicas con diagnóstico no son solo su enfermedad, sino que son personas con un trabajo, aficiones, relaciones
M.E.: La gente tiene miedo de las personas con trastornos mentales y, quizás por el hecho de estar investigando estos temas desde hace mucho tiempo y ser amiga de muchas personas que padecen trastornos, esto a mí me parece hasta gracioso. Hay un dato que es científico y cierto: las personas con trastornos son más receptoras de violencia que perpetradoras de violencia. Esto está estudiado, no nos lo estamos inventando nosotras, pero parece que todavía mucha gente no es consciente de ello.
¿Cuáles son las reacciones del público? ¿Tenéis ya un feedback en este sentido?
M.V.: La gente lo está recibiendo muy bien. Cuando acabamos una proyección siempre notamos esa empatía que queríamos alcanzar y que es muy difícil de obtener. ¿Hasta dónde puedes llegar hablando de trastornos? ¿En qué momento te emocionas? ¿Cuándo necesitas parar y respirar? En mi caso, ya que tengo que grabar, montar y buscar el tono más adecuado a la narración, es un proceso muy delicado, muy fino y complejo. Estamos contentas con el resultado.
M.E.: Hay una cosa que nos sorprende cuando acabamos las proyecciones: la mayoría de los que nos vienen a comentar algo o a preguntarnos son jóvenes. Son adolescentes que se sienten muy tocados y siempre acaban diciendo que “ojalá se hablara más de esto”.
La narrativa sobre estos temas es limitada y distorsionada, declinada por películas y literatura en las que se fomenta la idea de que las personas con trastornos mentales son todas violentas. Tan poderosos son estos relatos que, de las fantasías de unos pocos directores, guionistas, actores, nace nuestro prejuicio y se fomentan el miedo y el rechazo.
Necesitamos más trabajos como Bailar la locura, un proyecto valioso que merece moverse libremente por las escuelas, los festivales, las salas de cine. Un documental poético que se convierte en una herramienta potente porque genera un espacio seguro desde el cual todas las personas pueden hablar de las enfermedades mentales sintiéndose acompañadas y no juzgadas.
Solo así, fomentando nuevas narrativas, podremos empezar a contrarrestar la incomodidad que nos atraviesa mientras activamos el proceso de deconstrucción que nos ayudará a romper nuestros límites.
Amaiur Luluaga, Claudia Gómez y Montse Álvarez, bailarinas de danza contemporánea, quieren crear una coreografía sobre la línea que separa la “normalidad” de la “locura”. Deciden invitar en su proceso creativo a la ilustradora Maria Manonelles, a la actriz Itziar Vaquero y a la administrativa Alba Coll,...
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Sara Beltrame
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