En mitad de la temporada y con un contrato millonario en vigor, un futbolista de Primera División renuncia a su estatus de primera, comodidades de primera y, sobre todo, sueldo de primera para irse a jugar al equipo de sus amores poniendo dinero de su bolsillo en una categoría no profesional. No es habitual y la noticia trasciende al planeta fútbol. No importa edad, localización o ideología, no hay nadie que no aplauda una acción que es radicalmente antimercado. Se habla de valores, lealtad y principios. Todos somos anticapitalistas, aunque la mayoría se niegue a reconocerlo.

Es lógico que noticias como esta generen simpatías. En una sociedad construida sobre la teoría cristiana en la que la única verdad fueron las pedradas contra los mercaderes, y la gran mentira el negocio posterior, algo queda aunque intente taparse. Nos gusta ver que, de vez en cuando, alguien, aunque sea un futbolista, apedrea los cristales del mercado, porque incluso quienes en la calle votan capitalismo salvaje, en casa saben que el dinero no debe ser lo más importante para nadie. Que, aunque en la tele compren lemas como comunismo o libertad, en casa enseñan a sus hijos que lo correcto es compartir y que no se es menos libre por hacerlo. Que aunque votemos a quienes privatizan hasta el agua del grifo, nunca aceptaríamos que en el bar nos cobrasen por un vaso de agua salida de ese mismo grifo. Sabemos que la economía no es el único factor porque invitamos a alguien a casa y jamás se nos ocurriría hacer negocio con la comida que le ponemos por delante ni con la cama en la que dormirá. No hay nada más anticapitalista que hacer favores a cambio de nada y los hacemos continuamente, porque tenemos claro que no todo es susceptible de ser mercado aunque votemos a partidos que mercadean hasta con la salud.

En un mundo coherente, Lucas Pérez –así se llama el tipo ovacionado por una sociedad acostumbrada a apoyar teorías opuestas a lo que aplaude y practica– debería merecer una severa crítica en lugar del aplauso. Él no ha generado riqueza, sino todo lo contrario. Aplaudamos al criticado Cristiano Ronaldo. Respetuoso con las teorías de mercado, ha decidido acabar su carrera con un contrato multimillonario saudí, dejando tras de sí un reguero de mordidas y comisiones que repercutirán favorablemente en la economía cuando sus representantes, chóferes, escoltas y comerciales de las marcas que lo esponsorizan se compren caros relojes, lleven a sus familias a caros restaurantes o inyecten liquidez en la industria de la automoción con nuevos deportivos. Critiquen quienes comulgan con el dios mercado a Lucas Pérez, que no ha generado nada con su romántica decisión. Es una forma de hablar, no lo tomen en serio. Nadie, vote lo que vote y piense lo que piense, tiene que dejar de sentir simpatía por lo que de forma natural la siente, a pesar de la incoherencia. El sistema capitalista, ese que dice que el mundo funcionará de manera correcta si hasta la salud y el agua del grifo son susceptibles de ser sometidas a las leyes del mercado, no se la exige a nadie porque no lo necesita. Pero sepa, eso sí, que si considera que el factor económico no puede ni debe ser el único en la vida, es usted anticapitalista. Le guste o no.