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Represión y resistencia en Perú

La burguesía chola se subleva

La revuelta popular, espontánea, sin azuzadores ni dirigencias, con una agenda no ideológica sino práctica, implica también la afirmación de la población mayoritaria, la de la informalidad y la marginación

David Roca Basadre Lima , 21/01/2023

<p>Protestas contra el gobierno de Dina Boluarte en Lima. La policía lanzó gases lacrimógenos.</p>

Protestas contra el gobierno de Dina Boluarte en Lima. La policía lanzó gases lacrimógenos.

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“Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo.

Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no

extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el

poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos

envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en

esta cabeza corrompida de los falsos wiraqochas, con lágrimas, amor o

fuego. ¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos

juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre,

y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos

despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en

pueblo de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro

mundo, en ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo

que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montañas donde

la pestilencia del mal no llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre

mío, así mismo ha de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una

cascada de agua eterna que salta y alumbra todo el espíritu y el camino.”

Del poema: “A nuestro padre creador Túpac Amaru”

José María Arguedas

 

Un sentido común entre los grupos de mayor poder económico y social en el Perú, y que acapara los espacios del Estado en dictadura, es el de calificar de “izquierda” a todo lo que se mueve en contra de lo que piensan, creen o defienden. Esto es característico, además, de toda extrema derecha, antidemocrática por definición, que necesita siempre de un discurso maniqueo y absoluto para evitar cualquier debate.

La palabra “izquierda” les es útil para poder, de inmediato, desplazarse hacia el terruqueo o –peor– el ninguneo, con matiz abiertamente racista, de los opositores, que resultan siempre ser manipulados, ignorantes, etc.

Vamos por partes

El término “izquierda”, como cualquiera con nivel básico sabe, no nació con alguna ideología, sino que fue, desde sus orígenes en aquella Francia del siglo XVIII que lo prestó a todos, sinónimo de rebeldía de un sector excluido contra cierto estado de cosas que se niega a cambiar.

De hecho, los movimientos liberales europeos eran, en su momento, la izquierda de las movilizaciones contra el conservadurismo en ese continente, y es así como llegaron –desafortunadamente impostados, inadaptados– a nuestro continente.

Jean Barois, hermoso personaje liberal de la ficción del nobel francés Roger Martin du Gard, en una novela que lleva su nombre, menciona la represión contra quienes se oponen a los intereses conservadores afirmando que “con el pretexto de condenar la anarquía y el antimilitarismo, ¡tienen la mala fe de confundirlos con los más elementales instintos de justicia y bondad!”.

Mala fe. Los dueños del poder no han inventado nada, solo acuden al repliegue común a todos aquellos que se aferran no solo a sus privilegios sino a sus hábitos y modos de vida que les aterra cambiar, y que es el sentido común de todos los conservadores de la Historia. Viven en una tradición que, en Occidente, tiene a muchos sistematizadores de motivos –de prejuicios– para la resistencia a todo cambio.

De esa suma de prejuicios nacen los motivos que hoy se instalan con fuerza entre sectores de las clases medias y entre todo el sector más dominante, pero –nuevamente– todo importado de Europa: ese es el principal problema. Y es lo que hace que su matriz sea profundamente racista.

Una cosa es ser conservador de valores occidentales en Europa, y otra es serlo en cualquier tierra no europea

Porque una cosa es ser conservador de valores occidentales en Europa, y otra totalmente distinta serlo en nuestro continente o –para el caso– en cualquier tierra no europea.

Al menos los marxistas, con mejor tino, importaron también ideas, pero trataron de adaptarlas a realidades distintas de aquellas en las que surgieron sus propios prejuicios. Aunque no fuera suficiente el esfuerzo.

Lo que no entienden

Hay varios malentendidos de origen que hay que revisar. Pero, antes, digamos que, desde que, a inicios del siglo XX, el marxismo se apoderó de la denominación “izquierda”, se han ocultado bajo una ruma de conceptos muy rígidos los datos diversos y particulares de la realidad a los que tan perfecta arquitectura intelectual no tenía completo acceso. Y ese es el origen de múltiples errores de la izquierda más ilustrada, aquella que –sin embargo– nos ha dado a teóricos de gran nivel como Alberto Flores Galindo o Carlos Iván Degregori. Para mencionar, sobre todo, a la figura universal de José Carlos Mariátegui, que quizá hubiera encontrado nuevos caminos para explorar, sin renunciar a la rebeldía, desde esa intuición pionera, que quedó a medio camino, sobre lo que llamó el problema del indio.

Un ejemplo para entender los desencuentros de origen y que persisten lo podemos buscar, como al azar, en un caso reciente, que me cupo la posibilidad de seguir: el juicio a los indígenas awajún y wampís involucrados en los eventos que culminaron en la masacre de Bagua en 2009. Ocurrió que, “durante el juicio a los indígenas, los jueces debieron retardar el proceso, porque la intérprete wampís Dina Ananco Ahuananchi expresó la necesidad de que se explicara a los encausados cada uno de los términos en que consistía la acusación. Ocurre que la mayoría de los indígenas no entendía por qué estaban siendo enjuiciados”. Entre los encausados razonaban: “A mí me provocan, me invaden, reacciono, me defiendo, y el más grande me castiga encima”.

Un abismo distancia a los múltiples pueblos del Perú de las élites dominantes

Isaac Paz, el intérprete awajún, explicaba: “Los awajún y wampís siempre van al origen de las cosas, a la causa de las cosas. ¿Cuál fue el inicio? Un juez awajún hubiera juzgado a los que entraron, a los que invadieron”. Es decir, a los responsables políticos en el Estado: el entonces presidente Alan García, la entonces ministra del Interior Mercedes Cabanillas…

Con solo este ejemplo podemos explicarnos el abismo que distancia a los múltiples pueblos del Perú de las élites dominantes, que pueden situarse a la derecha o a la izquierda, es igual. Y reparar en que el problema, de una manera más profunda y compleja, trata, aunque no se puede/quiere ver, de relaciones distintas, de un lado y del otro, con la tierra.

El Amauta Mariátegui estaba a un brinco de saltar de la prisión económica para arribar a la visión del paisaje que envuelve más cercanamente a lo que se defiende con las uñas hoy en día: aquella visión entrañable, desde las entrañas, del Amauta José María Arguedas.

En ese sentido y otros términos, Aníbal Quijano describe lo que son nuestras repúblicas independientes en América Latina y el Caribe, como “esta extraña paradoja: una sociedad organizada en términos coloniales, donde los ejes coloniales no sólo no son desmontados, sino que se reafirman y encostran”.

Los que emergen

Hoy nos encontramos con un extenso movimiento de respuesta social, pero también profundamente emotiva, y con objetivos muy concretos, que no sigue a ninguna ideología definida y, además, sin liderazgo alguno. Una repentina explosión de respuesta a siglos de olvido y rechazo y a sinrazones nacidas del predominio de una sola herencia cultural, impuesta desde la colonia como absoluta, mientras se rechaza la pluriculturalidad originaria.

Todo para sustentar ideológicamente la explotación del otro y de su tierra. Una respuesta que nace, igualmente, de las entrañas de muchos pueblos, hartos finalmente, y a lo que la propaganda conservadora insiste –por interés político– en llamar “izquierda”.

No es la “izquierda”, es una repentina explosión de respuesta a siglos de olvido y rechazo

Cuando, en realidad, se trata del despertar de un país al que nunca se tomaron el trabajo de entender más allá de la morfología y los dones de su subsuelo.

Si analizamos las características generales de las personas que se movilizan en las manifestaciones contra el régimen de Boluarte y el Congreso de la República, vemos que hay efectivamente jornaleros o trabajadores de ese tipo, pero son sobre todo comerciantes, pequeños empresarios, campesinos dueños de sus tierras, estudiantes universitarios hijos de campesinos, miembros de comunidades y también desposeídos, empobrecidos –con apoyo del Estado– por las empresas extractivas. Aymaras, chancas, quechuas, asheninkas, awajún, etc., y mestizos, todos sumergidos en el limbo cultural al que la educación formal y el ambiente social los ha sumergido. Unidos por el mismo adversario, sin embargo.

El limbo cultural

Escribimos hace unos años: “Lo real es que a quien proviene del mundo rural, andino o amazónico, se le sigue desarraigando, como desde hace centurias, de toda relación de reconocimiento con su paisaje, al punto que lo desconoce, que se avergüenza de lo que sabe –a lo que ha convertido en despreciables creencias o supersticiones– y se avergüenza de su lengua y de sus vestimentas a todo lo cual ha folklorizado, a cambio de unos conocimientos del mundo occidental que nunca llegan completos, o llegan mal. La escuela no llena las expectativas, enseña mal en la lengua materna, o no lo hace, cuando ya se supone que se ha dotado al sistema educativo de esa voluntad, y ello genera frustración, vacío. Sin los desvalorizados conocimientos originarios ligados a la tierra de la que no deja de ser despojado o de la que se aleja porque ha sido empobrecida, no recibe tampoco la promesa de la educación que lo integraría al mundo dominante. Y su suerte es, entonces, la de un limbo de nociones incompletas que no sirven ni para lo propio ni para lo ajeno. Limbo del que muy pocos logran escapar para ponerse a salvo”.

Agregaría hoy, con más reflexión, al mundo campesino costeño que perdió de vista sus raíces muchas veces, y a los migrantes en las grandes ciudades como los que rodean Lima, entre quienes padecen ese aislamiento hecho a propósito. Ese multitudinario mundo está unido por el común desprecio que recibe de las élites que gobiernan desde la capital.

Sus aspiraciones no son las de un vivir bajo un Estado poderoso, sino las de poder desarrollar sus capacidades

Pero ese mundo sí se conoce a sí mismo. Y hoy, que tiene la influencia de treinta años de sentido común individualista promovido por el liberalismo económico descontrolado y simultáneamente mercantilista, ha creado personajes sinérgicos, a caballo entre los sentidos colectivistas originarios y el sentido de aislamiento social a que conduce la certidumbre de que cada uno se las tiene que arreglar solo. Un encuentro mal tejido entre el ser real en el mundo informal, y el deber/querer ser que la formalidad de pocos ofrece como ideal inalcanzable.

Y así, sus aspiraciones no son las de un vivir bajo un Estado poderoso como podría ser la apuesta socialista (o comunista), sino las de poder desarrollar sus capacidades, individuales o colectivas, para lograr afirmarse social, cultural y económicamente, con todas las ventajas y prerrogativas de las élites que los desprecian, pero afirmados en sus raíces y sus lugares.

La tierra y dos mundos

Decíamos que la relación con la tierra es lo que diferencia a los sectores dirigentes, que ya no son tan solo una burguesía caucásica, sino que se ha amalgamado con fortunas que han brotado por medio de algunos emprendimientos esforzados, pero sobre todo con recursos provenientes de la corrupción en la política, del narcotráfico y del abuso de situaciones promovidas por el sistema (tal el caso de las universidades-negocio, sin supervisión, que estafan con educación deficiente).

Desde la conquista, el invasor decide que el lugar que invade es tierra de saqueo para enviar a la metrópoli, incluyendo la explotación de “los naturales”. Esa lógica prosigue con la república en manos de los grupos de poder y su pequeño mundo neoeuropeo, y sigue hasta hoy: exportar para crecer. Si para ello hay que agotar fuentes de agua, envenenar ríos o lagunas, destruir bosques, empobrecer la biomasa marina hasta límites inimaginables (quizá el 50% del mar peruano, quizá el más rico del planeta, ha sido arrasado), es lo de menos porque se trata de aprovisionar al comprador externo, de favorecer al inversionista que es también un socio. La tierra se mira como ajena, y solo para aprovecharla.

Antes de la conquista, el habitante del territorio trabajaba para sí mismo. La organización del Estado o las organizaciones políticas previas a la invasión y el virreinato estaban hechas para abastecer y favorecer al habitante de la tierra. Incluso en los procesos de conquista de organizaciones políticas, la absorción del otro se hacía mediante la imposición, ciertamente, pero respetando usos y costumbres e incluso asumiendo parte de los valores de los otros, incluyendo deidades de los panteones locales. Que es, hoy, el mundo de los mercados locales, de los comercios e industrias informales, pequeños pero numerosos y centrados en atender demandas cercanas en todo el país.

El ecocidio es también parte de la forma de imposición de los pocos sobre los muchos ajenos

Esa aproximación distinta hacia la tierra marca la diferencia fundamental entre los dos mundos. Y, a pesar de la disposición del mundo mayoritario a incorporarse a la cultura dominante, al ser esta disposición rechazada siempre, los mundos no solo se apartan, se afirman permanentemente como extraños, sino que, a pesar de generar incluso economías interconectadas por la necesidad, son por definición diferentes. La colonialidad del poder tiene esta característica que podemos reconocer como ecológica, donde el ecocidio es también parte de la forma de imposición de los pocos sobre los muchos ajenos.

Es el problema central que Quijano identifica como el nudo arguediano: identidad, modernidad y democracia son las aspiraciones que “no pueden lograrse uno tras otro. No pueden lograrse los unos sin los otros”.

Esta revolución no es “de izquierdas”

La situación es como sigue. “La recaudación tributaria como porcentaje del PIB de Perú en 2020 (15,2%) estuvo por debajo del promedio de América Latina y el Caribe (21,9%) (…) y por debajo del promedio de la OCDE (33,5%)”. Es lo que aporta el 25% formal, cuya cúspide empresarial se beneficia con la mayor parte del jamón y paga los menos impuestos que puede.

El 75% del país vive en el paraíso de Milton Friedman, sin regulación alguna, sin pagar impuestos

Mientras que el 75% del país informal vive en el paraíso de Milton Friedman, sin regulación alguna, sin pagar impuestos, pero pagando los salarios que le da la gana, sin pagar o recibir beneficios ni seguros, devastando también en algunos casos, y aportando por esta vía, más los impuestos indirectos, a los ingresos del Estado. Según el INEI, “el sector informal aporta el 18% al valor total de todos los productos producidos”. A lo que hay que sumar lo que no se contabiliza, pero ingresa de todas maneras al sistema financiero, sin que nadie pregunte de dónde viene.

A este mundo de la informalidad le llama el economista Francisco Durand el colchón que permite que la macroeconomía luzca exitosa. Un mundo en el que circula mucho dinero ilegal pero mayoritariamente no delictivo, y que –para que quede claro el financiamiento de las movilizaciones– en todos los lugares del país, de manera espontánea, ha acumulado fondos suficientes en bolsas que permiten mantener la oposición al régimen.

Ahora bien, el debate sobre formalizar al informal es un debate hipócrita, porque no conviene al estado de las cosas. ¿Qué se haría del sector formal con ese ejército de trabajadores y pequeños empresarios?: simplemente no hay sitio. ¿Qué se haría de ese mundo informal con las cargas que necesariamente requiere el Estado para atender lo elemental? No sobreviviría.

El mundo de la informalidad produce situaciones de explotación extrema, humanamente insoportables. Lo hemos visto todos en los casos de trágicas pérdidas de vidas por descontrol de los “emprendimientos” informales. Es decir que tampoco es deseable desde la perspectiva de una sociedad democrática, que es el valor al que todos aspiramos.

No pretendemos dar respuestas a esas interrogantes por nuestra cuenta, porque queremos, más bien, explicar por qué creemos que todo aquel dilema puede estar encontrando vías de solución por su propia cuenta. Vamos adelantando: quizá estemos camino de romper el nudo arguediano.

El mercado de Juliaca, en el departamento de Puno (Perú). Foto: Allan Grey | Flickr.

La rosca y la nueva burguesía chola

El caso de Pedro Castillo, campesino maestro rural elevado a presidente de la República, más allá de su propia consciencia sobre la imagen que proyecta, parece haber sido el gatillo que aguardaba hace tiempo el mundo contenido en la informalidad económica, cultural, social, cultural, lingüística. El margen social para el que nunca hay tiempo ni recursos.

Verse de pronto entronizados elevó las expectativas de una enorme marea social diversa pero unida por la común marginación obra de un grupo cerrado, identificado con Lima, neoeuropeo, y con el gobierno desde la capital de la República. Por mediocre, corrupto y sin rumbo que haya sido el gobierno de Castillo, el trato que recibió el personaje, antes incluso de que mostrara sus pocas capacidades para gobernar, fue degradante, humillante y flagrantemente racializado, racista.

La vacancia de Castillo, formalmente legal y consecuencia de una acción a la que, al parecer, fue conducido con engaños pueriles, nunca fue entendida como lo que la formalidad legal establece, sino como la conclusión de todas las agresiones y maltratos recibidos antes por parte del pequeño grupo dueño del poder en la capital y que, en estos tiempos, se encuentra empoderado en el Congreso de la República como sostén de una dictadura militarizada.

Suma –este grupo– de antigua burguesía capitalina, ya lo dijimos, y de nuevos ricos y sus representantes provincianos. Sostenidos por la fuerza de un dinero acumulado en ese mundo de las finanzas que –hasta hoy– los sublevados no logran percibir con claridad. Falta eso… Y dirigencias de las fuerzas armadas y policiales ideologizadas a la extrema derecha, pero también con tramas de corrupción sobre las que ya ha habido bastante prensa. Esa es la rosca gobernante, que usa a Boluarte como escudo.

La revuelta popular implica la afirmación de la población mayoritaria, la de la informalidad y la marginación

La revuelta popular, espontánea, sin azuzadores ni dirigencias, con una agenda no ideológica sino práctica, que incluye disolución del Congreso, renuncia de Dina Boluarte a la presidencia  y elecciones generales en 2023, a lo que se suma ahora demanda de justicia para los asesinados por la represión con balas, implica también la afirmación de la población mayoritaria, la de la informalidad y la marginación, en su demanda de ser reconocidos. Varios dicen: “Que respeten mi voto”, lo que no es necesariamente respaldo a la figura del expresidente vacado, sino al principio del valor de ese voto, que se resiente como despreciado.

En ese marco general, lo que vemos es a una burguesía chola, comerciante semiurbana y urbana, pequeña inversionista, agrocomerciante, profesional, mayormente en el mundo informal, que busca irrumpir con fuerza para intentar dar a sus hijos las mismas oportunidades que tienen las minorías neoeuropeas que hoy acaparan todo el poder de decisión. Y que busca acceder a los espacios donde se definen los modos de vida, las orientaciones generales culturales, las estrategias económicas, los modos y fondos de la educación, el acceso igual a la salud, pública o privada, y la posibilidad de hacer, finalmente, el Estado de la sociedad pluricultural nacida de la biodiversidad que lo produjo.

Pero, además, que todo ello no transcurra solo en Lima u otra ciudad costera, sino de manera equivalente en cada lugar del país: una descentralización de verdad, desde abajo, desde la producción, la organización social, el mercado local, y el Estado para todos y en todos lados, y no la comedia burocrática fallida que hoy nos desorganiza.

En esa movilización sin liderazgo único, sino de liderazgos múltiples pero objetivos políticos muy definidos, la figura de Castillo ha sido tan solo el pretexto para manifestarse finalmente. Pero, al mismo tiempo, por sus mismas características de espontaneidad, tal movilización con controles locales o dispersos permite que pequeños grupos con intereses propios traten de sacar provecho de la circunstancia o incurran en actos vandálicos, lo que proporciona argumentos para la represión de la dictadura que, característicamente y desbordada, o inventa situaciones o generaliza situaciones particulares reales con la ayuda de los medios.

La promesa de la vida peruana

Mencionar el título del libro del historiador de la república, Jorge Basadre, sobre la promesa de la vida peruana es una especie de sentencia repetitiva que, al ser además incumplida, termina por no significar nada. La señora Boluarte también recurrió a esa triquiñuela demagógica. Pero habría que citar a Basadre más precisamente: “Al mismo tiempo que la higiene, la salud, el trabajo y la cultura de Pedro Mamani, importa que el territorio en el cual él vive no disminuya, sino que acreciente su rendimiento dentro del cuadro completo de la producción nacional. Si eso no ocurre, aun cuando goce del pleno dominio de su chacrita y de sus ovejitas y aunque lea toda la colección del Fondo de Cultura Económica, Pedro Mamani no tendrá resueltos sus problemas básicos. En nuestro país no sólo debemos preocuparnos de la distribución; sino también de la mayor producción y del mayor consumo. Nuestro problema no es sólo de reparto; es también de aumento. Que el peruano viva mejor; pero que al mismo tiempo el Perú dé más de sí”.

Basadre, un descentralista convencido, se refiere a producir todos y para nosotros mismos como comunidad de peruanos, y de manera inclusiva. Se refiere a una relación armoniosa, respetuosa con la tierra por sentido básico de pertenencia, a la diversificación de mercados –y no solo uno hacia afuera–, que es lo que predomina entre quienes hoy siguen informalizados y reclaman su lugar. Y que, si bien tienen raíces colectivistas muy arraigadas, reclaman el derecho a actuar como individuos, protagonistas ellos y sus hijos, como actores que deciden el destino del territorio del que, como gente, son parte al mismo tiempo que toda la flora, fauna y el mundo inanimado de la biósfera. Es el Perú proyectado por Túpac Amaru II, la solución del Perú sentido y sufrido por José María Arguedas. Es la ruptura del nudo arguediano de la única forma posible, tal como –explica Quijano– Alejandro rompió el nudo gordiano. Es decir, tal como la estamos viviendo.

Es, pues, un enorme destacamento de productores urbanos, agricultores, comerciantes, profesionales y quienes aspiran a serlo, que hoy reclaman su lugar en lo que me atrevo a sugerir que puede devenir en la revolución de una burguesía chola –al modo del tercer Estado durante la revolución francesa, por acercarnos a una idea conocida y cuya similitud es posible en el estado colonial– que hace tiempo está esperando su hora.

Nada menos a la izquierda que eso.

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David Roca Basadre es escritor y periodista peruano.

“Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo.

Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro...

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David Roca Basadre

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