Ocupación y lucha
Para los palestinos, el día después es siempre peor que el anterior
Israel arrasa Gaza en medio del silencio internacional. Acabar con Hamás es un objetivo abstracto que costará años, reconoce a puerta cerrada el gobierno israelí
Daniel Peral 22/11/2023
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He reescrito el titular varias veces: década tras década, los palestinos pierden más terreno. Y vendrán más guerras y se tendrán que ir de Cisjordania. O, quizá, una cita tremenda, reveladora: “Hamás no creó el conflicto, el conflicto creó a Hamás”. Estamos en un momento excepcional, enfrascados en una batalla brutal, desigual, una respuesta nunca vista con apoyo de la “comunidad internacional”, la destrucción masiva de edificios, y una ciudad como Gaza arrasada. También otras. Más de trece mil muertos, al menos cinco mil niños, como pocas veces se ha visto. Bombardeo de colegios, entrada en hospitales, desplazamiento de más de un millón de personas, como no se ha visto en décadas. Todo, en respuesta al ataque de Hamás del 7 de octubre, pocas veces visto, tras un fallo de la seguridad israelí pocas veces visto, en medio de una presión de la calle israelí pocas veces vista, contra el Gobierno más ultraderechista de la historia de Israel, que desea controlar la justicia. Y todo, para conseguir “erradicar a Hamás de la faz de la tierra”. Es falso, no se puede. Es, aparentemente, desconocer el problema. Pero Israel sabe cuál es el problema, el origen y la naturaleza de la organización.
Normalmente, el día después de un conflicto, o al menos de un alto el fuego, sirve para cerrar heridas. Europa aprendió, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, de los errores cometidos tras la Primera. No se humilló a Alemania, no se la convirtió en el país agrícola que quería el secretario del Tesoro de Estados Unidos Henry Morgenthau, sino que se la integró. El diálogo, la cooperación y el comercio, han sido un éxito.
Ahora, estamos ante el fracaso político y moral de la comunidad internacional, en palabras del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell.
En Oriente Próximo, no hay un día después, un punto y final. Todo se va encadenando de manera dramática. En 1948 fue la Nakba, la catástrofe palestina: se produjo la expulsión de casi un millón de palestinos. Comenzaron a hostigar a Israel. Dos décadas de revueltas y tensión con los países vecinos que llevaron, en 1967, a la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania, del este de Jerusalén, del Golán sirio, del Sinaí egipcio, y a más expulsiones. Surgió con fuerza la guerrilla de la OLP. Un conflicto prepara el siguiente, uno encadena al otro.
En Oriente Próximo, no hay un día después, un punto y final. Un conflicto prepara el siguiente
La primera intifada de 1987 contra la ocupación israelí de los territorios condujo a los acuerdos de Oslo. El fracaso de la falsa paz llevó a la segunda intifada en 2000, a la derrota interna de la administración palestina, de la OLP, y al ascenso de Hamás. Estamos viviendo ahora la cuarta fase. Lo próximo, una quinta etapa ¿será la evacuación total de Gaza y Cisjordania? “Esta guerra solo nos lleva a más conflicto, a más sufrimiento, a la amenaza de que se extienda por la región”, denuncia el ministro de Exteriores jordano, Ayman Safadi. Y no, no va a acabar con Hamás, subraya.
Pero, cuidado, si desaparece la fuerza de Hamás en Gaza puede reforzarse en Cisjordania, donde ya está presente, y mañana, como respuesta a una acción similar a la del 7 de octubre, Israel podría lanzar otra operación de limpieza desde la infinidad de asentamientos judíos, esa espesa trama donde ya vive medio millón de personas. Los que ocupan la zona no son los laicos de Tel Aviv, los que no respetan la festividad del sabbath judío, los que hacen marchas LGTBI, sino fanáticos religiosos radicales que, con la Torah en la mano, creen que Dios les dio Judea y Samaria. El Gobierno de Netayahu, cediendo a la presión de los colonos, ha creado una nueva agencia, dentro del Ministerio de Defensa, que controla más de la mitad de Cisjordania, para legalizar los asentamientos “ilegales”, crear nuevos, y doblar la población ocupante en unos años. Es decir, que Israel, que ocupa el territorio palestino en contra de una larga serie de resoluciones de Naciones Unidas, “242, 338, y otras muchas”, me dijo Arafat varias veces, pretende quedarse. Forever.
El pueblo palestino, que nada tuvo que ver con el Holocausto, un asunto europeo que Israel esgrime todos los días como razón de ser, ha tenido mala fortuna. He estado en alguna que otra cumbre árabe de apoyo a la causa palestina, y han sido inútiles. Los vecinos árabes, los más pobres y los más ricos, son muy malos, y no lo digo solo en el terreno militar, porque Siria, Jordania o Egipto hayan perdido todas las guerras, sino en el diplomático.
El 20 de julio de 1951, el sacerdote católico Ibrahim Ayyad le dio una pistola a un tal Mustafa Shukri, que disparó y mató al rey Abdalá de Jordania en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén. Su nieto, el que sería rey Hussein, se salvó porque una bala dio en una medalla que llevaba en el pecho. Los palestinos entendían que el monarca, que nunca gustó a los árabes, había entregado su causa y estaba negociando con Israel. Abdalá había sido entronizado por los británicos como rey de Jordania, la antigua Transjordania, un corredor desértico, un tapón entre Iraq e Israel. Nacido en La Meca, su familia, los Husseini, eran los guardianes de los santos lugares del Islam, Meca y Medina. El tercero es la Jerusalén conquistada por Omar. En los años treinta, los saudíes del centro de la península, con el apoyo occidental, expulsaron a los hachemitas y crearon un Estado nuevo que llevaría el nombre de la familia.
En el día después de la Nakba comenzaron a surgir los grupos de resistencia que llegarían a formar la OLP, una amalgama de musulmanes, cristianos ortodoxos, muchas mujeres como Leila Jaled
En el día después de la Nakba, tras la expulsión de casi un millón de personas, muchos a esa Gaza de la que hoy son expulsados de nuevo, comenzaron a surgir los grupos de resistencia que llegarían a formar la OLP, una amalgama de musulmanes, cristianos ortodoxos, de mujeres, muchas mujeres como Leila Jaled, la que secuestraba aviones en los años setenta; como Raymonda Tawil, cristiano-ortodoxa, la Pasionaria palestina, directora de la agencia WAFA, que terminó siendo suegra de Arafat. Y católicos como el padre Ayyad. Le pregunté en 1983 en Argel: ¿padre, cómo fue aquella operación? Y me respondió: “Ay, hijo, eso fue hace mucho tiempo, no me acuerdo muy bien”. Sí, no se acordaba, pero el presente era como el pasado. Arafat acababa de ser expulsado del Líbano y antes de Jordania y antes de su tierra.
Fueron naciendo los distintos grupos, la Al Fatah de Arafat, Abú Ammar como le llamaban sus seguidores. El nacionalista panárabe y marxista Frente Popular, del médico cristiano George Habash, expulsado de al-Lydd, llamada hoy Lod. El también marxista Frente Democrático, de Nayef Hawatmeh, también cristiano-ortodoxo, nacido en Jordania. El muy radical prosirio Frente Popular, comando-general de Ahmed Jibril. Los vi a todos, hablé con todos ellos, en la cumbre árabe de Argel de 1983, tras la expulsión de Arafat de Líbano. La pregunta era ¿qué hacer? Y no se hizo nada.
El que no estaba era el oscuro grupúsculo de Al Fatah comando revolucionario de Abú Nidal, un expulsado de Jaffa donde su familia, la más rica de Palestina, tenía cientos de hectáreas de naranjos. Radical y enfrentado con la OLP, se decía en la época que cometía a veces las operaciones más extremas y temerarias, tanto que parecían atentados de falsa bandera. En junio de 1982, un comando de Abú Nidal disparó en Londres a Shlomo Argov, embajador israelí en Gran Bretaña. Argov sobrevivió, pero quedó discapacitado. La OLP negó la responsabilidad en el atentado. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa de Israel, respondió tres días después con la invasión del Líbano. Yasser Arafat dijo que Israel quería atacar a la OLP en el Líbano, que buscaba una excusa y que Abú Nidal trabajaba para los israelíes.
En aquella ocupación que supuso una reorganización de fuerzas en el Líbano, el despertar de la minoría chií, el surgimiento de Hezbolá como guerrilla apoyada por Irán, hubo muchas tragedias, como la masacre de Sabra y Chatila, en septiembre de 1982, que conmocionó al mundo, también entonces. Como ahora. La Falange libanesa, cristiano-maronita, seguidores de San Marón, mató a miles de palestinos en esos campos de refugiados palestinos, al sur de Beirut, como represalia por el asesinato del presidente electo del Líbano, el cristiano Bashir Gemayel. Era una respuesta a otra matanza, que generaba otra represalia, que daba pie a otra matanza...
Según una comisión interna israelí, sus fuerzas de defensa, apostadas en el Líbano, fueron indirectamente responsables de los hechos porque tenían conocimiento de los mismos.
Los grupos de la OLP no eran formaciones políticas, sino guerrillas que hostigaban a Israel desde el avispero del Líbano, tras ser expulsadas de Jordania en el septiembre negro. Desde el Golán sirio, Damasco atacaba a los pescadores israelíes del bendito mar de Tiberíades.
En la operación relámpago de 1967, Israel entró en la Gaza administrada por Egipto, en la Cisjordania controlada por Ammán, en el Golán sirio y en Jerusalén oriental, también jordano.
George Habash decía en 1970, después de que su formación hubiera secuestrado aviones, otra conmoción internacional: “Fuimos expulsados de nuestro país, nuestras casas, nuestros hogares y nuestras tierras, expulsados como ovejas y dejados aquí en campos de refugiados en condiciones muy inhumanas. Espero que entiendas, o al menos trates de entender, por qué hicimos lo que hicimos”.
El “proceso de paz”, me decía un diplomático occidental en Jerusalén, era un cartón de tabaco, luego un paquete y se quedó en un cigarrillo
En 1993, tras la Primera Intifada, y el agotamiento de unos y otros, se firmaron los Acuerdos de Oslo. Esto supuso un punto de inflexión en la historia más reciente de la lucha palestina y llevó a George Habash a realizar un llamamiento de oposición a los acuerdos, en los que vio la derrota definitiva de la dirección palestina de la OLP, que es lo que sucedió.
El “proceso de paz”, me decía un diplomático occidental en Jerusalén, era un cartón de tabaco, luego un paquete y se quedó en un cigarrillo.
Arafat se instaló en Gaza y en unas migajas de terreno inviables en Cisjordania donde se multiplican los asentamientos ilegales judíos. Estalló la Segunda Intifada por la provocadora visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, el tercer lugar sagrado para los musulmanes, administrado por una autoridad islámica, el waqf, independiente del gobierno israelí. En los años siguientes, la OLP fue expulsada por Hamás de Gaza. El día siguiente es peor que el anterior.
Hoy, ya no es la desacreditada OLP, ni sus grupos de guerrilla, la que hostiga a Israel. Tras su fundación en 1987, Hamás extendió rápidamente sus redes como “organización humanitaria”, dando ayuda a los más necesitados, captando miembros y convirtiéndose en una fuerza basada en el fundamentalismo religioso, más radical que la laica y pragmática OLP, que no pretendía inmolarse, implantar una república islámica, sino, simplemente, recuperar su tierra.
Tras su fundación en 1987, Hamás extendió rápidamente sus redes como “organización humanitaria”, más radical que la laica y pragmática OLP
“Somos la resistencia a la ocupación en Gaza y en Cisjordania”, dice en Ramala, la capital de la Autonomía Palestina, un joven enmascarado que lleva en la mano un M16, no una piedra como en la Primera Intifada.
¿Se puede acabar con Hamás? ¿Es esto una guerra convencional? ¿Acabar con cinco mil militantes de Hamás pone fin a la amenaza? No, esto es no entender la naturaleza de esa organización, sostienen los que conocen el tema. Hamás no sigue las reglas de una guerra convencional y no le importa sacrificar a su gente. El ministro de Exteriores jordano, Ayman Safadi, se niega a comparar a Hamás con el ISIS. Hamás no creó el conflicto, el conflicto creó a Hamás, afirma.
¿Es esto antisemitismo?
En la misma cumbre de Bahrein en la que hablaba Safadi, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha indicado que Israel puede hacer frente a acusaciones ante un tribunal internacional de justicia, que la ONU ha hablado de carnicería. Y remacha: un horror no justifica otro.
¿Es esto antisemitismo?
Ismail Haniya, el máximo dirigente de Hamás, era un “don nadie” cuando le vi en 1996 en una manifestación en Jan Yunis, al sur de Gaza, y su formación, una panda de fundamentalistas islámicos. Hoy vive en Doha, Qatar. Al parecer, no se enteró de lo que preparaban sus jefes militares en Gaza, una operación para su estudio en las academias militares.
En el día después de este horror, habrá que tener en cuenta que no se trata de una guerra convencional, al final de la cual se puede firmar un acuerdo. ¿Qué significa allí una victoria, cuándo se puede saber que la guerra ha terminado, que se han cumplido los objetivos?
El Gobierno israelí tiene dos voces, reconocen medios israelíes, incluso entre los cercanos al radical Netanyahu: por un lado promete destruir a Hamás, su capacidad militar, arrebatarle el control de la Franja para siempre. Por otro, a puerta cerrada, sabe que acabar con Hamás es un objetivo abstracto, hacer frente a una nebulosa, años de ataques y asesinatos.
Hoy, Gaza es irreconocible, dice un periodista desde el interior del hospital de Al-Shifa. Huele a muerto. No hay comida, no hay agua. No hay nada.
Pero no creo que deba haber un alto el fuego, dice el canciller alemán Olaf Scholz, porque Hamás se podría recuperar y conseguir más misiles. Israel, añade, es una democracia y un país que respeta la ley y los derechos humanos. Nadie en la Unión contradice en la práctica al jefe de filas.
Los estrategas militares israelíes saben muy bien que tienen que actuar rápidamente antes de que la “comunidad internacional” detenga sus intervenciones, como sucedió en guerras anteriores, en la de los seis días, 1967, y en la del Yom Kippur, 1973.
En 1982, Ronald Reagan, un “abominable ultraconservador republicano”, no un “bondadoso demócrata” como Biden, exigió al primer ministro Menahen Beguin que detuviera el bombardeo masivo de Beirut. Los halcones israelíes lamentaron entonces que la “presión internacional” les impidiera alcanzar la victoria final.
Gaza es hoy el mayor cementerio del mundo. Era la mayor cárcel del mundo, de refugiados, de indocumentados, de apátridas
Pero como decía Timothy Garton Ash hace unos días en Madrid, Washington ya está cansado de Ucrania, deja la solución a los europeos, y ahora se concentra en apoyar a Israel.
En medio del aplauso internacional, los bombardeos israelíes no se detienen sino que se extienden a Jan Yunis, al sur de la Franja, donde dos tercios de la población ha sido obligada a desplazarse, los que fueron expulsados por la Nakba en 1948 y sus descendientes.
En el Oriente Próximo, mañana será como ayer, en 2023 se repite 1948.
Voces conservadoras de Israel piden más: la expulsión de los palestinos de Gaza al desierto del Sinaí, o a países que quieran acogerlos. Esto aliviará la situación, dicen.
Gaza es hoy el mayor cementerio del mundo. Era la mayor cárcel del mundo, de refugiados, de indocumentados, de apátridas. Israel no ha explicado todavía cómo Hamás consiguió abrir 15 brechas en la frontera más vigilada del mundo, con un costo de mil millones de dólares, qué hicieron sus helicópteros en la liberación de los rehenes.
La Unión Europea (Josep Borrell) presenta un plan: no se puede reducir el territorio de Gaza, no habrá presencia militar israelí, no debe haber desplazamiento de personas, gobierno conjunto palestino en Gaza y Cisjordania, intervención de los países árabes y de la UE. Pero, ¿ va a quedar algún palestino en Gaza? ¿Dónde vivirían, si miles de casas han sido destruidas?
En la cumbre de Bahrein en la que hablaba Borrell, el ministro jordano de Exteriores asegura que Israel no va a encontrar seguridad a base de fuerza. Si cualquier país hubiera hecho una mínima parte de lo que han hecho los israelíes, habría sanciones desde cualquier rincón del mundo.
¿Es esto antisemitismo?
La UNRWA, la agencia creada por la ONU para los refugiados palestinos, dice en una última hora: estamos recibiendo imágenes horrorosas de decenas de personas muertas en un nuevo ataque contra una escuela. Bombardean el campo de refugiados de Jabalia, al norte de la Franja... Y escuelas en el sur…
Continuará.
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Daniel Peral es corresponsal de TVE en Jerusalén.
He reescrito el titular varias veces: década tras década, los palestinos pierden más terreno. Y vendrán más guerras y se tendrán que ir de Cisjordania. O, quizá, una cita tremenda, reveladora: “Hamás no creó el conflicto, el conflicto creó a Hamás”. Estamos en un momento excepcional, enfrascados en una batalla...
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Daniel Peral
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