LENGUAS MINORIZADAS
Hacia la literatura universal
Sobre literatura traducida y mercado
Iban Zaldúa 14/10/2023
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Fue noticia –literaria– a finales de enero: el principal premio de poesía en catalán concedido por el ayuntamiento de Palma de Mallorca (el “Premi Ciutat de Palma Joan Alcover” 2023) se lo llevó una obra traducida al catalán. Así lo reconoció, cuando comenzaron a aflorar las sospechas, el ganador, Jorge Fernández Gonzalo (Madrid, 1982): había escrito la obra en castellano y luego la había traducido al catalán, para tener así mayores posibilidades de ganar el premio y publicar el libro. Las sospechas, por cierto, empezaron a tomar cuerpo el día de la ceremonia de entrega de los premios, cuando el ganador, en su discurso de agradecimiento, no pronunció ni una sola palabra en catalán… Luego se supo que ya había hecho lo mismo con anterioridad, y que de esa manera había ganado algún que otro premio también en la Comunidad Valenciana. De hecho, ingenuamente –o no– realizó las siguientes declaraciones ante la prensa, en medio de la polémica: “Ver que gané con una obra escrita en castellano y traducida al catalán hizo que viera un nuevo modelo por publicar mis obras y ahora lo hago con otras creaciones para poder presentarme a diferentes premios”. Un “nuevo modelo”: como si se estuviera “profesionalizando” en un nicho poco explorado del negocio literario…
Claro que quizá el modelo no fuera tan novedoso: ahí está, para quien quiera acordarse, el caso de Álvaro Bermejo, que ganó el premio Donostia Hiria en 1988 con un relato que escribió en castellano y una profesora amiga suya le tradujo al euskera. Una “performance” con la que dijo que quería demostrar y denunciar –de una manera quizá poética, en la línea de lo que, al principio de aquella misma década, hacía junto a escritores como Fernando Aramburu o Francisco Javier Irazoki en el “Grupo CLOC de Arte y Desarte”– la escasa calidad de la subvencionadísima literatura en euskera, en comparación con la que, excelsa, se producía en español en el País Vasco (español). En cualquier caso, en el posterior recorrido de Bermejo, no demasiado brillante –con el tiempo, del supuesto experimentalismo de CLOC el escritor se pasó con todo el equipo a la novela histórica y a la literatura de consumo más rutinaria, con remedo de la trilogía del Baztán de Dolores Redondo incluido–, son de sobra conocidas las acusaciones de plagio que se hicieron sobre algunas de sus obras, demostradas, entre otros, por un autor de la solvencia de Pedro Ugarte. Obras todas ellas escritas en su lengua original de creación, es decir, escritas y publicadas en castellano, lo que arroja una nueva luz sobre el incidente del Donostia Hiria, que tanto regocijó en su día a los antipáticos con el euskera: visto lo visto, quizá sea más apropiado ligar el incidente a su posterior recorrido como “pirata literario”, que a una acción en contra de los supuestos excesos de la política lingüística vasca…
Lo que Bermejo intentó demostrar con su cuento-fake en euskera fue una tontería
Lo que Bermejo intentó demostrar con su cuento-fake en euskera, en todo caso, fue una tontería, porque el hecho de que una obra traducida del castellano gane a veinte escritas originalmente en euskera –o a cien escritas originalmente en catalán– entra en el campo la lógica estadística: la lengua “grande” siempre tendrá un mayor número de hablantes y, por lo tanto, más escritoras y escritores; siempre tendrá capacidad de producir más obras de “calidad literaria” que la lengua minorizada. Si a eso le añadimos que los casos que emergen en los certámenes literarios –los de las personas que ganan– no son más que una fracción de los que se quedan en las plicas, y que los autores de esta especie de “fraudes” suelen ser, cuando menos, autores y autoras con cierta experiencia –y no tanto principiantes, que suelen conformar el grueso de las obras presentadas a cualquier concurso–, no creo que, desde el ámbito de las lenguas minorizadas, tengamos tanto de que preocuparnos, en lo que a este tema se refiere.
De todas maneras, el caso de Palma de Mallorca, en enero, más que con añejas denuncias de la supuesta falta de calidad de las literaturas “pequeñas”, estaría conectado con la mejora de los traductores automáticos y la extensión del conocimiento de las lenguas en general; con eso, y, probablemente, con las cada vez mayores dificultades que encuentra, desde la crisis financiera de 2008, la clase literaria “media-baja” española, tanto en el plano económico como a la hora de hacerse con un “huequito literario” en un espacio cada vez más competitivo y saturado: el citado Jorge Fernández Gonzalo no era, precisamente, un recién llegado… Con eso, y con la constatación de que no hay suficiente premio para tanto escritor, de manera que, oye… ¿por qué no presentarse a los concursos de las lenguas minorizadas de alrededor…? En este caso concreto, además, la cercanía de ambas lenguas románicas le sería de gran ayuda al escritor laureado. Eso no quiere decir que no pueda suceder –al margen del “caso Bermejo”, quiero decir– en el ámbito del euskera.
Ciertamente, solo es cuestión de tiempo, sean cuales sean las distancias que haya entre castellano y vascuence. Los traductores neuronales son cada vez más sofisticados, e incluso antes de que alcancen la perfección, la ayuda de una persona competente en euskera bastará, tal y como contó Bermejo, para convertir el texto traducido en presentable y susceptible de triunfar a los ojos del jurado en cuestión. A fin de cuentas, ¿no solemos pasar nuestros originales a familiares, amistades o lectores de confianza, para que nos corrijan los textos o nos aconsejen sobre ellos, antes de presentarlos en donde sea? De hecho, sería suficiente, en caso de que el premio sea lo bastante jugoso, con contratar los servicios de una –discreta– empresa de traducción, para que lleve a cabo la labor o la remate, si es que previamente hemos pasado nuestra “creación” por el traductor automático.
Los certámenes que, amén de “estimular la creación literaria”, tengan entre sus objetivos hacerlo en una lengua minorizada, no necesitarán más que, además de pedir que los originales que les remitan sean eso, originales, añadir una cláusula por la que “tendrán que estar escritos originalmente en la lengua X” –eso fue lo que el ayuntamiento de Palma argumentó para reafirmar su decisión del jurado, cuando saltó la polémica: que las bases del concurso solo hacían referencia a que los trabajos tenían que ser originales y estar escritos en catalán, pero que no prohibían expresamente que fueran traducciones…–.
Pero el asunto, me parece a mí, va más allá, porque si trasladamos este problema –a fin de cuentas marginal– de los certámenes literarios al terreno de la lectura en general, llegará un momento, quizá no tan lejano en el tiempo, en el que la lengua “original” ya no tendrá tanta importancia, tal y como el escritor vasco Fermin Etxegoien anticipa en su novela-ensayo Totelak (“Tartamudos”, Erein 2021): lo mismo cuando leamos que cuando escuchemos y hablemos, desde luego. Y eso no le ocurrirá solo al catalán o al euskera, sino a todas las lenguas, tanto a las “grandes” como a las minorizadas. Cada vez tendrá menos importancia en qué idioma escribamos, desde dónde lo hagamos, para qué “comunidad” concreta. Y puede que esa sea la vía por la que, finalmente, se empiece a hacer realidad aquel sueño de la literatura universal, la Weltliteratur, aquello que imaginó J.W. Goethe a comienzos del siglo XIX.
Llegará un momento, quizá no tan lejano en el tiempo, en el que la lengua “original” ya no tendrá tanta importancia
¿Cómo fomentar, en un contexto así, la creación literaria en una lengua determinada? ¿Tiene sentido? Si da lo mismo en qué idioma escribimos –porque podemos ser igualmente leídos por cualquiera, en cualquier parte–, ¿para qué seguir empeñándose en esto de escribir en una lengua minoritaria? Si los traductores automáticos hacen el trabajo, ¿servirían de algo decisiones como la de Júlia Bacardit, que prohibió la traducción de su último libro al castellano, con el objeto de impedir una mayor bilingualización de la literatura catalana? (Un gesto que ha llevado a algunos periodistas y comentaristas españoles, culturales y no culturales, y “no nacionalistas” –por supuestísimo–, a rasgarse dramáticamente las vestiduras, pero que yo, con mis más y con mis menos, entiendo en el contexto de una lengua minorizada: hasta en un espacio literario con ventas tan irrisorias como el vasco se nota cuando Bernardo Atxaga o Kirmen Uribe publican su último libro en castellano y en euskera simultáneamente, y no en un intervalo de, qué sé yo, unos cuantos meses o un año… de manera que imagínense qué efecto puede tener eso mismo en un mercado como el catalán, en que las lenguas están, además, más cerca una de otra…). Y, por otra parte, incluso si los traductores automáticos no alcanzasen toda su perfección, ¿sigue siendo de alguna utilidad el trabajo que me estoy tomando con este texto, al escribir, a partir del original en euskera –que apareció, primero, en el suplemento cultural Ortzadar, y más tarde, de forma extendida, en mi blog–, esta versión en español que, en un alarde de reciclaje digno de Ecoembes, estoy publicando en El Ministerio de CTXT?
En ese sentido –y aquí, en contra de mi costumbre, intentaré mostrarme un tanto optimista–, las y los letraheridos de las lenguas minorizadas disfrutaremos quizás de alguna ventaja, porque tenemos más entrenamiento en la asignatura “Militancia Lingüística I”, así como en producir literatura en condiciones de mercado más bien precarias, en general. En las bases de los concursos literarios, por lo menos, tendremos incluida la ya citada cláusula “escritos originalmente en la lengua X”, antes que las lenguas “mayores”. Verán ustedes qué risas cuando gane algún concurso español una obra traducida del inglés, del chino o del hindi…
La cosa es que para cuando llegue el Advenimiento, vía traducción automática, de la Literatura Universal Verdadera, puede que no seamos los seres humanos quienes escribamos literatura, sino la Inteligencia Artificial. Ni quienes la escribamos, o ni siquiera quienes la leamos, vaya usted a saber.
Pero eso, por supuesto, es otra cuestión. ¿O no?
Fue noticia –literaria– a finales de enero: el principal premio de poesía en catalán concedido por el ayuntamiento de Palma de Mallorca (el “Premi Ciutat de Palma Joan Alcover” 2023) se lo llevó
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