Negro sobre Negro XII
Jane Harper, la naturaleza es la culpable
Sospechas y mentes estrechas en el ‘outback’ australiano, esa tierra de nadie abrasada por temperaturas que rozan los 50º
Xosé Manuel Pereiro 5/03/2023
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No son muy habituales los casos en los que un primer libro –no solo el primer libro publicado, sino el primer libro escrito– te convierta de la noche a la mañana en una writer star. A Jane Harper le pasó. Nacida en Manchester en 1980, a los ocho años la familia se mudó a Australia, y cuando ella era adolescente, regresaron a la madre patria, pero a Hampshire. Estudió inglés e historia en la Universidad de Kent y optó por el periodismo como salida profesional. Hizo prácticas en un periódico en Durhan y tuvo un trabajo en otro de Hull, pero en 2008 le hicieron una oferta en Australia. Se fue, y en 2011 era redactora de economía del Herald Sun de Melbourne. Cuatro años después, sin más trayectoria literaria aparente que haber publicado un cuento en Big Issue ganaba el Victorian Premier's Literary Awards con un manuscrito titulado The Dry. Se lo publicó al año siguiente Pan Macmillan Australia y toda su vida cambió. Ganó la Dagger Gold que conceden los escritores de misterio británicos a la mejor novela del año, vendió cientos de miles de ejemplares en su país y un millón en todo el mundo y creó un género, el outback (la Australia más que vaciada, para entendernos)noir.
“Me sentí diferente internamente. Nunca creí que pudiera escribir un libro y no sabía cómo lo hacía la gente. No podía verme invirtiendo el tiempo con un resultado tan incierto”, le confesó a Brigid Delaney en The Guardian el pasado septiembre. Le gustaba decirles a sus amigos que tenía “más actividades de superación personal que una solterona victoriana”, desde la costura al baile de salón, el tenis o las clases de piano. Lo que no decía era que trabajaba en su novela una hora antes del trabajo en el periódico y una hora después, según recogía un perfil publicado hace cuatro años en el New York Times firmado por Amelia Lester. “Durante mucho tiempo no tuvo un smartphone”, comentaba allí –con ¿ironía?– una antigua compañera, “y recuerdo haber pensado que el tiempo que el resto de nosotros estábamos jugando al Candy Crush fueron los momentos en los que Jane debió haber estado trabajando en su libro”.
Jane también se había apuntado a un curso de creación literaria por internet de 12 semanas con una sucursal de la Agencia Curtis Brown, y, de hecho, en esos sonrojantes agradecimientos que la mayoría de los escritores anglosajones, fundamentalmente norteamericanos, plasman al final de sus libros repartiendo adjetivos como “maravilloso” y “soberbio” a todos los integrantes de la cadena de producción editorial, para acabar con un saludo al cónyuge, Harper proclama: “Para publicar esta novela, primero tuve que escribirla, por lo que siempre estaré en deuda con mis compañeros escritores del curso por internet Curtis Brown Creative, en la edición de 2014. Gracias por vuestra sabiduría y vuestro talento colectivo; sin vosotros, estoy casi segura de que este libro no sería el mismo”. Ahora, sin embargo, reclama la experiencia de 13 años como periodista: “Escribí todos los días. Escribí miles de palabras a la semana bajo presión. El curso simplemente me ofreció algo de responsabilidad externa”.
Fuese el curso, los trece años de experiencia o el talento, o todo a la vez, lo cierto es que The Dry (Años de sequía, en la traducción de Maia Figueroa editada por Salamandra en 2017) tiene momentos brillantes. Por ejemplo, su arranque: “No se puede decir que la muerte fuera una novedad en esa granja, y las moscardas no sabían distinguir. Para ellas, apenas había diferencias entre los restos de un animal y un cadáver humano. Ese verano, la sequía había tratado a las moscas a cuerpo de rey. Se lanzaban en busca de los ojos abiertos y las heridas viscosas en cuanto los granjeros de Kiewarra apuntaban con los rifles a sus famélicas reses. Sin lluvia, no había comida. Sin comida, había que tomar decisiones difíciles. El cadáver del claro era el más fresco. Las moscas tardaron un poco más en descubrir los dos de la casa, a pesar de la puerta abierta de par en par como una invitación. Las que se aventuraron más allá de la ofrenda que había en la entrada obtuvieron otro cuerpo como recompensa en el dormitorio. Era más pequeño, pero había menos competencia”.
Esta vez, los cadáveres que han atraído a las moscas a este apartado lugar de Kiewarra no son los de las vacas que los desesperados granjeros matan porque no pueden alimentarlas. Son los de la familia Hadler. El padre, la madre y un hijo de 11 años. Tan solo se ha salvado una bebé de meses. Todas las pruebas apuntan a que el autor fue el padre, Luke, que aparece fuera de la casa con un tiro en la cabeza y la escopeta entre las piernas. Al entierro viene, desde Melbourne, Aaron Falk, un policía federal, amigo de infancia y de juventud de Luke hasta que tuvo que abandonar Kiewarra, acosado por todo el pueblo, que le imputaba el asesinato de una chica amiga de ambos. Los padres de Luke se niegan a creer que su hijo acabase con su familia y le ruegan a Falk que no se vaya, pese a las muestras de animadversión que recibe, e investigue los asesinatos.
Fuese el curso, los trece años de experiencia o el talento, o todo a la vez, lo cierto es que The Dry tiene momentos brillantes
Si me viniese arriba y tuviese que escribir uno de esos textos para las fajas de los libros, diría que el resto es puro Faulkner: calor, sospechas y mentes estrechas, todo en grado extremo (pero a comienzos del siglo XXI). Y algún que otro rasgo de humanidad, como el de la madre de Luke: “Nadie te cuenta cómo va a ser, ¿verdad? Todo el mundo lo siente mucho, claro que sí, y todo el mundo quiere pasar por tu casa y cotillear sobre los detalles, pero nadie menciona que después tienes que vaciar los cajones de tu hijo muerto y devolver los libros a la biblioteca. Nadie te enseña cómo enfrentarte a eso”. Claro que Harper, al cabo, tiene que darle preponderancia a la trama y a la resolución del caso.
Para su segunda novela, Naturaleza salvaje, que salió a la luz al año siguiente (en castellano con traducción de Ismael Attrache Sánchez), Jane Harper escogió un escenario completamente opuesto: los bosques impenetrables de la zona montañosa al noroeste de Melbourne. Ese es también el escenario escogido por los directivos de una empresa tecnológica para que dos grupos de altos cargos y asistentes (uno masculino y otro femenino) vivan una de esas experiencias que en teoría compenetran a los equipos. Una teoría en la que no acredita ni la propia presidenta de la empresa: “Personalmente, yo preferiría que la gente se ocupara del trabajo para el que le pagan y punto, pero por lo visto pensar así hoy en día es de lo más incorrecto. Ahora todo tiene que hacerse con una gestión holística. –Movió la cabeza–. Es una verdadera pesadilla, por Dios”.
Harper se redimió en su tercera novela, El hombre perdido, publicada en 2019. Aunque se dejó a su protagonista, Falk
La presidenta tiene razón. Su grupo, el de mujeres, se pierde, y la experiencia no es que contribuya a cohesionarlas. Encima, una de las integrantes desaparece. Era una persona ciertamente odiosa, pero también era la garganta profunda que Aaron Falk tenía para conseguir pruebas de la corrupción fiscal dentro de la compañía, así que, convenientemente abrigado, se desplaza al lugar de los hechos. Quizá por el cambio de registro de ambiente, o por cierta relajación después del éxito de su ópera prima, lo cierto es que Naturaleza salvaje no está, creo, a la altura de la obra de su debut.
Harper se redimió con creces en su tercera novela, El hombre perdido (traducción de Jofre Homedes Beugnatel), publicada un año después. Aunque se dejó a su protagonista, Falk, en el tintero o en Melbourne, volvió al outback, esa tierra de nadie abrasada por temperaturas que rozan los 50º y que es literalmente de nadie, esta vez en concreto el sudoeste de Queensland. A estas alturas –2019–, la antigua redactora de economía del Herald Sun ya había dejado el periodismo y visitaba minuciosamente los escenarios de sus novelas. Para esta, viajó con una policía jubilada que una vez patrulló un área del interior del tamaño del Reino Unido, con una población de unas 250 personas. (Ha sacado dos libros más, todavía no editados en España, Supervivientes y otro de Falk, Exiliados, que transcurre en una zona vinícola).
El hombre perdido transcurre alrededor de una lápida plantada en medio del desierto hace quizá un centenar de años. “Para los habitantes de la zona –sesenta y cinco personas, aparte de las cien mil cabezas de ganado– era simplemente ‘el ganadero’, y aquel lugar, ‘la tumba del ganadero’”. Allí empieza, y en cierta forma también finaliza, la novela. “A lo largo del año, en días convenidos, un helicóptero hacía vibrar el cielo por encima de la tumba. Los pilotos trabajaban desde el aire, valiéndose del ruido y el movimiento para dirigir el ganado por terrenos del tamaño de un pequeño país europeo”.
“La lápida proyectaba una pequeña sombra escurridiza –la única a la vista–, que crecía y se encogía al girar, como un reloj de sol. El hombre de la camisa azul había intentado seguir esa sombra, primero a gatas, luego arrastrándose. Había intentado encogerse para caber en aquella sombra, en muchos momentos adoptando posturas extrañas, arañando y pateando el suelo a medida que lo invadían el miedo y la sed”.
El hombre es Cameron, uno de los hermanos Bright, el que se ha quedado con las riendas de la hacienda familiar, de unos 3.500 kilómetros cuadrados. Tanto sus hermanos, Natham y Bub, como los policías, que coinciden examinando el cadáver consideran que la muerte ha sido natural. “Con este tiempo, a pie no se puede ir –dijo Steve con la voz amortiguada mientras miraba de nuevo debajo de la lona–. Fue donde se equivocaron los tres técnicos aquellos que se quedaron atascados en Atherton hace unos años. ¿Qué edad tenían? ¿Unos veinticinco? –continuó Steve–. Intentaron volver caminando e hicieron siete kilómetros, si es que llegaron. Al cabo de seis horas habían muerto dos”.
Según Harper, hasta la década de los años veinte (del pasado siglo) no sobrevivió ni un solo bebé blanco nacido en el pueblo
Lo que no es natural es que a poca distancia de donde murió Cam, siguiendo la semiprotectora sombra de la lápida, tenía su todoterreno. En perfecto funcionamiento, la radio y el coche, y completamente equipado como lo exigen los usos del territorio: bidones extra de combustible, botellas de agua y latas de cerveza, comida enlatada y neumáticos de repuesto. También, como era preceptivo en la familia, había apuntado su destino en la agenda dispuesta para que todos y cada uno de los habitantes consignaran hacia donde se dirigían cuando salían de casa. Salvo que había indicado otro lugar.
Si quieren conocer la solución al misterio, tendrán que leer la novela (o enviarme un mail), pero además de los recovecos de la trama, en El hombre perdido sobrecoge la descripción de las condiciones de vida de los habitantes. Y sobre todo imaginar cómo serían cuando no había todoterrenos con aire acondicionado para desplazarse ni congeladores industriales para soportar el aislamiento. Por ejemplo, según dice Harper en la obra, hasta la década de los años veinte (del pasado siglo) no sobrevivió ni un solo bebé blanco nacido en el pueblo. Con una naturaleza como esta, ¿quién necesita asesinos en serie?
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Web de la autora: https://janeharper.com.au
No son muy habituales los casos en los que un primer libro –no solo el primer libro publicado, sino el primer libro escrito– te convierta de la noche a la mañana en una writer star. A Jane Harper le pasó. Nacida en Manchester en 1980, a los ocho años la familia se mudó a Australia, y cuando ella era...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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