1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 1628 Conseguido 83121€ Objetivo 140000€

Ignacio Ramonet / autor de ‘La era del conspiracionismo’

“El objetivo es ‘piratear’ al individuo con una mezcla de guerra psicológica y de guerra de la información”

Pascual Serrano 28/07/2023

<p>Ignacio Ramonet en una imagen de 2015. / <strong>Editions Galilée</strong></p>

Ignacio Ramonet en una imagen de 2015. / Editions Galilée

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Ignacio Ramonet (Pontevedra, 1943) es un referente en comunicación para toda una generación de periodistas, analistas de información y una gran cantidad de ciudadanos. Doctorado en Semiología e Historia de la Cultura en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, desde 1990 hasta 2008 dirigió la edición francesa de Le Monde Diplomatique y, desde ese año, la edición española. Es también cofundador de la organización no gubernamental Media Watch Global (Observatorio Internacional de los Medios de Comunicación), fundador y presidente de honor de ATTAC y uno de los promotores del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Ramonet es autor o coautor de una veintena de libros. No hay fenómeno novedoso en comunicación que no analice rápidamente, mientras todos los demás seguimos desconcertados.

En su nuevo libro La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio (Clave Intelectual), analiza el fenómeno de la posverdad, las fake news y su explotación por la ultraderecha. En esta entrevista profundizamos en ello, pero vamos más allá y diseccionamos el papel de las redes sociales y la comunicación en la guerra de Ucrania.

El asalto al Capitolio, en Washington, el 6 de enero de 2021, le sirve de arranque para elaborar un libro donde aborda lo que denomina la era del conspiracionismo. La realidad es que, tanto en Estados Unidos como en el mundo occidental, este internet y estas redes sociales que parecían la panacea de democratización de la información han quedado colonizadas por los bulos y las fake news de la extrema derecha. La primera pregunta que surge es ¿a qué se debe que hayamos llegado a esto?

Hoy, las principales vías de difusión de la información y del conocimiento son las redes. Las redes sociales son el medio dominante, como lo fueron, en otras épocas, la televisión, la radio o la prensa. Las redes son la expresión de una auténtica democratización de la comunicación que la revolución Internet ha permitido. Hoy, cualquier individuo en cualquier país, por un coste mínimo, con un teléfono inteligente posee una capacidad comunicacional semejante a la que tenía, por ejemplo, la CNN (primer canal televisivo planetario y permanente de noticias) hace treinta y cinco años. Es una revolución en el campo de la comunicación como no la ha habido jamás, en términos de capacidad individual para difundir un mensaje al ámbito planetario. 

“Con las redes sociales, lo que era una promesa de libertad de información se ha convertido en una pesadilla”

En cierta medida ese fenómeno ya nos ha permitido alcanzar, en materia de comunicación, un “mundo mejor”, como diría Huxley, algo inimaginable hace apenas veinte años. Pero ese mundo mejor no es un mundo perfecto, porque la dominación salvaje de las redes ha favorecido el surgimiento de un haz de problemas nuevos, específicos, que tampoco imaginábamos. En particular, la proliferación –a una escala astronómica– de mentiras, bulos, falsedades, manipulaciones, posverdades, fake news. Lo que era una promesa de libertad se ha convertido en una pesadilla. La mayoría de los ciudadanos siguen confiando en los motores de búsqueda y en las redes sociales como fuentes principales de información. Pero esas plataformas están ahora debilitando las democracias a pasos agigantados porque, en realidad, difunden masivamente teorías de la conspiración, falsedades, discursos de odio y mensajes extremistas. Y la Inteligencia Artificial va a intensificar todo esto mucho más.

Pero, ¿qué tienen de específico y de diferente las redes sociales para provocar esos efectos?

Las redes sociales no están hechas para informar, sino para emocionar. Para opinar, no para matizar. Evidentemente, en las redes circulan muchos textos y documentos de calidad, testimonios, análisis, reportajes, etc. Las redes retoman muchos documentales excelentes, vídeos, artículos de la prensa y de los medios existentes. Pero la manera de consumir contenidos en las redes (aunque cada una de ellas tiene su propia especificidad) no es pasar tiempo leyendo o viendo íntegros los documentos que uno recibe.

“Las redes sociales no están hechas para informar, sino para emocionar”

Los usuarios de las redes no buscan respuestas, sino preguntas. No desean leer. No son receptores pasivos como los de la radio, la prensa o la televisión. Las redes están hechas sobre todo para actuar. El ciudadano o la ciudadana que usa las redes lo que quiere es compartir, comunicar o adherirse dando likes. Lo que excita a los usuarios de las redes es comportarse como activistas digitales con una misión, una encomienda: publicar y propagar noticias que confirman o parecen confirmar lo que ellos y sus amigos piensan. No se trata de difundir la verdad, se trata de retransmitir lo que se supone que la gente amiga desea leer. En ese sentido, las falsedades son más novedosas que la verdad. Por ello se comparten más.

La red, en realidad, funciona como una cadena digital. Cada usuario se siente eslabón, vínculo, enlace. Con la obligación de expresarse, de opinar, de conectar, comentar, remitir y enviar. 

Lo que más circula y mayor influencia tiene en algunas redes (Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat, TikTok) son los memes, o sea, una especie de gotas, de haikús, de resúmenes muy reducidos, muy sintéticos, muy caricaturales de un tema. Es lo que más se comparte. Los memes funcionan como si, en la prensa escrita, las informaciones se redujesen únicamente a los títulos de los artículos, y no hubiera necesidad de leerlos. Cada uno de nosotros puede hacer el experimento: cuelgue en su red preferida el mejor texto, el vídeo más completo, más inteligente y honesto que pueda haber sobre, por ejemplo, la guerra de Ucrania, y verá que, a lo sumo, puede alcanzar algunas decenas de likes. Pero si coloca un buen meme eficaz y novedoso, que, por su creatividad y originalidad, impacta y provoca a la vez risa y sorpresa, su velocidad de transmisión será impresionante. Si se habla de difusión viral no es por casualidad.

Cuando, por ejemplo, el domingo 27 de marzo de 2022, en plena ceremonia de los Oscar, en Hollywood, ante millones de telespectadores, el actor Will Smith le asestó en vivo y en directo un tremendo bofetón al cómico Chris Rock, la imagen de esa escena, convertida de inmediato en meme, se difundió a la velocidad del rayo por el mundo, saturando las redes. Consiguió prácticamente ocultar, durante varios días, todas las demás noticias, incluso las de la guerra de Ucrania, entonces en plena intensidad. 

El deseo compulsivo de compartir, de difundir es lo que hace que las redes sean capaces de propagar masivamente un sentimiento general, una interpretación dominante, una opinión sobre cualquier tema. Ese sentimiento es el que, poco a poco, consigue imponerse en todo un sector de la sociedad. Esa es una de las grandes diferencias entre las redes y los medios tradicionales.

¿Por qué la extrema derecha es quien más se beneficia del triunfo de las redes sociales?

Es la consecuencia de la crisis de la verdad o de la nueva cultura de la mentira que difunden precisamente las redes. Y de la impotencia de los grandes medios clásicos (radio, prensa escrita, televisión) para restablecer la verdad. En nuestras democracias, poco a poco, ha emergido una radical desconfianza de muchos ciudadanos respecto a la lectura de la realidad que proponen los cuatro principales pilares de la racionalidad social dominante: o sea, los medios de masas, las élites políticas, los actores culturales y los analistas universitarios. Es como si, de pronto, en la Bolsa frenética de las redes sociales, la cotización de la mirada experta o de la demostración científica se fuese desvalorizando y acabase por desfondarse. Como si, para un grupo creciente de ciudadanos, las explicaciones más verificadas y más avaladas resultasen, precisamente por eso mismo, y por proceder de las élites dominantes, profundamente sospechosas. 

“La base de la nueva narrativa conspiracionista de la extrema derecha es que una verdad repetida mil veces, es probablemente una mentira”

Cuanto más científica es una explicación, más discutible resultará. Por todas esas razones, para muchos ciudadanos, la pregunta pertinente, ahora, no es: “¿Qué pruebas científicas hay de que tal cosa es así?” Sino: “¿Por qué tanta insistencia en querer demostrarme y convencerme de que tal cosa es así?”. Esa es la sospecha principal, la desconfianza epistémica que se ha ido extendiendo, vía las redes, en nuestras sociedades. Es como si asistiéramos a una insólita inversión de aquella célebre predicción atribuida a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, según la cual “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Hoy, muchos activistas de redes conspiracionistas, consideran que una verdad repetida mil veces, es probablemente una mentira. Esto, en la historia de la comunicación, constituye una revolución copernicana. Y es la base de la nueva narrativa de la extrema derecha. Especialmente en el seno de las clases medias empobrecidas, que responden de ese modo, con una suerte de reacción individual y salvaje, a la aplastante dominación (aparente) de las tecnociencias en nuestro entorno. Ciencias y tecnologías que, por otra parte, se muestran incapaces de proponer soluciones a algunos de los problemas más punzantes que conocen muchas familias, en particular las pertenecientes a esas clases medias: el empleo basura, la miseria, los desahucios, la marginalidad, la precariedad, y sobre todo, su pánico principal: la amenaza de un inexorable desclasamiento. 

¿Y qué podemos hacer los ciudadanos?

Seguir apostando por la verdad. Desconfiar. Ser muy precavidos. Una de las principales razones del debilitamiento de la democracia es el cambio profundo que se ha producido en la forma en que nos comunicamos y consumimos información. La desinformación y la manipulación acechan. Sobre todo en tiempos de elecciones y de guerra de Ucrania. Recordar un principio de sentido común: las apariencias engañan. Las imágenes y los vídeos circulan muy rápido por internet: su impacto visual los hace muy virales, pero muchas imágenes suelen estar manipuladas. Antes de creer una información, y sobre todo antes de difundirla, hay que aprender a verificarla. Evitar ser cómplice de propagación de mensajes de odio, buscar las fuentes, la fiabilidad de las fuentes, de los datos. Si una información posee una única fuente: prudencia, mucha prudencia. 

Muchos ciudadanos ahora, como dijimos, quieren comportarse como periodistas gracias a sus teléfonos móviles y a las redes. Difunden “informaciones”, divulgan opiniones, propagan imágenes y vídeos. Así que deben adquirir los reflejos profesionales de los buenos periodistas, y el primero de ellos es ese: verificar las fuentes. Para las imágenes existen cada vez mejores herramientas de búsqueda inversa a disposición del gran público para indagar de dónde proceden, cuál es su origen, si ya han sido utilizadas, en qué sitios web, etc. Hace poco, por ejemplo, se pudo demostrar que un vídeo en el que una turba de manifestantes vandalizan una iglesia, presentado como testimonio de lo que ocurre en la Nicaragua de Daniel Ortega, era en realidad un documento filmado en Chile durante las manifestaciones de 2019.

Pero los Estados, las instituciones también tendrán que hacer algo ante esa situación.

Muchos Estados están legislando para castigar la difusión de fake news, sobre todo si tiene consecuencias sociales graves. Por ejemplo, Malasia, partiendo del principio de que “compartir una mentira te convierte en mentiroso”, ha establecido penas de hasta seis años de cárcel para quienes hayan creado, publicado o diseminado noticias “total o parcialmente falsas” que afecten al país o a sus ciudadanos. 

“Cualquier Gobierno que tome medidas contra la desinformación puede verse acusado de censura”

Pero no es fácil. Porque cualquier Gobierno que tome medidas en ese sentido, por muy legítimas que parezcan, puede verse acusado de censura o de vulnerar la libertad de expresión. Aunque peor es lo que hace, por ejemplo, Estados Unidos cuando persigue y condena a quienes dicen la verdad como es el caso de Julian Assange, o de Edward Snowden o de Chelsea Manning. 

Su libro se centra en Estados Unidos y Donald Trump. ¿Qué prevé para Trump, sus problemas con la justicia y sus ambiciones electorales?

Los juicios recientes contra él y sus sucesivas condenas no parecen haber afectado su popularidad. Sigue siendo el candidato mejor valorado por las encuestas para ganar las primarias de su partido y ser el candidato republicano para las elecciones presidenciales de 2024. Desde el primer día que se lanzó a la conquista del poder político en Estados Unidos, dominó el espacio público y convenció a sus seguidores, a base de una relación directa vía Twitter, de que su gobierno sería el “gobierno del pueblo para el pueblo”. 

Manipulando la verdad, usando el poder de los símbolos, de la oratoria, de las imágenes y de las redes sociales, Donald Trump, desde su discurso de toma de posesión, el 20 de enero de 2017, se definió como un líder carismático, un jefe mesiánico elegido para rescatar a Estados Unidos. Este millonario, hijo de multimillonario, denunció el establishment y las élites políticas de Washington por haberse enriquecido y protegido, según él, sin ocuparse de los ciudadanos: “Sus victorias –le dijo a sus electores–, no fueron triunfos para ustedes”. Se presentó como el salvador y refundador de la patria: “Vamos a estar protegidos por Dios”, prometió, como si Dios mismo se lo hubiera garantizado. 

Más que una autoridad indiscutible, el ególatra republicano quiso ser un mito que dirigía el país envuelto en una aureola de narcisismo

Para llegar al corazón de la gente, convenció a sus oyentes de que, para él, eran “muy especiales”, y que él sí los comprendía. Formuló eslóganes simples, concretos y conmovedores (“Seré el mayor creador de empleos que Dios inventó”), salpicados a menudo de racismo (“Cuando México envía a su gente aquí, envía gente que está trayendo drogas, trayendo crimen, y son violadores”) y de machismo (“Cuando eres una estrella, [las mujeres] te dejan hacerles cualquier cosa: agarrarlas por el coño; lo que sea”). Supo imponer fórmulas y clichés (“¡Hagamos América grande de nuevo!”, “¡Soy el presidente de la ley y del orden!”,“¡Construyamos el muro!”) que sus fanáticos repiten fácilmente como mantras que asfixian cualquier cuestionamiento crítico. 

Más que una autoridad indiscutible, el ególatra republicano, en el limbo populista, quiso ser un mito que dirigía el país envuelto en una aureola de narcisismo, endiosamiento y veneración pública (“Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”). Con un lenguaje impactante y confuso, mezcla de expresiones vulgares, jerga tecnocrática y promesas difusas, no tuvo reparos en estimular los delitos de odio. Supo oscurecer las verdades para dividir a los estadounidenses en un “nosotros” y un “ellos”. E inculcar una detestable ideología de “el fin justifica los medios”. 

Donald Trump se construyó cuidadosamente una imagen pública sofisticada de líder-gurú capaz de crear con el lenguaje un mundo a su medida (“Si no le dices a la gente que has tenido éxito, probablemente no lo sabrán nunca”). Consiguió que millones de personas se subyugaran libremente a él, aceptaran su dominio y se entregaran por completo a su voluntad. Es sabido que la gente, como masa, tiene a menudo una inteligencia inferior a la de cada una de sus partes integrantes. Los partidarios de Trump constituyen una auténtica secta, se identifican frenéticamente con él. Obedecen a sus dictados. Creen sus historias. Lo idolatran. Están a sus órdenes. Dispuestos, si es necesario, a lanzarse a cualquier aventura con tal de devolver a su ídolo, en última instancia, incluso por la fuerza, al poder. 

“Trump representa una amenaza para la unidad de Estados Unidos y el peligro de guerra civil”

La verdad es que Trump ha partido en dos el país. Después de haber empujado a sus seguidores fanatizados a asaltar el Capitolio, en Washington, el 6 de enero de 2021, existen dos partes de la población en abierta discrepancia a propósito del expresidente republicano. Una parte habla de un exmandatario que probablemente merece la cárcel. La otra habla de un patriota, empeñado en salvar a la nación. Ambas partes no pueden tener razón. Solo una de las dos la tiene. Pero la otra no lo acepta. Lo cual representa una amenaza decisiva para la unidad de Estados Unidos. Y un peligro suplementario de guerra civil.

La guerra de Ucrania no parece que se resuelva en ninguna dirección. ¿Cómo cree que se nos está informando en Europa del desarrollo de esa guerra, de los intereses en conflicto y del contexto y antecedentes?

El comportamiento de los grandes medios con respecto a la guerra de Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022, confirma que no son de fiar. Como se sabe, cuando comienza un conflicto armado arranca un relato mediático plagado de desinformaciones para ganar los corazones y cautivar las mentes. 

No se trata de informar. De ser objetivo. Ni siquiera de ser neutro. Cada bando va a tratar de imponer –a base de propaganda y toda suerte de trucos narrativos– su propia crónica de los hechos. A la vez que busca desacreditar la versión del adversario. Las mentiras que ambos bandos difunden sobre el conflicto de Ucrania no son, en el fondo, muy diferentes de las que ya vimos en otras guerras. Se repite la histeria bélica habitual en los medios, la proliferación de censuras, de fake news, de posverdades, de intoxicaciones, de manipulaciones.

La conversión de la información en propaganda es ampliamente conocida y ha sido estudiada, en particular en los conflictos de los últimos cincuenta años. Con la guerra de Ucrania, los grandes medios de masas, en particular los principales canales de televisión, han sido de nuevo enrolados –o se enrolaron voluntariamente– como un combatiente o un militante más en la batalla. 

La guerra cognitiva significa la militarización de las ciencias del cerebro

Hay que añadir que los laboratorios estratégicos de las grandes potencias, en el marco de la reflexión sobre las nuevas “guerras híbridas”, están también tratando de conquistar militarmente nuestras mentes. Un estudio de 2020 sobre una nueva forma de “guerra del conocimiento”, titulado Cognitive Warfare (Guerra cognitiva), del contraalmirante francés François du Cluzel, financiado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),  expone lo siguiente: “Si bien las acciones realizadas en los cinco dominios militares (terrestre, marítimo, aéreo, espacial y cibernético) se ejecutan para obtener un efecto sobre los seres humanos, el objetivo de la ‘guerra cognitiva’ es convertir a cada persona en arma”. Los seres humanos son ahora el dominio en disputa. El objetivo es piratear el individuo aprovechando las vulnerabilidades del cerebro humano, utilizando los recursos más sofisticados de la ingeniería social en una mezcla de guerra psicológica y guerra de la información.

Esa guerra cognitiva no es sólo una acción contra lo que pensamos, sino también una acción contra la forma en que pensamos, el modo en que procesamos la información y cómo la convertimos en conocimiento. En otras palabras, la guerra cognitiva significa la militarización de las ciencias del cerebro. Porque se trata de un ataque contra nuestro procesador individual, nuestra inteligencia. Con un objetivo: penetrar en la mente del adversario y hacer que nos obedezca. “El cerebro”, enfatiza el informe, “será el campo de batalla de este siglo XXI”. 

En la guerra de Ucrania las redes sociales tienen un protagonismo sin precedentes. ¿No le parece?

Durante el conflicto de Ucrania, en Estados Unidos y en Europa, los grandes medios de masas están combatiendo –y no informando– en favor esencialmente de lo que podríamos llamar la posición occidental. Sin embargo, dentro de esa normalidad propagandística, pudimos asistir a un fenómeno nuevo. De modo inaugural, en la historia de la información de guerra, en primera línea del frente mediático, intervinieron las redes sociales. Hasta entonces, en tiempos bélicos, las redes no habían tenido la misma importancia. 

Con la guerra de Ucrania, los ciudadanos no sólo se ven confrontados a la habitual histeria bélica de los grandes medios tradicionales, a su discurso coral uniforme (y en uniforme), sino que todo eso les llega, por primera vez, en sus teléfonos. La pantalla del televisor del salón ya no tiene el mismo protagonismo. Ya no sólo son los periodistas, sino las amistades o los familiares, quienes contribuyen también, mediante sus mensajes en las redes, a amplificar la incesante narrativa coral de discurso único.

“En la guerra de Ucrania, Washington ha reclutado a las megaempresas del universo digital”

Con la guerra de Ucrania emerge una nueva dimensión emocional, un nuevo frente de la batalla comunicacional y simbólica que hasta entonces no existía. También, por vez primera, se produjo esa decisión de Google de sacar de la plataforma a medios del “adversario ruso” como RT (Russia Today) y Sputnik. Mientras, Facebook e Instagram declaraban que tolerarían “mensajes de odio” contra los rusos. Twitter tomó la decisión de “advertir” sobre cualquier mensaje que difundiera noticias de medios afiliados a Moscú, y redujo significativamente la circulación de esos contenidos, cosa que no hizo con quienes apoyaban a Ucrania y a la OTAN, poniendo en evidencia la hipocresía sobre la supuesta libertad de expresión o sobre la neutralidad de las redes. 

Todo eso confirmó que si el conflicto de Ucrania era una guerra local en el sentido de que el teatro de operaciones estaba efectivamente localizado en un territorio geográfico preciso, por lo demás era una guerra global, en particular por sus consecuencias digitales, comunicacionales y mediáticas. En esos frentes, Washington, como en la época del macartismo y la “caza de brujas”, enroló a los nuevos actores de la geopolítica internacional, o sea, a las megaempresas del universo digital: las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft...) Esas hiperempresas –cuyo valor en Bolsa es superior al Producto Interior Bruto (PIB) de muchos Estados del mundo–, se retiraron de Rusia y se alistaron voluntariamente en la guerra contra Moscú. 

Eso es una novedad. Hasta ese conflicto conocíamos la actitud partidaria y militante de los grandes medios que, en caso de guerra, se alineaban con uno de los beligerantes y abandonaban todo sentido crítico para comprometerse unilateralmente y defender los argumentos de una sola de las potencias enfrentadas. Lo nuevo es que, por primera vez, las redes sociales hacen lo mismo. Lo cual confirma que los verdaderos medios dominantes hoy, los que imponen efectivamente el relato, son las redes sociales.

Ignacio Ramonet (Pontevedra, 1943) es un referente en comunicación para toda una generación de periodistas, analistas de información y una gran cantidad de ciudadanos. Doctorado en Semiología e Historia de la Cultura en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, desde 1990 hasta 2008 dirigió la...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Pascual Serrano

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. victor1

    Soberbia entrevista. Muchas gracias por resumir en tan poco la "alimentación" cerebral contemporánea. Ramonet es claridad. Sólo por artículos así me gusta colaborar con este medio. Al análisis sobre la importancia de la comunicación en la geopolítica contemporánea le añadiría dos detalles que me parecen fundamentales: 1 - EL TIEMPO que dedicamos a expandir y reflexionar pensamientos complejos se escurre entre los dedos. Algo tan sencillo como leer un ensayo si no eres estudiante o jubilado es cada vez más difícil dada la exigencia contemporánea de tu tiempo libre. Y es que además de todos factores que aceleran la vida colectiva e individual se suman muchos "ladrones" de tiempo que antes no existían y que impiden meditar con calma: por ejemplo; la omnipresencia e interrelación en las redes, la constante actualización y mantenimiento de tecnologías varias o el casi infinito acceso al consumo cultural de entretenimiento, insólito en la historia y muchas veces impulsivo. 2 - LA LUCHA CORPORATIVA POR CAPTAR TU ATENCIÓN en esa inmersión publicitaria en la que vivimos con la exigencia de "estar al día" Todo ello configura un clima de estrés y ansiedad continuo donde sólo discernir lo importante de lo que no lo es y ser consecuente con ello resulta heroico. Lo que nos convierte en pasto de vendedores de emociones al peso que como a los toros de lidia detrás del capote, nos acaban enrolando en aspiraciones superfluas. Nuestra absurda reacción al calentamiento climático es la mejor prueba de ello. Y la suicida reacción Europea a la guerra de Ucrania como bien advierte Rafael Poch en este medio otra palada más en la fosa de la estupidez colectiva contemporánea. "Don't Look Up!";)

    Hace 1 año 2 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí