IMAGINACIÓN RADICAL
Infraestructuras de la imaginación
Necesitamos que existan “soñaderos públicos” de las más variadas formas. Muros de deseos por doquier. Laboratorios ciudadanos para prototipar proyectos. Espacios vacíos para aprender a habitar el mundo de otra manera
Bernardo Gutiérrez 22/11/2022
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Al poner un pie en la superficie de la luna, Neil Armstrong vislumbra un grupo de hombres vestidos con trajes espaciales naranjas y escafandras. Tintín abre los brazos. El profesor Tornasol sostiene un ramo de rosas. El Capitán Haddock empuña un cartelito con la palabra Welcome. El perro Milú observaba la escena. Esa fue la viñeta que el dibujante Hergé, papá de Tintín, le envió a Neil Armstrong en 1969, después de que el Apollo 11 aterrizara en la Luna. La postal-guiño no necesitaba mayores explicaciones: Tintín había llegado a la luna dieciséis años antes que Armstrong, en las páginas de Aterrizaje en la Luna. En realidad, desde que Julio Verne publicara De la tierra a la luna en 1865, la especie humana ya había imaginado múltiples maneras de viajar al satélite terráqueo. La película estadounidense Destination Moon (1950) fue uno de los intentos más detallados. Tanto que sus imágenes inspiraron profundamente a Hergé.
El aterrizaje en la luna vino precedido por la ficción especulativa. La historia inventada-imaginada llegó primero. Y es que, como defiende la investigadora afroestadounidense Walidah Imarisha, antes de construir algo, debemos ser capaces de imaginarlo. Sin embargo, en tiempos pandémicos, con un futuro secuestrado por una espiral de distopías, parece que continúa siendo más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. En medio de este presente bloqueado, desde el mundo anglosajón emerge el concepto infraestructuras de la imaginación, una verdadera bocanada de aire fresco para enfrentarse al colapso planetario. Las palabras “infraestructura” e “imaginación”, aparentemente en las antípodas semánticas, se convierten en un potente binomio fantástico.
En tiempos pandémicos, con un futuro secuestrado por una espiral de distopías, parece que continúa siendo más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo
I wish it was. En 2010, la artista Candy Chang transformó la paredes de casas abandonadas de Nueva Orleans en muros de deseos colectivos. Colocó cientos de adhesivos con la frase I wish this was (“me gustaría que esto fuera”) y un espacio en blanco para ser rellenado por los transeúntes. En las paredes brotaron deseos, futuros posibles, usos concretos para los edificios abandonados. Me gustaría que esto fuera un jardín comunitario. Un lugar para sentarse y hablar. Un mercado de productores sostenibles. Una tienda de vinilos. Un restaurante chino. Un hogar. La infraestructura de mínimos aportada por Candy Chang proyectó futuros, abrió posibilidades, desencadenó la capacidad de imaginar colectivamente. El proyecto se replicó en ciudades de todo el mundo.
El método Chang podría encajar con la primera definición que la investigadora Olivia Oldham da a la infraestructura de la imaginación, una “infraestructura que apoya el uso y desarrollo de la habilidad y capacidad de imaginación”. Oldham, vinculada al fascinante proyecto Emerging Futures, financiado por The National Lottery Community Fund del Reino Unido, también considera infraestructuras de la imaginación “el proceso o metodología que implica el uso de facultades imaginativas para diseñar nuevas infraestructuras” y “la descripción de cómo algunos imaginarios socio técnicos están incorporados a las infraestructuras físicas”.
Estas tres definiciones de infraestructuras de la imaginación desembocaron en el evento Imagination Infrastructuring, que se celebró a mediados de 2021. Desde el sur del mundo, el propio subtítulo del evento suena a fábula: “Dotar de recursos, hacer crecer y nutrir las condiciones para la imaginación colectiva y pública”. La imaginación necesita infraestructuras. Físicas, económicas, psicológicas, creativas. La imaginación necesita que existan “soñaderos públicos” de las más variadas formas. Muros de deseos por doquier. Laboratorios ciudadanos para prototipar proyectos. Espacios vacíos para aprender a habitar el mundo de otra manera. Tiempo no productivo para pensar, meditar y crear. En lugar de clusters de empresas, espacios que propicien acciones cooperativas. Huertos urbanos con pedagogías compartidas. En lugar de programas televisivos competitivos y agresivos como MasterChef, necesitamos más proyectos de encuentro cultural para vislumbrar nuestro futuro en común, como hace la pieza teatral The Night, del grupo danés Hello!earth’s. The Night propicia que una treintena de personas duerman juntas y compartan sus sueños para “visionar una sociedad postcapitalista mientras dormimos”.
“He estado en el futuro. Hemos ganado”
Activistas por los derechos de las personas negras. Fuente: Facebook Made by Rebels
José Luis Fdez. Casadevante ‘Kois’ cuenta en su imprescindible blog, Última llamada, la fascinación que le produce una camiseta negra del movimiento Black Lives Matter con un mensaje sencillo: “He estado en el futuro. Ganamos”. La determinación y la esperanza, escribe Kois, son indispensables y contagiosas. En esta columna, ya escribí que cuando la imaginación es acción, el futuro deseado ocupa el presente. También medité en Micro utopías para un futuro inclusivo sobre las utopías reales, tangibles, concretas, que se expanden por el planeta. Si queremos vislumbrar cómo será un mundo sin coches, nada mejor que visitar el barrio de Vauban, en Friburgo (Alemania). Si deseamos escudriñar las mil caras de un mundo más justo y sostenible, visitemos los futuros ficcionados que el proyecto vasco Borradores del Futuro proyecta sobre cosas que ya existen. Antes de escribir, los autores invitados por Borradores del Futuro participan en un Taller de Futurible con personas clave del proyecto elegido para protagonizar la fábula. Del taller emanan ideas, sugerencias e información que el escritor puede (o no) usar en su relato. Por ejemplo, en El río, la escritora Uxue Alberdi imagina el efecto transformador del urbanismo con perspectiva de género, basado en las experiencias desarrolladas en Usurbil, un municipio de Gipuzkoa. En su relato de ficción, las arquitectas Luz e Izaro, que ya se han hecho mayores, “se preparan para morir como habitantes de la ciénaga que conserva la memoria de un pasado en el que no todos quisieron participar”. Recuerdan cómo adaptaron las calles, las casas y las plazas para que el comportamiento de toda la población girase en torno a “los cuidados”.
Mientras nos dotamos de la infraestructura colectiva necesaria para potenciar la imaginación en medio de este mundo-infierno, detectemos qué es lo que a nuestro alrededor es semilla y atajo para otro futuro posible. Urge, como ya escribió Italo Calvino, reconocer quién y qué, “en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”
Al poner un pie en la superficie de la luna, Neil Armstrong vislumbra un grupo de hombres vestidos con trajes espaciales naranjas y escafandras. Tintín abre los brazos. El profesor Tornasol sostiene un ramo de rosas. El Capitán Haddock empuña un cartelito con la palabra Welcome. El perro Milú observaba...
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