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Querida comunidad de Contexto:
Hace unas semanas hice un viaje al país donde nací y donde vive otra parte de mi alma: México. Aprovecho esta carta para hacer una reflexión a partir de algunos recuerdos suscitados tras esta visita a mi tierra, que hoy se me aparece lejana, esa tierra habitada por personas mestizas, en su gran mayoría de piel morena clara; un terruño multiétnico en el que todavía algunos visten de manta y calzan “huaraches”, mientras otros se adornan con collares de tonos dorados, se atan al cuello trozos de tela polícroma o se colocan en la cabeza plumas de coloridas aves para bailar al ritmo de los tambores. Envueltos por el intenso olor a copal, llevan a cabo unas danzas y rituales junto a la Catedral Metropolitana en el centro histórico de la Ciudad de México.
Era un domingo cuando me encontré, cerca del Zócalo capitalino, junto a un grupo de danzantes ataviados con distintos ropajes que evocaban a aquellos bailarines mexicas que escribieron un memorable capítulo de la historia mesoamericana. Desde hace años sé que estos grupos están ahí, intentando perpetuar esa especie de ritual prehispánico, recreando llamativas danzas, invocando al dios Sol, al dios de la Lluvia, a la diosa Luna y a otras tantas y caleidoscópicas divinidades (por sus múltiples nombres, que prevalecen aún en diversas lenguas indígenas). Los danzantes, los turistas y otros curiosos son quienes se reúnen en el lugar para llenarse de energía bajo un mismo cielo, todos al unísono de una rítmica percusión.
Asimismo, unas calles antes, al salir del metro subterráneo en la estación del Palacio de Bellas Artes (donde hace algunos años recibió un gran homenaje el popular artista Juan Gabriel) danzaba, en otra dirección, otro contingente, aunque esta vez se trataba de los indígenas de Oaxaca. Se los reconocía por ir vestidos con otros atuendos, con sus vestidos de color rojo, como las dalias, las flores típicas de México, que las mujeres llevaban trenzadas en sus cabellos. Las bailarinas, a modo festivo, seguían al ensamble de músicos que tocaban instrumentos como el trombón, la tuba y otros alientos, mientras sonaba un son, un ritmo musical también característico de la zona donde predominan los grupos indígenas zapoteco y mixteco.
Precisamente, algunas de esas melodías han sido reinterpretadas por la cantante mexicana Lila Downs, a quien entrevisté para nuestra serie en YouTube de Latinoamérica en CTXT en 2022, justo antes de su gira por España y otros países de Europa. Me acordé de ella y de nuestra conversación porque en otras latitudes esta artista ha sido portavoz de la defensa por los derechos de las mujeres, de los indígenas y de los migrantes, grupos todos ellos muy vulnerables en mi país. Para darse cuenta de esta fragilidad, basta con recorrer las calles principales del centro de la Ciudad de México, donde la memoria los revivifica, recordando que siguen –y seguimos– en la lucha por sus derechos, algo que también ocurre con los colectivos feministas, cuyo propio combate se rememora diariamente en el monumento a las víctimas de los feminicidios, una tragedia que asola a México y a muchos otros países, como les conté hace unas semanas en este artículo de Contexto: Muertas en el olvido...Sin duda, una desgarradora realidad de nuestros días que hay que recordar igual que a los migrantes que murieron hace días en el enclave fronterizo de Ciudad Juárez. Todo ello da, desde luego, una clara muestra de que México tiene una deuda histórica pero muy presente que apunta a la reparación de las vidas rotas y las historias olvidadas de todos estos grupos vulnerables. Y creo que hay más países que comparten esta misma realidad.
Sigo pensando así mientras continúo mi recorrido por las calles del centro histórico de Ciudad de México, y, al cruzar por la Alameda central, en dirección a la avenida Reforma, escucho el eco de aquella canción de 1998 interpretada por Manu Chao, titulada Mentira. Reparo, entonces, en la paradoja de que dicho tema siga describiendo hoy una gran verdad. Incluido en ese álbum Clandestino, quedó inmortalizado uno de los discursos más brillantes y poéticos del subcomandante Marcos, el enigmático guerrillero de rostro e identidad borrados por un pasamontañas, que un día le habló al pueblo mexicano, así como a los pueblos y gobiernos del mundo, mientras daba lectura al Manifiesto Zapatista, del que apenas cito aquí un fragmento: “Hermanos, nosotros nacimos de la noche, en ella vivimos y moriremos en ella, pero la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran la noche, para quienes se niega el día. Para todos, la luz; para todos, todo. Nuestra lucha es por hacernos escuchar, y el mal gobierno grita soberbia y tapa con cañones sus oídos. Nuestra lucha es por un trabajo justo y digno, y el mal gobierno compra y vende cuerpos y vergüenza. Nuestra lucha es por la vida, y el mal gobierno oferta muerte como futuro. Nuestra lucha es por la justicia, y el mal gobierno se llena de criminales y asesinos. Nuestra lucha es por la paz, y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción. Techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad, estas fueron nuestras demandas en la larga noche de los 500 años; estas son hoy nuestras exigencias”.
Estas, pues, siguen siendo muchas de las demandas de México, y estas deberían ser las demandas de todo pueblo que obligara al ejercicio de un buen gobierno, sobre todo porque la noche, para muchos, sigue eternizándose. Sirva esta carta para decirles, queridos suscriptores, que ninguna estampa con la que una llega a encontrarse en mi país deja a nadie indiferente; pero, sobre todo, que es importante, si no urgente, hacer una pausa para intentar desentrañar lo que esos paisajes, esas historias de nuestra tierra –la que cada quien tenga por propia–, pueden evocarnos. Esas tierras nos interpelan, convocan e invitan a mantener tales historias en la memoria. Porque no somos más que eso, una memoria traída al presente por palabras que nos obligan a cuestionarnos, a pensar y a darle sentido a un futuro soñado.
Reciban un fuerte abrazo,
Atte: Liliana David.
Querida comunidad de Contexto:
Hace unas semanas hice un viaje al país donde nací y donde vive otra parte de mi alma: México. Aprovecho esta carta para hacer una reflexión a partir de algunos recuerdos suscitados tras esta visita a mi tierra, que hoy se me aparece lejana, esa tierra habitada por personas...
Autora >
Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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