los ecos del 15m
Cuando despertó, la crisis y las plazas seguían allí
El votante de la izquierda alternativa debe tener claro que vota más allá de un gobierno de coalición con el PSOE, que elige un horizonte de transformación, o llegará un momento en que le dé igual apoyar a los socialistas
Tito Morano 14/08/2023
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Se oye mucho (lo habrán oído mucho este último tiempo) el término “fin de ciclo”. Parece que los acontecimientos históricos sólo despliegan sus efectos un tiempo determinado. Y después desaparecen como lágrimas en la lluvia. Así le ha pasado (según muchos) al 15M. Poco o nada quedaría de la explosión democrática que llenó las plazas en mayo del 2011.
Quien estas líneas escribe no ha creído nunca en semejante cosa. Igual que los acontecimientos no salen de la nada y, si uno mira detenidamente, puede observar sus orígenes remotos, sus causas; lo que ha pasado deja huella indeleble. Otra cosa es que haya a quien le interese proclamar “fines de ciclo” porque, derrotadas sus hipótesis en el anterior, quiere volver a tirar los dados. Pero un “fin de ciclo” mil veces repetido, no constituye una verdad.
La crisis de 2008 puso sobre la mesa que el régimen del 78 y su sistema de partidos carecía de mecanismos para encauzar las demandas democráticas y sociales
Si hubo un 15M es porque la crisis financiera de 2008 puso sobre la mesa que el entramado institucional del régimen del 78 y, en concreto (pero no solo), su sistema de partidos carecía de mecanismos para encauzar las demandas democráticas y sociales de la mayoría social. Y que el omnipotente BCE y sus recetas austeritarias salvaban las finanzas pero empobrecían a los pueblos. Las movilizaciones y atisbos de organización popular que se habían producido contra el Gobierno de Aznar pusieron herramientas de articulación de la protesta que permitieron que el estallido fuera democrático y no reaccionario. No olvidemos todo lo que tardó en cuajar una opción de extrema derecha en España (más allá de su agazapamiento en el PP). Y nada volvió (ni volverá) a ser como antes.
El surgimiento de Podemos en 2014 le dio un cauce político (nunca una representación, el 15M es irrepresentable) a la potencia de las plazas. Y en 2016, Unidas Podemos, tras darle un golpe fortísimo al bipartidismo, estuvo a punto de reventarlo del todo. Tras ese “a punto” las fuerzas independentistas apostaron por la ruptura y vino el procés. Y a raíz de esto las derechas nacionalistas se acabaron de alejar (¿para siempre?) de la derecha española. Y ya vamos por las terceras elecciones de las que no sale un gobierno claro. Las otras dos se repitieron.
Si no reventó el sistema de partidos fue por una serie de afortunadas coincidencias (o catastróficas desdichas). La pasión, muerte y resurrección de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE tras negarse a investir a Rajoy lo limpió de polvo y paja bipartidista y la sentencia de la Gürtel hizo que cada actor no tuviera más margen que hacer lo que acabó haciendo: un gobierno de concertación progresista que tenía, sí o sí, que sostenerse en soberanistas e independentistas. Todavía se revolvió el sistema en 2019, pero, repetición mediante, no quedó más. El gobierno que salió adelante, con la insistencia de UP de incluir a los soberanistas en el bloque de gobierno, se tuvo que enfrentar a pandemias, guerras y volcanes (lo que le obligó a adoptar propuestas defensivas y ralentizó los avances) y a un nuevo paradigma: el Consejo de Ministros es un campo de batalla político. Cada cambio debe pelearse no solo con los adversarios, sino con los socios. Y si no, no sale o sale amputado. El Gobierno de coalición, para avanzar, debe ser como el Martini en las películas de James Bond: agitado, no mezclado.
Toda esta historia ya la conocemos. Lo importante es lo que viene. Aquí estamos, tras el 23J, compuestos y sin gobierno. Tres elementos inmediatos:
- La derecha no llega. Ha agitado hasta el final el descontento de sus bases, pero no ha conectado con ningún descontento social compartido. El PP de Feijóo quería volver a los buenos viejos tiempos, intentando incluso revivir lo más oscuro de esos viejos tiempos (¡que te vote Txapote!), pero no ha encontrado añoranzas. Creyó Feijóo que si se alejaba de Vox los votantes verían al PP de siempre y le votarían. Y han visto el mismo PP de siempre. Y no llega.
Creyó Feijóo que si se alejaba de Vox los votantes verían al PP de siempre y le votarían. Y han visto el mismo PP de siempre. Y no llega
- La izquierda no llega (o casi). No hay mayorías sin TODOS los soberanistas. Y nadie sabe si será suficiente el común mercadeo de competencias y transferencias fiscales para constituirlas. Porque lo que se le conceda al más firme va a tener que ser pedido por el que parecía que iba a ser más fácil de convencer. Porque los ecosistemas políticos vasco y catalán bullen. Y derechas e izquierdas de allí se miran de reojo como en el bueno, el feo y el malo. Esperando a ver quién desenfunda primero.
- El bipartidismo se fortalece. Desde 2011 no había tantos diputados de PP y PSOE. Todo leído en términos de bloques. Un buen ejemplo es el debate cara a cara. Dialécticamente ganado por Feijóo, probablemente atrajo a muchos votantes de Vox encantados de ver que le plantaba cara a Pedro Sánchez. Pero también llevó (probablemente) a muchos votantes de Sumar que se asustaron al PSOE, puesto que en su fuero interno lo que querían es que ese señor volviera a ser presidente del gobierno y ningún otro horizonte esperaban de estas elecciones. Centenares de miles de españoles viran al partido fuerte del bloque porque si todo es “Sanchismo sí-Sanchismo no” la respuesta de voto es sencilla.
Pero estos árboles de lo inmediato no nos deben hacer no ver el bosque de lo profundo. La crisis medioambiental arrecia mientras los tambores de guerra no se apagan en Ucrania, el peligro de una escalada en el pacífico es cada día mayor y se acumula material inflamable en África. El dinero europeo está a punto de dejar de fluir y las políticas de tipos del BCE adelantan que la próxima crisis no la van a pagar los beneficios bancarios.
Y en este contexto, con todos los esfuerzos y resistencias que ha implantado el gobierno progresista, al régimen del 78 se le pueden ver las costuras de nuevo. El sistema institucional sigue sin estar preparado para vehicular las demandas sociales y democráticas de las mayorías. Más aún cuando Felipe VI puede borbonear con las investiduras.
Todo ello con la ultraderecha ganando posiciones ahí donde puede. Y el cóctel crisis y ultraderecha en avance tiene mala pinta. Que se haya parado el primer golpe en España ante la entrada de los ultras en el gobierno puede tranquilizar, pero no debe relajar a nadie. Si se abre una crisis institucional (modelo territorial del Estado incluído), alguna mente preclara de la derecha puede ver que, en lugar de apelar a los buenos viejos tiempos, igual puede poner sobre la mesa una transformación profunda en sentido reaccionario. Puede que sea Vox, algo que sustituya a Vox o, lo que es más probable, el ayusismo reunificando la derecha con un programa recentralizador y de recorte de las libertades civiles (que es la única forma en la que se recentraliza en España). Y con un paradigma económico que se parezca más a Milei que a Meloni.
Si la izquierda no es consciente de esto puede estar perdida. Si nos van a hacer recordar la crisis, recordemos las plazas. Recuperemos la perspectiva constituyente para que el problema de la articulación del Estado se resuelva por la vía democrática en lugar de por el recorte. Y tengamos en el horizonte el cambio fundamental pendiente: afrontar el problema de la propiedad inmobiliaria en España y el sistema rentista, que es la base económica del régimen del 78 y que tiene como efecto inmediato la carestía de la vivienda y como consecuencia última todo lo demás.
Y estemos atentos: el bipartidismo no sirve para esto. Sánchez le ha dado una prórroga al PSOE, pero cuando vengan mal dadas de verdad carece de herramientas para ponerle delante nada a la derecha. Esto lo vimos cuando estábamos en las plazas y haremos bien en recordarlo. No nos dejemos arrastrar. Que los gobiernos de coalición sean un mecanismo para ganar derechos (a la derecha sólo se la vence con derechos) pero nunca sean la excusa para no diferenciar proyectos.
El votante de la izquierda alternativa (usemos este término a falta de otro mejor) debe tener claro que vota algo además de un gobierno de coalición con el PSOE. Tiene que tener claro que vota un horizonte de transformación, porque, si no, llegará un momento en que le dé igual votar al PSOE. Y eso será un momento antes de que le de igual identificarse con el proyecto político que el PSOE significa. Y ahí habrán ganado los bárbaros.
Recordémonos a nosotros mismos y recordemos al mundo que las plazas siguen ahí esperando ser llenadas. Sigamos construyendo una izquierda para los avances del hoy, pero también para las conquistas del mañana. Con una perspectiva constituyente, federalista, que entienda el feminismo como eje vertebrador de los derechos civiles, apueste por la paz en las relaciones internacionales y no contemporice con el reto del clima. Que no renuncie a nada, ni a gestionar en el presente ni a conquistar el futuro.
Muy posiblemente no toda la izquierda alternativa comparta este horizonte. Habrá por tanto que llegar a acuerdos electorales con quien es distinto, pero sin que estos acuerdos supongan disolverse ni acallar voces. La unidad sólo implica fuerza cuando no se renuncia a todo el bagaje. Y cuando no condiciona todo el trabajo político de construir un sentido común alternativo, cosa que se hace fuera de las instituciones, en la sociedad y en los movimientos sociales y que hacen decenas de miles de militantes que no salen por la tele pero son imprescindibles.
Y esto hay que hacerlo no porque estemos más contentos con una izquierda así. Hay que hacerlo porque o ponemos nosotros y nosotras la alternativa a lo que viene o la va a poner alguien sobre la mesa.
Lo que nos llevó a las plazas sigue ahí. Dormíamos y despertamos. Pero de nosotros y nosotras depende nunca dejar de soñar.
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Tito Morano es abogado laboralista y exdiputado de Podemos en la Asamblea de Madrid.
Se oye mucho (lo habrán oído mucho este último tiempo) el término “fin de ciclo”. Parece que los acontecimientos históricos sólo despliegan sus efectos un tiempo determinado. Y después desaparecen como lágrimas en la lluvia. Así le ha pasado (según muchos) al 15M. Poco o nada quedaría de la explosión democrática...
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