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El primer responsable de llevar a término la Gran Purga fue Viacheslav Menzhinsky, el primer jefe del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos –la célebre y terrible NKVD–, un hombre seriamente enfermo ya por entonces –moriría en 1934–, y que delegó, por eso mismo, todas sus funciones, en su número dos, Genrikh Yogoda. Esa decisión fue trascendental. Yagoda escribió poesía en su primerísima juventud, y arrastró algo de aquellas inclinaciones tempranas hasta su oficio de policía. De hecho, de su capacidad para relacionar hechos improbables –limitada en su caso, pero una de las constantes y de las razones y sorpresas de la poesía– nació su gran aportación a la Gran Purga. Consistió en aplicar en los juicios el método Stanislavski, apenas conocido, en aquellos años, fuera de la URSS, y apenas intuido aún en Estados Unidos. Yagoda conocía, en efecto, la obra del teórico del teatro Konstantin Stanislavski, declarado Artista del Pueblo en 1936. Y, sencillamente, la aplicó, aplicó El Método en aquellos juicios singulares, con los que se inauguraba toda una época. Para ello hizo ensayos agotadores de los juicios, con público, con actores profesionales que hacían de abogados, de fiscales y de jueces, y con los acusados reales, que participaron con notoria entrega. En tanto que ensayos teatrales dirigidos por él mismo, Yagoda intentó, y consiguió en los ensayos, que los acusados, como defendía Stanislavski, entendieran su personaje, se metieran en él, experimentaran con intensidad sus razones, motivaciones y estados de ánimo. El resultado fue mejor de lo esperado. En los juicios reales, aquellos disciplinados bolcheviques, que nunca jamás habían traicionado a su líder, se comportaron como perfectos traidores. Hablaron con vehemencia, con dolor oscuro, con el estigma de la traición en la frente, de citas en hoteles extranjeros que nunca habían existido, de contactos con funcionarios japoneses que nunca habían visto. Y, muy importante, hablaron de todo ello desde el convencimiento, desde la experiencia turbadora de haber experimentado previamente la vergüenza y el pinchazo constante de la traición. Lo que, gracias a Stanislavski y a Yogoda, era absolutamente cierto. Cuando comunicaron ante el tribunal, ante el público, ante los micrófonos de la radio esa traición imperdonable y no cometida, pero sí vivida, sintieron el alivio de la confesión, y solicitaron, para aumentar esa paz novedosa, un castigo riguroso e inapelable como única solución para recomponer su destino y su honra. Y, en efecto, fueron condenados a muerte por traición. En el momento de su ejecución se dijo que lanzaron vivas a Stalin. Uno de aquellos ejecutados, por cierto, fue el propio Yagoda, en 1936. Nikolai Yezhov, su ayudante y sucesor al frente del NKVD, fue a su vez ejecutado en 1940, y sustituido por su número dos, Lavrenti Beria, jefe de la policía y del NKVD hasta su ejecución, en 1953. Es posible que todos esos monstruos murieran convencidos de que lo eran, no porque así lo demuestran sus acciones, sino simplemente porque así lo experimentaron, con una intensidad que Stanislavski nunca soñó, en sus últimas horas.
Uno no es lo que dice. Pero, y aquí empiezan las sorpresas, puede ser que tampoco sea lo que hace. Una persona ni siquiera son las ideas y percepciones y apuestas que hayan podido ocupar el grueso de su vida. Uno, simplemente, puede llegar a ser sus intensificaciones durante los pasados últimos días. Es decir, uno puede no ser. Los descubrimientos del siglo XX suelen ser atroces. Por eso, si te fijas, no hemos vuelto a hacer descubrimientos desde entonces. Vamos tirando con aquellos. No podemos descubrir más, o estaríamos ya, definitivamente, perdidos y derrotados.
El primer responsable de llevar a término la Gran Purga fue Viacheslav Menzhinsky, el primer jefe del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos –la célebre y terrible NKVD–, un hombre seriamente enfermo ya por entonces –moriría en 1934–, y que delegó, por eso mismo, todas sus funciones, en su número...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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