1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

  315. Número 315 · Diciembre 2024

  316. Número 316 · Enero 2025

  317. Número 317 · Febrero 2025

esclavitud

La escuela de mucamas del Opus Dei

Ya son 43 las mujeres que denunciaron a los seguidores de Escrivá de Balaguer, ante el Vaticano, por haber sido reducidas a la servidumbre. La vida intramuros de una organización que hizo del silencio y el secreto uno de sus principales capitales

Paula Bistagnino / Rocío Frigerio (Anfibia) 29/06/2023

<p>Niñas residentes de la escuela de mucamas que el Opus Dei tuvo en Argentina entre 1973 y 2017. <strong>/ Anfibia</strong></p>

Niñas residentes de la escuela de mucamas que el Opus Dei tuvo en Argentina entre 1973 y 2017. / Anfibia

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

–¿Qué... ¡no puedes hacer más!?  

–¿No será que... no puedes hacer menos?

Camino (Josemaría Escrivá de Balaguer, 1934).

Claudia Carrero entró en la cocina, la más grande que había visto en su vida, con el paso alegre de una niña y el uniforme a cuadros diminutos rosas y blancos. Tuvo que levantar la vista desde su metro treinta para ver el lavavajillas, que duplicaba su altura. Le pareció moderno, extraño, inmenso como todo desde que había cruzado el portón de rejas de la mano de sus padres, una hora antes. 

Detrás del paredón infranqueable había un pequeño paraíso con árboles altos hasta el cielo, flores perfumadas y pajaritos. Así eran los bosques en los cuentos de princesas.

Una mujer bien vestida y amable les mostró las habitaciones en las que viviría los próximos tres años. A ella le tocaría una de tres chicas, pero había otras de hasta seis. No le importó que fuera más pequeña que la que tenía en su casa en Villa Ramallo, una ciudad pequeña a mitad de camino entre Buenos Aires y Rosario. Dejó el bolso que traía sobre la cama marinera. La mujer bien vestida los llevó hasta una sala a la que llamó “el planchero”. Como era verano, el calor que hacía adentro no contrastaba con el de afuera. Un tiempo después, cuando le tocó pasar decenas de sábanas por los rodillos enormes, padeció ese calor húmedo, estancado en el aire como una nube pegajosa. 

–Vaya con las chicas a secar vasos.

Con el trapo seco en la mano, se acercó al lavavajillas mirando la escena: unas chicas llegaban con los carros de acero inoxidable llenos de platos, cubiertos y vasos sucios, los pasaban por agua caliente, los acomodaban en los cajones de madera, tan pesados que tenían que levantarlos entre dos, y los ponían a lavar. Cuando la máquina terminaba, empezaba el trajín.

El repasador en la mano derecha, un vaso en la mano izquierda. Primero por dentro, después por fuera. Por dentro, por fuera. Al carrito. Y siguiente. La única indicación era apurarse. Rápido. Por dentro. Por fuera. Segunda pasada. Al carrito. Y siguiente.

El ritmo lo marcaba la máquina: los cajones salían uno detrás del otro, se volvían a llenar y otra vez a empezar. ¿Cuántas chicas eran? Muchas, pero el movimiento era tanto que no se podían contar. Además, estaban las instructoras y las que dirigían, que iban de acá para allá. 

Del otro lado de la pared, cien hombres comían en un salón elegante. Claudia no podía verlos desde el “office”, así le decían a la trastienda de la cocina, pero se escuchaba el murmullo. Las únicas que podían cruzar la puerta hacia el otro lado eran las “doncellas”, las chicas un poco más grandes, que ya estaban en la escuela y tenían experiencia. Iban y venían con los carros y su uniforme azul con puntillas blancas. 

El plato sucio se saca por el lado derecho.

El plato lleno se pone por el lado izquierdo.

En silencio.

Sin mirar a los ojos. 

Sin llamar la atención.

Sin bambolear las caderas.

El agua por el lado derecho. 

El vino por el lado izquierdo.

Paradas detrás del comensal.

Sólo el brazo asoma en la mesa.

Sin ningún roce.

Apenas una presencia. 

A los dos lados de la pared, los cuerpos uniformados se movían con la perfección de los engranajes de un mecanismo automatizado. Claudia estaba atenta a todo. El pelo recogido en una cola de caballo, los ojos grandes por los nervios. El repasador en la mano derecha, un vaso en la mano izquierda. Primero por fuera, después por dentro. Segunda vuelta. Al carrito. Uno, dos, tres, cuatro, ¿diez o veinte vasos? No llegó a percibir la diferencia en el movimiento: el vaso se le escurrió del repasador. Las tragedias suceden en un segundo. Siguió la caída con la vista y, antes de que llegara a pedirle a dios, vio cómo estallaba contra el piso. 

Claudia, durante su estancia en el Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos. / Anfibia

Hubo un silencio artificial.

Todo el mecanismo se detuvo.

Claudia quedó paralizada, con el vaso destrozado a sus pies y el repasador, ahora húmedo, en la mano. Vio cómo una mujer iba directa hacia ella. 

Con la voz baja, casi amable, le habló de cerca:

–Mi chulita, no se preocupe…

Y, señalando una lista de precios que estaba colgada en la pared: 

–Usted lo va a pagar con su trabajo.

Claudia perdió la cuenta. ¿Habrá secado diez mil o treinta mil vasos? ¿Cuántos pisos y baños limpió? ¿A cuántos hombres y mujeres les cocinó cenas exquisitas con entradas, primeros platos, postres y panadería casera? ¿Cuántos pantalones, sacos, polleras, sotanas, sábanas y manteles fregó para sacarles hasta la última mancha y planchó hasta dejarlos tan lisos como ahora se veían sus manos? Lo que sí contabilizó fueron los veintidós años y seis meses en los que fue una sirvienta del Opus Dei. 

En 1973 la organización católica Opus Dei abrió una escuela de mucamas en la provincia de Buenos Aires

Lo escribió en un documento que tipeó en el verano de 2020. Se sentó frente al ordenador, en su casa en Rosario, y mientras miraba jugar a su hija, Angelina, casi con la misma edad que tenía ella cuando le probaron el uniforme, escribió: “NO SE PREOCUPE, MI CHULITA. USTED LO VA A PAGAR CON SU TRABAJO”. Así, todo en mayúsculas, describió detalles de los casi diez mil días en los que trabajó, rezó, se flageló y besó el piso apenas sonar el despertador, cada día a las 6 de la mañana, diciendo: “TE SERVIRÉ”. Lo contó con sus palabras y lo escribió con bronca. Lo mismo hicieron otras 42 mujeres, ese mismo verano, desde Buenos Aires, desde Entre Ríos, desde Moreno, desde Ezeiza, desde Tigre, desde España, desde Canadá, desde Estados Unidos; 7 años, 16 años, 13 años, 18 años, 26 años, 11 años. Un cadáver exquisito de historias personales, con algunas diferencias de tiempos y espacios, que puestas en conjunto describen una matriz, una máquina en la que metieron a cientos de mujeres jóvenes y pobres que al final del proceso eran mucamas profesionales y devotas obedientes. Una fábrica.

En 1973, cuando terminaba un gobierno militar en Argentina, cuando un gobierno popular estaba por reasumir el poder y a punto de sancionar la ley más progresista de América Latina en derechos laborales, la organización católica Opus Dei abrió una escuela de mucamas en la provincia de Buenos Aires, en las afueras de la capital. La llamaron Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos (ICIED). 

“Tras casi diez años de estancia en el país, las primeras mujeres del Opus Dei, que ya contaban con un buen conocimiento de la realidad argentina, individuaron, como necesidad urgente, la tarea de devolver a los trabajos domésticos su propia dignidad”rememoró la primera directora, Ana María Sanguinetti, en un documento de 50 páginas publicado por el Instituto Histórico Escrivá de Balaguer en 2019 que relata la gesta de “una de las labores apostólicas más modernas y dinámicas que se conocen en la zona”.

Ana María Sanguinetti fue una de las dos mujeres que en 1979 tocó la puerta de la casa de Claudia y se presentó como la directora del ICIED.

A Claudia la había recomendado una mujer para la que trabajaba su tía, en la ciudad de Rosario: le había prometido que si iba a estudiar a esa escuela de hotelería de Buenos Aires, después podría ser su dama de compañía. Pasaron pocos días entre que Claudia dijo que sí y golpearon la puerta de su casa, en Villa Ramallo.

–Una escuela secundaria con orientación en tareas del hogar –les explicaron a los padres–. Sólo para mujeres, católicas. 

Antes de irse, la directora le dio a Claudia una estampita con la imagen de Josemaría Escrivá de Balaguer. Ya había tenido otras estampitas en sus manos, pero a ese hombre de anteojos negros de marco grueso y media sonrisa no lo había visto nunca. No se olvidó de la frase que estaba al pie: “Siervo de Dios”. 

–Va a haber un sorteo entre varias chicas para entrar a la escuela. Rézale mucho, así te eligen –le dijo Sanguinetti. 

Claudia rezó. Cada noche y a veces también de día. Rezó dos o tres meses sin parar. Cuando la llamaron, sintió que alguna especie de milagro había ocurrido. Era el primer deseo que se le cumplía. La habían elegido, a ella entre tantas otras. 

El llamado fue en noviembre. Le dijeron que se presentara el 3 de enero. Era 1980. Hacía seis días había cumplido los 14. 

***

“Cada vez es menor el número de personas que quieren dedicarse a las tareas domésticas y quienes realizan estos trabajos no están satisfechas, porque son subestimadas por la sociedad. Esto último lleva a las jóvenes a emplearse transitoriamente, a considerar más decoroso un trabajo de obrera de fábrica o de aprendiza de peluquería que el de empleada del hogar, cuando ese es precisamente el trabajo que tiene como objeto directo el más digno: el ser humano”.

María Alba Blotta, promotora y Asesora pedagógica del ICIED, 1972.

***

El paredón infranqueable encerraba nueve hectáreas que habían sido la casaquinta de una de las familias pioneras de San Miguel, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, a unos 30 kilómetros de la capital. Los Gallardo se habían despojado de su propiedad en Bella Vista después de la insistencia y la buena oferta de la Asociación para el Fomento de la Cultura, la primera asociación civil creada por el Opus Dei en la Argentina, en 1961. Se compró con aportes de los primeros miembros. Con el terreno, los Gallardo habían entregado el viejo casco, una casona de grandes galerías con mayólicas y suelos terracota, pisos de madera y techos de ladrillos típicos del siglo XIX. A esa casona la continuaba otra de estilo colonial, de techos con tejas naranjas, galerías de columnas blancas, un patio con un aljibe y una fuente de agua sobre la entrada principal. Los Gallardo habían bautizado a su casaquinta La Chacra y así quedó para siempre. Sonaba bien para una casa de retiros y convivencias espirituales. Unos años después ese nombre quedó revestido de un aura sacra: en su única visita a la Argentina, entre el 14 y el 18 de junio de 1974, Josemaría Escrivá de Balaguer vivió allí.

La escuela empezó a funcionar en 1973 en algunos cuartos de la construcción colonial, en la otra punta de la casona. Así, no había manera de que los huéspedes se cruzaran con las chicas, salvo con las que los servían. 

Cuando Claudia llegó, en 1980, se respiraba el perfume de los pinos y los eucaliptos cincuentenarios que habían inspirado el nombre de la ciudad, Bella Vista, y un sentido común católico y militar que blindaba los límites como los de una aldea: todo el barrio lindaba con el predio del Ejército más grande del país, Campo de Mayo, que marcaba el ambiente y las reglas de la vida también: entonces, la dictadura militar llevaba ya casi cuatro años en el poder –de los siete que estaría– y ese era uno de los centros de tortura y secuestro clandestinos en los que habían asesinado y desaparecido a miles de personas. 

Puertas adentro del paredón también se hablaba de eso. Los que cenaban ahí eran miembros de élite del Opus Dei: hombres profesionales, algunos de apellidos ilustres, linaje terrateniente, empresario, político, judicial o académico. Parecían hombres comunes y corrientes, debían serlo, pero eran elegidos. Habían aceptado el desafío de santificarse en la vida ordinaria a través de su trabajo y del celibato, la prescindencia del dinero y la fidelidad a las enseñanzas de Josemaría Escrivá de Balaguer. A eso le decían compromisos de castidad, pobreza y obediencia. Eran máximas equivalentes a los votos de los religiosos, pero los llamaban compromisos porque ahí estaba su distinción. A diferencia de los sacerdotes, ellos eran laicos que podían participar de la vida civil sin restricciones: podían ser legisladores, jueces, profesores universitarios, periodistas, empresarios y banqueros. No sólo podían, sino que tenían que serlo: llegar a los más alto de la sociedad, ocupar la cima del poder, porque el mundo es como una montaña y quien quiera dominarlo debe llegar a la cumbre para desde allí derretir la nieve y bañar al resto.

Claudia, junto a dos compañeras del Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos. / Anfibia

El Opus Dei, creado en 1928 “por inspiración divina” en la España del dictador Miguel Primo de Rivera, desembarcó en Rosario en 1950. El fundador de la “Obra de Dios”, Escrivá de Balaguer, llevaba años de intercambio epistolar con el obispo castrense Antonio Caggiano. Ese año también llegaron a Chile y antes a México. Para la década de los 60 se multiplicaban los miembros. Con ellos, también creció la necesidad de tener propiedades para crear residencias para la vida en comunidad –“en familia”– entre hombres y mujeres, por separado. A La Chacra iban a hacer sus convivencias y el “retiro anual” –equivalente a las vacaciones–, que en esas épocas doradas duraba un mes.

Para enero de 1980, entre sacerdotes y laicos varones llegaban a cien personas. Tuvieron que llevar a todas las alumnas nuevas para poder atenderlos. En febrero, se fueron los varones y llegaron las mujeres. Ellas también eran de clases altas y vivían castas, pobres y obedientes, pero con menos ambiciones en la vida pública. Su misión era mantener las residencias y centros del Opus Dei, dirigir a las mucamas que servirían a los varones en primer lugar y después a ellas, y llegar a las mujeres de buena sociedad para hacerlas supernumerarias. Era un segundo anillo de membresía abierto a varones y mujeres también de familias pudientes y poderosas, pero no tomaban el compromiso del celibato, sino el de formar familia. A ellas se les daba formación espiritual, se les pedía llevar a otras mujeres, colaborar con dinero y tener muchos hijos. La mujer es santa después del octavo hijo. 

Los primeros años de la escuela tuvieron la promoción de un grupo de mujeres que formaron un Patronato: la primera presidenta fue Hortensia Dedyn de Miguens, la sucedió Luisa Nelson de Llorente. En su casa se reunían los miércoles María Elena Duhau de Avellaneda, Lucía Duhau de Escalante, Elena Figueroa de Avellaneda, María Luz Fontana de Pini, Carmen García Verde de Klappenbach, Carmen de los Angeles Larruy de Petit, Esther Zavalía de García Mansilla, María Helena Secondo de Cuesta Silva. Las donaciones llegaban de todos lados: la renta de un campo, una tienda de regalos en Ayacucho 1584, Recoleta, que les daba sus ganancias; el laboratorio Andrómaco de Alejandro Roviralta, las instituciones Adveniat y Misereor, de Alemania“cuarenta millones de pesos mensuales que, desde el 26 de noviembre de 1976, daba como renta una playa de estacionamiento de automóviles ubicada en una zona de Buenos Aires llamada Constitución, y que aportó, durante seis años −es decir, hasta 1982−, el cincuenta por ciento de sus ganancias. Este donativo se consiguió por intermedio de Carmen de los Angeles Larruy de Petit, de Córdoba, quien conocía a Osvaldo Cacciatore, de origen cordobés, a quien habló del proyecto”.

En 1979, Ana María Sanguinetti reunió a numerarias y supernumerarias para pedirles ayuda. Se necesitaban más alumnas, porque La Chacra estaría repleta durante todo el verano. En pocas semanas se armaron listas de nombres de chicas de 12 y 13 años de todo el país que eran buenas candidatas: pobres, de lugares rurales, sin posibilidades de educarse, de familias trabajadoras, católicas con los sacramentos al día en lo posible, aunque si no los tenían por falta de acceso, y no de fe, no había problema. Chicas con destino de criadas, de una u otra manera. Los primeros nombres se los sacaron las supernumerarias a sus empleadas: una hermanita, una prima, una amiga del pueblo. Las mandaron a preguntar a otras mucamas del barrio con las que charlaban.

Se necesitaban más alumnas, porque La Chacra estaría repleta durante todo el verano

Una escuela gratuita en Buenos Aires para ser mucamas profesionales, se corría el rumor. 

“La empresa Ford contribuyó con la donación de un automóvil, al que se llamó ‘El ochenta’ −por haberse conseguido en ese año−, que se utilizó para los viajes de promoción y búsqueda de alumnas y otras necesidades de la escuela”. 

Así se enteró Claudia: una señora de Rosario, tía de una numeraria llamada María Amelong, se lo comentó a su empleada. Su empleada llamó a su sobrina:

–Hay una escuela de hotelería en Buenos Aires.

***

“Sirvienta ha adquirido en las últimas décadas un matiz peyorativo, como también criada, aún cuando su etimología hace referencia a la empleada que ha servido en la misma casa desde pequeña. También doméstica tiene la misma raíz etimológica. Otros términos utilizados son chica, muchacha y mucama, este último comúnmente utilizado, va cayendo en desuso hoy en día. En ciertos círculos, se usa llamarlas con el término inglés maid”. 

Ana María Sanguinetti, primera directora del ICIED, 2019.

***

En marzo empezaron las clases, tal como Claudia las había imaginado: izaron la bandera, cantaron el himno y les dieron carpetas en las que hicieron las carátulas de las materias: Matemática, Ciencias Naturales y Aplicadas, Prácticas de Taller, Religión, Historia, Formación Moral y Cívica, Geografía, Castellano, Inglés, Artes del Hogar, Ciencias del Trabajo y Educación Física. 

Antes de las 7 de la mañana sonaba el despertador en los pasillos. El desayuno era un paso rápido para después ir a misa, y enseguida había que ponerse a trabajar en el orden, limpieza y cocina de la casa. Para ellas y para los huéspedes. Hasta el mediodía, que paraban para almorzar. Después de limpiar la cocina, entraban a clases. Cuando terminaban, volvían a trabajar hasta la hora de la cena. Tenían tiempo para una pequeña tertulia, después de levantar y lavar todos los platos. A eso de las 10, cuando los huéspedes terminaban su cena, se cerraba la puerta entre el comedor y el resto de la casona. Doble llave. Una de las directoras la cerraba del lado de las chicas, siempre acompañada por otra numeraria o alumna, y algún director hacía lo mismo del otro lado, con un numerario. Nunca debían cruzarse mujeres y varones solos. La puerta dejaba la cocina del lado de las chicas para que, una vez cerrada, pudieran pasar a limpiar, lavar y preparar la mesa para el desayuno del día siguiente. Cuanto más rápido lo hacían más tiempo para dormir les quedaba. Rápido era apurado: había que buscar la perfección, siempre, porque así es como dios quiere que se hagan las cosas. 

La vajilla en la mesa se sirve así. 

¿Cómo que puso las tazas hacia la izquierda?

Las asas miran a la derecha. Todas alineadas. 

Las servilletas, el mismo doblez, a la derecha. 

Los cubiertos, ¡juntos no! Uno a cada lado del plato, el tenedor a la izquierda. 

En las clases prácticas aprendían cómo hacer bien, o mejor, las tareas que les tocaban todos los días: trabajar con un orden y un método podía dosificar el esfuerzo y cansar menos. 

La cera debe cubrir todo el piso. 

Primero, con trapo y secador.

Después, de rodillas para llegar a los rincones. 

Con cuidado, no sea cosa de mancharse el uniforme.

Puede poner algo debajo de las rodillas para que duelan menos. 

Lustrar parece fácil pero no. La máquina es grande y ellas chiquitas. 

¡Cuidado porque las puede revolear!

Le quedó cera acumulada en el zócalo, mi chulita. 

Y también en aquel rincón. 

Eso se saca con viruta.

Otra vez de rodillas. 

Queman las manos después de la viruta. 

Había técnicas para tender la cama, ordenar una habitación, limpiar la cocina y mantener la despensa. Otras para priorizar y jerarquizar tareas cuando eran muchas: para aprovechar el tiempo, para no tener que hacer dos veces lo mismo.

Algunas de las chicas habían llegado sin saber limpiar vidrios y muchas no conocían elementos de limpieza básicos. También era nuevo para muchas bañarse en una ducha, tener una cama individual y comer cuatro veces al día. 

La tarde de clases a veces se hacía cuesta arriba. Sobre todo en las materias teóricas, siempre alguna de las chicas cabeceaba o se rendía al sueño sobre el pupitre. Había una profesora de Historia que no se lo dejaba pasar. Se les acercaba y les susurraba al oído: 

–Mijita, levántese, vaya al baño, lávese la cara, mójese detrás de las orejas y vuelva. 

Esa profesora había llegado después de que echaron a otra, más jovencita, que había explicado La teoría de la evolución de Charles Darwin en su clase. Tenía 22 años, estudiaba Derecho y era vecina de Bella Vista. Cuando la llamaron para pedirle que volviera al aula y dijera que eso de la evolución era todo mentira, renunció. 

–La mayoría de las profesoras no eran de la Obra y nos tenían un amor inmenso… Éramos chiquitas–, recuerda Claudia mientras repasa las fotos en las que se la ve con uniformes de distintos colores, según iban pasando los años: en el patio de La Chacra bailando folclore, en la cocina cortando carne, en el planchero con los rodillos y las sábanas, en una tertulia tocando la guitarra, sentada en la cama de su habitación con un crucifijo detrás. 

–No podíamos salir solas a ningún lado. Los domingos nos llevaban a dar una vuelta por ahí y también, a veces, de excursión: fuimos a conocer la fragata Sarmiento una vez, otra a la Rural y la República de los Niños. 

Tampoco podían quedarse solas. El único momento de intimidad era cuando entraban al baño. Y siempre tenían el tiempo contado, porque alguna compañera estaba esperando su turno o una instructora mirando qué hacían. Y si veían que entre algunas había confianza, las rotaban en las habitaciones y en las tareas. 

Las cartas iban directas a la dirección. Una numeraria las revisaba y evaluaba si podían leerlas

Había un teléfono general por el que podían recibir llamadas, pero las familias muchas veces no tenían quien les prestara un teléfono o el dinero para pagar una llamada que ni siquiera sabían si les pasarían. Lo mismo pasaba con las cartas: cuando llegaban iban directas a la dirección. Una numeraria las revisaba y evaluaba si podían leerlas. Lo peor era que anunciaran alguna muerte, porque ahí a las chicas les daban ganas de irse a ver a la familia. Esas se las daban un mes después, cuando ya había pasado todo. Si las cartas pasaban, las dejaban responderlas. Antes, las leían. Si decidían no enviarlas, no les avisaban. 

Los días pasaban sin sobresaltos. A Claudia le gustaba la escuela. Se había acostumbrado. Aunque extrañaba escuchar música. ¿Cuánto hacía que no podía poner un disco de Rafaella Carrá y jugar a mover la cabeza como ella? ¿O uno de Palito Ortega de los que escuchaban sus padres los sábados a la noche? Había visto un recital en la tele en su casa, pero ahora no veían la tele. Había una, empotrada en la pared del living y cerrada con llave. La llave la tenía una de las directoras. Qué ganas de sacársela a escondidas y ver una tarde de cine continuado tirada en un sillón. Un domingo cada tanto, cada mucho, la prendían a la hora de la tertulia. Pero dependía de la programación. Era imposible controlar lo que podían escuchar o ver. El proyector, en cambio, tenía menos riesgos: 

Cantando bajo la lluvia, Un gato en el tejado, Expreso de oriente, Sandokan, El tigre de Malasia, La novicia rebelde… Esas eran las que nos pasaban. Y cuando había un beso o algo así medio romántico, enseguida tapaban el proyector con un diario o algo hasta que pasara la escena.

Felices, todas sentadas en silencio frente a la pared, miraban fascinadas y se reían o lloraban. Quizá alguna aprovechara ese momento para llorar por su familia, por un novio que había dejado, porque sí.

Al día siguiente todo volvía a empezar. 

El Opus Dei era omnipresente, pero no sabían mucho hasta que les tocaba. Podía ser en cualquier momento, una tarde de lluvia o una mañana de sol, antes o después de la misa, en medio de alguna tarea, al terminar la tertulia o en el paseo dominical.

Una numeraria, con la que más trato tenían, se acercaba a hablarles. 

–¿Cómo se siente ser mejor cada día? Dios la mira y está feliz con su servicio.

Después de algunas charlas, les recomendaba confesarse.

El padre no dudaba:

–Usted tiene vocación. Qué feliz debe ser. 

Volvía entonces la numeraria:

–Usted puede santificarse a través del trabajo. 

Y el cura:

–Dios la ha elegido para concederle su gracia.

Y la numeraria y el cura:

–Sus padres tendrán el cielo gracias a usted. 

–Servir es la tarea más digna que una mujer puede hacer. 

–Salvarse sirviendo a dios, qué privilegio.

–No ha nacido hombre para una numeraria auxiliar.

–No tendrá felicidad si rechaza el designio divino.

–Si tiene hijos nacerán enfermos porque está desafiando la decisión de dios.

–Si no es la Obra, será el infierno.

–Yo jamás vi mi vocación, pero si dios la veía cómo iba a decir que no–, dice Claudia. 

Fue en el año de las prácticas, cuando terminó los tres años de escuela, que ella “pitó” como numeraria auxiliar. Así le decía Escrivá de Balaguer a “hacerse de la Obra”: pitar. 

–Creo que a mí me dejaron tranquila mientras estaba en la escuela porque mis padres venían a verme una vez al mes. Sabían que yo podía decirles que no estaba bien y me perdían… Porque ellos te miden y te eligen. No invitan a todas las chicas a ser de la Obra. 

Una vez que pitó, la separaron del resto de las chicas que no eran del Opus Dei para empezar a cumplir con las reglas del Plan de Vida: además del trabajo, ser numeraria auxiliar conlleva una rutina de rezos, meditaciones, charlas con la directora espiritual, confesión con el cura, formación teórica intensa de dos años y las mortificaciones físicas. 

–Son tantas cosas que cuando te dan el cilicio –una liga de alambre con puntas– y la disciplina –un látigo de soga con varias puntas y encerado– vos sólo pensás en que tenés algo más para hacer. 

Claudia pitó en 1984. Tenía 19 años. Para la ley argentina vigente era menor. Para el Opus Dei, ya era mayor.

Lo ideal era que todos los miembros pitaran a los 14 años y medio o 15. La cuenta era así: tenían que pasar seis años desde la “admisión” hasta la incorporación de por vida al Opus Dei. Para eso, tenían que ser mayores. En ese tiempo, los formaban y los evaluaban: convicción, disciplina, carisma y salud. Entonces sí, estaban listos. Con los 21 años llegaba la “fidelidad”: un anillo como símbolo de la alianza con Dios y un testamento de puño y letra en favor de la nueva familia. A Claudia le tocó firmar en favor de una asociación civil, la AFC, que era la que llevaba la administración de la escuela.

Entre 1980 y 2002, trabajó en una docena de instituciones del Opus Dei en la Argentina: residencias universitarias, casas de varones, casas de mujeres, casas de retiros, clubes para niños, la sede central. 

Hasta que se escapó. 

Encontró el momento y salió. Se llevó las pocas cosas que tenía. No escribió la carta obligatoria al Padre, la máxima autoridad en Roma, para pedirle permiso. Nadie puede irse sin la carta de dispensa. Claudia se fue. El Opus Dei llamó a sus padres, los fue a ver, la buscó en la casa de otras numerarias auxiliares que se habían escapado antes que ella. Imposible, si las chicas que se iban eran como fantasmas. Desaparecían como ella, de un día para el otro, y adentro decían que, pobres, se habían vuelto locas o se habían ido detrás de cualquier tipo. A veces las hacían rezar por sus almas pobres. Eso dijeron de ella también, mientras la buscaban en Villa Ramallo, en Buenos Aires y en Rosario. 

En una de las casas en las que la buscaron fue la de Lucía Giménez, una numeraria auxiliar que se había escapado antes. Lucía era de un pueblo rural de Paraguay, Loreto. La habían llevado a Asunción a los 14 años y a los 15, en 1982, a Buenos Aires en un avión de la embajada argentina. No hubo escuela para ella: fue directamente a trabajar. Lucía nunca supo dónde estaba Claudia hasta que muchos años después, en 2014, viajó a Villa Ramallo con su familia y la recordó. Buscó el apellido por la guía telefónica y llamó. La atendieron los padres, le contaron que vivía en Rosario y le dieron su dirección. Lucía la fue a ver. 

En 2017 el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires cerró el Instituto de Capacitación para Empresas de Servicios (ICES). Le habían cambiado el nombre y la figura cuando tuvieron que adaptar el programa de estudios a las nuevas leyes de educación del país, en 1993. No había argumentos para justificar que chicas de 13 años tuvieran que irse tan lejos de sus familias para tener acceso a la educación. 

***

“Es verdad: antes ‘sólo’ pelaba patatas; ahora, se está santificando pelando patatas”.

Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco, 1986.

“El fundador del Opus Dei deseaba una mejora de las condiciones sociolaborales en que se desarrollaban, en algunos países, las tareas domésticas, y vislumbraba la proyección social que se derivaría de la dignificación de esta tarea, tanto para la entera sociedad como para la expansión universal del Opus Dei”. 

Ana María Sanguinetti, 2019.

***

En 2021, Lucía, Claudia y otras 41 mujeres denunciaron al Opus Dei ante el Tribunal para la Doctrina de la Fe del Vaticano por trata de personas, reducción a la servidumbres y manipulación psicológica. Hasta hoy no tuvieron respuesta.

-----

Este artículo se publicó originalmente en la revista Anfibia.

Este texto se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa llevado adelante por Revista Anfibia, el Doctorado de Escritura en Español de la Universidad de Houston y la Maestría en Periodismo Narrativo de Unsam entre septiembre de 2022 y mayo de 2023.

–¿Qué... ¡no puedes hacer más!?  

–¿No será que... no puedes hacer menos?

Camino (Josemaría Escrivá de Balaguer, 1934).

Claudia Carrero entró en la cocina, la más grande que había visto en su vida, con el paso alegre de una niña y el uniforme a cuadros diminutos rosas y blancos....

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autora >

Paula Bistagnino

Ilustrador >

/ Rocío Frigerio (Anfibia)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. joamella

    Este artículo retrata a la perfección la espina dorsal del opus dei.

    Hace 1 año 7 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí