Autodefensa
Mujeres que no piden perdón
Las protagonistas son dos petardas que no representan a nadie más que a sí mismas. Me caen muy bien, sin embargo. Encuentro una genialidad que irriten tanto a algunos de los exponentes del ‘pollaviejismo’ patrio
Adriana T. 15/01/2023

Imagen de promoción de la serie 'Autodefensa'.
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Hace ya bastantes años que contemplo con resignado terror los estragos que el paso del tiempo le están causando a mi cuerpo y a mi mente. Saco el tema –es uno de mis favoritos– en cuanto tengo la oportunidad, y me entretengo detallando cada una de las ignominias que me atormentan para horror de mis sufridos contertulios. Estas canas de la sien no las tenía. Podía sentarme en el suelo durante horas sin que me doliese la espalda después. Debe de haber algún error, porque yo nunca antes me había encontrado arrugas bajo los ojos. Tampoco necesitaba tomar tantas medicinas para que mi organismo hiciera correctamente su trabajo y no intentara matarme. Incluso recuerdo tener algo más de ilusión por la vida, menos impaciencia, contemplar el futuro con confianza, disfrutar de más capacidad de concentración y así un largo etcétera.
Pero si es terrorífico tener que lidiar con los efectos del envejecimiento en el propio cuerpo –destino, ya me he hecho a la idea, sólo eludible a costa de una indeseable muerte precoz–, aún más aterrador es examinar lo que les hace el envejecimiento a otros.
Berta y Belén no piden perdón por absolutamente nada, lo cual es una novedad en una obra protagonizada por mujeres
Y es que algunos se vuelven, no sólo ajados y amarillentos en determinados casos, los ojos opacos, el rictus cansado, la sonrisa mellada, sino, y esto me preocupa mucho más, terriblemente gruñones y mezquinos, poco empáticos, viejos cascarrabias empeñados en tener la razón en todo, y además todo el tiempo. Este fenómeno parece producirse con mayor frecuencia entre los varones –vaya usted a saber por qué motivo– y alcanza todo su esplendor cuando se les pone frente a una fémina joven, enojosa y desenvuelta que, haciendo gala de su descarada lozanía, les espeta el mensaje más cruel que puede recibir un hombre: “No-te-necesito-para-nada”.
Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre Autodefensa, la serie de autoficción protagonizada por dos jóvenes gamberras y –obviamente– privilegiadas que no piden perdón ni por ser ricas –salta a la vista que no parecen tener grandes preocupaciones económicas–, ni por ser guapas, ni por resultar antipáticas y en algún momento algo histriónicas, ni por no depilarse ni intentar esconder sus presuntas imperfecciones para serles deseables o al menos tolerables a los hombres, ni por ser drogadictas, ni tampoco por resultar perfectamente capaces de darle la vuelta a la tortilla y usar los intentos de manipulación chantajista de los señores de su entorno en su propio beneficio. Berta y Belén, las protagonistas, no piden perdón por absolutamente nada, lo cual, intuyo, es una novedad en una obra protagonizada por mujeres, a quienes la socialización temprana nos inculca a fuego que debemos ser siempre modestas, recatadas, poco incómodas, dóciles, honestas y mansas cual corderito. Insignificantes y manejables, en suma.
En lugar de ocupar el centro de sus vidas, como sucede en la mayoría de las ficciones románticas y no románticas, los varones que se atreven a aparecer en Autodefensa son retratados como gañanes llorones y fácilmente prescindibles, meras notas al pie en la vida de las protagonistas, cuando no instrumentos útiles en las manos de las jóvenes para satisfacer sus deseos y necesidades. De algunos hombres obtienen atención con la que entretenerse por un rato, de otros drogas, o quizá una casa en la que pasar una noche de fiesta, a otros los manipulan para lograr un trabajo y tal vez la ansiada fama. Y de los que no pueden obtener nada, sencillamente se ríen. Ninguno es realmente importante en la trama. Admito que no es el enfoque más sano para la construcción de las nuevas identidades o para modelar las difíciles relaciones entre mujeres y hombres, pero, como ficción que es, y sin pretender elevarlo a los altares de referencia para la juventud, creo que ver a los pobres tipos siendo humillados por dos veinteañeras, además bastante inmaduras, no deja de ser, de algún modo, muy refrescante.
Ver a los pobres tipos siendo humillados por dos veinteañeras, además bastante inmaduras, no deja de ser muy refrescante
Por supuesto, este tratamiento de las nuevas masculinidades ha enfurecido a algunos de los grandes exponentes del pollaviejismo patrio. Quiénes se han creído que son estas chavalitas para venir a reírse de mí en mi cara, que esto que hacen ya lo inventaron en Historias del Kronen y luego le intentaron dar otra vuelta de tuerca en Física o Química, que si son pijas drogodependientes, que si ni estudian ni trabajan, que si son soeces e innecesariamente explícitas, que si menudo referente para nuestra aletargada juventud. Qué van a decir los señores cuando dos crías les pasan la manita por la cara, y además sin demasiado esfuerzo.
Yo me he reído con la serie. Es chabacana y grosera, no trata ningún problema real de los muchos que afronta la generación Z. Se banalizan los trastornos mentales, hay presente una gordofobia bastante lamentable, la mayoría de los capítulos carecen de un mensaje relevante. Las protagonistas son dos petardas repelentes que se dedican a labores creativas –música, cine, escritura y drogarse a tiempo completo– y no representan a nadie más que a sí mismas. Me caen muy bien, sin embargo, me divierten mucho. Y encuentro una genialidad que sean capaces de irritar tanto, llegando a consternar francamente a varones que, en algunos casos, les duplican o triplican la edad.
Prescindan de los análisis sociológicos alambicados y rimbombantes, o de las tediosas historias con moralina en las que el protagonista termina muerto o detenido por la policía como ridículo castigo ejemplarizante. Si son capaces de entender la parodia y la ironía, asómense a contemplar Autodefensa sin prejuicios ni expectativas de ningún tipo. Quizá pasen un rato entretenido, sin más pretensiones.
Y si no, sigan disfrutando tranquilos de los estragos que la edad genera en el cuerpo y en la mente. De todos modos, envejecer es inevitable. Lo opcional es hacerlo conservando más o menos intacto el sentido del humor.
Hace ya bastantes años que contemplo con resignado terror los estragos que el paso del tiempo le están causando a mi cuerpo y a mi mente. Saco el tema –es uno de mis favoritos– en cuanto tengo la oportunidad, y me entretengo detallando cada una de las ignominias que me atormentan para horror de mis sufridos...
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Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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