JAZZMADRID 2022
Ascensión y plenitud con Abdullah Ibrahim
Un recorrido por las figuras más destacadas y los mejores momentos que dejó el festival musical en Madrid
Pedro Calvo 6/12/2022
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El flamenco y el jazz son los dos sujetos principales de la temporada musical otoño/invierno. Dos géneros esencialmente inclusivos, que permiten la expresión de multitud de individualidades de cualquier latitud. La última palabra de JAZZMADRID 2022 ha salido de las yemas de los dedos de Abdullah Ibrahim, un músico bendecido con un espíritu libérrimo y liberador. Y con unas manos mágicas. El público del teatro Fernán Gómez aplaudía y aplaudía, agradecido. Abdullah correspondió a tanto buen rollo con un canto desde lo más profundo. Concierto hermosérrimo y purificador, que el octogenario pianista de Ciudad del Cabo rubricó con los ojos cerrados, puesto en pie y con la mano derecha en la oreja para escuchar su propio canto. Un canto a capela que evocaba la tradición africana y que era en realidad un espiritual que hablaba de cruzar el río Jordán, de trabajar los campos de algodón… Y de volver a la casa donde se nació para encontrarse con que ya no hay nadie para recibirte. Abdullah Ibrahim tiene 88 años. Y es una torre del mejor jazz que ha parido el siglo XX y el XXI.
A Abdullah le hemos disfrutado antes en Madrid y otras ciudades a lo largo de cuatro décadas. En ocasiones ha venido flotando bajo largas, elegantes y vaporosas vestiduras africanas, blancas o azules. Pero la otra noche vino enfundado en un estiloso traje negro, con camisa y corbata del mismo color catafalco. La imagen es siempre la misma: un santo. Un santo que junta las manos a modo de oración para dar las gracias por el diluvio de aplausos que celebra su música. Y su música es una bendición: intensidad y delicadeza derramándose a placer. Una melancolía honda emana de los temas de Ibrahim. Es una melancolía rara, porque en su seno y su deriva tiene una alegría de vivir esperanzada y meditabunda. Triste, feliz y sonriente, ese es el retrato en movimiento de Abdullah Ibrahim. Dominador del sosiego.
Abdullah, hipnótico e imponente, irradia espiritualidad ecuménica. Se cambió el nombre al hacerse musulmán en 1968, abandonando aquel sonoro y quizá equívoco apelativo: Dollar Brand. Fue justo en el momento de descubrir revelaciones y rebeliones, las de los Black Panthers. Su música tiene la carga emocional de cuando tuvo que levantarse contra el apartheid. Es una celebración espiritual en la que se revuelve la imaginación con tradiciones sudafricanas, himnos religiosos holandeses, jazz, blues y demás músicas hermanas, incluyendo a toda la barra de los airados chicos del free jazz (con el argentino Gato Barbieri formó un dúo modélico). Delante tenemos a un apóstol del jazz. Su primer grupo con Hugh Masekela en los años 50 se llamaba The Jazz Epistles. A reglón seguido (y derecho), Abdullah y Duke Ellington tuvieron una epifanía mutua en el arranque de los años 60. Consecuencia inmediata: Ellington dejó que Abdullah se sentara algunas noches al piano de su mítica orquesta celestial. Thelonius Monk le entregó su marca de enigmas y divagaciones. Y Abdullah cose y recose con paciencia y precisión la memoria acumulada, las heridas y dulzuras del alma.
No sabemos qué saben unas de otras, pero la reciente composición Bolero Blue III –no es la única en ese tono de Ibrahim– viene del mismo sitio en el que están Solitude (Duke Ellington), Round Midnight (Thelonious Monk), Ode to Life (Don Pullen), All Alone (Mal Waldron) o Variaciones sobre un tema de Chopin (Frederic Mompou). Música desolada pero alentadora, callada pero despierta. El concierto madrileño siguió el formato de los dos últimos álbumes de Ibrahim, Dream Team (2019) y Solotude (2021). Son discos a piano solo: un reconcentrado de la obra de este grandísimo músico con pulsión mística. Un creador humanísimo que desnuda sus composiciones y las despoja de todo adorno. Su pócima cuece en una reducción de Abdullah Ibrahim. Implosión que enlaza sin pausa unos temas con otros durante 50 minutos. Y de la cabeza te saca cualquier mala piedra que puedas tener. Algunas piezas son un jugueteo minimalista con un ritmo de danza. Esqueletos bailando canciones de amor y lucha.
Sorprendido, agradecido y feliz, Abdullah dejó que las muchachas dijeran la última palabra. La elegancia de poseer la luz
Como todos los fuegos el fuego, todas las músicas la música. La música es políglota. La de Abdullah, muy políglota. Eché de menos alguna escapada hacia las impetuosas oleadas de Mannenberg y Soweto Is Where It Is At: dos temas de mediados de los años 70 que fueron dos himnos sin palabras y dos piezas de cabecera en el movimiento antiapartheid sudafricano. Ahora la expresión viene en modo austero y misterioso. En el espacio entre nota y nota da tiempo a respirar, a pensar y asimilar emociones bondadosas con resonancias secretas. Tras el espiritual a capela, nuevo chaparrón de aplausos. Y nueva propina: Abdullah se arrancó con otro cántico y en el patio de butacas se levantaron tres muchachas, presumiblemente compatriotas del sudafricano. Y comenzó a cantar ese tema con armonías de gran belleza. Sorprendido, agradecido y feliz, Abdullah dejó que las muchachas dijeran la última palabra. La elegancia de poseer la luz.
Surtido de lujo
Salgo de la posesión Abdullah. JAZZMADRID 2022, unido al ciclo “Villanos del Jazz”, nos ha permitido todos los días durante mes y medio dar la vuelta al día en ochenta mundos, según la expresión que cantaba el cronopio Cortázar. El jazz es esencialmente cosmopolita, un surtido de lujo y fantasía. La fiesta comenzó con Mark Guiliana, baterista prometeico y todopoderoso, que llegó con el también prometeico pianista Jason Lindner. Estos dos músicos fueron mitad y parte esencial de los pocos elegidos por David Bowie para construir su descomunal testamento discográfico Blackstar. Hizo Guiliana jazz para viciosos del ingenio.
El siguiente punto filipino de mi itinerario de temporada fue Kurt Elling en compañía del guitarrista Charlie Hunter. El vocalista de Chicago quizá sea el crooner del momento. Dijo que había escrito algunas letras para el último disco con Hunter, SuperBlue (2021), pero que no sabía bien lo que querían decir, que lo importante es que todas son para bailar. Elling sabe muy bien la función de cada palabra, la manera de encarnarse, como se pudo apreciar al cantar en un idioma apenas conocido: el castellano. Así le escuchamos una versión cristalina del bolero Si te contara. Se fueron Elling y Hunter metiendo fuego con un cosquilloso blues del siglo XXI que olía a siglo XIX.
Se agradece el cuidado en mostrar el jazz hecho por mujeres. No siempre fue así y hay que celebrarlo. Como el jazz es eminentemente inclusivo, Oumou Sangaré vino de Mali con su disco Timbuktu. Sincretismo de tradiciones del África Occidental con el folk y el blues. Esa vida común puede apreciarse en un tema tan demoledor como Wassulu Don, donde la voz de Oumou se revuelca con el boogie venenoso de John Lee Hooker. Lanzó un alegato contra la guerra y el público reaccionó con juerga agradecida. Y Sangaré respondió este piropo: “Por dentro sois black”. Noches antes, la chilena Melissa Aldana presentó su disco 12 Stars, donde se incluye Los ojos de Chile, himno de apoyo a la contestación política y las movilizaciones chilenas de 2019. Melisa es hija del saxofonista Marcos Aldana y nieta del postbebop. Su música suena compleja, alambicada y con cerebro de mujer.
Más mujeres del jazz. La saxofonista alemana Ingrid Laubrock vino en compañía de Andy Milne, pianista noruego. Una extraña pareja que hace free-jazz de aventura personal. Parecen escapados de la serie The Big Bang Theory, intelectuales con aire locuelo y pegada demoledora. Cyrille Aimée, criada en el mismo pueblo en que vivió Django Reinhardt, Samois-sur-Seine, entró en esto del jazz deambulando por el swing manouche, la bossa brasileña y la cosa latina. En el despegue colocó una versión elegante, delicada y musculosa de Petite Fleur, añejo tótem decó de Sidney Bechet. La cosa latina le viene a Cyrille por parte de madre, que es dominicana. Consecuencia: Aimée hizo su versión de Estrellitas y duendes, sentimentalismo de Juan Luis Guerra. Hizo una pieza doblando la voz y armonizándola con la maquinita looper. Mucho me gustó su enrollada versión de I'll Be Seeing You, joya del American Songbook. Y me gustaron también sus palabras de despedida: “Gracias por venir a escuchar música en vivo”.
La variedad de propuestas jazzísticas ha venido creciendo desde hace más de un siglo a una velocidad de crucero. El violonchelo era un instrumento raro en el jazz o en el flamenco, ahora está ahí tan campante. Eric Friedlander, hijo del famoso fotógrafo musical Lee Friedlander, fraguó estilo en la vanguardia neoyorquina. Vino con un compañero al piano tanto o más sobresaliente: Dave Douglas. Eric maneja su violonchelo con la destreza de un grande multiuso. Crea suspense y te cuelga la próxima nota pasmosa o un acorde exultante. El futuro del jazz ya está aquí, con este sexagenario. Eric Friedlander lo mismo se lía con el torbellino John Zorn que le vende seda a Laurie Anderson.
De Steve Coleman soy devoto. Hace un jazz vanguardista, arriscado, multicultural, juvenil y… sexagenario. De Chicago, Steve es fundador del colectivo M-Base, tremendo cocedero de la vanguardia neoyorkina. No es un estilo más, sino otra forma de concebir la expresión. Una experiencia que puede enlazar la música del otro Coleman, Ornette (sin parentesco biológico), con el hip hop o la cosa latina. En Madrid salieron a golpe de batería y toque de clarín. La voz hiphopera de Kokayi MC aparece soberbiamente encastrada con la sección de metales: el saxo explorador de Steve y la trompeta locuaz y sugerente de Jonathan Finlayson. Una experiencia arrogante, arrebatada, turbulenta, superadora y feliz. Una explosión de energía que te enciende el pelo. Digo con melancolía que no pude asistir a otras maravillas de la programación 2022. Dejo aquí algunos nombres y varios dientes largos: Cecile McLorin, Paolo Fresu, Lizz Wright, Adam Ben Ezra, Aki Takase, Kenny Garrett, Billy Cobham, Al Di Meola, Melody Gardot, Steve Turre…
El flamenco y el jazz son los dos sujetos principales de la temporada musical otoño/invierno. Dos géneros esencialmente inclusivos, que permiten la expresión de multitud de individualidades de cualquier latitud. La última palabra de JAZZMADRID 2022 ha salido de las yemas de los dedos de Abdullah Ibrahim, un...
Autor >
Pedro Calvo
Periodista chusquero. Nací en Cuatro Caminos (Madrid), en 1954. Vengo de los felices tiempos del estajanovismo plumilla. Me dio por escribir de músicas y de la tele. Tengo el humor ahí. Una manía. En RNE me dejan ponerme fino delante del micro.
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