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HACIA LA SINGULARIDAD

Chat-GPT y la automatización del trabajo

La nueva inteligencia artificial de la empresa OpenAl nos fuerza a repensar lo que entendemos por inteligencia, consciencia y creatividad

Patrick Stasny 24/12/2022

<p>Luditas golpeando un telar mecánico. / <strong>Autor desconocido</strong></p>

Luditas golpeando un telar mecánico. / Autor desconocido

CC

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A principios del siglo XIX, un grupo de obreros de la industria textil inglesa pasó a la historia del socialismo por cometer la niñería de atacar a máquinas inertes, pensando que eran estas las que les quitaban los puestos de trabajo, y no los empresarios que las poseían. Dichos obreros se llamaron a sí mismos Luddites, o luditas, en referencia a un personaje de existencia incierta llamado Ned Ludd, que se convirtió en referente del movimiento tras destruir un telar mecánico como respuesta a la creciente explotación a la que se veían sometidos los obreros textiles del condado de Leicestershire (pronunciado lestershir).

La vía política de los luditas quedó desprestigiada rápidamente, pues los obreros entendieron pronto que el foco de sus protestas debían ser los burgueses propietarios de los medios de producción, y no herramientas sin vida. El rechazo de la clase trabajadora inglesa al progreso técnico fue poco a poco matizándose, y, hacia mediados de siglo, Karl Marx ya se referiría a la evolución tecnológica de manera mucho más ambivalente, pues a pesar de que compartía la preocupación de los luditas por la disrupción de puestos de trabajo, también entendía el desarrollo de la técnica como un motor indispensable del progreso que inevitablemente debería conducir a la revolución comunista.

El rechazo de la clase trabajadora inglesa al progreso técnico fue poco a poco matizándose

Ya en pleno siglo XX, el economista austríaco Joseph Schumpeter inventó el concepto de “destrucción creativa”, que ponía aún más objeciones a la tendencia antitecnológica de los luditas. Schumpeter coincidía con Marx y los antimaquinistas de Leicestershire en que el progreso técnico propio de las sociedades capitalistas ponía en peligro puestos de trabajo, pero, al contrario que sus antecesores, no lo veía como algo necesariamente negativo. Schumpeter había observado que al mismo tiempo que se destruían empleos se creaban muchos otros, precisamente gracias al avance de la tecnología, de modo que el efecto global era positivo, pues los puestos de trabajo ganados y perdidos se compensaban, y se ganaba en innovación. Por ejemplo, si bien los obreros de Leicestershire perdían sus empleos por culpa de la introducción de nueva maquinaria industrial, paralelamente se creaban nuevos trabajos, como el de ingeniero de máquinas hiladoras u operario técnico, y además se conseguían máquinas más productivas. O para poner un caso más cercano a nuestros días: aunque se predice que muchos camioneros se irán al paro con la irrupción de los vehículos inteligentes autoconducidos, también se crearán muchos otros empleos en las industrias de la informática, automoción y derivados, y encima tendremos camiones más eficientes y seguros.

Con todo, a pesar de las muchas impugnaciones que se han hecho de los luditas, la desconfianza de los de Leicestershire respecto a la tecnología sigue coloreando las disputas acerca de las últimas innovaciones técnicas, especialmente a medida que el cambio tecnológico se acelera y crecen las dudas respecto a la destrucción creativa. Por un lado, las sombras e injusticias económicas que habitualmente comporta el proceso de destrucción creativa (sí, tal vez se crean puestos para programadores, pero ¿qué pasa con los camioneros que se van a la calle?) generan muchas preguntas acerca de su coste social. Por otro, la aceleración rampante de la evolución tecnológica lleva a muchos a preguntarse si siempre podremos seguir creando puestos de trabajo, o si al final la tecnología no será simplemente superior a nosotros en todos los frentes, reemplazando cualquier trabajo que se nos pueda ocurrir y convirtiendo la destrucción creativa en una idea obsoleta.

La aparición de la herramienta llamada Chat-GPT, propiedad de la empresa americana OpenAI (fundada por Elon Musk, entre otros), ha vuelto a poner sobre la mesa muchos de estos antiguos debates. Chat-GPT (de Generative Pre-trained Transformer) permite hacer cualquier tipo de preguntas sobre el tema que sea y devuelve respuestas de una claridad y complejidad muy superiores a lo que hasta ahora se podía obtener con otros sistemas basados en “inteligencia artificial” o una búsqueda en Google. Por ejemplo, se le puede pedir: “Escribe un ensayo de 5.000 palabras sobre la recepción del Quijote en las letras inglesas del siglo XVIII”, y producirá un ensayo al nivel de un buen estudiante de tercero de carrera. De hecho, ha habido profesores universitarios, sobre todo en el sistema anglo-americano (en el que las humanidades están casi enteramente dedicadas a la producción de ensayos), que ya han expresado una enorme preocupación acerca del impacto del programa de OpenAI en sus planes de estudio, pues ven como el modelo con el que han funcionado durante casi doscientos años puede estar en riesgo.

La aceleración rampante de la evolución tecnológica lleva a muchos a preguntarse si siempre podremos seguir creando puestos de trabajo

Pero las capacidades de Chat-GPT no se reducen al registro académico. Uno puede preguntarle casi de todo: que resuelva acertijos, que escriba cuentos, que redacte un plan de empresa, que dé indicaciones acerca de cómo producir código informático, etc. Un usuario de Twitter publicó la respuesta que la máquina ofreció a la petición “Explícame cómo despegar un sándwich de mantequilla de cacahuete de una cinta de video, pero hazlo en el estilo de la King James Bible” (la traducción de la Biblia con la que Borges conoció el Eclesiastés): el resultado fue notable, o en cualquier caso muy superior a lo que muchos escritores contemporáneos serían capaces de componer en esa misma situación.

Los comentarios, tuits, vídeos y artículos acerca de la revolución que supone esta herramienta se han extendido a la velocidad de una pandemia. Como era de esperar, muchos periodistas y críticos, viendo la alta calidad de los textos producidos por la máquina, han vaticinado que Chat-GPT pronto automatizará su trabajo, así como el de programador, editor, novelista, agente de viajes, copywriter, agente de seguros, asistente personal, secretario médico, recepcionista, vendedor, manager de márketing, etc… (la lista de oficios fue producida por una respuesta de Chat-GPT cuando fue preguntado por los trabajos que podría automatizar completa o parcialmente). Tampoco han faltado analistas que han declarado que la invención de Chat-GPT podría tratarse de la “singularidad”, aquel profetizado momento en el que la inteligencia artificial supera a la humana y todo cambia. En este momento, sigue el mito, la humanidad quedará desbancada en todos sus esfuerzos creativos e intelectuales, ya que ya no podremos competir con las máquinas. De acuerdo con esta visión, deberíamos comenzar a prepararnos para un mundo “post-trabajo”, en el que no tendrá sentido trabajar porque siempre habrá una máquina que lo hará mejor, más rápido y más barato.

Sin embargo, otros tantos periodistas se han dedicado a rebajar el hype formado alrededor de Chat-GPT, ofreciendo un gran número de razones para mantenerse escépticos ante la supuesta revolución de la inteligencia artificial. Uno de los argumentos que se esgrimen en contra de la herramienta de OpenAI es su incompetencia: aún genera muchos errores o falsedades, se encalla con facilidad, o es incapaz de rastrear internet. Otro es que a pesar de ser categorizada como “inteligencia” artificial, Chat-GPT no es realmente inteligente, sino simplemente un método bastante rudimentario de procesamiento masivo de datos, que únicamente responde a las normas de un algoritmo diseñado por humanos. Por último, muchos creen que el trabajo humano no está seriamente amenazado por Chat-GPT, ya que el sistema capitalista simplemente perpetuará el proceso de destrucción creativa descrito por Schumpeter, y todas aquellas funciones que quedarán obsoletas por la nueva tecnología serán reemplazadas por nuevos problemas y oportunidades que esta misma herramienta creará.

Pero podría ser que en este caso el problema fuese bastante más complejo. A día de hoy, la evidencia de la capacidad de herramientas como Chat-GPT para automatizar oficios es tan grande y abarca tantos campos distintos que es imposible descartar de forma taxativa la posibilidad de que el trabajo humano quede reducido a un absurdo. Es decir, que el proceso de destrucción creativa haya servido para explicar, más o menos adecuadamente, las dinámicas de destrucción y creación de empleo desde la primera revolución industrial hasta principios del siglo XXI no implica que lo mismo deba cumplirse en el futuro. Y por encima de todo está el problema de que ni tan siquiera sabemos si es adecuado llamar a Chat-GPT, o a la inteligencia artificial en general, una “herramienta”.

El argumento de fondo de los que son escépticos ante las grandes previsiones (apocalípticas o utópicas) acerca del futuro del trabajo es que la tecnología siempre debe ser entendida como una herramienta. De acuerdo con este punto de vista, por muy sofisticado que sea su funcionamiento, Chat-GPT no es más que la evolución de una calculadora escolar: la diferencia con una máquina simple es cuantitativa, no cualitativa. En otras palabras, por mucha complejidad que se le añada a un sistema mecánico, no se crea la inteligencia, tan sólo el efecto de la inteligencia. Lo resultante sigue siendo una herramienta que necesita de un intelecto humano para poder ser operada. Cuando salieron las calculadoras no se acabó con los matemáticos, se emplearon las calculadoras para optimizar su trabajo. Cuando salió Google no se terminó con la función de los periodistas, se usó Google como una herramienta más de la labor del investigador. Por tanto, para los escépticos ante la revolución de la inteligencia artificial, es muy posible que Chat-GPT no sea más que una herramienta que usen los escritores, periodistas y programadores del futuro inmediato para desarrollar posibilidades ya latentes en sus oficios, generando nuevas oportunidades de trabajo y perpetuando así el proceso de destrucción creativa.

Desde que existen formas de inteligencia artificial, la humanidad se ha servido de todo tipo de argumentos para justificar su soberanía sobre la técnica y reducirla a una herramienta que puede controlar. Tal vez el más famoso sea el primero: en el Fedro, Platón acusa a la escritura (¿acaso no son los textos la forma más primigenia de inteligencia artificial?) de pretender sustituir la función de la memoria humana (como se sabe, la memoria era una facultad humana central para el filósofo de Atenas, pues sostenía que todo conocimiento no era más que recuerdo de lo que el alma había olvidado al caer al mundo). El argumento viene a ser este: “Sí, tal vez la escritura ayude a recordar algunas cosas, pero nunca podrá sustituir el proceso de [re]conocimiento que constituye la memoria humana”. Desde entonces, cada vez que se inventa un instrumento con el potencial de sustituir o mejorar alguna de las capacidades que opinamos que nos constituyen como humanos se repite el movimiento argumentativo de Platón: “Sí, tal vez la calculadora pueda sumar más rápido que nosotros, pero nunca podrá demostrar teoremas abstractos”; “sí, tal vez Google pueda ofrecer información exhaustiva e instantánea, pero nunca podrá elaborar su propio contenido”; “sí, tal vez haya programas para crear sonidos, pero un ordenador nunca podrá componer una sinfonía”, etc.

Para los escépticos ante la revolución de la inteligencia artificial, es muy posible que Chat-GPT no sea más que una herramienta

¿Pero cuántas de estas predicciones han resultado ser erróneas? Ya hay máquinas que pueden demostrar teoremas abstractos, que escriben ensayos, que componen sinfonías, que generan obras de arte y mucho más. Sin embargo, desde que Chat-GPT se hizo público se vuelven a oír el mismo tipo de razonamientos de siempre. “Sí, tal vez puede escribir un ensayo sobre la influencia de Tolstoi en la revolución bolchevique, pero nunca podrá tomar decisiones políticas”, “sí, tal vez puede improvisar un poema de amor, pero nunca podrá sentir amor”. ¿Pero quién nos lo asegura, y en base a qué?

Concebir a la inteligencia artificial como una “herramienta” implica creer que siempre habrá algo que nos situará intelectual, espiritual o creativamente por encima de la tecnología, como maestros en control. Esto es una creencia que la historia reciente del desarrollo tecnológico no avala. Si algo nos ha enseñado el avance de la técnica es que comprendemos muy poco acerca de conceptos tan elementales como “inteligencia”, “sentir” o “consciencia”, y que muchas veces estos conceptos son únicamente metáforas con las que nos referimos a procesos mucho más complejos, y también mucho más prosaicos. Al fin y al cabo, Chat-GPT es una máquina tonta, que no hace más que compilar una gran cantidad de datos y procesarlos de acuerdo a unos algoritmos bastante mecánicos, y sin embargo logra producir la impresión de ser inteligente.

¿Pero acaso no es así como funciona la inteligencia humana? Sería perfectamente plausible que a pesar de las connotaciones religiosas y espirituales que históricamente se le han atribuido, nuestro cerebro no fuese más que una “máquina” que computase una cantidad enorme de datos de acuerdo a unos algoritmos limitados, y que mediante este proceso se crease el efecto que llamamos “inteligencia”. O tal vez no, pero el caso es que la existencia de una tecnología como Chat-GPT obliga a uno a preguntarse cuestiones fundamentales acerca de la naturaleza de la inteligencia, de la consciencia y de la creatividad. Se dice que Chat-GPT, a pesar de poder escribir diálogos, cuentos o acertijos, no es realmente creativo, pues simplemente recurre a una gran base de datos y combina creaciones previamente hechas por seres humanos para impostar el efecto de la novedad. ¿Pero en qué se diferencia esto del proceso creativo de un ser humano?

Lo cierto es que en la mayoría de las respuestas que ofrece a sus usuarios, Chat-GPT supera el test de Turing (es decir, que en la mayoría de las interacciones es imposible determinar si a uno le está hablando una máquina o un humano), lo que genera preguntas nada fáciles de responder. ¿Qué diferencia hay entre parecer humano y ser humano? ¿Si una máquina es capaz de producir respuestas inteligentes, se puede seguir considerando a la inteligencia un atributo exclusivamente humano? ¿Y a la consciencia, la espiritualidad y la creatividad?

La existencia de una tecnología como Chat-GPT obliga a preguntarse cuestiones fundamentales acerca de la naturaleza de la inteligencia

El argumento de la destrucción creativa descansa sobre el convencimiento de que siempre habrá algo que las máquinas no podrán hacer y los seres humanos sí. En un sistema capitalista, siempre se crearán nuevos trabajos mientras se generen nuevas situaciones laborales que las máquinas no puedan resolver mejor que nosotros. El problema es que ya no podemos afirmar con seguridad que siempre quedarán situaciones, del orden que sean, en las que nuestras capacidades profesionales superarán a las de una máquina. De hecho, la emergencia de la inteligencia artificial, con los problemas que plantea, debería hacernos reconsiderar la historia de la técnica y preguntarnos si la tecnología siempre ha sido una herramienta a nuestro servicio, o si por lo contrario ha sido algo más. Empezando por la escritura que tanto inquietaba a Platón: ¿era un simple objeto dependiente de nosotros, o una entidad con la capacidad de moldearnos tanto como nosotros a ella?

Del mismo modo, deberíamos revisar la crítica que los socialistas científicos de mitades del XIX erigieron contra los luditas. Como se recordará, los movimientos obreros posteriores a los luditas consideraron que el grupo de Leicestershire se equivocaba al creer que su enemigo eran las máquinas inertes y no el sistema económico opresor. Bajo la luz del siglo XXI, sin embargo, podríamos juzgar el mismo acontecimiento de una forma distinta. Acaso deberíamos preguntarnos si los luditas se estaban rebelando contra seres verdaderamente muertos (herramientas) o contra cuerpos físicos biológicamente inertes, pero con la capacidad de modificar vivaz y radicalmente el mundo social que les rodeaba. Dando un ejemplo más obvio: ¿si hoy en día un ludita moderno atacase un servidor de OpenAI, la empresa que ha desarrollado Chat-GPT, podríamos afirmar tajantemente que dicho activista estaría confundiendo la opresión ejercida por personas reales (presumiblemente los accionistas de OpenAI) con una máquina inerte?

Es muy probable que sea demasiado pronto para sentar cátedra acerca del futuro del trabajo. De momento, la existencia de una inteligencia artificial como la de Chat-GPT ya ha obligado a modificar las predicciones de los últimos años. Hasta hace muy poco, todos los estudios acerca de la automatización del trabajo estaban de acuerdo en que los empleos más susceptibles de ser reemplazados por máquinas eran los más rudimentariamente manuales: camioneros, obreros industriales y de construcción, camareros, etc. Sin embargo, la emergencia de tecnologías del estilo de Chat-GPT hacen pensar si tal vez no serán los escritores, los periodistas y los académicos los primeros en quedarse sin trabajo, es decir, que los trabajos intelectuales y creativos podrían ser los más fáciles de sustituir (¡qué gran broma!). Con todo, no debería asombrarnos demasiado que una máquina pueda replicar exitosamente nuestro intelecto, pues siempre se ha sabido que la inteligencia humana es algo relativamente insignificante. El verdadero reto sería reproducir nuestra estupidez, que es grandiosa.

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Patrick Stansy es escritor.

A principios del siglo XIX, un grupo de obreros de la industria textil inglesa pasó a la historia del socialismo por cometer la niñería de atacar a máquinas inertes, pensando que eran estas las que les quitaban los puestos de trabajo, y no los empresarios que las poseían. Dichos obreros se llamaron a sí mismos...

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Patrick Stasny

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