POSFASCISMO
Un intento de golpe anunciado
Las claves del desafío a la democracia brasileña: el apoyo de Bolsonaro a las acampadas golpistas frente a los cuarteles, la implicación de algunos militares, la connivencia de la Policía Militar y el poder de las redes ultras
Bernardo Gutiérrez 10/01/2023
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El 17 de junio de 2013, una multitud rodeó el Congreso brasileño y bailó sobre su tejado. La acción era el colofón a la manifestación del Movimento Passe Livre (MPL), un colectivo de extrema izquierda que pedía reducir la tarifa del transporte urbano. Aquella tarde, Brasil estalló. Millones de personas tomaron las calles. En aquella espectacular toma del congreso de Brasilia, los manifestantes también pedían sanidad y educación públicas. Las banderas brasileñas eran minoritarias. Había máscaras de Anonymous, pasamontañas, jóvenes de las periferias, Black blocs. Replicando la técnica del People’s Microphone de Occupy Wall Street, una persona gritaba frases y la multitud las repetía. “Formamos parte de una lucha nacional, de una lucha internacional”, decía la voz anónima. Aquella noche, nadie ocupó de facto el Congreso. La policía dispersó a la multitud con relativa facilidad. Aquella noche fue el momento más significativo de las Jornadas de Junho, la oleada de protestas escoradas a la izquierda que desequilibró al bipartidismo brasileño.
El domingo 8 de enero, casi una década después de aquella improvisada ocupación, una multitud saqueó la sede de los tres poderes de Brasil: el ejecutivo (el palacio do Planalto), el legislativo (Congreso y Senado) y el judicial (Supremo Tribunal Federal, STF). Mientras policías militares se hacían selfies, una turba descontrolada subía por la misma rampa que había usado Lula da Silva, una semana antes, para entrar en el palacio presidencial. Las escenas, un remake tropicalista del asalto al Capitolio estadounidense de 2021, son impactantes. Un hombre defecando en el interior del Senado. Fuego a las puertas del Congreso. Un ejemplar original de la Constitución de 1988, robado. Cristales rotos. Muebles y ordenadores destruidos. Cuadros dañados, entre ellos, el mítico As mulatas, de Di Cavalcanti. El busto de Ruy Barbosa, histórico líder de la abolición de la esclavitud, machacado.
¿Qué diferencias separan a las acciones antisistema del 17 de junio de 2013 y del 8 de enero de 2023?, ¿quiénes son los responsables de los actos golpistas del pasado domingo?
El intento de golpe: tres actos y un preámbulo
El actor Alexandre Frota –bolsonarista en 2018, ferviente antibolsonarista en la actualidad– revela con detalles en su timeline de Twitter que no hubo improvisación el domingo. Denuncia a muchos golpistas usando sus propias fotografías y vídeos. Allí estaban Léo Índio (sobrino de Bolsonaro), políticos y militares de segundo escalón, sub celebridades, pastores, pequeños empresarios, variopintos influencers bolsonaristas. Además, Frota revela que los propios golpistas reconocen haber sido financiados (algo confirmado por la periodista Miriam Leitão) y que la Policía Militar (PM) del Distrito Federal de Brasilia no hizo nada para evitar la invasión. Más bien lo contrario: en lugar de frenar su avance, la PM escoltó a la turba golpista a la praça dos Três Poderes en una jornada que va camino de ser un gran suicidio de la derecha brasileña.
Los tuits de Alexandre Frota, uno de los bolsominions arrependidos más célebres, desnudan el guión de un golpe anunciado. De un intento de golpe en tres actos.
Empujada por las ambiguas declaraciones de Jair Bolsonaro y su clan, una multitud organizada pedía la intervención militar
El primer acto: once días antes de dejar la presidencia, Jair Bolsonaro y su mujer, Michele Bolsonaro, recibieron en la puerta del palacio presidencial a participantes de la acampada golpista situada enfrente del cuartel general del ejército de Brasilia. Bolsonaro les saludó. Michele se arrodilló para rezar con y por ellos. Empujada por las ambiguas declaraciones de Jair Bolsonaro y su clan, que no reconocieron abiertamente su derrota electoral, una multitud organizada pedía la intervención militar. Las acampadas golpistas se extendieron por Brasil. El 12 de diciembre, ardieron coches y autobuses en Brasilia, sin que nadie resultara detenido. Jair Bolsonaro huyó a Orlando para no tener que realizar el traspaso de la franja presidencial a Lula. Y continuó tuiteando medidas de su gobierno sin dejar de ser “presidente de Brasil” en su perfil.
Segundo acto: Ibanéis Rocha, gobernador del Distrito Federal, ferviente bolsonarista, se negó a desmantelar la acampada golpista de Brasilia. No solo eso: la Policía Militar fue connivente con la aglomeración de ciudadanos que llegaron a la plaza de los tres poderes desde la acampada. No es casual que el secretario de seguridad del DF, Anderson Torres, fuera el ministro de Justicia y Seguridad Pública de Bolsonaro. Tampoco que en el día D golpista, Torres estuviera en Orlando, según The Guardian, la misma ciudad que acoge a Bolsonaro. Ibanéis cesó a Anderson Torres. Demasiado tarde: la justicia ya ha inhabilitado a Ibanéis durante noventa días. Todo apunta a que no volverá a ser gobernador jamás.
Tercer acto. Los vídeos de la ocupación de los tres poderes revelan un secreto a voces: algunos militares estuvieron involucrados. Renato Rovai, director de la Revista Fórum, denuncia que algunos generales colaboraron en la jornada golpista. También que el Regimento de Cavalaria de Guarda y el Batalhão da Guarda Presidencial no estaban el domingo. “¿Quién dio la orden para que eso ocurriera?”, se pregunta Rovai. Existen sospechas de que algunos miembros del Gabinete de Segurança Institucional (GSI), de quien depende la seguridad de la presidencia, estuvieron alineados con el intento golpista. La ecuación de las muchas responsabilidades militares se redondea con el nombramiento del conservador José Múcio Monteiro como ministro de Defensa del gobierno Lula. Múcio dijo la semana pasada que las acampadas frente a los cuarteles eran democráticas. Muchos piden ahora su dimisión.
Una responsabilidad coral
El viaje personal del actor Alexandre Frota hacia la extrema derecha es el que emprendió parte del establishment brasileño. En los años ochenta y noventa, Frota interpretaba a galanes en los culebrones televisivos de la Rede Globo. Participó en la mítica Roque Santero (1985), que recreaba el interior rural de Brasil, entonces fascinado por la tradición ganadera de Texas y ahora volcado electoralmente con Bolsonaro. Durante la bonanza de la era Lula, transformado en desmelenado actor porno, el bon vivant Frota hizo dinero. En 2014, supuestamente indignado con la corrupción, se vinculó al Movimento Brasil Livre (MBL), que daba alas a la nueva extrema derecha. En 2016, apoyó el impeachment ilegal contra Dilma Rousseff. En las elecciones de 2018, se convirtió en diputado federal por el Partido Social Liberal (PSL), entonces partido de Jair Bolsonaro. En 2022 intentó volver a la derecha clásica, afiliándose al Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB) del expresidente Fernando Henrique Cardoso. Fracasa: no consigue su sillón de diputado. Y se declara en bancarrota. ¿Existe mejor metáfora de la deriva de la derecha tradicional brasileña que la biografía de Frota, el galán-porn star-indignado?
A diferencia de Frota, buena parte del establishment brasileño no ha regresado aún de su viaje radical. Los tres actos del intento del golpe no habrían ocurrido sin un largo preámbulo. El actual partido de Jair Bolsonaro, el Partido Liberal (PL), formaba parte de la base aliada de los dos gobiernos de Lula (2003-10). El Partido Progressista (PP), firme aliado del Partido dos Trabalhadores (PT), entró de llenó en el Gobierno Bolsonaro. El Movimento Democrático Brasileiro (MDB), principal socio de gobierno de Lula y Dilma, promovió a bolsonaristas como Ibanéis Rocha en el DF. Aécio Neves, candidato derrotado del centro derechista PSDB, sembró dudas sobre la victoria de Dilma Rousseff en 2014. El think tank Instituto Fernando Henrique Cardoso llegó a recibir en 2015 a la ultraderechista guatemalteca Gloria Álvarez. Tras empujar a sus votantes hacia el bolsonarismo, el PSDB se hundió electoral y económicamente en 2022.
El exjuez Sérgio Moro es especialmente responsable del golpismo à brasileira
El exjuez Sérgio Moro es especialmente responsable del golpismo à brasileira. Formó parte en un proceso judicial lleno de irregularidades contra Lula. Fabricó la gran narrativa contra la corrupción del PT, pero lavó la cara del Gobierno de Bolsonaro, salpicado por la corrupción desde el inicio. El domingo 8 de enero, con la vandalización de los tres poderes avanzada, Sérgio Moro lanzó un tuit vergonzoso acusando al Gobierno Lula de reprimir las protestas de quienes tienen una opinión divergente. La preocupante radiografía se completa con la red de empresarios que financiaron la campaña de Bolsonaro, las acampadas golpistas, la producción de fake news y la llegada a Brasilia de miles de radicales. Y con el modelo de negocio de BigTech que, a golpe de algoritmos, favorece a la extrema derecha. Algunas de las cuentas de Twitter que jalearon el ataque del domingo, censuradas hace meses, fueron liberadas por el magnate Elon Musk en aras de la libertad de expresión.
El verdadero movimiento global
O buraco é mais embaixo, dicta el refranero brasileño. El agujero está más abajo. La tragedia es haber pasado de un escenario de insurrección desde abajo por un mundo más justo –15M, Occupy Wall Street, revueltas árabes, Passe Livre brasileño– a una oleada global reaccionaria que incentiva golpes contra el Estado de derecho. La ocupación del Congreso brasileño de junio de 2013 invocaba un movimiento global que defendía de forma descentralizada, entre otras cosas, una democracia real. En 2023, el verdadero movimiento global gira en torno a la extrema derecha moldeada por Steve Bannon. Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, visitó en noviembre el resort Mar-a-Lago Club de Florida de Donald Trump, según The Washington Post. Dialogó con el propio Steve Bannon, con Ali Alexander (involucrado en el asalto al Capitolio estadounidense) y con Jason Miller (trumpista raíz y CEO de la red social extrema derechista Gettr).
O buraco é mais embaixo. El problema es más grande de lo que parece. Si en 2011 el miedo había cambiado de lado, como proclamaban los indignados de las plazas, en 2023 la efervescencia antisistema ha sido capturada por la extrema derecha, que juega a ser revolucionaria. Mientras, el lulismo apela al orden. Desde noviembre, el gurú Bannon llama a la rebelión brasileña contra el resultado electoral. Desde sus podcast, el hombre que mueve los hilos del trumpismo, del bolsonarismo y de Vox lanzó el hashtag #BrazilianSpring.
El 17 de junio de 2013, una multitud rodeó el Congreso brasileño y bailó sobre su tejado. La acción era el colofón a la manifestación del Movimento Passe Livre (MPL), un colectivo de extrema izquierda que pedía reducir la tarifa del transporte urbano. Aquella tarde, Brasil estalló. Millones de personas tomaron...
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Bernardo Gutiérrez
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