Reportaje
“Sólo queremos que nuestras familias sigan vivas”
El traumatólogo madrileño Pedro Caba trabajó en Gaza en 2019. Cuatro años después, sus amigos médicos y enfermeros le cuentan la pesadilla que están sufriendo en los hospitales atacados por Israel
Álex Blasco Gamero 21/11/2023
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Los médicos palestinos Nassim y Ayman Harb y los españoles Ricardo Angora y Pedro Caba en Madrid. / Cedida por el entrevistado
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En los 45 días de asedio israelí a la Franja de Gaza, el ejército de Netanyahu ha asesinado al menos a 14.328 palestinos y herido a 33.000 personas, 14.128 en Gaza y 200 en Cisjordania, según los últimos datos del Ministerio de Salud de Gaza. El número de desplazados internos ya supera los 1,7 millones de personas, lo que equivale a tres cuartas partes de la población total de la Franja (2,2 millones), según la ONU. Las cifras, que muchos expertos consideran un genocidio, amplían el drama que ha vivido el pueblo palestino desde que el Estado de Israel se asentó en su territorio gracias al plan de las Naciones Unidas en 1948. Aquel año se publicó la Carta de Derechos Humanos, pero en Palestina nunca se aplicó. A la memoria de la Nakba, la Catástrofe, se fueron sumando otros hitos del régimen de apartheid israelí, coronado ahora, tras el ataque de Hamás al sur de Israel, con la limpieza étnica y los crímenes de guerra cometidos por el gobierno sionista que dirige Benjamin Netanyahu.
Una limpieza étnica que ha centrado su objetivo en unos de los últimos lugares seguros que existían en Gaza: los hospitales. El 12 de noviembre, la OMS declaró que, según el Ministerio de Salud de Gaza, 36 bebés prematuros del hospital Al-Shifa fueron trasladados en estado grave por falta de incubadoras funcionales por falta de energía. Según los últimos informes, cinco de ellos y 34 pacientes en estado crítico que necesitaban máquinas para mantenerse con vida han muerto. Durante la madrugada del 15 de noviembre, tropas israelíes, incluidos tanques, entraron en el hospital de Al-Shifa bajo el pretexto de que en 2014 Hamás utilizó una de las alas del centro para interrogar a presuntos colaboradores de Israel y de que podría existir una entrada a un centro de mando. Después de más de cuatro días de interrogatorios a pacientes, refugiados y personal médico, 2.500 civiles, junto con varios enfermos y sanitarios, abandonaron el hospital bajo órdenes del ejército israelí. Según datos de la OMS, el centro está hoy inoperativo, sin embargo aún permanecen allí 25 sanitarios y 291 pacientes, de los cuales 32 son bebés en estado crítico, dos son personas en cuidados intensivos sin ventilación y 22 pacientes en diálisis.
Patients in Shifaa hospital in #Gaza were kicked out by the Israeli occupation today. ICU patients immediately passed away. Others who were told to flee (walking) on the street to the south, passed away during their last journey to nowhere😥#Gaza_Genocide pic.twitter.com/auZNByZYNe
— Jihad Saqr جهاد صقر (@J_Saqr) November 18, 2023
Tras el “cierre” de Al-Shifa, el único centro sanitario que sigue operativo en Gaza Norte es el Hospital Indonesio; en él permanecen todavía 6.000 personas, entre refugiados, trabajadores, enfermos y heridos. Durante la mañana del 20 de noviembre este centro fue rodeado y atacado por soldados y tanques israelíes, causando la muerte de al menos 12 civiles. Israel se escudó en que este complejo también formaba parte de las instalaciones de Hamás y por lo tanto los civiles estaban siendo utilizados con fines militares en la guerra.
#BREAKING| Israeli artillery shelled the Indonesian Hospital leaving several deaths and injuries among patients and medical teams. #Gaza pic.twitter.com/TuIINteATw
— Quds News Network (@QudsNen) November 20, 2023
Las pesadillas humanitarias vistas en los centros de salud de Gaza son una constante desde hace décadas. Una de esas fechas de pesadilla fue el 30 de marzo de 2018. Aquel día una respuesta desmedida por parte del ejército israelí al ataque de algunos manifestantes con piedras y cócteles molotov contra la valla de la Franja de Gaza acabó con 18 civiles asesinados por disparos de francotiradores y más de 1.400 personas heridas. Esto provocó una ola de protestas que se extendieron a lo largo de dos años fatídicos en los que el ejército de Israel respondió de forma inhumana con una “defensa” de la frontera que finalizó con 312 civiles muertos y más de 29.000 heridos.
Según un estudio publicado por+972 Magazine, las heridas causadas a los manifestantes se debían al uso de munición de punta hueca –prohibida por el derecho internacional humanitario–, a la poca distancia a la que se disparaban fusiles de alta velocidad y a una doctrina del ejército israelí según la cual varios francotiradores debían disparar al mismo objetivo. Hablamos de heridas localizadas en las piernas, con enormes agujeros de salida y una clara intencionalidad de causar amputación. Sin embargo, estos solo fueron uno de los monstruosos actos que Pedro Caba (Madrid, 1964), cirujano jefe de la unidad de Traumatología del Hospital 12 de Octubre de Madrid y miembro de la ONG Médicos del Mundo, conoció Gaza en diciembre de 2019.
“Hubo miles de heridos por disparos a las piernas con fusiles de alta velocidad con la idea de provocar lesiones muy graves que incapacitasen a los jóvenes para toda la vida”, comenta el doctor Caba. “Y como no tenían material quirúrgico adecuado, concretamente fijadores externos, un sistema que sujeta el hueso por fuera y que cualquier hospital del mundo posee, y tampoco podían salir de Gaza, el tratamiento no solía terminar bien”.
Es casi como en las guerras napoleónicas, hay que amputar en menos de un minuto por la falta de anestesia
El ejército israelí conocía esas dificultades, afirma el doctor Caba, que está en contacto con sus amigos y colegas de Gaza. Lo que nadie podía imaginar en 2019 es que cuatro años después la situación llegaría a ser incluso peor. “Ahora mismo están amputando a pacientes que en otras condiciones no habría que amputar. Es un auténtico drama. Lo que me cuentan es que es casi como en las guerras napoleónicas, que había que amputar en menos de un minuto por la falta de anestesia. Están trabajando en unas condiciones absolutamente imposibles”.
En 2019, durante su viaje a Gaza, Pedro Caba conoció a Ayman Harb, jefe de traumatología, Nassim, médico de urgencias, y a Yehia Shraim, enfermero, sanitarios del hospital gazatí Al-Aqsa, único centro para pacientes renales y una de las principales instalaciones médicas de diálisis y neonatos de la Franja de Gaza.
“El hospital de Al-Aqsa está situado en el centro de un campo de refugiados que se encuentra en la zona de Gaza Central. Un campo de refugiados en Palestina no es lo que imaginamos. Es una ciudad, en este caso lleva 50 años construyéndose de manera anárquica, con casas, edificios y tiendas donde viven personas desplazadas. Por eso para Israel este hospital es importante, está en el punto de mira”. Más de 30 días de bombardeos así lo confirman.
A pesar de que las normas del derecho internacional humanitario exigen la protección del personal médico y el deber de respetar su trabajo, así como garantizar la seguridad de los heridos y enfermos a su cargo, Israel parece hacer oídos sordos. “Muchas veces los médicos no tienen ni electricidad ni personal, muchos de ellos han tenido que huir de sus casas. El ejército israelí avisa de que van a bombardear y les dan unas horas para recoger lo más importante de su domicilio y huir. Es muy difícil que un médico pueda trabajar en estas condiciones”.
Desde hace años meter en Gaza suministros médicos metálicos, como un simple bisturí, es muy difícil. Cualquier cosa puede ser considerada un arma
“Muchos de los heridos necesitan cirugías complejas y no hay forma de llevarlas a cabo. Esta situación equivale a la de una catástrofe natural, la de un gran terremoto, que se repite diariamente”, añade. Pedro Caba señala que esto no solo pasa con los fijadores externos, el problema que en 2019 ya sufrió. “Desde hace años meter en Gaza suministros médicos metálicos, como un simple bisturí, es muy difícil. El problema del material es que cualquier cosa puede ser considerada un arma, y por lo tanto puede ser bloqueada en la frontera”.
Sin embargo, el control fronterizo no se da solo con el material médico. Desde que en 2012 la Organización Mundial de la Salud denunciara que a 16 pacientes enfermos se les había negado el permiso para cruzar el paso fronterizo de Erez, ruta hacia los hospitales de Cisjordania, Israel o Jordania, la cosa no ha hecho más que empeorar. “Lo habitual con los pacientes que no podían ser tratados en Gaza es que les dieran permiso para salir, pero hasta llegar a la frontera no tenían la garantía de que pudiesen salir. Ahora esto está totalmente bloqueado, da igual que tengas pasaporte extranjero. El problema con los pacientes de cáncer, de enfermedades respiratorias, renales e, incluso, con embarazadas y recién nacidos está empezando ahora. Si no hay electricidad, no hay médicos y no reciben sus tratamientos, solo existe un final”, analiza el doctor Caba.
El dilema del personal sanitario ante las bombas es complicado: elegir entre quedarse, cuidar de sus pacientes y no poder salir del hospital, o irse para cuidar de sus familias y que no se les permita volver. “A los civiles y médicos que viven en Gaza Norte se les ha obligado a dejar su domicilio y quedarse a vivir en el hospital. Luego ya es imposible desplazarse. Los fuerzan a pasar junto a toda su familia con las manos en alto hasta salir de la zona, y ya no hay marcha atrás, obligándoles a dejar a sus pacientes”.
El dilema del personal sanitario es complicado: quedarse a cuidar de sus pacientes y no poder salir del hospital, o irse para cuidar de sus familias y que no se les permita volver
Pedro Caba tiene muchos amigos en Gaza, y a través de sus mensajes va enterándose de cómo evoluciona la situación. El 12 de noviembre le escribió Yehia, enfermero del hospital Al-Aqsa, tras huir junto a su mujer e hijos del centro de Gaza. “Ayer por la noche bombardearon nuestra zona con tanques y bombas pesadas. Un poco antes lanzaron desde aviones octavillas advirtiéndonos de que abandonáramos la zona lo antes posible. Por eso hemos decidido salir de Ciudad de Gaza y dirigirnos al sur de la Franja”. Esa mañana Yehia, su mujer y tres hijos cogieron un taxi y avanzaron por la carretera Salah Al-Din hasta que el conductor les dijo que tenían que hacer a pie el resto del camino. “En ese momento, los soldados israelíes nos obligaron a apagar los móviles y sacar los carnés de identidad, así que nos bajamos del coche y empezamos a caminar. No se permitía circular a los coches, sólo a la gente, había mucha gente caminando... Caminábamos entre tanques parados al lado de la carretera, y un montón de soldados israelíes, que nos observaban desde detrás de montículos de arena con cámaras y francotiradores. Fue aterrador”.
Pasaron las siguientes dos horas con los brazos levantados y la documentación a la vista para que los soldados la pudieran revisar hasta llegar a la zona de Al-Bureij, en el centro de Gaza. “Mis hijos lloraban de cansancio y sed y me pedían que paráramos a descansar. No nos lo permitieron. No pude hacer nada por ellos. Sólo alejarnos del ejército y del peligro de morir bajo los disparos o los bombardeos”.
Tras sortear al ejército israelí, Yehia y su familia consiguieron llegar a Jan Yunis, sur de Gaza. “Alhamdulillah. Mañana intentaremos trasladarnos de nuevo a otro lugar donde quedarnos hasta que termine la guerra... Pero como sabéis no hay ningún lugar seguro en Gaza. Todavía oímos aviones del ejército y bombardeos, pero son muchos menos que en la zona de Gaza y alrededor del hospital de Al-Shifa”.
No toda la familia de Yehia pudo abandonar el centro de Gaza. Su padre, madre y hermana no pudieron salir del hospital Al-Shifa. “La zona es muy peligrosa. Israel lanzó bombas de humo y fuertes ataques alrededor del hospital durante días. El último día que estuve lanzaron papeles de advertencia desde aviones para animar a la gente a abandonar la zona. Así que no pude quedarme y dejar que mi familia estuviera en peligro. Me siento muy egoísta, pero al mismo tiempo tengo que alejar a mi familia de los bombardeos. Hicimos nuestro trabajo como médicos y enfermeras... Trabajamos tan duro como pudimos, pero Israel destruyó todo lo que amábamos. Sólo queremos que nuestras familias sigan vivas y a salvo”.
Entre los bienes más preciados de muchas familias gazatíes se encuentra un maletín con las partidas de nacimiento, documentos y pasaportes preparado para salir corriendo en caso de ser atacados. Es una historia que se repite en el caso de Ayman y su familia. “Salimos rápidamente de nuestra casa después de que mi esposa recibiera un mensaje de un compañero de la ONU, trabaja para una agencia de la ONU como dentista, en el que decía que debíamos salir de la ciudad de Gaza y dirigirnos al sur. Nos llevamos nuestros pasaportes, certificados de nacimiento y certificados médicos, ya que son lo más valioso que tenemos”.
Con nada más que un maletín, Ayman y su esposa salieron en dirección a la casa del primo de su mujer, cerca del campo de Nuseirat. “Vivíamos 55 personas en un apartamento. Después nos informaron de que bombardearían y huímos a casa de la tía de mi mujer. Nos libramos milagrosamente, así que escapamos por la noche mientras vagábamos sin saber a dónde ir. Me puse en contacto con el conductor de una de las ambulancias del Hospital de Al-Aqsa para que nos llevara al hospital. Me dijo que salir de noche era muy peligroso, así que dormimos en la calle bajo el ruido de los bombardeos y la artillería. Empezamos a buscar un lugar seguro y encontramos una zona cercana al hospital, el campo de Deir al-Balah, y allí seguimos. Traigo agua potable del hospital y mi mujer hornea pan con leña en la calle, ya que no hay gas para cocinar. Vivimos una pesadilla, esperando la muerte a cada momento. Nuestro enemigo no distingue entre civiles y militares, sino que la mayoría de sus objetivos son familias”.
El último whatsapp que recibió Caba de uno de sus compañeros fue de Yehia el 15 de noviembre. En él le comentaba cómo había conseguido llegar a la universidad de Jan Younis, al sur de Gaza. “No tenemos agua limpia para beber... y sólo tenemos dos horas de electricidad. No hay ayuda, ni alimentos”.
“Mis padres y mi hermana siguen en el hospital de Al-Shifa. El ejército israelí ha entrado en el hospital de madrugada y han registrado todas las habitaciones. Han interrogado al personal médico, a los pacientes y a la gente que está allí refugiada de las bombas”. Según Al Jazeera, el ejército israelí entró a la fuerza en el hospital, después de rodear y bombardear las instalaciones durante días, bajo la justificación de ser un centro de mando de Hamás, y sin prueba alguna. “No tengo noticias de mi familia. No he tenido forma de comunicarme con ellos, no tenemos acceso a Internet desde que nos trasladamos a la universidad. He tenido que caminar tres kilómetros para conectarme. Es muy difícil vivir aquí, ni la UNRWA ni la Cruz Roja han acudido a la universidad para enviar ayuda humanitaria, alimentos, mantas o agua potable”.
En el momento de publicar esta pieza no sabemos nada de la situación de Ayman. Pedro Caba cree que quizá se encuentre junto a Yehia en la universidad de Jan Younis, pero los cortes de las comunicaciones no permiten contactar con él. Por su parte, Nassim sigue en el hospital Al-Aqsa, donde está desde el 7 de octubre. “Trabajo sin descanso. La casa de nuestros vecinos fue bombardeada, mi casa se vio afectada y mi familia se mudó a casa de unos parientes. Aunque no hay lugar seguro. Lo bombardean todo: hospitales, escuelas, mezquitas, mercados, casas… Yo trabajo aquí todo el tiempo; tengo una oficina en el hospital donde duermo”.
En los 45 días de asedio israelí a la Franja de Gaza, el ejército de Netanyahu ha asesinado al menos a 14.328 palestinos y herido a 33.000 personas, 14.128 en Gaza y 200 en Cisjordania, según los últimos datos del Ministerio de Salud de Gaza. El número de desplazados internos ya supera los 1,7 millones de...
Autor >
Álex Blasco Gamero
De Leganés. Estudió periodismo y cª políticas –eso dicen dos papeles muy caros–. Actualmente es miembro de la redacción de CTXT.
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