REPORTAJE
La ‘democracia corrupta’, última frontera de las guerras culturales brasileñas
Si hace unos años las ‘fake news’ bolsonaristas giraban alrededor de cuestiones morales, a partir de 2022 han encontrado nuevos objetivos: el propio sistema y el comunismo imperante que estaría restringiendo las libertades
Bernardo Gutiérrez 2/02/2023
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A las 8.48 p.m. del pasado 8 de octubre, Léo Maranhão divulgaba en su cuenta de Twitter una frase: “Queremos o código fuente, essa é a reivindicação”. El tuit contenía un vídeo en el que una multitud ocupaba el techo del Congreso de los Diputados de Brasilia. Al inicio del mismo, se lee en un cartel: “Entreguem o código fonte”. Después, en una pancarta gigante, “Queremos o código fonte –we want the source code”. Las respuestas al tuit de Léo Maranhão, que posa en su foto de perfil con Jair Bolsonaro, incluyen variantes de esa reivindicación: cadê o código-fonte (dónde está el código fuente), será que vão negar ao povo brasileiro o código fonte?, mostrem logo o código fonte e tudo termina, #queremoscódigosfontes.
Las frases hacían referencia al código fuente informático de las urnas electrónicas usadas en las elecciones de Brasil desde 1996. La producción de fake news sobre el fraude de las urnas electrónicas creció en los últimos meses, especialmente después de las elecciones. Tras la toma de posesión de Lula da Silva, Henrique Parra Parra, director del Instituto Cidade Democrática, detectó un aumento de los mensajes sobre urnas electrónicas en las redes digitales bolsonaristas que el Instituto monitorea (Facebook, Instagram, Twitter, YouTube y más de dos mil grupos de WhatsApp). “No ha surgido ahora, pero ganó centralidad en el último año y medio. El Supremo Tribunal Federal (STF) se convierte en objetivo. Si en 2018 la universidad, la cultura, los artistas... eran una extensión de la izquierda, ahora el STF es esa extensión”, asegura en vídeo conferencia Parra Parra.
La justicia electoral pasó a ser un apéndice maléfico de un sistema supuestamente cooptado por la izquierda. Tras meses de ataques del expresidente Jair Bolsonaro, la cocina digital fue condimentando los ingredientes. Urnas y código fuente aderezados con aroma patriótico. Y mensajes, muchos mensajes, de Olavo de Carvalho, el intelectual de cabecera del bolsonarismo. Antes del asalto a los tres poderes, la red social Tik Tok destacaba en su pestaña Mejores una declaración de Olavo: “¿Cuántas redacciones de periódico habéis tomado? Ninguna. ¿Cuántos sindicatos tomasteis? Ninguno. ¿Cuántas iglesias de la teología de la liberación tomasteis? Ninguna. En resumen, habéis dejado todo en manos de los comunistas. Y ellos hacen lo que quieren. ¿Entendéis?”. Durante el asalto golpista, muchas pancartas replicaban frases del gurú Olavo.
Las elecciones brasileñas de 2018 estuvieron atravesadas por lo que James Davison Hunter definió como “guerras culturales” en su libro Culture Wars: The Struggle to Define America (1991): “Un dramático realineamiento y polarización que ha transformado la cultura y la política, a partir de un conjunto de temas candentes como el aborto, el control de armas, la homosexualidad y la censura”. Si en 2018 las fake news bolsonaristas giraban alrededor de cuestiones morales, en 2022 encontraron nuevos objetivos. Sin abandonar sus guerras culturales históricas, la narrativa anticorrupción que retruena fuerte en Brasil escaló a un nuevo nivel. La “democracia corrupta” devino la última frontera de las guerras culturales brasileñas.
Contra el sistema
El libro Guerras Culturáis (em verde amarelo), editado por la Universidad Federal de São Paulo (UNIFESP) a finales de 2022, compone una rica panorámica del bolsonarismo. El libro analiza “un tipo de narrativa carismática que mueve a multitudes en trance a ritmo del combate cultural para exterminar sus fantasmas: las luchas identitarias, la izquierda corrupta, el feminismo abortista, el comunismo y el marxismo cultural”. El urbanista e historiador del arte Pedro Fiori Arantes, coordinador del libro, explica a CTXT que la moral ha perdido centralidad en el discurso de la ultraderecha: “El foco vuelve a ser la amenaza comunista en Brasil, con sus variantes: amenaza bolivariana venezolana, Foro de São Paulo, marxismo cultural, movimientos sociales y líderes comunistas como Flávio Dino (actual ministro de Justicia). Su lucha es contra las instituciones, contra el sistema, pero sobre todo contra los comunistas, que en alianza con la justicia estarían llevando a Brasil al autoritarismo y a la restricción de las libertades”.
En 2018, la justicia prohibió el videojuego Bolsomito 2K18, en el que un personaje calcado a Jair Bolsonaro intenta derrotar a “los males del comunismo” y pretende “instaurar una dictadura ideológica criminal”. Uno de los vídeos oficiales de la campaña de Bolsonaro de 2022 (Nossa luta é contra o sistema) y muchos de sus discursos insistían en la guerra entre el bien y el mal. Un sistema controlado todavía por los tentáculos del Partido dos Trabalhadores (PT) encarnaba su definición del mal. A pesar de su condición presidencial, Bolsonaro conseguía erigirse como héroe antisistema. Protagonizaba flyers, memes y camisetas. En muchos casos, ensalzando una masculinidad desatada, como en la serie Rambonaro. En otros, como en las pinturas de Rudney Sarmento o Paulo Frade, Bolsonaro emanaba el aura de los retratos del siglo XIX. Gustavo Almeida Alves y Ana Laura Brait destacan en un capítulo de Guerras culturais la importancia de representaciones del expresidente como Bolsomito (una viral ilustración con gafas de sol), como protagonista de películas geek (Matrix) o como superhéroe (Batman y Spiderman). “El debate político se simplifica a una irreconciliable lucha del bien contra el mal en la que el enemigo es siempre el otro: la educación, los medios, los corruptos (políticos del PT) y el poder judicial (STF), conchabados con una masa amorfa calificada de comunismo, petismo o algo parecido”, escriben Pedro Fiori Arantes y André Okuma en la introducción de Guerras culturais.
Sin embargo, el cariz antisistema de Bolsonaro se apoya en construcciones previas: su carácter mesiánico y la narrativa anticorrupción. En mayo de 2016, mientras el Senado votaba la tramitación del impeachment contra Dilma Rousseff, Jair Bolsonaro apareció en el río Jordán de Israel, siendo bautizado por el pastor evangélico Everaldo. A partir de ese día, Bolsonaro pasó a divulgar frecuentemente su segundo nombre, Messias. Hasta entonces, era conocido como Jair Bolsonaro o como Bolsonaro. Cabalgando sobre el lado del bien que, en palabras de Pedro Fiori Arantes, disputa “el alma del país”, Bolsonaro emergía entonces como un adalid de la pureza. Como el líder profético de los “patriotas”. Su figura pretendía proyectar el carácter mesiánico de un enviado divino que llega para flagelar a los corruptos.
Motociara en Santa Rosa (Rio Grande do Sul, el pasado siete de mayo de 2022. | Fotografía de Isac Nóbrega (Palacio do Planalto).
Dios, familia, patria, libertad
Marcela Canavaro, doctora en Medios Digitales con una tesis que incluye las movilizaciones sociales que auparon a Jair Bolsonaro, asegura que las guerras culturales sobre las cuestiones de género y el aborto siguieron vivas en 2022. No obstante, la investigadora resalta una novedad: la resignificación de la libertad. “La pandemia, con el confinamiento y las vacunas, volvió la agenda de la libertad más plausible. La pseudociencia fue central en la propagación de noticias falsas sobre medicamentos, la ineficacia del confinamiento y las vacunas o la eficacia de la cloroquina”, asegura por correo electrónico Canavaro. A su vez, la idea de libertad con tintes negacionistas reforzaba “la guerra cultural contra la ciencia y un supuesto contubernio universitario con el marxismo, el comunismo y la izquierda”, según Bárbara Szaniecki, diseñadora y profesora de la Escuela Superior de Diseño Industrial de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Negacionismo mediante, la libertad tomaba la forma de multitudinarias motociatas (protestas en moto) o carreatas (en coche), en las que el propio expresidente Bolsonaro participaba sin usar mascarilla. Libertad para circular en un mundo confinado. Para confraternizar contaminando en un ruidoso remake de La libertad guiando al pueblo.
No es casual que el eslogan bolsonarista Deus, Pátria, Família, proveniente del integralismo fascista de Brasil de los años treinta, ganase en 2022 una nueva palabra: libertad. Jair Bolsonaro insistía en sus debates televisivos en el “dios, patria, familia y libertad”. “Que las bendiciones de nuestro Dios estén sobre Brasil y sobre Israel. Dios, Patria, Familia y Libertad”, escribió en Instagram la exprimera dama Michelle Bolsonaro tras votar en la segunda vuelta. La libertad actualiza las guerras culturales en tiempos pandémicos. Desplaza la tríada comunicacional fascista hacia las narrativas meritocráticas que habitan el neoliberalismo.
En 2019, el expresidente Jair Bolsonaro realizó una visita al Templo de Salomão de la Igreja Universal do Reino de Deus, em São Paulo. Las investigadoras Ana Beatriz Tavares y Melissa Maria dos Santos diseccionan en el libro Guerras Culturais la visita al principal templo de esta iglesia pentecostal que mezcla banderas de Israel con la Teología de la Prosperidad, una teoría orientada al enriquecimiento personal. La libertad conecta directamente con esta teología, fuertemente abrazada por el bolsonarismo. “El discurso del individualismo exacerbado, de la meritocracia, del emprendedurismo y de la acumulación se hace compatible con el cristianismo dentro de una perspectiva materialista capitalista”, escriben las investigadoras.
‘Comparação do retrato de Bolsonaro e Comunavirus’, cuadro del artista Paulo Frade.
Fagocitar a la izquierda
Uno de los grandes hits de la campaña de Bolsonaro de 2022 fue la canción “Proibidão do Bolsonaro”. No era una creación original, sino una parodia del “Baile de favela” de MC Jõao, todo un himno que exalta los bailes y fiestas de la periferia de São Paulo. MC Reaça, un músico reaccionario acusado de maltrato machista, colocó una ácida letra anti izquierdista en el “Baile de favela”. El “Proibidão do Bolsonaro” fue una pieza clave de una campaña presidencial osada que intentó secuestrar símbolos, lenguajes y ritos de la izquierda. Si históricamente la remezcla y el détournement cultural estuvieron en manos de la izquierda, la derecha radical brasileña comanda el apropiacionismo.
Si históricamente la remezcla y el détournement cultural estuvieron en manos de la izquierda, la derecha radical brasileña comanda el apropiacionismo
Desde 2015, el Movimiento Brasil Livre (MBL), un nuevo colectivo de neoderecha, resignificó repertorios activistas como los cacerolazos y las acampadas. Intentando robarle a la izquierda sus imaginarios, el MBL llegó a usar la misma tipografía y estilo de la campaña Direitas Já! (1983-84), que luchaba por las primeras elecciones tras la dictadura. El bolsonarismo continuó la senda del MBL. La remezcla de un clip publicitario de una marca de whisky se transforma en el impactante “O mito chegou” que revolucionó la campaña de 2018. Zé Gotinha, personaje de dibujos animados creado en los años ochenta para incentivar la vacunación, se convierte en un superhéroe que empuña una ametralladora. Resignificar territorios clave la izquierda es parte de la estrategia. Garanhuns, tierra natal de Lula, protagoniza motociatas bolsonaristas. Bolsonaro baila el éxito de MC Reaça en una lancha en Guarujá, litoral de São Paulo donde Lula fue acusado de poseer ilegalmente un tríplex. Se trata no solo de ocupar los lugares del enemigo, sino de impedir que narrativas incipientes fluyan hacia la izquierda. Por eso, Fernando & Sorocaba fusionan música sertajena (típica del interior de Brasil tomado por el agronegocio) y funk de las favelas de Río de Janeiro gracias a su colaboración con Nego do Borel (negro, irreverente, urbanoide, exageradamente masculino). ¿Quién dijo que tradición e insolencia no pueden ir de la mano?
“Debemos comenzar a pensar que el apropiacionismo no es en sí mismo de las izquierdas y sí la característica de toda la dinámica cultural y social”, afirma Bárbara Szaniecki, especialista en estéticas de la protesta. Bárbara reflexiona sobre la capacidad de circulación de la producción gráfica bolsonarista, que define como “tosca”. La izquierda divulga diseños bonitos, bien realizados. La derecha transita entre el estilo kitsch de sus artistas y la guerrilla propagandística que estigmatiza a los enemigos de Bolsonaro como “paganos, corruptos, comunistas y violadores”, en palabras de Lucius Goyano, artista visual que firma un capítulo de Guerras Culturais.
La estética no es el mensaje. Si Lula pasó por la cárcel, a pesar de que sus causas fueran archivadas, la producción de fake news se ancla en su condición de presidiario. “Antes de la celebración del primer turno de las elecciones, detectamos un ataque en masa en grupos de WhatsApp asociando a Lula a las prisiones y al crimen organizado. Fue una de las claves del sorprendente resultado de Bolsonaro”, afirma Henrique Parra Parra, del Instituto Cidade Democrática. Unos días después del primer turno, el Partido Liberal de Bolsonaro lanzó el vídeo “Presos também votam!”, en televisión e Internet. “¿Sabe usted dónde Lula tuvo más votos en el primer turno de las elecciones? En las cárceles y prisiones de Brasil”, argumenta una mujer en el vídeo. El Tribunal Superior Eleitoral (TSE) suspendió su divulgación por ser fake news (los presos condenados no tienen derecho a voto). Sin embargo, tres meses después, el vídeo continúa en el canal oficial de Youtube del PL.
La cruzada continúa. Las guerras culturales bolsonaristas siguen encadenando sus falsos silogismos. Si Lula fue presidiario, la izquierda es una organización criminal. Si el sistema persigue a Bolsonaro, la democracia (comunista) no sirve. Tras una década de radicalización, la narrativa anticorrupción cuestiona el corazón del sistema político. La operación ‘Lava Jato’ del juez justiciero Sérgio Moro deviene argumentario golpista. Los tres poderes, pues, merecen ser asaltados. Queremos ver o código. Intervenção Militar já. Bárbara Szaniecki destaca la paradoja de una extrema derecha radical que pide simultáneamente un retorno a una raíz conservadora y excesos: “Se trata de un movimiento contrario a la democracia con sus normas y formas de representación, de institución e incluso de lenguaje. Los que invadieron y vandalizaron los edificios de los tres poderes se ven a sí mismos, seriamente, como portadores de libertad y de una nueva verdad”.
A las 8.48 p.m. del pasado 8 de octubre, Léo Maranhão divulgaba en su cuenta de Twitter una frase: “Queremos o código fuente, essa é a reivindicação”. El tuit contenía un vídeo en el que una multitud ocupaba el...
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Bernardo Gutiérrez
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