alto el fuego
“¿A dónde voy a marcharme? He vivido todas las guerras”
Los habitantes del sur del Líbano, donde se cuentan más de 50.000 desplazados por el conflicto con Israel, celebran la expansión de dos días de la tregua en Gaza, que también está respetando la milicia Hezbolá
Marta Maroto Dahira (Líbano) , 28/11/2023
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Nour tiene miedo de que cuando llegue la noche los drones que sobrevuelan su casa descarguen su ira mientras duerme. El patio de juegos termina donde empieza Israel, un muro de hormigón que divide la guerra: hacia el Líbano cae la artillería del país vecino y, al otro lado de la colina, los cohetes de Hezbolá, la milicia chií aliada de Hamás y financiada por Irán, que comenzó a atacar apenas un día después del comienzo del conflicto en Gaza, el domingo 8 de octubre.
Aunque el grupo libanés no ha formado parte del acuerdo de tregua entre Hamás e Israel, hasta este tercer frente –después del de Cisjordania– también ha llegado el alto el fuego. Aunque con algunas excepciones durante el fin de semana: el sábado Hezbolá trató de derribar un dron israelí sin éxito, provocando la reacción del enemigo; el mismo día, la Fuerza Interina de las Naciones Unidas (UNIFIL) informó de que una de sus patrullas había recibido disparos de las fuerzas israelíes, y el domingo el mismo organismo identificó nuevos ataques dentro del Líbano.
Dahira es la zona que más ha sufrido el impacto de las bombas de fósforo blanco, una sustancia incendiaria prohibida por el Derecho Internacional
Con la mirada en el impacto de un cohete en la mezquita de Dahira, Hazem Sweid (35), padre de Nour (10), cree que “la guerra no acabará mañana”. La familia se refugia en casa de un familiar en Tiro, la ciudad más grande del sur del Líbano, a unos 20 kilómetros de Israel siguiendo la línea de la costa, y han regresado a casa aprovechando la tregua de facto para revisar desperfectos y llenar maletas de ropa de invierno. El zumbido de los drones recuerda la cercanía del frente, y son varias las viviendas que han perdido parte de su estructura, anegando de lluvia lo que antes fueron salones o cocinas.
El área de Dahira es la zona que más ha sufrido el impacto de las bombas de fósforo blanco, una sustancia incendiaria prohibida por el Derecho Internacional cuyo uso en zonas civiles supone un crimen de guerra. Amnistía Internacional ha confirmado el empleo de estas bombas en al menos cuatro ocasiones entre el 10 y el 16 de octubre, hiriendo a civiles, incendiando casas y vehículos y destruyendo cultivos en una zona que eminentemente vive de la agricultura. El Gobierno libanés ha informado de que hay por lo menos 460 hectáreas afectadas, y que interpondrá una queja ante Naciones Unidas por el daño medioambiental.
“¿A dónde voy a marcharme? He vivido todas las guerras”, señala a CTXT Jamil Al Haddad, de 71 años, y cuenta con los dedos haciendo memoria: la invasión de Israel desde mediados de los ochenta hasta su retirada en el año 2000, la guerra entre Hezbolá e Israel en el 2006 y otros rifirrafes entre medias. Ambos países nunca han llegado a firmar la paz oficial y el acuerdo que gobierna la llamada Línea Azul, una zona fronteriza controlada por la UNIFIL, de mandato español, es de principios de siglo.
Junto a su mujer, Al Haddad ha decidido quedarse en la casa que construyó cuando se casó en Alma Al Chaab. Alrededor de una taza de café, habla con su hijo en la terraza sobre la extensión de un alto el fuego. Después de dos meses de visitas interrumpidas, la familia ha pasado el fin de semana junta, y espera las noticias que llegan desde Gaza antes de tomar la decisión de regresar. Hezbolá vincula sus operaciones en la frontera sur de Líbano a la situación en Palestina, y dentro del ‘Eje de la Resistencia’ que se articula en torno al régimen iraní, la milicia considera que su papel obliga a Israel a diversificar su fuerza militar, que ya no puede concentrar todas sus tropas en masacrar a la población en Gaza.
Al poco de comenzar la guerra, el hijo y nietos de Al Haddad se refugiaron en Beirut para evitar que los pequeños perdiesen el curso escolar. Con casi 50.000 desplazados, según las Naciones Unidas, muchas escuelas en el sur del Líbano han cerrado, o se han habilitado para acoger a los exiliados por la guerra. Con un Gobierno desprestigiado por la corrupción y que lleva más de un año en funciones, los vecinos de Alma Al Chaab ríen con amargura cuando son preguntados por cualquier ayuda institucional. “El Gobierno es quien más ayuda necesita”, espeta Milad Aid, que no quiere decir su edad, y que antes de retirarse como médico en las Naciones Unidas ayudó a los heridos del frente en 2006.
Ahora regenta un hotel con vistas a la costa de Naqoura, y justifica que si no se marcha es porque “ya hemos hecho esto antes, así es la vida”. “Estamos contando las balas y los árboles que perdemos y de los que dependemos, las familias que se marchan y las que regresan…”, continúa Aid. Desde que comenzó el conflicto, las bombas caen “día y noche” y los vecinos calculan que, de un pueblo de mil habitantes, apenas quedan 80 personas, la mayoría ancianos.
Los chalecos con el logo de ‘prensa’ no sirvieron para persuadir al Ejército Israelí, que ya ha matado a tres periodistas en Líbano y a 50 palestinos en Gaza
La artillería israelí ha destruido ocho viviendas, la mitad de las hectáreas de cultivo y el tanque de agua que abastecía al pueblo. “Nosotros no tenemos nada que ver con la guerra, somos un pueblo de mayoría cristiana y desde aquí Hezbolá no lanza cohetes. De nuevo, estamos sufriendo una guerra ajena”, sostiene. Este lunes la milicia chií, muy arraigada en el sur tras la victoria contra Israel en el 2006, ha anunciado que indemnizará a las familias que hayan perdido sus casas y pertenencias en el conflicto.
La carretera que bordea la playa está llena de los signos de la batalla: campos quemados, paredes destruidas, pueblos fantasma y edificios con banderas blancas como símbolo de residencias civiles. Fue en Tayr Harfa, a pocos minutos de Dahira, donde el 21 de noviembre un dron israelí asesinó a dos periodistas, Farah Omar y Rabih Al Maamari, del canal Al Mayadeen, mientras trabajaban junto a un civil que los acompañaba. Los chalecos de protección con el logo de ‘prensa’ no sirvieron para persuadir al Ejército Israelí, que ya ha matado a tres periodistas en Líbano y, según el Comité para la Protección de los Periodistas, a más de 50 palestinos en Gaza, eso sin contar con los desaparecidos.
La noticia de una extensión de dos días de la tregua en Gaza genera la expectativa de que también se prolongue en la frontera sur del Líbano. Descreída de la política y con esperanzas de que la pausa se convierta en una paz duradera, Lara Al Sayah (34), nuera de Al Haddad, teme por la seguridad y el futuro de sus hijos en una zona acostumbrada al conflicto con Israel: “Estoy harta, lo único que espero es que esto termine pronto y poder pasar la Navidad junto a mi familia”.
Nour tiene miedo de que cuando llegue la noche los drones que sobrevuelan su casa descarguen su ira mientras duerme. El patio de juegos termina donde empieza Israel, un muro de hormigón que divide la guerra: hacia el Líbano cae la artillería del país vecino y, al otro lado de la colina, los cohetes de Hezbolá, la...
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