otra oportunidad
La resurrección de Lula
Como Getúlio Vargas, que gobernó tras años de alejamiento, el presidente brasileño intenta diluir la tensión golpista con políticas públicas y un aura mítica que explica la realidad de una forma no racional
Bernardo Gutiérrez 22/02/2023
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En el nordeste de Brasil, el rey Sebastião I de Portugal, desaparecido el 4 de agosto de 1578 en una batalla, reaparece en forma de toro. En las noches de luna, un toro con una estrella en la cabeza merodea por las dunas de la Ilha dos Lençóis de Maranhão, mientras la gente busca tesoros entre la arena. La leyenda cuenta que Sebastião I vive en la duna más alta, esperando que se deshaga el encantamiento para volver al trono. El toro de Dom Sebastião, hecho de cartón y tejidos, forma parte del bumba-meu-boi, una de las manifestaciones folclóricas más importantes de Brasil. El rey Sebastião aparece también en forma de espíritu, en los terreiros de diversas religiones afrobrasileñas. En Portugal, el sebastianismo que anhelaba el regreso del rey desembocó en la Unión Ibérica (1580-1640), durante la cual el país fue absorbido por España. En Brasil, el sebastianismo se prolongó durante siglos como mito y sentimiento que da sentido a lo inexplicable.
A finales del siglo XIX, el profeta Antônio Conselheiro lideró una insurrección en el arrabal de Canudos (interior de Bahía) contra la recién instaurada República, a la que acusaba de ser obra del anticristo. El rey Sebastião, proclamaba el mesías Conselheiro, retomaría su trono y restauraría el Imperio de Brasil.
Teniendo el exilio al alcance de la mano, Lula optó por la cárcel
En 1945, Getúlio Vargas, el autoproclamado pai dos pobres, se recluyó en una hacienda para preparar su retorno y dejar que creciera el queremismo, movimiento tejido alrededor de una única idea: “Queremos que vuelva Getúlio”.
Cuando el 17 de abril de 2017, Luiz Inácio Lula de Silva tuvo que ingresar en prisión acusado de corrupción, sembró su discurso de sebastianismo. “Ya no soy un ser humano, soy una idea”, dijo. Teniendo el exilio al alcance de la mano, Lula optó por la cárcel. Tuvo una intuición: si dejaba el país, no volvería a gobernar. Ingresó en una celda para regresar como esperado rey desaparecido.
Lula, el retornado
La revuelta mística de Canudos, que inspiró La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, dio forma a un mecanismo que se repetiría a lo largo de la historia. El vacío que empujó a una multitud a aquel arrabal –una angustia existencial, una carencia material–, desencadenó futuros. Posibilitó retornos sebastianistas de líderes carismáticos. Aquellos campesinos sin tierra, esclavos recién liberados e indígenas no se fiaban de los valores de la nueva república ni de una nueva bandera con la frase ordem e progresso del positivismo francés. En 1897, el ejército llegó para arrasar Canudos. Sus 25.000 habitantes, cantando una trova redentora, confiaban en su victoria: “Dom Sebastião já chegou. E traz muito regimento”.
João Ubaldo Ribeiro, en Viva o povo brasileiro, la mejor novela sobre Canudos, retrata la desconfianza en el progreso de los seguidores del mesías Conselheiro. “Si el que condena a un hombre al hambre y la miseria tiene un papel en la mano, ¿eso se torna verdad? ¿Qué verdad es esa que nos humilla, nos disminuye, nos transforma en nada? Para mí, sois la encarnación de la mentira y de la muerte”, afirma un personaje.
El espejo de la guerra del fin del mundo refleja el cortocircuito que casi frustra el regreso del Partido dos Trabalhadores (PT) al poder. En 2022, Lula intentó ser simultáneamente profeta y fuerza de la ley, rey retornado y “ordem e progresso”. Con tono de sindicalista luchador, Lula defendía restaurar una democracia que ya había sido impugnada por las multitudes que ocuparon las calles en las revueltas de junio de 2013. No proclamaba una utopía, sino un proceso de inclusión social que mostró ser insuficiente. Los jóvenes periféricos que ocuparon centros comerciales durante los rolezinhos en 2014 visibilizaron que las condiciones materiales no se habían equilibrado tanto tras doce años de gobiernos petistas. En 2022, ni el discurso de Lula era lo suficientemente profético ni el orden a ser restaurado era suficientemente atractivo. El Estado de derecho brasileño, atravesado por la desigualdad, no era una excitante realidad a la que volver. Por eso, en la última campaña, Jair Messias Bolsonaro, profeta en su propio nombre, seguía siendo el enviado divino. El elegido para restaurar una paz arcaica anterior a la propia democracia.
La política brasileña no acaba de explicarse racionalmente
El espejo de la guerra del fin del mundo recuerda que la política brasileña no acaba de explicarse racionalmente. Las fuerzas proféticas activan torbellinos míticos. Un presidente (Francisco Rodrigues Alves, 1918) no asume el cargo al fallecer por gripe española. Un presidente se suicida (Getúlio Vargas, 1954) para completar su plan. Un presidente electo muere un día antes de su toma de posesión (Tancredo Neves, 1985). Un candidato fallece en accidente de avión (Eduardo Campos, 2014) y hace que su número dos (Marina Silva) roce el triunfo. Un intento frustrado de asesinato convierte a un diputado marginal (Bolsonaro, 2018) en presidente. Una conservadora (Raquel Lyra, 2022) gana el gobierno en la izquierdista tierra de Lula (Pernambuco) al enviudar en campaña. Un expresidente encarcelado injustamente vuelve a gobernar para restaurar la justicia.
El espejo de Getúlio Vargas
A sus 68 años, Getúlio Vargas irrumpió en la campaña electoral de 1950 con el eslogan “ele voltará!”. Las multitudes queremistas cantaban un jingle pegajoso: “Bota o retrato do velho outra vez, bota no mesmo lugar, o sorriso do velhinho faz a gente trabalhar”. Getúlio, deseado rey desaparecido, volvió a la presidencia en 1951, por primera vez vía elecciones directas.
A sus 77 años, Lula da Silva empapó en saudade la campaña de su regreso. “Deu saudade do tempo de Lula, que a vida era boa, eu comia, eu bebia”, decía uno de sus jingles. Lula, sin grandes propuestas, ganó sus terceras elecciones mitificando sus dos mandatos presidenciales.
Lula, sin grandes propuestas, ganó sus terceras elecciones mitificando sus dos mandatos presidenciales
Como pasado inconcluso, la sombra de Getúlio planea sobre Lula con un fondo de verdad: ambos líderes son los únicos que se alejaron del poder y volvieron a ser presidentes. A pesar de sus diferencias, izquierda y derecha comparan ambas figuras con insistencia. La izquierda lulista se esfuerza en reflejar a Lula en Getúlio, artífice de los derechos laborales y fundador de la gigante estatal Petrobras. La extrema derecha tergiversa la historia, al tildar de “fascistas de izquierda” a Getúlio y Lula en el documental del canal bolsonarista Brasil Paralelo.
Getúlio Vargas, “el jefe más amado de la nación” según la canción Dr. Getúlio de Chico Buarque, gobernó con mano de hierro y cierta eficiencia en su primera era (1930-45), cuando el país estaba polarizado entre fascismo (Ação Integralista Brasileira, AIB) y comunismo (Aliança Nacional Libertadora, ANL). Paradójicamente, su segundo gobierno (1951-41), el único totalmente democrático, fue caótico. Inflación, huelgas, crisis políticas, manifiestos golpistas. Las élites abandonaron a Getúlio. No le perdonaron que duplicara el salario mínimo ni la campaña O Petróleo é nosso. La oposición de la União Democrática Nacional (UDN) fue brutal. La campaña de desprestigio mediático, constante. El asesinato de un jefe militar fue el inicio del fin. Las sospechas recaían sobre la Guarda Negra, creada por el mismo Getúlio en 1938, tras un atentado fascista contra el palacio presidencial. En agosto de 1954, el presidente se atrincheró en el palacio de Catete en Río de Janeiro. Se negaba a renunciar. “No me acusan, me insultan; no me combaten, me calumnian”, escribió Getúlio en la carta que dejó al suicidarse.
Morir en vida
En el thriller de ficción O homen que matou Getúlio, del popular y recientemente fallecido presentador televisivo Jô Soares, el sicario Dimitri Borja Korozec se encuentra a Getúlio empuñando una pistola.
–¿Qué haces aquí? –le pregunta Vargas.
–Tú sólo morirás permaneciendo vivo.
Dimitri quiere evitar su suicidio. Matarle con su renuncia. Con su fracaso. “El mejor modo de extinguir el mito es obligarlo a vivir”, matiza el pistolero. En la realidad, Getúlio se suicidó el 24 de agosto de 1954. Su frase “dejo la vida para entrar en la historia” activó su plan secreto. Conmoción nacional. Idolatría de masas. Sus enemigos, escondidos. Su candidato para continuar el nacionalismo económico (Juscelino Kubitschek) ganó las elecciones en 1955.
Los enemigos de Lula quieren que 2023 sea 1951. Que reine un caos similar al que engulló a Getúlio. El Brasil arrasado por Bolsonaro reúne las condiciones: elevada inflación, tipos de interés altos, déficit fiscal disparado, un Congreso hostil, aumento de la pobreza, deforestación amazónica, fake news a escala industrial. Y una tensión golpista que desembocó en la depredación de la sede de los tres poderes en Brasilia y en un nuevo formato híbrido de golpe de Estado. Algunas de las primeras medidas de Lula –parar la privatización de empresas públicas como Petrobras o aprobar la ayuda para los más pobres–, tuvieron cierto aroma getulista. A diferencia de Vargas, Lula cuenta con una tregua temporal. Paradojas à brasileira: el establishment que apoyó la destitución ilegal de Dilma Rousseff y propició la llegada de la extrema derecha al poder, tras cuatro años de agresiones a la democracia por parte de Bolsonaro, otorga ahora al sindicalista que ya fue presidente una tercera oportunidad. El intento golpista del pasado 8 de enero reforzó a Lula y remitificó su figura.
Lula 3, como los medios ya definen al presidente, no necesitará suicidarse para activar su plan. La arqueología mítica de los afectos da pistas. “Casi fui enterrado vivo. Pensaban que me habían matado”, aseguró Lula unas horas después de ganar las elecciones. El rey no había desaparecido en una batalla. Había fallecido. Lula fue, murió, volvió. Atravesó el espejo para regresar desde el otro lado de la muerte con sabiduría de rey resucitado. Retorna, más vivo que nunca, enamorado de una mujer veinte años más joven, Janja da Silva. Caminando sobre los escombros de los tres poderes, Lula emana el aura incuestionable del héroe al que todos daban por muerto y reaparece en casa por sorpresa, lleno de una nueva sabiduría. La popularidad creciente de las primeras encuestas despeja los caminos del nuevo gobierno brasileño. En Washington, Lula consiguió la bendición del presidente Joe Biden: un acuerdo estratégico para salvar la democracia y su apoyo para el Fondo Amazonia que aspira a frenar la deforestación amazónica y a liderar la lucha mundial contra el cambio climático. Tras pasar por la Casa Blanca, la resurrección de Lula –creencia, mecanismo, narrativa– acabó de ser consumada.
En el nordeste de Brasil, el rey Sebastião I de Portugal, desaparecido el 4 de agosto de 1578 en una batalla, reaparece en forma de toro. En las noches de luna, un toro con una estrella en la cabeza merodea por las dunas de la Ilha dos Lençóis de Maranhão, mientras la gente busca tesoros entre la arena. La...
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