Negro sobre Negro XI
Jens Lapidus: cayetanos suecos y mafia yugoslava
En la Trilogía de Estocolmo no hay apenas personajes de clase media y los extremos del espectro social se diseccionan con precisión quirúrgica
Xosé Manuel Pereiro 12/02/2023
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¿Suecia son bosques y lagos helados la mitad del año y llenos de mosquitos la otra mitad, en los que de vez en cuando aparecen cadáveres descuartizados como reses? Parece ser que sí, o eso leemos. ¿Y urbes tranquilas en las que todo el mundo se tutea y los policías reparten su tiempo entre las labores propias de su profesión y los comentarios sobre el clima o las vicisitudes familiares? Pues también. Pero hay otras Suecias, y si quieren conocerlas, nada mejor que sumergirse en la trilogía que escribió Jens Lapidus entre 2006 y 2011. Snabba cash (Dinero fácil, traducción de María Sierra, 2009), Aldrig fucka upp (Nunca la jodas, trad. de María Sierra y Martin Simonson, 2010) y Livet deluxe (Una vida de lujo, Martin Simonson, 2011). En esas novelas (“La trilogía de Estocolmo”, las tres en Suma de Letras) no está reflejada toda la sociedad sueca. Se pueden contar con los dedos los personajes de clase media, y con las orejas los que viven en provincias. Pero los extremos del espectro social holmiense están diseccionados con precisión quirúrgica.
Por ejemplo, los chicos de Stureplan. La zona de diversión de la clase alta y más que alta, de aquellos y aquellas que aparecen en las páginas de sociedad con las princesas Magdalena y Victoria, llena de discotecas exclusivas, donde, para intentar entrar, las chicas que no son VIP ofrecen a los porteros felaciones y los chicos enseñan visas oro. “Noche de sábado en Estocolmo: colas, tarjetas de crédito, minifaldas. Los de diecisiete años, borrachos. Los de veinticinco años, borrachos. Los de cuarenta y tres años, borrachos. Todos borrachos. Los porteros con chaquetas de cuero y tono chulesco: que no, que no, que no. Algunos no lo cogían: busca tu tipo de garito o que te nieguen la entrada, no intentes entrar ahí donde no pegas” (Dinero fácil). (En diciembre de 1994 sucedieron los llamados “asesinatos de Stureplan”: dos jóvenes de origen chileno y uno de origen árabe mataron al portero de un club nocturno y a tres personas más con un fusil automático después de que no les dejasen entrar). Aunque hay gente, como JW, a la que no le hace falta enseñar nada, porque su aspecto lo dice todo. “JW con el pelo engominado hacia atrás. Y sí, sabía que un montón de pringados odiaban su peinado, lo llamaban lamido de vaca al mismo tiempo que en su mirada se reflejaba un cierto odio. Pero semejantes comunistas no controlaban nada, así que por qué iba a preocuparse”.
Y en el otro lado, Södertälje, un barrio o municipio (en Suecia las divisiones administrativas cambian cada diez o veinte años) que de balneario pasó a centro fabril y a recibir, a partir de los años 60 y 70, a decenas de miles de trabajadores inmigrantes, primero griegos, yugoslavos y finlandeses, y después de todo el mundo. Un barrio en el que, como dice un personaje, uno de cada dos críos que nacen es jugador de fútbol profesional y uno de cada dos, ladrón de coches. “El sitio donde la gente de extrema izquierda quemaba tiendas de alimentación, donde los chicos de Ronna abrían fuego a la comisaría con rifles automáticos, donde el X-team estaba en guerra contra la hermandad siria y las panaderías industriales hacían el ciabatta más jugoso al norte de Italia. La ciudad desde la cual Suryoyo TV y Suryoyo Sat [canal de televisión por satélite en lengua asiria/caldeo/siríaca] emitían programas de televisión por todo el mundo, el lugar que en realidad se llamaba la Pequeña Bagdad” (Vida de lujo).
Jens Lapidus (Estocolmo, 1974) no nació en Stureplan, pero sí en Hägersten, enfrente de las islas que constituyen el centro de la ciudad. Y, de hecho, como pueden concluir si observan la foto del autor, Lapidus se parece bastante a su personaje, JW. Incluso la revista King lo proclamó en 2008 “el hombre mejor vestido de Suecia” y en 2011 “el séptimo más poderoso en la lista de moda masculina”. Yendo a lo nuestro, Jens Lapidus se licenció en derecho en Estocolmo y en Londres y empezó a trabajar en el Tribunal de Sollentuna (otro barrio o lo que sea, de los que la policía recomienda a los turistas no visitar). Después entró en un bufete comercial de prestigio. Y entonces escribió su primera novela, Snabba cash. Cuatro años después, había vendido 600.000 ejemplares (Suecia tiene unos 10 millones de habitantes. Eso sí, el clima suele invitar a quedarse en casa). Compaginó abogacía, escritura y guiones de televisión (Dinero fácil es una serie creada en 2021 que emite Netflix), hasta que en 2017 dejó el bufete y el Colegio de Abogados.
Lapidus compaginó abogacía, escritura y guiones de televisión
Cuando aún ejercía, en 2012, le confesó a Blanca Torquemada en ABC como combinaba esos dos mundos. “Conozco a todo tipo de personas, algunas de las cuales han cometido hechos muy graves. Pero cuando me siento a hablar con ellas llego a conocerlas y a veces empiezo a sentir cierta simpatía: son individuos como yo. Imagino que así deben de sentirse los padres de los criminales: quieren a sus hijos, pero odian lo que hacen […] Hace unos meses defendí a una persona que filmó la tortura a otro ser humano. Confesó el crimen, pero tuvimos que ver toda la filmación. Fue horrible y me llenó de inquietud. Creo que es una buena señal que uno pueda sentir aún este tipo de emociones, pero es también importante recordar que en un estado democrático incluso el peor criminal tiene derecho a una defensa”.
Es inevitable no sentir simpatía por algunos de los personajes que habitan la trilogía (no son historias consecutivas, pero bastantes tramas sí lo son, y tienen muchos protagonistas comunes). Johan Westlund, JW, el pijo que frecuenta a los cayetanos de Stureplan, no es lo que parece. “Fingía ser un megapijo. En realidad era un muerto de hambre. Comía pasta con kétchup cinco días a la semana, nunca iba al cine, se colaba en el transporte público, se llevaba el papel higiénico de los baños de la universidad, mangaba comida en el supermercado ICA y calcetines Burlington en NK, se cortaba el pelo él mismo, compraba su ropa de marca de segunda mano y se colaba gratis en el gimnasio SATS, cuando la chica de recepción no se daba cuenta”. Un estudiante de provincias de clase media que trabaja de taxista ilegal para subvencionar el tren de vida que lleva un par de días con sus amigos, que está obsesionado con su hermana desaparecida, y que se convertirá primero en el camello de la jet set y después en el bróker de las mafias para conseguir sus sueños. Para Lapidus, el símbolo de la Suecia de los últimos tiempos.
Es inevitable no sentir simpatía por algunos de los personajes que habitan la trilogía
Otro símbolo es uno de los protagonistas más entrañables de la trilogía, Jorge Salinas Barrio, Jboy, el hijo de una chilena que llegó a Suecia huyendo de Pinochet, que adora a su madre y a su hermana. El héroe de los chicos de Sollentuna desde que escapó de la cárcel y el impenitente organizador de planes, siempre al límite, con dos únicos objetivos: hacerse rico y vengarse de Radovan Kranjic, el jefe de la mafia serbia que lo convirtió en un chivo expiatorio. En la primera novela hay un tercer protagonista que se diluye en las otras dos: Mrado Slovovic. “El hombre cumplía todos los requisitos del aspecto de gánster yugoslavo clásico: chaqueta de piel tres cuartos, bufanda, vaqueros negros, zapatos de piel. El cuello más ancho que el de Hulk. Los brazos a los costados arqueados hacia fuera, parecía como si siempre estuviera cargando con un televisor. Pelo corto color ceniza, el flequillo cortado recto. Las mandíbulas revelaban una férrea dieta de testosterona”.
La segunda novela, Nunca la jodas, aparca un tanto la centralidad de estos personajes –no su ambiente– para presentar, entre otros a Niklas Brogren, un exmercenario sueco en Irak que se va convirtiendo en un trasunto de Travis, el protagonista de Taxi driver, y a Martin Hägerström, un policía de origen aristocrático (ya comenté que aquí no había middle class) y sexualidad confusa. La trama incluye muchas alusiones al Deep state sueco e insinuaciones más o menos veladas de su posible participación en el asesinato de Olof Palme. Porque no es socialdemocracia todo lo que reluce en el país de Abba. “Para algunos, Estocolmo era una ciudad agradable, acogedora, genuina. Pintoresca, con personas educadas y amables, calles limpias e interesantes zonas de compras. Para los polis era una ciudad llena de alcohol, vómito y pis. Para muchos se trataba de instalaciones públicas igualitarias, interesantes proyectos culturales, cafés de moda y hermosas fachadas. Para otros, nada más que fachadas. Tras ellas: cervecerías cutres, cuchitriles, burdeles. Mujeres maltratadas cuyos círculos de amistades hacían caso omiso de sus caras con moratones, heroinómanos que robaban en el supermercado Konsum local para comprar un subidón de media hora, macarras de extrarradio que arrasaban libremente: pateaban a pensionistas de camino al banco para pagar el alquiler. El modelo sueco había dado sus últimos alientos roncos en algún momento de los ochenta, y a ningún capullo le importó” (Nunca la jodas).
Así, en la trilogía de Estocolmo se nos muestra cómo los llamados paraísos fiscales son como la Isla de la Tortuga de los piratas del Caribe: lugares en los que no rigen las leyes que obligan al resto del mundo. Cómo son los pasos para blanquear dinero (“Movimientos de un sistema económico a otro. Movimientos desde las zonas sucias a las zonas limpias. Movimientos cíclicos. Movimientos a través de tres pasos vitales: colocación, ocultación, reinserción”) o para iniciarse como camello (“Empieza invitando gratis. Haz amigos siendo generoso, amigos a los que les guste la coca. Asegúrate de que la gente se meta lo menos posible en el propio garito; es un sitio poco seguro. Mejor ir a tomar la última a casa”). Incluso se describen los estilos en la decoración de las casas de los cayetanos (“Techos de más de tres metros de altura. Gruesas capas de estuco. Dos sillones y un sofá gris sobre una alfombra auténtica. Cuatrocientos mil pequeños nudos hechos por un niño encadenado”), o de los capos serbios (“Estilo lujoso de Europa del Este. Sofás de piel negra en un rincón. Mesa de cristal. Librería con estéreo, televisión de pantalla plana y reproductor de DVD. Cosas caras. Más cosas en la librería: CD, sobre todo serbios y rock. Películas en DVD: acción, películas de boxeo, todos los Rocky y documentales serbios. Fotos de la familia en Belgrado”).
Suecia no es el remanso de paz que imaginamos. En 2022 hubo 62 muertos a balazos
Aunque en su momento Lapidus ironizó sobre que esperaba de un momento a otro una llamada del Ministerio de Asuntos Exteriores para pedirle que dejase de dar mala prensa al país, lo cierto es que Suecia no es el remanso de paz que imaginamos. Los serbios, los primeros en llegar, se disputaron los territorios y los sectores con la mafia rusa y los Ángeles del Infierno. Después, se apuntaron muchos más. En 2000, Suecia ocupaba el puesto número 18 de 22 países de Europa en muertes per cápita en tiroteos. En 2015 solo tenía delante a Croacia. En 2018 escaló al primer puesto, según datos de Eurostat. No hay datos de más años, pero en 2022 hubo 62 muertos a balazos, un 38% más que en 2021.
En Vida de lujo, como es norma, se resuelven todas las tramas y cada uno se lleva lo suyo. No lo que debería, por supuesto. “En los tribunales no buscamos justicia: buscamos un juicio justo, es todo lo que podemos hacer”, reconocía el autor en ABC. “La justicia perfecta desde un punto de vista moral es imposible”.
¿Suecia son bosques y lagos helados la mitad del año y llenos de mosquitos la otra mitad, en los que de vez en cuando aparecen cadáveres descuartizados como reses? Parece ser que sí, o eso leemos. ¿Y urbes tranquilas en las que todo el mundo se tutea y los policías reparten su tiempo entre las labores propias de...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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