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movilizaciones

Política racializada y revolución en Perú

200 años después de su independencia, los excluidos están exigiendo ser parte de la patria, y para ello reivindican su protagonismo político. Ni más ni menos

David Roca Basadre 18/02/2023

<p>Manifestante protesta frente a la policía, en una de las calles principales de Lima. </p>

Manifestante protesta frente a la policía, en una de las calles principales de Lima. 

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La historia de la colonización occidental del planeta es una de las más grandes hazañas de la historia que ya, luego de aquello, debió ser universal. Hay muchas hipótesis acerca de la razón de aquel logro, el por qué y el cómo, pero sin dudas no tiene para nada que ver con alguna presumible superioridad biológica ni civilizatoria, y menos religiosa. 

Motivados sí estaban los europeos. A pesar de plagas y pestes, se reproducían mucho, y en tan pequeño territorio que, además, tenía serios problemas naturales para producir espontáneamente bienes y alimentos como para abastecerse con suficiencia. Tocaba morir o buscar lejos.

Guerreros, acostumbrados a intensas y duras luchas entre ellos, desarrollaron dotes navegantes, y supieron usar de artificios ajenos para su propio beneficio, como pocos. Tal, la pólvora a la que dieron uso bélico que los chinos, sus inventores, no usaban. Además de cierta capacidad de ir más allá de las hipérboles a la hora de tomar decisiones, a pesar del fanatismo religioso que también los acicateaba. 

No se debe ni puede juzgar la Historia, pero sí aprender de ella y valorar sus consecuencias. Y hoy sabemos que toda superposición cultural impuesta tiene consecuencias graves que es indispensable evitar, o de las que es obligatorio desprenderse. 

Esos desencuentros son de pensamiento, tanto como de uso del territorio. Me viene a la mente este breve episodio –entre tanto que relata Tzvetan Todorov en La conquista de América – para ilustrar lo primero: “…agotados todos los medios, Cuauhtémoc decide emplear el arma suprema. ¿Cuál es? El magnífico traje de plumas que le ha sido legado por su padre, traje al que se le atribuía la misteriosa virtud de hacer huir al enemigo con sólo verlo: un valiente guerrero lo vestirá y se lanzará contra los españoles. Pero las plumas de quetzal no traen la victoria a los aztecas.” No es para burlarse, los invasores confiaban en que Santiago Apóstol convertido de Matamoros en Mataindios, les asegurara la victoria. Sabemos que no influyeron ni uno ni otro, fueron muchos otros factores los que lograron el desenlace. Pero eran dos ideas diferentes confrontadas, donde la originaria estaba dispuesta a conceder, y la otra –la cristiana– era, y quizá es parte de la respuesta, absolutista.  

Sobre lo segundo, uso del territorio, los historiadores de desastres tienen mucho que contar. La inadecuación de instrumentos para uso del suelo, los animales y flora provenientes de otras latitudes que marginaron a las locales, el desconocimiento sobre dónde construir o no, el objetivo de la intromisión que era el saqueo y sus efectos, sin dejar de mencionar virus y bacterias que acompañaban a los viajeros, generaron tal transformación del paisaje y de la vida de las gentes en América que merecieron que Guamán Poma de Ayala, el gran historiador indígena andino le llamara a todo ello “el gran Pachacuti”, es decir la inversión del mundo. La gran catástrofe. 

La sociedad colonial

El invasor también organizó la vida social, a fin de acondicionar su administración a sus fines. Para ello, era necesario distinguir entre colonizados y colonizadores. El color de la piel y los hábitos y culturas se convirtieron de pronto en un medio para respaldar actos que, de otra manera, hubieran sido injustificables. Los africanos subsaharianos fueron definidos como animales, buenos para el trabajo pesado, la servidumbre, la diversión, y satisfacciones eróticas. Los indígenas de América levantaron dudas asimismo sobre su humanidad. El gran debate entre el defensor de los indígenas Bartolomé de la Casas y su oponente Ginés de Sepúlveda, en Valladolid, deja constancia de esas discusiones que debían tener como resultado, allí en las tierras bajo control colonial español, la dación de leyes de protección a los pueblos originarios de América, aunque considerados como humanos de segunda categoría. Dicha protección no se ejerció más que someramente, lo que ha llevado a algunos a opinar que, en la práctica, en aquel debate se impuso Sepúlveda. 

De hecho, se organizó la vida colonial en estancos separados. Una república de españoles, que incluiría a criollos y mestizos hijos de españoles nacidos en el continente, y otra de indios con su propia legislación y trato. Sumado a ello, los esclavos. 

Como la vida no es de dos ni de tres colores, hubo trabajo por realizar para organizar a la gente según decenas de mestizajes que se iban dando, tantos que obligó al invento de otros tantos nuevos adjetivos. Subrayemos que, como dice Aníbal Quijano, “ninguna de esas identidades y categorías históricas existía en el mundo antes de 1492. Son la marca de nacimiento de América y la base misma de la colonialidad del actual poder global”. La idea, tan extendida en la península, sobre la limpieza de sangre, contribuyó en mucho a estas clasificaciones. Español, criollo, mestizo, pardo, cuarterón de mestizo, zambo, zambo prieto, mulato, cuarterón de mulato, saltapatrás, apiñonado, cholo, tente en el aire, etc., de esos y muchos más adjetivos uno encuentra en las actas de nacimiento de las parroquias de tiempos coloniales y ya bien entradas las repúblicas. Llama la atención en dichas actas, que he podido ver, la creatividad y malabarismo verbal de los señores curas para definir las características físicas y adivinar los antecedentes cromáticos de cada recién nacido. 

En esa complicada organización social, solo quedaba claro algo: estaban los españoles y sus relacionados directos, y el resto. Dos mundos. 

Ese resto, con menos derechos, estaba para servir al otro, jamás para gobernar. Pero debía también vivir, obviamente. No participaba de la economía de la república de españoles, a la que sin embargo atendía. Pero generó sus propios mercados locales, sus propios círculos de negocios, sus productos de consumo que no eran los mismos que los de los españoles generalmente traídos de la península, o tan escasos que resultaban inalcanzables. Y su propia culinaria…

Ese resto, con menos derechos, estaba para servir al otro, jamás para gobernar

Durante décadas este sistema funcionó. El rostro blanqueado de las clases dirigentes latinoamericanas se debe a que exterminaron todo rastro de las poblaciones originarias, y a que fueron invisibilizadas allí donde pudieron ser absorbidas totalmente por la cultura occidental predominante. Pero, en aquellos lugares en que hubo sólidas estructuras culturales capaces de resistir el avasallamiento, fueron sometidas, marginadas, alejadas de todo espacio de decisión, y hasta negadas: tal el caso de México, Guatemala, zonas de Honduras, Ecuador, Perú, Bolivia, y en general los territorios de influencia maya, azteca, inca y de los pueblos que los antecedieron. Sumado ello a la población de ascendencia africana que, de manera variable, influyó de manera importante en la configuración de las sociedades coloniales. 

Otro es el caso de los pueblos indígenas amazónicos en América del Sur, cuya incorporación por la fuerza es más reciente, pero que repite el patrón de conquista anterior, esta vez a manos de los neoeuropeos descendientes de los conquistadores. Este capítulo amazónico habría que seguirlo para observar cómo se repiten, sin variar más que los vestidos, el patrón de invasión y conquista de hace poco más de 500 años. 

El caso del Perú: en qué devino eso hoy

Francisco Durand, brillante sociólogo peruano recientemente fallecido, describe tres economías paralelas al interior de la economía peruana que permiten entender la concreción y el funcionamiento de todos esos antecedentes hoy. Y que, mutatis mutandis, puede adaptarse a la mayoría de sociedades que fueron colonias. 

Tres economías y una sola

Durand explica que existe la economía formal que –agregamos nosotros– heredaría la dinámica de la república de españoles, la economía informal que heredaría la dinámica de los sectores excluidos, y la nueva aparición, la economía delictiva, capaz de someter a todos. 

En estas economías, “contra lo que comúnmente se cree, todas tienen una estructura piramidal. Es así porque en su interior existen jerarquías, lo que permite hablar con propiedad de estructuras sociales paralelas, asunto antes ignorado o poco discutido por los analistas más serios. En el Perú de hoy los de arriba no son (solo) los de antes, aunque entre ellos no se junten ni se mezclen.”

Los formales

Explica Durand que “la economía formal la componen empresas y trabajadores que operan dentro de la legalidad. (…) pueden ser fácilmente supervisados. Están dentro de un orden manejado por el Estado más allá de si su comportamiento es el ideal.”

Pero que “estén dentro del sistema no quiere decir, particularmente para los que tienen poder, que no puedan abusarlo o aprovecharlo.” Y así, “el impuesto a las ventas y el selectivo al consumo, sobre todo, la gasolina, lo pagan todos, siendo una carga pesada para los más pobres, mientras que el impuesto a la renta, que sintomática y lamentablemente en el Perú es el más débil en cuanto a recaudación, se obtiene de la formalidad.”

Explica Durand que “las clases sociales en el periodo precrisis de las décadas de 1970 y 1980 estaban organizadas en función al trabajo: el campesino dependía del patrón, del administrador o del capataz; el obrero, de los supervisores, del gerente y de los dueños de las acciones. Hoy en día el sector formal es mucho más pequeño, no solo por los avances de las otras dos economías. Esa limitación se evidencia en el hecho de que la gran empresa genera poco empleo. Es intensiva en capital y “grande” en el sentido que abastece al conjunto del país, lo que significa otro tipo de articulación.”

El sector formal abastece a todos sin preguntar, “dan crédito, instalan teléfonos y redes de energía, y ofrece a los consumidores nacionales productos en sus supermercados”, y entonces su vinculación con “las multitudes” se da ya no por el trabajo, sino por el consumo. 

Los informales

Dice Durand que la “economía informal está constituida por empresas y trabajadores que operan en una zona institucional claroscura (…) En esta economía las empresas (…) no están registradas. Los trabajadores no aparecen en planilla. Como no tienen contrato, están sujetos a un régimen abusivo de obligaciones y, si algún derecho tienen, se rigen por la costumbre, no por la ley.”

Ese mundo informal vive sobre todo del comercio de productos producidos en el mundo informal o también en el formal y el delictivo. “Es el poder de las grandes corporaciones para defender los derechos que mantienen su renta tecnológica o de marca lo que abre la posibilidad de un mercado negro. En la medida que en el Tercer Mundo no existen los ingresos para pagar esa renta, pero sí desean adquirir el producto porque están expuestos a la propaganda comercial y prestigio de sus marcas, surgen otros abastecedores”. 

Ahora bien, si “uno indaga un poco más las jerarquías descubrirá a grandes empresarios que componen una burguesía informal. (…) Vienen de la pobreza, ese es su origen, (…) su cultura es provinciana o popular; pero, desde el punto de vista económico, son emergentes. En su sector respectivo forman una clase alta. Sociológicamente son gente de éxito que ostenta otra condición por haberse convertido en patrones, mandamases, pero no como los formales, descritos como comechados porque no se matan trabajando.”

El sector delictivo

“Esta economía subterránea constituye uno de los ejes establecidos sobre los cuales gira el desarrollo de este otro Perú”, explica Durand, y está particularmente coludida con la corrupción que se generalizó en la década de los noventa. Y el incremento del contrabando y la piratería. 

Dice Durand: “Las mafias o la lumpen-burguesía que maneja estos grandes negocios delictivos se concentran en tres grandes actividades: el narcotráfico, el contrabando a gran escala y la piratería de productos y marcas patentados internacionalmente. La lumpen burguesía, al operar, y a diferencia de la burguesía informal, se disfraza muchas veces de formalidad. Su pretensión de clase alta se debe a que es mucho más rentable que la informal y puede ascender posiciones más cómodamente. Su escudo consiste en disfrazarse de riqueza para aparentar respetabilidad.”

Matar indios

Los hechos recientes de asesinatos de manifestantes en el Perú tienen una coincidencia en la mayoría de las víctimas que no se puede dejar de lado. No se trata solamente de habitantes del sur del país. Se trata de campesinos e indígenas, sobre todo. Aymaras y quechuas. 

La solución de situaciones difíciles por los poderes dominantes, económicos y de casta, mediante el asesinato de comuneros indígenas no es ninguna novedad, así ha sido siempre. La única novedad son los smartphones

Los asesinatos de manifestantes en el Perú tienen una coincidencia en la mayoría de las víctimas que no se puede dejar de lado

Un poquito de Historia republicana, para encuadrar. El 8 de abril de 1824, el libertador Simón Bolívar, a cargo del gobierno del Perú, firmó un decreto que liberaba para la venta las tierras de las comunidades indígenas las que, además podían fraccionarse. Esto quebraba el orden colonial que, para mayor control, limitaba a las comunidades a sus espacios naturales que, por ello, no podían pasar a manos de otros. Asimismo, dicho decreto restableció el tributo indígena que San Martín había abolido.

La independencia, claramente, no era para los indígenas, y menos para los esclavos que continuaban siendo esclavos, sino tan solo para los criollos, hijos de españoles. José Carlos Mariátegui lo dice sin tapujos: “A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras.”

La República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria

En efecto, bajo las leyes liberales de Bolívar se produjo el crecimiento de grandes latifundios que, con el artificio legal de alguna compra y a veces sin siquiera esto, arrebataban sus tierras a las comunidades. Seguimos con Mariátegui: “Todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha sido dada siempre una respuesta marcial.”

La sucesión de asesinatos masivos de indígenas que se rebelaban o exigían mejor trato, o luchaban por sus tierras, ha merecido libros enteros, y merecería otros más. Estamos usando al Perú como referente, pero es la misma o parecida historia en los demás países latinoamericanos. Y allí donde la conquista desapareció a la población originaria, lo mismo se dio con los descendientes de los esclavos africanos. Señalaremos algunos casos, donde la constante ha sido la lucha de las comunidades indígenas por recuperar las tierras que les fueran arrebatadas, y más recientemente las luchas contra las empresas extractivas que por múltiples concesiones devastan tierras, aguas y fuentes de vida comunales. 

Tras culminar la guerra que tuvo Perú con Chile –en realidad un choque entre los intereses de una entonces poderosa Inglaterra y la naciente potencia de Estados Unidos– se produjeron cambios que alteraron las relaciones entre indígenas y terratenientes. El protagonismo indígena en el conflicto les dio alas para reclamar sobre situaciones que les afectaban.

La constante ha sido la lucha de las comunidades indígenas por recuperar las tierras que les fueran arrebatadas

Así, en la localidad serrana de Huaraz, en 1885, 40 alcaldes indígenas presididos por Pedro Pablo Atusparia, alcalde del pequeño poblado de Marian, presentaron un memorial pidiendo exoneración de impuestos especiales a los indios y denunciando maltratos de parte de los terratenientes, ya identificados entonces como gamonales por su poder omnisciente en las localidades. Como respuesta fueron torturados, vejados, humillados. Se desató, entonces, una inmensa rebelión indígena que hasta hoy en día se recuerda, tanto por su expansión y resistencia, como por la brutal represión para contenerla. 

En 1896, en la provincia de Huanta, en Ayacucho, un impuesto a la sal, motivó un levantamiento violento de las comunidades indígenas aledañas a la que era entonces muy mestiza ciudad principal del mismo nombre. Las poblaciones que durante la guerra habían hecho un aporte considerable para contener el avance del enemigo, exigían la derogatoria de un impuesto que afectaba mucho a sociedades con escasa monetarización. La respuesta fue la habitual: tropas y matanza. 

Vamos hasta 1960. Este incidente lo ha documentado el historiador y antropólogo Guido Chati, él mismo hijo de campesinos que por eso tuvo acceso privilegiado a documentos de la propia comunidad de Onqoy, en Apurímac. Aquí se trató de una lucha por la recuperación de tierras arrebatadas por los gamonales que trataban de venderlas. “Los comuneros exigían que el supuesto dueño (hacendado) exhibiera los títulos de posesión de todas las tierras en venta, ya que sostenían que los títulos originales de posesión de tierras los tenía la comunidad de Ongoy”, explica Chati. Y “los dirigentes comunales, acompañados por asociaciones y asesores, habían acumulado documentos legales que datan de épocas coloniales y que les daban legitimidad y sustento a sus litigios.” Los juicios ante las cortes de justicia en Lima los ganaron los comuneros. Se produce la invasión indígena de los terrenos, a lo que el 24 de octubre de 1963 los gamonales responden con un ataque armado de las fuerzas públicas que culmina en una matanza de indígenas que hasta hoy permanece en la memoria de esas localidades. 

Por la misma época se produce la toma de tierras de La Convención, donde destaca la figura de Hugo Blanco. En tierras de ladera amazónica, que originariamente habían sido de Asheninkas, en tiempos coloniales se entregaron tierras a corregidores españoles que, a su vez, trajeron mano de obra indígena serrana a la que alquilaban lotes a cambio del trabajo en las tierras del dueño. Este intercambio que persistió en la república, se convirtió con el tiempo en servidumbre casi esclavizante. Las comunidades iniciaron en los años 60 del siglo XX un proceso de sindicalización para arrancar mejores condiciones a los propietarios. La respuesta fue agresiva, con alta mortandad de indígenas. El liderazgo de Blanco fortaleció a los sindicatos que finalmente hicieron la primera reforma agraria de la historia del país. 

Las comunidades iniciaron en los años 60 del siglo XX un proceso de sindicalización para arrancar mejores condiciones a los propietarios

En la localidad de Huanta, ya en 1969, cientos de estudiantes, apoyados por docentes y familiares, se declararon en huelga buscando que se derogara un decreto que eliminaba la gratuidad a los estudiantes que no aprobaban un curso. Población campesina y quechua en su totalidad, debió recibir como respuesta la agresión de fuerzas policiales que ocasionaron decenas de muertos, jóvenes estudiantes en su mayoría, pero también docentes. Hasta hoy, como en Onqoy, se les recuerda como mártires. Por esta lucha, el maestro y músico huantino Ricardo Dolorier compuso la canción icónica de las luchas sociales en el Perú: ‘Flor de retama’. 

Durante la guerra contra el terrorismo en los años 80 y 90, la mayor parte de las víctimas fueron poblaciones indígenas. Tanto por parte del movimiento terrorista –en especial Sendero Luminoso– como, en la respuesta con represión indiscriminada de las fuerzas del Estado. Destaca por su brutalidad la matanza de Lucanamarca, en Ayacucho, donde Sendero Luminoso asesinó a toda una comunidad campesina, sin distinguir hombres, mujeres o niños, en una frenética y obsesiva acción criminal, con ensañamiento y alevosía. Y en Accomarca la “Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) ha establecido que el 14 de agosto de 1985, una patrulla del Ejército, (…) asesinó a 62 comuneros, entre mujeres, ancianos y niños, habitantes del distrito de Accomarca, provincia de Vilcashuamán, Ayacucho”. No se trata de equiparar la acción asesina del terrorismo con la respuesta obligatoria de las fuerzas armadas, que no tenían por qué ser indiscriminadas y ensangrentarse con inocentes, pero sí de mostrar que siempre las víctimas eran campesinos e indígenas. Y que, mientras tanto, en la capital del país, pocos se enteraban de estos asesinatos. En las zonas pudientes de la capital, solo se recuerda una espantosa bomba que destrozó la calle Tarata, de un barrio de clase media alta, casi como que hubiera sido el inicio de una guerra que ya llevaba más de una década, pero en las zonas campesinas e indígenas. 

La Amazonía mantiene, hasta hoy que escribimos estas líneas, a víctimas entre los pobladores indígenas. Recordemos la era del caucho, a inicios del siglo XX, cuando sin que le importara a nadie, se usó, torturó y asesinó a indígenas amazónicos en la selva del Putumayo, Loreto. Uno de sus principales ejecutores fue protegido de la justicia internacional por el Estado peruano, y hasta hoy hay calles y distritos que llevan el nombre de los otros criminales. Pero eso prosigue.

Recientemente, el 31 de agosto de 2014, Edwin Chota Valera salió de su comunidad de Saweto, en Ucayali, con otros tres dirigentes hacia la fronteriza Acre, en Brasil, a una reunión de defensores del bosque. Chota estaba empeñado en una lucha contra las mafias de taladores ilegales que devastaban el territorio de su comunidad. A pesar de sus denuncias, no había respuesta del Estado, y las amenazas de los madereros continuaban. Finalmente, Edwin Chota y los dirigentes Jorge Ríos, Leoncio Quintisima y Francisco Pinedo fueron asesinados con arma blanca y balas de escopeta en una quebrada. El Estado ausente. 

En este mismo momento, cuando usted lee este texto, el Congreso peruano debate un proyecto de ley que desconoce la existencia de los pueblos indígenas amazónicos en aislamiento voluntario y contacto inicial (PIACI) a fin de que se permita el acceso, para explotación, a bosques en los que los PIACI habitan. Lo que significaría genocidio. 

¿Cómo entender que se dé un fenómeno así, de lucha y persistencia, a pesar de una represión tan cruel y despiadada?

Concluyendo

Hemos querido explicar, dentro de la coyuntura y más allá de un texto anterior, los antecedentes no de una dictadura en el Perú, sino de un movimiento que se mantiene y se sostiene a pesar de la represión violenta. Nacido sin liderazgo único, espontáneamente, diverso, no se limita al sur de quechuas y aymaras como dicen los medios, sino que abarca todo el país y a varias naciones en un país plurinacional con 44 lenguas vivas. Incluyendo a la preponderante y centralista capital, Lima. 

¿Cómo entender que se dé un fenómeno así, de lucha y persistencia, a pesar de una represión tan cruel y despiadada? Hay antecedentes históricos que explican esto, ya lo vimos. De los que no se suele hablar, porque el filtro y la censura al movimiento indígena también son históricos. 

En un texto del año 2000 que se titula significativamente “Incas sí, indios no”, la historiadora Cecilia Méndez, dice al inicio: “El Perú de hoy se desangra. La muerte de ciudadanos, niños y adolescentes en manos de las fuerzas policiales, ha pasado de accidental a rutinaria. Un partido que se dice popular asesina diariamente a inermes pobladores y campesinos. Estas dos situaciones, que no son las únicas que nos conmueven, grafican con suma claridad la realidad en la que parecemos estar inmersos: un ‘mundo al revés’. El que debe protegernos nos acecha, el que dice representar al pueblo lo humilla y asesina.”

Pues eso, el mundo sigue invertido como lo vio Guamán Poma de Ayala. Pero lo que ocurre en el Perú, hoy, sea cual sea el desenlace, ya es una histórica voluntad de poner al mundo al derecho. Ante el fracaso de la política tradicional, de derecha o de izquierda, por ser una alternativa de inclusión, el pueblo movilizado y diverso ha tomado el problema en sus manos. 

Plantea así la conclusión del proceso independentista, tras 200 años, porque los excluidos están exigiendo ser parte de la patria, y para ello reivindican su protagonismo político. Ni más ni menos.

La historia de la colonización occidental del planeta es una de las más grandes hazañas de la historia que ya, luego de aquello, debió ser universal. Hay muchas hipótesis acerca de la razón de aquel logro, el por qué y el cómo, pero sin dudas no tiene para nada que ver con alguna presumible superioridad biológica...

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Autor >

David Roca Basadre

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