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economía

Alemania atrapada en un cambio ineludible

En la última década Trump, Xi Jinping y Putin han arruinado los cimientos del “modelo alemán”. Hoy, un país acostumbrado a maniobrar lentamente debe reinventarse por completo y arrastrar a Europa hacia la nueva dinámica

William Desmonts 18/03/2023

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En menos de diez años, Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping han destruido las bases del “modelo alemán”. Alemania probablemente es el país del mundo en el que, desde la década de 1980, el consenso neoliberal ha sido adoptado más amplia y sistemáticamente –aunque de un modo diferenciado, “ordoliberal”– por la derecha y la izquierda. Sin embargo, la invasión de Ucrania, el proteccionismo estadounidense y una China más firme están obligando a los alemanes a cuestionarse todas sus certezas sobre su lugar en el mundo.

Se trata, por naturaleza, de un largo y complejo proceso de duelo, tan profundamente arraigadas estaban dichas convicciones en la sociedad alemana. Sin duda ofrece oportunidades para la integración europea, pero también presenta graves riesgos para Alemania –y para sus vecinos, si el viraje no se efectúa a tiempo–.

El ordoliberalismo y la reconstrucción de posguerra

Tras el estatismo de Adolf Hitler que llevó a Alemania a la ruina, y la versión de Joseph Stalin que empobreció y oprimió a Europa del Este, pero en particular al este del país, la reconstrucción de posguerra se llevó a cabo bajo los auspicios del ordoliberalismo propugnado por el economista Walter Eucken antes de la guerra. Para los ordoliberales el papel del Estado no es intervenir activamente en la economía ni corregir las desigualdades, sino establecer unas normas estables y vinculantes que enmarquen la actuación de los agentes privados y después hacerlas cumplir estrictamente. Una de las principales diferencias entre el ordoliberalismo alemán y el neoliberalismo anglosajón es el individualismo de este último: el ordoliberalismo consiente la negociación colectiva entre sindicatos y empresarios.

La reconstrucción de Alemania tuvo lugar bajo el liderazgo de los conservadores democristianos, que estuvieron en el poder entre 1949 y 1969 ininterrumpidamente. En particular fue obra de Ludwig Erhard, inventor de la Soziale Marktwirtschaft (economía social de mercado), que fue ministro de Finanzas entre 1949 y 1963 antes de convertirse en canciller en 1966. Esta Alemania, en materia económica un Estado federal no intervencionista, convenía a los aliados de guerra, que ya no querían un Estado alemán poderoso y activo en el corazón de Europa. Más tarde, el ordoliberalismo serviría de matriz al mercado común europeo.

Cuando el resto del mundo occidental era keynesiano, Alemania ya era económicamente liberal

Cuando el resto del mundo occidental era keynesiano, Alemania ya era económicamente liberal. Solo tuvo un breve episodio socialdemócrata en la década de 1970 con Willy Brandt como canciller. Cuando, a principios de los 80, el neoliberalismo se impuso en todo Occidente, las ideas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan lógicamente fueron bien recibidas en la Alemania de Helmut Kohl, canciller democristiano de 1982 a 1998.

Todas las ideas asociadas fueron secundadas por el ordoliberalismo que había prevalecido en Alemania desde la guerra: siempre es mejor tener “menos Estado”, la prioridad de las políticas económicas debe ser luchar contra la inflación, el libre comercio garantizará la paz mundial gracias a le doux commerce, el comercio internacional (siempre que “no esté distorsionado” por la intervención del Estado) beneficiará a todos gracias a las ventajas competitivas y el libre flujo de capital permitirá su distribución óptima a escala mundial. Cuando las “izquierdas” anglosajonas –incluidos Bill Clinton y Tony Blair– hicieron suyas estas ideas, el SPD alemán, el partido socialdemócrata más poderoso de Europa occidental, siguió su ejemplo.

Resistir la desindustrialización

Alemania redujo drásticamente los costes laborales y la demanda interna bajo el liderazgo del canciller socialdemócrata que sucedió a Kohl, Gerhard Schröder. Sin embargo, contrariamente a lo que muchos alemanes –y otros– creen, no fue esta austeridad generalizada la que permitió a la industria alemana resistir la desindustrialización que afectó al resto de Europa en la década de 2000.

Esa oleada fue principalmente el resultado de la fuerte subida del euro frente al dólar, que debilitó extremadamente la competitividad de costes de la industria europea. La industria alemana pudo evitarlo porque, con la perspectiva de la ampliación de la Unión Europea, redistribuyó de forma generalizada sus cadenas de valor de subcontratación hacia Europa del Este desde finales de la década de 1990 –un movimiento que los fabricantes italianos, franceses y españoles no pudieron llevar a cabo con el mismo vigor–.

Antes de la caída del muro de Berlín, el país de bajo coste que abastecía a la industria alemana solía ser Francia –desde la década de 2000 son Polonia o la República Checa–. El aumento del suministro por parte de estos países con costes muy bajos ayudó a contrarrestar el efecto de la subida del euro en la competitividad de la industria alemana. Alemania exporta mucho más que Francia, por ejemplo, pero también importa mucho más. Gracias a la Mitbestimmung (“cogestión”) que Schröder no se atrevió a tocar, la industria alemana desarrolló estas cadenas de suministro en Europa central y oriental sin poner en entredicho su base de producción nacional.

Desde el cambio de milenio, en medio de la aceleración de la industrialización de China, India y otras economías emergentes, la industria alemana también se ha beneficiado de su larga especialización en bienes de equipo. Cuando surgieron fábricas, se instalaron máquinas alemanas, ya que la industria francesa de bienes de equipo prácticamente había desaparecido (aparte de las centrales nucleares que tanto le cuesta exportar a Francia). Del mismo modo, Alemania se benefició enormemente de su especialización en automóviles de lujo: en particular, la clase media emergente china prefería adquirir, o hacer que su empresa adquiriera, un BMW, un Mercedes o un Audi que un Renault o un Citroën.

Arrastrar a Europa hacia el abismo

En resumen, si durante la década de 2000 la industria alemana se mantuvo en buen estado, a diferencia del resto de la industria europea, fue más a pesar que gracias a las políticas de Schröder, que debilitaron la cohesión social y la política del país y degradaron sus servicios públicos e infraestructuras. Sin embargo, como la gran mayoría de los dirigentes alemanes seguían convencidos de que los éxitos industriales del país se debían a una austeridad social regresiva, Alemania casi arrastra a toda la UE al abismo durante la crisis de la eurozona, negándose a cualquier forma de solidaridad con los países del sur de Europa afectados por la crisis y tratando de imponer su modelo de austeridad en todas partes. Afortunadamente, el gobierno alemán se detuvo a pocos centímetros del precipicio y finalmente aceptó las concesiones mínimas indispensables para la supervivencia de la unión y del euro.

La sociedad alemana y sus dirigentes habían llegado a la conclusión de que no había nada que hacer con esos países del sur de Europa menos serios

No obstante, la sociedad alemana y sus dirigentes habían llegado a la conclusión de que, definitivamente, no había nada que hacer con esos países del sur de Europa menos serios. Su capacidad para absorber las exportaciones alemanas ya estaba limitada por la prolongada austeridad que les había impuesto el gobierno alemán. El futuro de Alemania estaba fuera de Europa: en China, Rusia y Estados Unidos.

Más allá de lo estrictamente necesario para superar la crisis que asolaba la zona del euro, Alemania no estaba interesada en reforzar su integración. Se veía a sí misma como una especie de gran Suiza en el corazón de Europa. Indiferente a la suerte de sus vecinos directos, comerciaba con el resto del mundo sin pretender implicarse en las disputas de las grandes potencias.

En aquellos años, la industria alemana se benefició enormemente del extraordinario conjunto de medidas de estímulo que China puso en marcha en respuesta a la crisis financiera. Y a pesar de la invasión de Crimea por el ejército de Putin en 2014, Alemania siguió desarrollando sus relaciones con Rusia con la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2.

Las ilusiones sobre el comercio se desvanecen

Pero este proyecto no duró mucho. En 2017 Trump llegó al poder en Estados Unidos y desafió las políticas de libre comercio de sus predecesores demócratas y republicanos. Se apresuró a identificar a la UE, y a Alemania en particular, como adversarios.

En 2017 Trump llegó al poder en Estados Unidos y desafió las políticas de libre comercio de sus predecesores demócratas y republicanos

En opinión de Trump, los europeos estaban destinando enormes cantidades de recursos estadounidenses para su propia seguridad. Empezó a imponer aranceles a varios productos europeos, lo que afectó en particular a las exportaciones alemanas, una política proteccionista que su sucesor, Joe Biden, ejerce en la práctica, especialmente a través de ingentes subvenciones a los productores nacionales con la Ley de Reducción de la Inflación. Y EE. UU. paralizó la Organización Mundial del Comercio al negarse a renovar a los jueces de sus paneles de arbitraje.

Trump también desató una guerra comercial contra China (Biden también sigue ese camino). Entretanto, el régimen de Xi se volvió aún más autoritario y trató de recuperar el control de la esfera económica.

Xi anunció su deseo de reducir su dependencia de los fabricantes extranjeros –por supuesto estadounidenses, pero también alemanes–. Los productores chinos se han convertido en poderosos competidores de los gigantes industriales alemanes de coches eléctricos, así como de trenes de alta velocidad, turbinas eólicas y muchos otros sectores. La industria alemana sigue dependiendo en gran medida del mercado chino, sobre todo en el sector del automóvil, que estructura toda su economía. Corre serio peligro de verse aplastada en la guerra comercial sinoestadounidense.

Por su parte, Putin, al invadir Ucrania en febrero de 2022, logró que se desvanecieran las ilusiones que albergaba Alemania acerca del papel potencialmente pacificador e integrador del comercio con Rusia. También debilitó una parte importante de la base industrial de Alemania, de gran consumo energético: su industria química, que dependía del acceso a los recursos baratos de combustibles fósiles rusos. Ahora está de moda mofarse de estos errores de cálculo alemanes, pero hasta hace muy poco tales ilusiones eran ampliamente compartidas entre las élites francesas, aunque la dependencia de Francia respecto a Rusia era mucho menor que la de Alemania, especialmente en materia energética.

De este modo, en pocos años, Estados Unidos, China y Rusia han destruido las bases que guiaron todas las decisiones de las élites económicas y políticas alemanas durante cuatro décadas. Sobre estas ruinas Alemania tiene que concebir un nuevo enfoque de su lugar en el mundo –con limitaciones externas cada vez más acuciantes–.

Un cambio profundo en aras de la solidaridad 

Aunque el debate nunca haya sido explícito, se ha producido un cambio profundo en la actitud de Alemania respecto a la solidaridad europea: la arrogancia e indiferencia ante la suerte de sus vecinos mostradas durante la crisis de la eurozona se reconocen como un error. Esto se reflejó en el acuerdo alcanzado rápidamente a mediados de 2020, en particular a iniciativa de la canciller Angela Merkel, para que la UE asumiera una deuda conjunta con el fin de ayudar a los países más afectados por la pandemia.

El contraste con la crisis griega que tuvo lugar unos años antes fue sorprendente. Los cuatro Estados miembros “frugales” restantes se mostraron reticentes, pero Alemania respaldó la iniciativa. Aunque tiene una gran capacidad de reacción por sí sola, debido a su deuda pública relativamente baja y a la confianza de que goza la deuda que emite, Alemania ha comprendido que ya no puede salir sola de los problemas si el resto de la UE se ve envuelta en una crisis desestabilizadora.

En la década de 2010, Alemania había contribuido a facilitar la penetración de China en Europa obligando a los países del sur con problemas a vender sus “joyas de la familia” para limitar su deuda. De este modo, se confió a empresas chinas la gestión de los puertos del Pireo y Génova y de la compañía eléctrica portuguesa. En 2016, sin embargo, la adquisición del fabricante alemán de robótica Kuka caló hondo en los círculos empresariales y en la opinión pública: Alemania se dio cuenta (por fin) de que esa competencia de las grandes empresas subvencionadas por el Estado no solo afectaba a los países del sur de Europa y a las industrias envejecidas, sino que amenazaba el corazón del poder industrial alemán, los bienes de equipo. Berlín ha acordado reforzar el control de las inversiones extranjeras en Europa y luchar más enérgicamente contra la competencia desleal de las ayudas estatales a las empresas extranjeras que quieran vender o invertir en Europa.

Preparados para la política industrial

Frente a los fabricantes chinos apoyados en condiciones de competencia por el Estado y las ingentes subvenciones concedidas a los fabricantes estadounidenses de vehículos eléctricos y energías renovables en virtud de la Ley de Reducción de la Inflación, Alemania ha hecho balance del retraso europeo en tecnología digital y semiconductores. Aunque la industria alemana está actualmente en condiciones mucho mejores que la francesa, esencialmente sigue fabricando los mismos tipos de productos que en el siglo XX y está igual de mal preparada para hacer frente a los profundos cambios actuales. Aunque siempre ha sido muy contraria a cualquier política industrial, Alemania parece ahora dispuesta a aceptar la idea y a acceder a un “fondo de soberanía” para apoyar la innovación en la industria europea.

Aunque la industria alemana está actualmente en condiciones mucho mejores que la francesa, sigue fabricando los mismos tipos de productos que en el siglo XX

Alemania se reconstruyó después de 1945 sobre la idea de no volver a ser una potencia militar y de desarrollar relaciones con el resto del mundo exclusivamente a través de la exportación de productos industriales. Y en el periodo intermedio se convirtió en Exportweltmeister (campeón mundial de exportaciones). Esta postura pacífica tenía muchas ventajas en términos de “poder blando”: ya nadie temía a Alemania y facilitaba los negocios en todo el mundo, incluida la venta de armas. No tener que gastar mucho en equipamiento militar también dio a Alemania una ventaja competitiva sobre Francia, el Reino Unido y Estados Unidos.

Sin embargo, la guerra de Ucrania, que vino después de otros desastres –en particular la desintegración de Yugoslavia y las permanentes tensiones en los Balcanes–, acabó por convencer a la opinión pública alemana y a sus dirigentes de que esta postura ya no era defendible. De ahí el Zeitenwende (cambio de época) anunciado por el canciller Olaf Scholz como reacción a la invasión rusa, acompañado de la creación de un fondo de 100.000 millones de euros para compensar el déficit alemán en equipamiento militar.

De este modo, en todos los frentes, Alemania ha empezado a enfrentarse al fracaso de su Weltanschauung de posguerra. Pero, sin crear una grave crisis interna, ¿puede renunciar a todos sus viejos tótems con la rapidez suficiente como para construir algo radicalmente distinto en un marco verdaderamente europeo, dada la urgencia impuesta por las fuerzas exteriores?

Alemania es un transatlántico lento. Esto no solo tiene desventajas: evita las aventuras y ocurrencias puntuales tan habituales en la política pública francesa. Sin embargo, en medio de grandes convulsiones puede llegar a ser fatal. Esto fue particularmente evidente en los debates de principios de 2023 sobre la entrega de tanques a Ucrania.

El ordoliberalismo constitucionalizado

El primer obstáculo es que la lógica ordoliberal se ha incrustado en la Grundgesetz, la “ley básica” de 1949 que hace las veces de constitución del país. En particular, el Schuldenbremse (freno a la deuda) se incorporó a la Constitución en 2009, en plena ola ordoliberal, cuando Alemania quería dar ejemplo para imponer la austeridad permanente en toda Europa. El Schuldenbremse de hecho prohíbe al Estado federal, a los Länder y a los municipios contraer nuevas deudas significativas. En su momento fue apoyado por los dos principales partidos.

Al tratarse de una norma constitucional, su modificación requeriría una mayoría de dos tercios en el Bundestag, la asamblea nacional, y en el Bundesrat, el senado que reúne a los representantes de los Länder, lo que resulta casi imposible en un panorama político cada vez más fragmentado. Su aplicación está garantizada además por el poderoso e independiente Bundesverfassungsgericht (tribunal constitucional federal).

Los verdaderos cambios que están sucediendo en Alemania obligan, no obstante, a realizar considerables inversiones públicas, tangibles e intangibles, entre otras cosas para recuperar el retraso que han legado décadas de austeridad. Alemania es el único miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en el que la inversión pública neta (deducidas las amortizaciones) ha sido negativa desde principios de siglo. Los puentes a menudo están agrietados, la red ferroviaria está deteriorada, las redes de Internet de alta velocidad y de telefonía móvil van a la zaga, etc.

Para sortear este obstáculo, la coalición liderada por Scholz ha recurrido a fondos considerados extrapresupuestarios para financiar la aceleración de la transición energética y el Zeitenwende en política de defensa impuesto por la guerra. Pero es probable que Alemania tenga muchas dificultades para aplicar las políticas públicas que exige su futuro –y el de Europa– si no cuestiona explícitamente el Schuldenbremse.

Alemania, de nuevo a diferencia de Francia, tiene una larga tradición de búsqueda de consenso social y político en las políticas públicas. Esto tiene raíces profundas, ligadas en Alemania a la ausencia de un momento de ruptura con la tradición corporativista como el que supuso la revolución francesa. Se sustenta en el panorama institucional, en el que el Bundestag se elige con una estricta representación proporcional (y un umbral del 5% para la representación de los partidos) y el Bundesrat está dotado de un poder mucho mayor que el Senado francés.

Un canciller alemán no puede compararse a un presidente francés que, aunque generalmente sólo goza de un apoyo minoritario, dispone de los medios para imponer sus opciones en poco tiempo. Antes de tomar cualquier decisión importante, el canciller debe obtener el acuerdo de sus socios de coalición y el asentimiento del Bundestag, lo que lleva tiempo. La propia formación de coaliciones es cada vez más compleja, como demostraron las elecciones parlamentarias de 2021.

Un fuerte apoyo político

Las ideas ordoliberales están en retroceso entre las élites políticas y económicas alemanas, así como entre la opinión pública. El SPD ha roto claramente con el liberalismo económico que marcó el período de Schröder y las sucesivas coaliciones con Merkel. Los Verdes, que avanzan en la opinión pública sin situarse en la izquierda radical, siempre han desconfiado mucho de la austeridad ordoliberal dirigida por Wolfgang Schaüble, el indomable ministro de Finanzas de Merkel, por su impacto negativo en la transición ecológica y sus efectos nefastos en la construcción europea.

El SPD ha roto claramente con el liberalismo económico que marcó el período de Schröder y las sucesivas coaliciones con Merkel

Sin embargo, el pensamiento ordoliberal sigue gozando de un fuerte apoyo político. Desde la década de 1990, el pequeño Partido Democrático Libre ha abandonado su histórico liberalismo político y su europeísmo a ultranza para convertirse en una agrupación ultraneoliberal al estilo estadounidense, hostil a cualquier forma de solidaridad europea. Su presencia en la actual coalición, impuesta por la aritmética electoral, constituye un poderoso freno a toda evolución necesaria.

De un modo similar, la victoria de Friedrich Merz dentro del Partido Demócrata Cristiano en su último congreso de diciembre de 2021 supuso un freno a la tendencia positiva respecto al dogma ordoliberal de los últimos años del mandato de Merkel. Merz ha adoptado posiciones extremas, muy cercanas al FDP, en cuestiones económicas, sociales y europeas. Y luego está la ultraderechista Alternative für Deutschland, un socio potencial en futuras coaliciones de derechas: no solo se opone firmemente a los inmigrantes, sino a cualquier forma de solidaridad europea, y es muy neoliberal en cuestiones económicas.

Esta fuerte capacidad de resistencia ordoliberal se refleja a escala europea. Más allá del plan puntual NextGenerationEU acordado en 2020, los dirigentes alemanes apenas se movilizan para perpetuar la emisión de deuda común y una mayor mancomunación de recursos. Las negociaciones para reformar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en gran medida siguen dominadas por tesis ordoliberales, en particular que la UE debe, con carácter prioritario, seguir presionando a los Estados miembros para que limiten el gasto público. (Los dirigentes franceses también están muy comprometidos con las ideas neoliberales).

Reservas sobre la ayuda militar

En el seno del SPD –y del movimiento sindical– hay una resistencia demasiado fuerte a identificar todas las consecuencias derivadas de la nueva situación geopolítica creada por la invasión rusa. Cabría esperar que las reticencias a ayudar a Ucrania fueran notables en una Francia donde candidatos abiertamente afines a Putin obtuvieron el 45% de los votos en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales y donde las élites de derecha e izquierda se han empapado durante 60 años en un discurso neogaullista hostil a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Sin embargo, hasta ahora no se ha dado el caso –aunque el acercamiento en solitario del presidente Emmanuel Macron a Putin en varias ocasiones haya podido enfurecer a muchos de los aliados de Francia–.

Es más bien en Alemania, muy proamericana y adscrita a la OTAN desde la creación de la república federal, donde la ayuda militar a Ucrania ha suscitado más reservas, especialmente en el seno del SPD. Este es el resultado de una visión mítica de la Ostpolitik liderada en la década de 1970 por Brandt –que, sin embargo, era muy lúcido sobre la amenaza soviética–, así como de una fuerte reticencia de la izquierda hacia cualquier cosa que se parezca al rearme alemán y del temor a que la industria alemana se debilite y los puestos de trabajo se vean amenazados por la pérdida de acceso a los mercados y las materias primas rusas.

Este temor se ve reforzado por la preocupación por los mercados chinos, aún más importantes, si Alemania se viera arrastrada a un enfrentamiento frontal entre Estados Unidos y Europa Occidental, por un lado, y Rusia y China, por otro. Es una opinión ampliamente compartida en círculos empresariales y sindicales, muy influyentes en la política alemana de derechas e izquierdas.

Además, no solo el Schuldenbremse impide que el país se endeude, sino que las fuerzas políticas que se oponen a las subidas de impuestos siguen siendo capaces de bloquear cualquier medida de este tipo para aumentar el esfuerzo presupuestario en defensa. Incluso si efectivamente se aumentara, queda por demostrar la voluntad de darle una dimensión verdaderamente europea y, en particular, franco-alemana. Hasta ahora, los intentos de cooperación entre las industrias de defensa han terminado casi siempre en un estrepitoso fracaso. La iniciativa europea Sky Shield, lanzada en octubre pasado por Alemania con otros 13 países sin consultar a Francia, no augura nada bueno.

Negociar directamente con Pekín

Aunque Alemania ha comprendido que la solidaridad europea es esencial y que es necesario proteger más el mercado interior –apoyando a los actores europeos mediante una política industrial activa–, no ha renunciado a jugar su propia carta en la escena mundial. La relación económica entre Europa y China sólo podrá reequilibrarse si la UE habla con una sola voz al negociar con este país de 1.400 millones de habitantes. Hasta ahora ha sido incapaz de hacerlo debido al deseo de cada dirigente nacional de tratar directamente con Pekín: los dirigentes chinos fomentan fácilmente el enfrentamiento entre los europeos.

Al reunirse solo con Xi el pasado noviembre, justo después de que el XX Congreso del Partido Comunista le hubiera “reelegido” para un tercer mandato al frente del país, Scholz dejó claro que aún no estaba dispuesto a desempeñar un papel verdaderamente europeo en las relaciones con este país clave. Por supuesto, se puede hacer el mismo reproche a Macron, el cual, a pesar de sus grandes discursos proeuropeos, también actúa regularmente como un jinete solitario en la escena mundial.

La voluntad de Alemania de proporcionar a Europa una verdadera política industrial común dotada de medios importantes también está por confirmar. Por el momento, las medidas anunciadas a escala europea siguen siendo muy limitadas debido a la falta de recursos adicionales. Solo es realmente significativa la permanencia de la flexibilización de las normas que rigen las ayudas estatales para hacer frente a la pandemia y, posteriormente, a la crisis energética.

Alemania ha hecho un gran uso de estas posibilidades, con 356.000 millones de euros en ayudas a empresas en 2022, el 55% del total concedido en la UE. En la práctica, nos dirigimos más hacia una renacionalización de las políticas industriales que hacia una política verdaderamente europea. Sin duda esto conviene a los dirigentes políticos y económicos alemanes.

Un grave riesgo para Europa

Desde que la histeria ordoliberal, representada por la gestión que hizo el Gobierno alemán de la crisis de la eurozona y ampliamente respaldada por la opinión pública nacional, alcanzara su punto álgido, las cosas han cambiado mucho en la sociedad alemana. Alemania se ha dado cuenta de que el sueño ordoliberal de una Europa desprovista de solidaridad, gestionada burocráticamente por medio de normas en un mundo pacificado por el libre comercio –un mundo en el que florecería la Alemania Exportweltmeister– ahora es inalcanzable.

Sin embargo, esto pone en tela de juicio las bases que han estructurado la sociedad alemana desde la Segunda Guerra Mundial, mientras que las fuerzas que podrían obstaculizar los cambios necesarios siguen siendo poderosas. También lo son quienes empujan a Alemania a salir sola de este embrollo.

Existe un grave riesgo de que estas fuerzas impidan a Europa responder con la suficiente rapidez, firmeza y complicidad a los colosales retos a los que se enfrenta.

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Este artículo fue publicado originalmente en Social Europe

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Traducción de Paloma Farré.

En menos de diez años, Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping han destruido las bases del “modelo alemán”. Alemania probablemente es el país del mundo en el que, desde la década de 1980, el consenso neoliberal ha sido adoptado más amplia y sistemáticamente –aunque de un modo diferenciado, “ordoliberal”– por la...

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Autor >

William Desmonts

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