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Querida comunidad:
Os saludo desde Berlín. Mientras escribo estas líneas, cae una bomba en mi televisor: nuestros vecinos polacos anuncian que en los próximos días enviarán cuatro aviones de combate a Ucrania. A continuación, escucho decir al ministro de Defensa alemán que se ha enterado por la prensa, que no ha recibido una comunicación oficial de Varsovia y que por eso no quiere hacer ningún comentario. Aquí, como allí, la inflación nos tiene fritos. Y también aquí, tenemos que informarnos para saber qué ocurre y qué se les ocurre a quienes deciden cómo van a ser nuestras vidas. Los periodistas también somos en buena parte lectores.
Estamos al borde de la guerra mundial. El envío de los cazas polacos supone una escalada de la participación europea en la contienda y nuestros “socios” ni siquiera informan de sus planes a las altas instancias políticas. Aquí, y tengo constancia de que allí también, los medios de comunicación repiten sin cesar que los altos precios son una consecuencia de la guerra de Putin. Así, entenderemos a la perfección el término “cuarto poder”: en teoría, la prensa debía ser el ente que vigila a los otros poderes. Sin embargo, si es que en algún momento hubo algo parecido a la imparcialidad, que personalmente lo dudo, a estas alturas afirmar algo así es más que hilarante. La última noticia sobre el servilismo de los medios en Alemania es otra bomba: casi doscientos periodistas de la televisión pública recibían sobresueldos mediante contratos... ¡del propio gobierno! Por valor de un total de 1,47 millones de euros, entrevistaban al canciller y a otros miembros del gabinete al que se supone debían vigilar y cuestionar. E incluso impartían talleres a los políticos para enseñarles a esquivar preguntas incómodas. Muy penoso resulta al respecto que fuese el partido de extrema derecha AfD el que preguntase de forma oficial al Gobierno.
Ahora bien, la “bomba” no es tal en la mayor parte de los medios del país. Lo que tendría que haber provocado un tsunami de dimisiones y despidos de periodistas, se barre debajo de la alfombra y a otra cosa... ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, por la guerra mundial, casi se me olvida a mí también este detalle, que olvidamos muy pronto que Rusia... ¡Tiene bombas nucleares! Es que nos pasan de un tema a otro sin que nos demos cuenta. Te recomiendo los artículos que ha publicado Rafael Poch en CTXT, aunque seguro que ya los has leído. Quiero llamar tu atención también sobre un librito del político alemán Oskar Lafontaine, que acabo de traducir y que CTXT está a punto de publicar. Le entrevistamos en enero, y ahí aborda muchos aspectos de esta guerra que no se mencionan en los grandes medios. Puedes comprarlo aquí en preventa o pedir que lo encarguen en tu biblioteca más cercana, o incluso hacer las dos cosas y fomentar así el que más personas accedan a esa información.
La guerra en Ucrania es una tragedia humana que aquí en Berlín vemos en primera persona a diario: en los últimos meses llegaron cientos de miles de refugiados ucranianos. Hasta un millón se registraron en toda Alemania en 2022. Han construido grandes carpas porque los albergues están desbordados. Todo el mundo conoce ya a víctimas directas de la contienda. Muchos de ellos te dicen cómo de necesarias son las armas para su país y lo agradecidos que están de recibir dicha ayuda. Sin embargo, en el fondo saben, y es lo que yo personalmente creo, que esto no se va a resolver enviando más armas, sino muy al contrario. Se va a prolongar, habrá más víctimas y desolación. Con todo respeto, me pregunto qué piensan las personas que se han quedado allí, los más pobres y los que no tienen medios para irse a otro lugar cuando llega un conflicto así. Los pobres son los que se quedan y se comen las guerras con patatas. O mejor dicho, con cáscaras de patata, como contaban los mayores que hacían después de la guerra en España. “Que no hagan más bombas ni tanques”, decía mi abuela, que en paz descanse, sin haber ido a la escuela siquiera, pero con la sabiduría que le dieron los guisos de cáscara de patata de la posguerra.
En medio del desastre y del horror de la guerra, en medio de la sangría de pobres diablos obligados a luchar por uno y otro país, una película antimilitarista alemana ganaba estos días cuatro Oscars. Im Westen nichts Neues (‘Sin novedad en el frente’) cuenta la historia de unos jóvenes que son reclutados para ir al frente francés de Verdún durante la I Guerra Mundial. Tuvo críticas muy templadas, cuando no negativas en casa. Te preguntarás por qué, avezado suscriptor. Muy sencillo: es difícil imprimir a diario en las primeras páginas del periódico una opinión tras otra a favor del envío de armas, mientras la sección de cultura te recuerda el sinsentido de la guerra.
Hay una expresión alemana que me gusta mucho y significa literalmente “romperse la cabeza de la burguesía”, es decir, hacer tuyos los problemas de los industriales o financieros. Es eso lo que se hace casi siempre cuando se informa sobre estas cuestiones. No llama la atención porque, aquí en Alemania, una mayoría de periodistas proviene de determinadas clases sociales en las que, por otro lado, hay un considerable resentimiento histórico antirruso que juega un papel importante. Si bien la economía tiene que funcionar como condición para que podamos vivir todos bien, y hasta ahora, el PIB alemán crecía todos los años, uno tras otro, eso no ha evitado que creciese también la pobreza y la precariedad en las últimas décadas de forma continuada.
En los medios no se habla con la importancia que merece –salvo contadas y honrosas excepciones– de que algunas empresas están haciendo su agosto al subir precios de forma injustificada con la excusa de la inflación. Tampoco de que las sanciones impuestas a Rusia pueden causar más destrozos en nuestras propias economías que en la rusa. No se tratan con seriedad los avisos repetidos de una posible desindustrialización alemana y europea, ni siquiera cuando vienen de centros de investigación mainstream o de dirigentes de grandes empresas. Tampoco cuando anuncian despidos masivos y traslados de la producción. No se habla porque no se deja intervenir en los debates a quienes opinan diferente. O si se les invita está claro de partida que son tres o cuatro contra uno o dos. Me da la impresión de que la información sobre la guerra en Ucrania ocupa más espacio en los medios alemanes que en los españoles. No sólo porque las fronteras con Ucrania y Rusia desde aquí están mucho más cerca, sino por las consecuencias del conflicto para la economía alemana.
Sin embargo, el aluvión de noticias a todas horas y por todos los canales esconde al mismo tiempo la información más relevante, que para Alemania debería ser el esclarecimiento de las bombas, estas reales y ya explotadas, que volaron por los aires su hasta ahora principal fuente de suministro energético, los gasoductos Nord Stream. El churreteo con este tema ha alcanzado cotas inimaginables. En un principio, ni se hablaba de ello. Después, se ninguneó la investigación del periodista Seymour Hersh, que acusaba a Estados Unidos y a Noruega, porque, se dijo, solo citaba una fuente anónima. Y ahora ya lo que nos faltaba era una serie de informaciones filtradas, vendidas como investigación independiente y que no han superado el examen de los expertos, culpando del sabotaje a un supuesto “grupo proucraniano”.
En la guerra todos los bandos tratan de vender su moto y contar las cosas como les conviene, porque es una cuestión de vida o muerte. Por eso es tan vital conocer las diferentes opiniones. Las asociaciones de la prensa, al menos en Alemania, están jugando un papel bastante miserable. El jefe en Berlín del sindicato de la prensa más progresista, la Unión de Periodistas Alemanes (DJU), Jörg Reichelt, se alegraba el otro día en Twitter de que la agencia rusa de noticias en vídeo Redfish echase la persiana. Se descubrió una estrategia del gobierno para influir en la opinión pública sobre la guerra, un plan de comunicación orquestado desde diferentes ministerios. Eso no les merece ni indignación.
Creo que, en el momento en el que estamos en el mundo y en el que se encuentran los medios de comunicación, CTXT es un medio que se puede leer y sacar provecho de ese tiempo invertido. No tengo una bola de cristal para decirte que esto vaya a seguir siendo siempre así, porque hemos visto en otras ocasiones cómo, cuando la publicidad de las empresas del IBEX llega a los periódicos, el periodismo se va convirtiendo en otra cosa. Pero, como colaboradora que soy, a mí me gustaría que siguiera en esta línea.
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