Niñering
La batalla contra el cáncer la libramos los sanos
Deberíamos dejar de alimentarnos morbosamente del dolor íntimo de quienes no tienen más remedio que mirar a la muerte a los ojos, y exigir en su lugar mayor inversión pública en investigación y sanidad
Adriana T. 5/01/2023
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Manifestación por la sanidad pública en Madrid el 13 de noviembre de 2022.
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A lo largo de toda la historia conocida de la humanidad, desde Esquilo hasta las modernas telenovelas turcas, pasando por Shakespeare o Hans Christian Andersen, el público siempre ha disfrutado de lo lindo con una buena tragedia, en especial cuando está bien narrada, con los tiempos cuidadosamente calculados, los villanos identificados y el lúgubre y fatal destino de los protagonistas se intuye ineludible desde las primeras líneas.
En 2023 casi nada de esto ha cambiado, al menos en lo esencial. Sin embargo, un nuevo subgénero trágico empieza a consolidarse en las redes sociales: el de la narración descarnada de la enfermedad oncológica, generalmente explicada con todo lujo de detalles por parte del propio paciente, tanto en su vertiente orgánica y emocional como logística y administrativa. El público, que no siempre llega a diferenciar bien entre realidad y ficción, considera que este tipo de relatos son inspiradores, conecta fácilmente con la narración y se enganchan rápida y vívidamente a la trama, con la ventaja añadida de que ahora pueden interactuar con el protagonista de la historia a través de comentarios –por lo general de apoyo y empatía, aunque, incomprensiblemente, no siempre–, así como hashtags y likes. Sófocles se la estaría gozando fuerte con esto.
Los pacientes oncológicos se han convertido, a menudo muy a su pesar, en los nuevos guerreros trágicos a los que rendir ardoroso tributo en forma de likes. Sin embargo, no todos los enfermos de cáncer valen para este fin. No me malinterpreten. En la era en la que la comunicación se ha visto dominada por las principales redes sociales y, en consecuencia, sometida a sus diferentes lógicas, nada tiene de extraño que una persona decida compartir su vida en forma de tuits, vídeos, textos cortos o imágenes en busca de consuelo, compañía, intercambio de experiencias, validación o, simplemente, entretenimiento. Tampoco es en absoluto reprobable emplear la visibilidad que las redes brindan para dar voz o normalidad a una causa o, como sucede en este caso concreto, a una enfermedad que durante muchas décadas ha tenido la consideración de oprobioso secreto, de vergüenza íntima. Ni siquiera me parece mal que un enfermo decida hacer activismo en algún grado y narre su cruda realidad desde la óptica que mejor considere con el objetivo de concienciar a propios y extraños, aunque en ningún caso se debería creer que tienen la responsabilidad o la obligación de hacerlo.
Los pacientes oncológicos se han convertido, a menudo muy a su pesar, en los nuevos guerreros trágicos a los que rendir ardoroso tributo
Por desgracia, al público le gustan las tragedias puras, no los relatos costumbristas quejicas, reivindicativos o mínimamente realistas. El público demanda el consumo de héroes y heroínas luminosos, víctimas perfectas sin claroscuros que pelean contra un destino cruel sonriendo impasibles ante la muerte, haciendo exhibición de un coraje que, seamos justos, es inexigible a cualquier ser humano. Quieren ídolos y relatos fáciles de manejar, poco incómodos. La audiencia quiere ver stories con el horripilante batín del hospital, quieren contemplar sangre, sueros colgados en perchas desde los que se perfunde morfina y otros medicamentos destinados a mantener al héroe vivo y guerreando. Quieren asomarse desde la comodidad de su hogar a las heridas abiertas, a los puntos de sutura, a la alopecia, a las ojeras amoratadas, a los gestos de dolor y postración. Quieren ver cómo el héroe cae y se vuelve a levantar con una sonrisa pintada en el rostro, inasequible al natural desaliento que la mayoría de nosotros sentiríamos en una situación similar.
De alguna manera que todavía no alcanzo a entender muy bien, los enfermos oncológicos están siendo despojados del control de su propio relato y fagocitados para servir a los intereses de la narrativa individualista y neoliberal; ya saben, “si quieres, puedes”, “sonríe”, “visualiza el éxito”, etc. En ningún caso se les permite quejarse o pedir ayuda aludiendo a lo colectivo. Tampoco ser materialistas y preocuparse por esas minucias tales como tener un techo y tres comidas diarias en un momento de su vida en el que, dependiendo de sus circunstancias, tal vez hayan tenido que renunciar a su trabajo y única fuente de sustento. No se les permite hablar de la muerte si no es en términos estrictamente belicistas, como una batalla a la que tienen que plantar cara y ganar, como si sobrevivir al cáncer fuera una cuestión de mera actitud. No se les deja pensar en voz alta en qué pasará si, efectivamente, logran sobrevivir, pero lo hacen con secuelas que comprometen su calidad de vida y su capacidad para trabajar o desempeñarse de manera autónoma. Se convierte en tabú para estos enfermos mostrar desánimo, tristeza o momentos de pánico. La depresión, ansiedad u otros trastornos de la salud mental desatados tras el infausto diagnóstico son declarados anatema. O, en una retorcidísima vuelta de tuerca, si el enfermo de cáncer los sufre, hará bien en sufrirlos con una sonrisa y darnos así una lección de vida.
"Niña de 13 años comatosa. No hay médico. La ambulancia no se atrevía a llevársela sin médico. Estoy sola. Dicen que mandarán al celador de Colmenar, que también está solo y aquello lo cerrarán hoy".@Marcolsan es enfermera en Soto del Real. @matsmadrid
— CTXT (@ctxt_es) January 4, 2023
"Es un atentado". pic.twitter.com/VvqKapy0dz
Ahora que estamos atravesando una época en la que los profesionales sanitarios están exponiendo sin tapujos la insoportable realidad con la que tienen que lidiar a diario por la falta de recursos materiales y humanos (véase el tuit insertado a modo de ejemplo), los enfermos de cáncer son fetichizados por la narrativa individualista que trata de imponer la idea de que su enfermedad es una batalla que ganarán si demuestran poseer la actitud adecuada para ello. No sólo eso, los enfermos son también sometidos a las lógicas del mundo del espectáculo. Se les exige una cierta presencia, una historia conmovedora y sin tacha, apariciones frecuentes en sus redes sociales, reivindicaciones que no incomoden realmente. Se les obliga a ser luz en el momento de mayor oscuridad de su vida.
Pero los enfermos no son influencers, ni los protagonistas de una telenovela, ni coaches motivacionales. Tampoco ganan, ni pierden, o siquiera batallan: bastante tienen con cuidarse y dejarse cuidar, con poder acceder a tiempo a los tratamientos indicados, con pelear –porque eso sí que es una pelea– contra el entramado burocrático para poder optar a una baja remunerada o a una pensión cuando sobreviven al cáncer con secuelas.
Si alguien puede ganarle la batalla al cáncer tiene que ser la sociedad en su conjunto, no el individuo aquejado de ese padecimiento. Deberíamos dejar de alimentarnos morbosamente de los dolores profundos e íntimos de quienes no tienen más remedio que mirar a la muerte a los ojos, y exigir en su lugar más recursos públicos, mejor sanidad, financiación para la ciencia y la investigación, y bajas por discapacidad. A Eurípides este enfoque no le parecerá tan divertido, pero, dado que lleva unos 2.500 años muerto, creo que va siendo hora de que empecemos a hacer las cosas de otra manera.
A lo largo de toda la historia conocida de la humanidad, desde Esquilo hasta las modernas telenovelas turcas, pasando por Shakespeare o Hans Christian Andersen, el público siempre ha disfrutado de lo lindo con una buena tragedia, en especial cuando está bien narrada, con los tiempos cuidadosamente calculados, los...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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