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LITERATURA

‘Guerra’ de Céline

Tres polémicas para un ‘best seller’ desenterrado

Gorka Bereziartua Mitxelena 23/06/2023

<p>Louis-Ferdinand Céline, tras ganar el premio Renaudot por <em>Viaje al fin de la noche</em> en 1932. / <strong>Wikimedia Commons</strong></p>

Louis-Ferdinand Céline, tras ganar el premio Renaudot por Viaje al fin de la noche en 1932. / Wikimedia Commons

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La noticia pilló a la mayoría de la gente embadurnada en crema solar. Era agosto de 2021, mes no muy adecuado para grandes noticias literarias, cuando el periódico Le Monde informó sobre la aparición de unos papeles de los que no se sabía nada desde hacía casi 80 años: los manuscritos que Louis-Ferdinand Céline había dejado abandonados en su casa el 17 de junio de 1944, cuando huyó de París meses antes de la llegada de las tropas aliadas. El polémico escritor, conocido tanto por su novela Viaje al fin de la noche como por sus posturas antisemitas y colaboracionistas, quería llegar a Dinamarca pasando por Baden-Baden, ciudad alemana en la cual ya se encontraban varios miembros del gobierno de Vichy.

Lo consiguió utilizando unos papeles falsos con el nombre Louis François Deletang: llegó a Dinamarca en marzo de 1945, lo acogió su amiga Karen Jensen, pero fue detenido en diciembre de aquel año. En prisión hasta su juicio en 1950, fue amnistiado un año más tarde, volvió a Francia y siguió escribiendo y publicando en la prestigiosa editorial Gallimard hasta su muerte –Féerie pour une autre fois (1952), D’un château l’autre (1957), Nord (1960) y dos libros publicados a título póstumo: Le pont de Londres (1964) y Rigodon (1969)–. Eso sí, nunca recuperó en vida los textos que dejó en su piso de la calle Girardon al huir.

La reaparición de esos documentos tiene una historia bastante novelesca

Aparte de mucho tiempo, ha pasado de todo hasta que se han podido publicar Guerra (Anagrama, traducción de Emilio Manzano) y los demás inéditos que poco a poco están llegando a las librerías de Francia. La reaparición de esos documentos tiene una historia bastante novelesca, con una trama enrevesada y múltiples versiones sobre quién se los llevó y cómo han vuelto a la luz –si es que lo han hecho del todo–, por lo que resulta complicado reconstruir con precisión la secuencia de acontecimientos.

Oscar Rosembly, contable y ladrón a tiempo parcial

Parece ser –según una de las versiones de los hechos– que durante la liberación de París forzaron la puerta de la casa de Céline y se llevaron todos los papeles que encontraron. François Gibault, albacea y biógrafo de Céline, en una entrevista en France Inter con motivo de la publicación francesa de Guerra, señaló a Oscar Rosembly como responsable del “pillaje”. Rosembly había sido el contable de Céline y conocía el piso del escritor; por lo tanto, podía saber dónde guardaba sus manuscritos. Además, se sabe que fue arrestado, acusado precisamente de robar en otras casas diciendo que era miembro de la Resistencia. Pero, ¿fue realmente él quien se llevó los papeles?

En el momento en que Gibault hizo esas declaraciones –abril del año pasado–, la persona que había hecho aparecer los documentos, Jean-Pierre Thibaudat, experiodista del diario Libération, guardaba silencio sobre la misteriosa persona que se los entregó, según él, cuatro décadas atrás. Y lo hacía, entre otras cosas, porque según Thibaudat era una de las condiciones que acordó con la persona en cuestión, además de la de no revelar que tenía las más de 5.000 páginas hasta la muerte de Lucette Destouches, viuda de Céline.

Cuando ésta falleció en 2019, a los 107 años, Thibaudat contactó con un abogado y le contó lo que había tenido guardado en casa durante años. Después, ya en 2020, escribió a los dos herederos de Céline –el ya citado Gibault y la hija de Lucette Destouches, Véronique Chovin– y les planteó ciertas condiciones para entregarles los documentos, como que éstos terminaran en el IMEC (Instituto de Memorias de la Edición Contemporánea) y que se asegurara una edición científica. Pero Gibault y Chovin le exigieron que entregara los documentos sin más rodeos.

Como no lo hizo, el tema terminó en los tribunales y en 2021 se inició una investigación judicial. Thibaudat fue interrogado sobre la procedencia de los papeles, y pese a que se negó a revelar quién se los había entregado, sí que dio una pista que, en principio, descartaba al excontable de Céline: la persona con la que se reunió tenía entre 40 y 50 años. Rosembly, además de haber nacido en 1909 y por lo tanto ser mucho mayor, había fallecido en 1980, algo antes del día en que se produjo la entrega. No pudo ser él.

Pero entonces, ¿quién? ¿Un familiar suyo? ¿Otra persona vinculada al excontable? ¿O tal vez había que explorar otras hipótesis?

La pista Morandat

Llegó el verano de 2021, la procedencia de los documentos seguía sin estar clara, pero a raíz del proceso judicial éstos ya estaban en manos de los herederos y su edición estaba en marcha: los publicaría Gallimard tal y como quería Gibault, que, como hemos dicho, seguía señalando a Rosembly una vez que Guerra ya había salido de la imprenta. Pero en mayo de 2022 Le Nouvel Observateur publicó un artículo explicando con todo lujo de detalles las declaraciones de Thibaudat cuando fue interrogado. Parecía que la pista Rosembly se debilitaba y otro nombre, el de Yvon Morandat, empezaba a sonar con más fuerza.

Éste político y miembro de la Resistencia, que llegó a ser secretario de Estado con Pompidou durante un breve período en los estertores del gaullismo, había vivido en el piso de Céline tras la liberación de París. Ocupó esa vivienda hasta el año 1946, algo que el escritor sabía pese a su reclusión en Dinamarca, ya que en una carta a un amigo, el escritor y periodista ultraderechista Henri Poulain, se quejó de que Morandat había tirado a la basura algunos de sus escritos.

Yvon Morandat había vivido en el piso de Céline tras la liberación de París

Teniendo en cuenta que éstos han reaparecido, está claro que Céline se equivocaba. Es más, al parecer tuvo la oportunidad de recuperarlos a través del propio Morandat, que se reunió con él una vez que el escritor había quedado en libertad. La intención de Morandat era devolvérselos junto con el resto de las pertenencias que había dejado en casa al huir, a condición de que Céline pagara la factura del almacén donde estaban guardados.

Pero Céline no aceptó. Explicó sus razones para no hacerlo en una carta de 1953 a su abogado, el ultraderechista Jean-Louis Tixier-Vignancour: “Por supuesto no lo he hecho, no firmo nada, no pago nada. ¡Que vendan todo lo que queda del pillaje! ¡Ya he hecho el duelo de todo eso! Allanamientos, pillajes sufridos pero no consentidos (¡plagados de mentiras!). Esos muebles, esos manuscritos, estaban en mi casa en el 44 (junio) con garantía del propietario –¡la vivienda misma ha sido ‘intercambiada’ por Morandat sin ningún derecho! ¡He perdido, me han robado alrededor de 10 millones (¡valor actual!) en la calle Girardon! Esos ladrones quieren ‘regularizar’ las cosas haciéndome pagar 36.739 francos. Es una broma pesada”.

El autor de Viaje al fin de la noche no cambiaría su postura al respecto. Murió en 1961. Morandat falleció en 1972. Los muebles de la calle Girardon, que desde el final de la guerra habían estado guardados en un almacén, se vendieron para liquidar la cuenta pendiente. ¿Y los papeles? Parecía que, llegados a este punto, solo una persona podía decir lo que pasó con ellos: la misma que un día a principios de los 80 contactó con Jean-Pierre Thibaudat para entregárselos. Alguien que, un año después de hacerse pública la existencia de los inéditos, permitió por fin a Thibaudat revelar su identidad: Caroline Lanciano-Morandat, socióloga con una larga trayectoria investigadora a sus espaldas, y una de las hijas de Yvon Morandat.

Un tesoro desenterrado y ¿vuelto a enterrar?

Según explicó Thibaudat en su blog de Mediapart, los papeles se guardaron en un baúl y cuando Yvon Morandat abandonó el piso de la calle Girardon se los llevó con él. Tras el fracasado intento de devolvérselos a Céline, el baúl viajó junto con las demás pertenencias de la familia hasta su nuevo domicilio en Neuilly, en el área metropolitana de París, y estuvo guardado allí, casi olvidado, hasta 1982. Hacía diez años que Morandat había muerto cuando su hija, buscando una cuna de bebé entre trastos viejos, redescubrió las más de 5.000 páginas de la discordia.

Las razones por las que los documentos estuvieron guardados desde entonces son dos, según este relato: por una parte, querían mantenerlos alejados de Lucette Destouches, que desde la muerte de Céline había intentado limpiar el historial político de su marido, y podía ocultar algunos de los papeles con ese objetivo. Y por otra, Lanciano-Morandat quería preservar el buen nombre de su padre, tratando de evitar que su papel en esta historia quedara reducido al de un simple ladrón de parte de una obra literaria que, pese a la deriva ideológica de su autor, sigue siendo muy importante para las letras francesas.

Los papeles se guardaron en un baúl y cuando Yvon Morandat abandonó el piso de la calle Girardon se los llevó con él

Dos objetivos que no han terminado de cumplirse, tal y como reconoció el propio Thibaudat: “Al apoderarse de este tesoro, al divulgarlo solo en parte, al transferirlo solo muy parcialmente a un fondo público (el BNF) a modo de dación, los legítimos propietarios pretenden controlar y pulir la compleja imagen del gran escritor colaboracionista y antisemita”. Según él, lo más probable es que las obras inéditas se publiquen y terminen formando parte de La Pléiade –la colección canónica en Francia–. En cambio, el destino del resto de los papeles, que según su guardián durante años “no es menos fascinante”, es hoy en día incierto. “Este tesoro, que esperaba haber depositado junto con sus legítimos propietarios en un fondo público para ponerlo a disposición de todos, investigadores, estudiantes y lectores, ha vuelto a la invisibilidad en la cámara acorazada de un banco”.

¿Novela autónoma o fragmento de Viaje al fin de la noche?

Esa reflexión de Thibaudat es un buen aperitivo para hablar de la otra controversia que ha surgido a raíz de la publicación de Guerra, que tiene que ver con la naturaleza de la obra. ¿Se trata de una novela escrita en 1934 y, por lo tanto, después de Viaje al fin de la noche (1932), como defienden Gibault y las demás personas implicadas en la edición? ¿O es más bien un fragmento descartado de la primera y más célebre novela de Céline? Son preguntas que, además de tener interés para los expertos en la obra del escritor, podían haber marcado la diferencia entre publicar un best-seller o añadir las páginas inéditas como anexo en una nueva edición crítica de Viaje.

Hay una fecha que tal vez ha sido determinante para que los herederos del escritor se hayan decantado por la primera opción: la obra de Céline pasará a ser de dominio público en 2031 –en Francia tienen que pasar 70 años desde la muerte del autor para que su obra quede libre de derechos–. Un análisis académico exhaustivo de los papeles que han reaparecido hubiera hecho imposible su publicación inmediata y, por lo tanto, su explotación comercial. No es un tema banal, teniendo en cuenta las cifras que ha dejado Guerra en las librerías francesas: la primera edición de 80.000 ejemplares se agotó en pocos días; en los dos primeros meses las ventas rondaban los 150.000 ejemplares.

Un análisis académico exhaustivo de los papeles que han reaparecido hubiera hecho imposible su publicación inmediata

“Las razones de la filología no siempre se arreglan bien con las de las editoriales, los titulares de derechos, en definitiva, el comercio”, afirman en un extenso artículo Giulia Mela y Pierluigi Pellini, dos investigadores que han tratado de argumentar, basándose en características específicas del manuscrito, que la datación del texto no ha sido correcta. Que es muy dudoso que Guerra se escribiera después de Viaje al fin de la noche.

Una de las razones que esgrimen para defender su postura es que el título Guerra no estaba en el manuscrito original, algo que sí sucede en Londres (Gallimard, 2022), el segundo de los libros que se han publicado a partir de los documentos inéditos. Además, recalcan que el protagonista de Guerra, después de ser herido en el frente, pasa su convalecencia en un pequeño pueblo llamado Peurdu-sur-la-Lys, que recuerda bastante a la localidad de Noirceur-sur-la-Lys que aparece en Viaje, y que era un trasunto de Hazebrouck (Flandes). “Es poco probable que Céline haya cambiado un topónimo (bastante reconocible) de la novela en un texto posterior; es mucho más probable que haya una oscilación entre dos nombres diferentes en los pretextos, mientras que la elección final cristaliza en el texto de la novela”, explican Mela y Pellini.

El número 10 que aparece en la primera página del manuscrito de Guerra también hace dudar a estos investigadores: “Céline suele escribir los números de página de sus manuscritos en el margen superior de la página, pero a la derecha, mientras que reserva el centro de la página –en el caso de Viaje al fin de la noche, por ejemplo– para los números de secuencia. En este caso, nos parece bastante probable que este ‘10’ indique una secuencia: por lo tanto, no estaría justificado dejar nueve páginas en blanco al principio del libro, idea expuesta por Anne Simonin en una entrevista en France Inter. Sin embargo, es igualmente injustificado considerar este folleto como el incipit de una novela autónoma”.

La hipótesis de estos dos investigadores es que Céline no incluyó las páginas que conforman Guerra en su novela más conocida por motivos bastante simples: en 1932, aún no era nadie en el mundo literario francés, y no se podía permitir algunas licencias. “El exceso pornográfico de algunas escenas de Guerra desaconsejaba obviamente su publicación en una primera novela”, explican. Y pasa algo parecido con otras características del libro: la idea de heroísmo queda por los suelos, se cuestiona la legitimidad de las condecoraciones e incluso el patriotismo de los que han sido heridos en el frente. Pese a ser cosas que se pueden apreciar en Viaje al fin de la noche, la desmitificación de la Gran Guerra es mucho más radical en el libro que acaba de publicarse hasta resultar, quizás, demasiado escandalosa para la década de 1930, según Mela y Pellini.

Leer a Céline hoy en día

Sea como fuere, el hecho es que Guerra se ha publicado como novela y está en manos de los lectores, que enseguida constatarán que se trata de un texto muy incómodo –por decirlo de una manera suave– a pesar de que ha pasado un siglo desde que se escribió. Tras la polémica en torno a la aparición de los documentos y la controversia sobre la naturaleza del texto, nos queda la (por ahora) última discusión: ¿Cambiará éste libro la percepción sobre su autor? ¿Cómo leer a Céline en 2023?

Una cosa es evidente: al recuperar un texto anterior a sus panfletos antisemitas –como por ejemplo Bagatelas para una masacre–, existe el riesgo de reconstruir una imagen de Céline que se reduciría, más o menos, a una persona traumatizada por la Primera Guerra Mundial, cuya rabia hacia la mentalidad pequeñoburguesa estaría justificada por las consecuencias que tuvo ese conformismo mediocre en las vidas de los que terminaron luchando en las trincheras.

Es un riesgo del que advirtieron los críticos Pierre Benetti y Tiphaine Samoyault en un análisis de Guerra publicado por la página En attendant Nadeau. “Al hacer de Céline un pacifista traumatizado, le absolvemos de toda la violencia que su escritura produce en las personas a las que se dirige”, explican en su artículo. “Como el resto de su obra, Guerra, sin dejar de ser un poderoso relato de convalecencia, es un texto de odio, y su odio no sólo está ligado a la experiencia del frente. (...) Es un odio autorizado, que tiene sus blancos predilectos casi siempre en los más vulnerables y los más dominados. En este caso, todavía no son los judíos, sino sobre todo las mujeres”.

Guerra es un texto de odio, y su odio no sólo está ligado a la experiencia del frente

La constante sexualización de las enfermeras que aparecen en la novela –que a ojos del narrador parecen existir casi prácticamente para satisfacer sus deseos– o el trato violento que padece Angèle, esposa de uno de los heridos que termina prostituyéndose, pueden ser presentados como efectos colaterales producidos por la atrocidad de la guerra, que convierte a personas comunes en gente absolutamente despreciable. Pero esa explicación difícilmente puede ocultar el carácter misógino de varios fragmentos de Guerra.

Pasa algo parecido cuando el protagonista se refiere a los soldados de las colonias francesas que comparten convalecencia con él. Por ejemplo, cuando uno de los heridos de origen norteafricano se acuesta con una de las enfermeras, el narrador se siente celoso y se refiere a él utilizando apelativos racistas y peyorativos como “bicot” o “sidi”. Además, es el único entre los hospitalizados cuyo nombre no se menciona, como señalaron Benetti y Samoyault, que echaron de menos una contextualización de ese tipo de términos en la edición francesa –por ejemplo, agregar notas al pie explicando que se trata de términos que ya eran racistas en la época en la que se escribió el libro–.

El asunto es que si la literatura de Céline se redujera a esas características –que sin duda no se pueden obviar–, seguramente nadie estaría hablando de él ni de su obra hoy en día. Sin embargo, otros aspectos de Guerra pueden ayudar a comprender por qué la reaparición de éste texto y los demás inéditos han generado tanta expectación. Céline no fue un escritor de extrema derecha más. Y aunque compartió odios con autores como Pierre Drieu La Rochelle o Robert Brasillach, la historia de la literatura francesa ha reservado para sus novelas un lugar bastante más destacado en comparación con esos otros escritores que también abrazaron el fascismo.

¿Qué aportarán los textos recuperados a ese prestigio literario? ¿Qué es, en definitiva, la novela Guerra dentro de la obra de Céline? Pese al título, el libro no se centra en la experiencia directa de los soldados; se trata más bien de un relato de retaguardia, que omite mostrar directamente lo más crudo del combate para llevar al lector a lo inmediatamente posterior: heridas, dolor, pérdida, insomnio, incomprensión, rabia, deseo… un cóctel de sensaciones nihilista pasado por el filtro corporal del protagonista; una forma de narrar que, en ese aspecto, transmite una sensación de organicidad más acentuada que en Viaje al fin de la noche.

Una historia que parece estar suspendida, siempre a medio camino: no es el frente, pero el ruido de los cañonazos se escucha constantemente. No es un relato dominado por la muerte, pero el protagonista, herido y condenado a escuchar un zumbido constante dentro de su cabeza –a tener la guerra encerrada dentro del cráneo–, no volverá a vivir como antes nunca más. Tampoco parece ser plenamente consciente de ello, o por lo menos se maneja en una atmósfera en la que se cruzan la realidad y el delirio.

Toda la experiencia que relata está atravesada por violencia, miedo y vergüenza, pero también por un tipo de indiferencia muy particular, compuesta de sarcasmo y dolor a partes iguales. Y a eso hay que sumarle el despiadado instinto de supervivencia del protagonista, una escritura plagada de coloquialismos y palabras malsonantes –la edición francesa incluye un pequeño diccionario para orientar a los lectores menos cultivados en esos ámbitos–, y una saña que, frase a frase, convierte la novela en un artefacto cien por cien célineano: un viaje a las zonas abyectas del ser humano, que puede horrorizar a más de un lector, mientras que enganchará a otros por esa mezcla de atracción y asco que llamamos morbo. Algo que, sin duda, la escritura de Céline no ha perdido después de un siglo.

La noticia pilló a la mayoría de la gente embadurnada en crema solar. Era agosto de 2021, mes no muy adecuado para grandes noticias literarias, cuando el periódico Le Monde

Autor >

Gorka Bereziartua Mitxelena

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