MALOSERÁ
Que te vote Txapote
Los que salieron a votar en julio para que, contra todo pronóstico, se quedasen berreando indignados la infame cancioncilla, se han tomado tranquilamente el puente porque todo está donde debe estar. Esa es la noticia
Antón Losada 13/10/2023
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No deja de resultar conmovedor contemplar cómo, los mismos medios y actores políticos que han convertido los abucheos a los presidentes del gobierno socialistas –y a Mariano Rajoy, que es especial hasta para esto– en un termómetro del estado de opinión de la sociedad española, se quejan ahora por la temperatura elevada que marca el mercurio; mientras inquieren con cara de susto cuál sería el tratamiento que conviene aplicar de inmediato a tan temible enfermedad.
Lo que empezó siendo una quedada de jubilados del franquismo y nostálgicos de una dictadura que les contaron, no más concurrida que una reunión de su comunidad de vecinos, que nunca debió pasar de una nota de sociedad, ha visto engrandecer su leyenda a base de polillas atraídas por la luz de los focos, onanistas con los titulares hiperadjetivados y patriotas excitados ante la posibilidad de que alguna televisión le pusiera un micrófono delante; cumpliéndose así una vez más el acertado pronóstico de Andy Warhol sobre los quince minutos de fama al alcance de cualquiera. Hace falta ser muy cándido para convertir ese fenómeno en un indicador de nada. En manos de Berlanga, sería buen material para otro brillante episodio de la serie de La Escopeta Nacional.
A la derecha española siempre le ha gustado tratar de recuperar en los despachos, en los juzgados o por cualquier medio necesario aquello que no ha podido ganar en las urnas. Era solo una cuestión de tiempo convertir los abucheos y los insultos de semejante cuadrilla en un caucus que representase la más pura expresión de la democracia participativa; la firme voluntad de una mayoría tan silenciosa que sólo sabe hablar a gritos. Igual que transformar a un macarra y agresor sexual en un ciudadano ejemplar que, en la mejor tradición jeffersoniana, únicamente pretendía acercarse a su diputado para intercambiar amablemente sus puntos de vista, grabarlos en el móvil y luego ver si le pagaban por ir de gira por los platós a contar lo intimidado que se había sentido.
Que la izquierda convierta los pitos y silbas de semejante tropa chusquera en otra razón más para la autocrítica y la flagelación es lo que resulta realmente llamativo. En primer lugar, si servidor fuera una persona de izquierda y no gente de bien como soy, lo que me preocuparía es que semejantes perfiles no me abucheasen y no estuviesen cabreados por mis políticas y mis decisiones. Si quieren usarlo como pulsómetro de algo útil, que lo sea para indicar que, cuanto más ruido hacen y más te llaman traidor o puta o maricón, y más te desean la muerte, más avanzas en la dirección correcta. Sin complejos. El consenso es un bien colectivo claramente sobrevalorado.
En segundo lugar, cuando entonaban junto al Santiago Bernabéu ese “Que te Vote Txapote” al son del Ejército de Siete Naciones de los White Stripes. De hecho, cada vez que lo cantan, no dejan de ofrecer la confirmación inapelable de una derrota y la dolida expresión de su frustración por ver cómo, lo que iba a constituir una victoria cantada, celebrada coreando el infame lema hasta en bodas y en primeras comuniones, se va deslizando hacia la revalidación de otro gobierno progresista, con una izquierda española que parece que empieza a sacudirse los complejos que le provoca comprar los relatos de la derecha con la facilidad que acostumbra.
Pedro Sánchez llama a Oriol Junqueras, se ve con Bildu y Junts y puede que hable con Carles Puigdemont y no se abren los cielos ni se separan los mares. Al contrario, todos los que salieron a votar en julio para que, contra todo pronóstico, se quedasen berreando indignados la infame cancioncilla, se han tomado tranquilamente el puente porque todo está donde debe de estar. Esa es la noticia.
Luego de Federico Trillo y su banderón en Colón, las dichosas pulseritas para cuñados, toreros, entrenadores de fútbol e influencers andorranos, la bandera-fondo-croma plegable para mítines de Pedro Sánchez, las mociones de Vox para poner lugares permanentes de homenaje a la rojigualda en todos los pueblos y ciudades de España y esos ondeados de bandera tan pasionales que se marca Isabel Díaz Ayuso, parece seguro afirmar que disponemos de evidencias más que suficientes para formular una nueva ley de hierro en la política española: cuanto más grande es la bandera española que se usa, a menos gente representa. La izquierda haría bien en darla por válida y obrar en consecuencia.
No deja de resultar conmovedor contemplar cómo, los mismos medios y actores políticos que han convertido los abucheos a los presidentes del gobierno socialistas –y a Mariano Rajoy, que es especial hasta para esto– en un termómetro del estado de opinión de la sociedad española, se quejan ahora por la temperatura...
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Antón Losada
Profesor Titular de Ciencia política y de la administración en la USC. Doctor europeo en Derecho por la USC. Máster en Gestión pública por la UAB. Escritor y analista político. Padre de Mariña.
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