MENSAJE DEL REY
Así hablaba Espinete
Desde que hay Gobierno de coalición, el rey emite poco/se le deja emitir poco. El grueso de sus emisiones giran en torno a la promoción de su heredera. Poco más/no se le refrenda mucho más
Guillem Martínez 25/12/2022
![<p>Monarquía.</p>](/images/cache/800x540/nocrop/images%7Ccms-image-000023393.jpg)
Monarquía.
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El discurso del rey se llama así porque lo dice el rey. Pasaba algo parecido con los discursos de Espinete. Espinete, símbolo de la incuestionable unidad de Barrio Sésamo, hablaba, pero no decía nada, en tanto lo que decía lo había escrito un guionista –lamento haberles hecho un spoiler vital, si ese ha sido el caso–. A presión y temperatura normales, el guionista del discurso del rey es, así, Casa Real y el Gobierno. Y más comúnmente, y en última instancia, el Gobierno, pues incluso en el caso de que el discurso lo haya escrito antes un piensa de Casa Real, es el Gobierno quien previamente lo lee, lo matiza, lo cambia y –esto es importante– lo refrenda/le da el OK. Sobre el papel, un rey no puede ni debe decir nada –nada; absolutamente nada– sin que lo refrende el Gobierno. Esa es la historia de las monarquías europeas, salvo la búlgara, la rumana, la griega. Y la española.
¿Cómo saber lo que piensa un rey en una monarquía educada y razonable, por tanto? Se puede saber por las elecciones vitales de ese rey, por su vestuario, por sus hábitos, por sus lapsus, y por los chivatazos de sus exempleados y sus ex, a secas. Y, en el caso del rey de España, se puede saber constantemente, pues los reyes españoles –“marchemos todos, y yo el primero”, “¿disculparme de qué?”– parecen desconocedores del concepto monólogo-interior, de manera que hablan hasta debajo del agua, lo que dificulta refrendar todo lo que dicen. Se ha intentado quitar hierro a ese asunto aludiendo a una posible campechanía incontinente, que justificaría la tendencia a la expansión verbal e ideológica de la monarquía española. Pero el asunto de la campechanía tiene tanto hierro que, si un rey español cayera al agua, se hundiría fatalmente. Para evaluar lo que piensa el rey actual, disponemos, no obstante, de un documento histórico único, certero, impresionante y meditado, alejado por tanto de la telúrica campechanía borbónica. Se trata del discurso del 3O de 2017, un discurso que el Gobierno Rajoy no pidió, pero que aún así refrendó sin cambiar una coma. Ese discurso da pistas sobre el hecho de que el rey es una persona poco o mal informada, y que utiliza como cosmovisión y referencia no sus estudios universitarios, sino mitos chungos y poco útiles para solución de conflictos, cercanos a los del Gobierno PP de aquel momento. En un momento en el que hubiera sido conveniente reducir la tensión, plantear pistas de aterrizaje para unas dinámicas que –como se vio en breve– eran meramente propagandísticas, el rey atizó fuerte, bloqueó soluciones y –esto es muy importante– abrió la compuerta para que la Justicia se tomara las libertades que, de hecho, se tomó a partir de aquel momento. Por lo mismo, la corrección de la Justicia, la paraJusicia, y el Deep State, que se ha modulado, para este tema, a partir de indultos y de –poco lucidos– cambios en el Código Penal, es, ni más ni menos, que un duro correctivo al rey, ese tipo que un día hizo algo democráticamente cuestionable: hablar por su cuenta.
Con ese discurso, y con el juicio en UK por el pack Corina, la suerte de la monarquía española ya está echada. La monarquía española es, así, como el tabaco. Puede tener su punto, mueve mucha pasta, pero no le queda mucho, me temo. Un ejemplo de ello es el uso gubernamental del rey para emitir discursos. Desde que hay Gobierno de coalición, el rey emite poco/se le deja emitir poco. El grueso de sus emisiones giran en torno a la promoción de su heredera. Poco más/no se le refrenda mucho más. Esta semana, por ejemplo, el rey estuvo en un acto público con el Fiscal General del Estado, en el que el Fiscal General del etc. hizo un discurso importante, pronunciándose en contra de la doctrina PP-TC del golpe de Estado. Al rey no se le dejó hablar, sino que se le limitó a decir cuatro chorradas al uso, y a repartir despachos y papelitos. Lo que está bien. El rey no puede hablar. No puede hacer lo que hizo en 2017, un discurso que ha costado 5 años reparar, creándose en la reparación nuevas y profundas averías.
¿De qué ha hablado el rey en su discurso de Navidades? Pues de lo que ha querido el Gobierno. Les explico. Un tipo con las piernas abiertas –que alguien le explique el significado de eso, brrrrr– ha hilvanado reflexiones triviales hasta llegar a Ucrania, momento en que ha girado hacia la OTAN y se ha adentrado en el momento más alto que los cielos vieran/la cumbre de la OTAN en MAD. De ahí ha tirado a la crisis energética y a la inflación. Y de ahí hacia el tema, creado por San Isidoro, de la confianza en la nación española para salir del hoyo. ¿Por qué el Gobierno sigue utilizando el palabro nación, que tan poco une y tanto encabrona, para aludir a la sociedad? Posteriormente, el Gobierno ha reivindicado la CE78 –ese cadáver tras su reforma exprés, que no garantiza el bienestar, tras la sentencia del Estatut, tras el discurso del rey de 2017, y tras lo del TC de esta semana–, y ha aludido a la erosión institucional en unos términos tan ecuménicos que podrían satisfacer a erosionados y a erosionadores. Importante: no se refrendó el uso de un palabro intensificado por el rey en 2017 y, desde entonces, por PP, C’s y, más aún, Vox. La palabra concordia. Que significa, supongo, vamos-a-llevarnos-bien-como-antes, un canto –fúnebre– al R’78 y a su estabilidad, a la que hoy solo se puede llegar, parece, por otros medios, más fúnebres que estables.
El Gobierno ha perdido la oportunidad de hacer decir a Espinete algo nuevo o interesante, nuevamente y otra vez. Tal vez ya no es un muñeco simpático. Tal día como ayer, por otra parte, hará un año.
El discurso del rey se llama así porque lo dice el rey. Pasaba algo parecido con los discursos de Espinete. Espinete, símbolo de la incuestionable unidad de Barrio Sésamo, hablaba, pero no decía nada, en tanto lo que decía lo había escrito un guionista –lamento haberles hecho un spoiler vital, si ese ha...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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