Ana Geranios / Autora de ‘Verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del Sol’
“En España, de repente, solo hay bares que no pintan nada”
Elena de Sus Málaga , 10/12/2023
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Ana Geranios (Algeciras, 1988) creció en San Pedro Alcántara, un pueblo de la Costa del Sol cerca de Marbella. Durante el verano de 2019 trabajó como camarera en un establecimiento de Puerto Banús, centro marbellí del turismo de lujo. Decidió registrar la experiencia en un diario y más adelante lo publicó, autoeditado. De ahí surgió Verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del Sol (Piedra Papel Libros, 2023), un libro en el que este diario se acompaña de un ensayo para reivindicar a quienes habitan y trabajan en las zonas más turísticas, aquellas personas que “están siempre en segundo plano, incluso en su propio pueblo”. Acudió a Málaga capital para presentar el libro en la sede de la CNT y charló con CTXT una mañana por el paseo del Parque.
¿Qué relación tienes con la hostelería? ¿El trabajo del verano que tenías cuando escribiste el diario fue algo puntual? ¿O trabajabas ahí normalmente?
Mi relación con la hostelería existe desde que nací. Mi padre emigró de la sierra a la costa para trabajar en la hostelería. Y yo no he tenido prácticamente contacto con mi padre. Porque él estaba trabajando 10, 12, 14 horas al día. Incluso algunos meses no tenía días libres. Entonces, claro, en los momentos de almuerzo, de cena, de irse a dormir o de ir al colegio, mi padre no estaba o estaba descansando. Porque como en la hostelería se han normalizado esos horarios…
Se han normalizado socialmente unas condiciones de trabajo muy poco dignas en la hostelería
“Media jornada, doce horas”, como dijo el presidente de la patronal.
Sí. Entonces yo me crié con un padre ausente. Casi no pude conocerlo porque nunca estaba en casa. Estaba trabajando… Tampoco tan lejos, a cinco kilómetros. Pero era una rutina de trabajo muy exigente.
Yo empecé a trabajar en la hostelería hace diez años, con 21. Siempre en época de verano. He trabajado en chiringuitos, cafeterías, bares, restaurantes... Y como vivo en una zona turística donde la hostelería tiene tanto peso, me sentía muy familiarizada con ella. Y muy capaz de hacer ese tipo de trabajo. He visto tantos establecimientos diferentes que tengo una perspectiva general. Y he estado trabajando con gente que llevaba ahí toda la vida. O sea, he sido capaz de tener... Una visión de conjunto, digamos.
¿Y qué conclusiones has sacado?
Que se han normalizado socialmente unas condiciones de trabajo muy poco dignas en la hostelería. Se ha normalizado que los camareros tengan unas jornadas laborales muy extensas. Que no se paguen las horas extras. Ni la nocturnidad. Y que se pueda exprimir al máximo al camarero.
¿Y esto es así en todo tipo de establecimientos?
En los que yo he estado, sí. Sé que en los hoteles hay algunos convenios que son más cuidadosos con el personal de hostelería. Pero el convenio más allá de los hoteles nunca se cumple. Todas hemos escuchado esa frase de... “Aquí se sabe a qué hora se entra pero no a qué hora se sale”. Me sorprende mucho la aceptación de todo esto.
Otra conclusión que he sacado es la falta de unión como gremio, digamos. Hay algunos sindicatos que sí que están apoyando al colectivo de la hostelería, asesorándolos, pero la idea es un poco más salvarte tú.
La mayoría de las personas que trabajan en la hostelería no quieren trabajar en la hostelería. Entonces, hay una rotación constante de personal, que hace complicado ser un gremio, decir “yo me dedico a esto”. Mucha gente lo que quiere es quitarse de la hostelería, un trabajo muy esclavizante, y conseguir sus sueños, que son otros. Es un sector que aúna a muchas personas con otros intereses, con otras metas, que por razones económicas no pueden conseguir, y acuden a esto casi por obligación.
Los bares han sido siempre un lugar de encuentro, ahora son solo un negocio con el que enriquecerse
Leyendo tu libro da la impresión de que en tu mundo ideal este sector no existiría. ¿Te parece de alguna manera inútil, o que no aporta mucho a la sociedad?
Creo que los bares han sido siempre un lugar de encuentro, pero ya los bares tampoco son eso, los bares son solo un negocio con el que enriquecerse.
Yo sí creo que un bar donde las personas de un barrio, de un pueblo, puedan encontrarse, charlar... Donde tampoco haya una gran diferencia entre quién pone la copa y quién la consume… Creo que es un modelo que ha existido hasta hace unos años y que mientras las personas que trabajen ahí estén bien, pues está bien.
Pero el modelo que solo busca la máxima rentabilidad, aprovechando el turismo, sin tener en cuenta ni la calidad de los productos ni las condiciones de trabajo de sus empleados, con unos precios abusivos, pues ese tipo de negocio sobra.
Estamos viendo cómo en un montón de ciudades y pueblos de España de repente solo hay bares que no pintan nada. Además muchos no son proyectos de gente local, sino de personas con poder adquisitivo que pueden permitirse montar y desmontar bares en cualquier lugar. Este tipo de hostelería es muy dañina porque también acapara el espacio público, impide que surjan otro tipo de negocios…
Yo diría que la llegada de estos bares va unida a la sustitución de la población.
Claro, está totalmente relacionado. Se expulsa la población local debido a los precios que suben por el turismo y se crean esos establecimientos que quiere el turista, no los establecimientos que necesitan las personas locales. Esas personas, que somos las que trabajamos en la hostelería, encima tenemos que irnos a vivir lejos. Y dependemos de un transporte público insuficiente, porque eso no da dinero. O tenemos que comprar un coche para ir a trabajar, quizás, al que era nuestro pueblo.
Es fuerte eso.
Es que fíjate el gasto económico y de tiempo que de repente tienes que hacer para, por ejemplo, trabajar en Marbella y tener que irte a vivir a 20 kilómetros, porque en Marbella no puedes vivir. Tu vida se empobrece claramente.
En realidad, en el diario hablas muy poco del trabajo en sí. Hablas del poco tiempo libre que tienes, de los desplazamientos…
Para mí el trabajo fue como la excusa para reflexionar sobre la vida de la gente de mi pueblo, San Pedro Alcántara, a pocos kilómetros de Marbella, que está muy ligada a ese circuito turístico. Lo que me conmueve más es lo que está pasando en un sitio que era mi vida.
Me considero medio adolescente, porque no tengo lo que se suponía que tenía que tener, que era una casa, quizás una familia…
Hablas de tu generación, que fuisteis a la universidad para terminar, en muchos casos, en el mismo ambiente laboral que vuestros padres.
Actualmente hay mucha literatura sobre este tema, como Vivir peor que nuestros padres de Azahara Palomeque, Gozo de Azahara Alonso o Proletaria consentida de Laura Carnero. Todas esas expectativas de mejora al final no se han cumplido, más bien al contrario. Nuestros padres tuvieron una oportunidad, con mucho trabajo, de lograr una estabilidad, poder comprarse una casa, y nosotras, a pesar de saber que la realidad es otra y ya no existe esa oportunidad, estamos luchando por tener nuestros espacios, nuestra independencia.
Yo me sigo considerando medio adolescente, porque no tengo lo que se suponía que tenía que tener, que era una casa, quizás una familia…
Un cierto nivel de independencia económica.
Sientes que sigues en una adolescencia que quizás te permite otras cosas, pero la sensación de inestabilidad es muy erosiva, y estás luchando por un imposible. Entonces tenemos que buscar otros paradigmas para los que todavía no hay muchos referentes y ser conscientes de que la realidad del mundo al que hemos llegado no es esa que nos habían dicho, la realidad es otra. Es un aprendizaje que yo creo que estamos haciendo como generación.
Tenemos que ver las oportunidades, aunque esto suene un poco a coaching. Tratarnos bien, ser conscientes de lo que les pasa a las otras y construir un tejido nuevo.
Dedicar tu tiempo a algo que no quieres porque te da dinero para pagar un alquiler y un coche es un desperdicio de vida
En el libro hablas de tus compañeros del instituto. Describes a un grupo de personas variado, con diferentes personalidades e inquietudes, y al final acaban todos sirviendo al turismo de una forma u otra. Esto suena un poco liberal pero, ¿crees que hay un desperdicio de talento?
Creo que es un desperdicio de vida. Dedicar tu tiempo a algo que no quieres simplemente porque te da dinero para pagar un alquiler y un coche creo que es un desperdicio de vida. Genera mucha frustración y genera a personas muy alienadas. Tener la oportunidad de dedicarte a lo que quieres debería ser un derecho. Ahora se está hablando de reducir la jornada laboral, que también es una necesidad.
Antes has dicho que realmente nadie quiere servir.
Servir no quiere nadie y nadie se merece servir. Una cosa es acompañar, ayudar, pero sentir que estás sirviendo a los caprichos arbitrarios de otras personas creo que es algo que nadie disfruta.
La forma de no trabajar para el turismo en pueblos como el tuyo es emigrar.
Sí, es duro porque creo que tenemos que estar en nuestros lugares para cuidarlos, para cuidar también el tejido social, pero cuando esos lugares son invadidos por negocios solo para turistas y este modelo económico basado en el turismo afecta de tal manera que las personas locales no tienen espacios propios, no tienen oportunidades laborales o culturales o educativas, al final no te queda otra que irte.
Y cuando estás en un sitio nuevo quizás cambia un poco tu mentalidad, las cosas que ocurren ahí no te afectan de la misma manera.
Sí, claro. Los procesos de adaptación no son sencillos ni breves. Al principio se habita el espacio de forma un poco superficial. Si todas estamos habitando los lugares de forma superficial, eso también facilita su destrucción.
Dices que la convivencia con el lujo y la riqueza de Puerto Banús afecta a la mentalidad de la gente. ¿De qué manera lo hace?
Cuando tú, siendo de una familia de clase trabajadora, vives tan cerca del lujo, es inevitable que te compares con una realidad que no es la tuya. Eso genera un deseo de llegar a un mundo que está fuera de tu alcance.
En Puerto Banús, el lujo está muy bien mirado. Cuando los Ferrari dan acelerones, la gente casi aplaude
Y esa relación es constante. En Puerto Banús, el lujo está muy bien mirado. Cuando los Ferrari dan acelerones por la avenida Julio Iglesias, la gente casi aplaude. Cuando un yate atraca, la gente está expectante. Es un yate, ¿no? Es algo superior. Pero todo es una película, ya te digo, para un tipo de personas muy concretas, con unos niveles adquisitivos muy superiores a lo que tú puedas conseguir con tu turno partido en un bar o trabajando en cualquier tipo de establecimiento de la Costa del Sol. Entonces, en mi caso, y creo que en el de mi pueblo, hemos naturalizado mucho vivir cerca de un sitio lujoso. Cuando venían mis familiares de otras ciudades a San Pedro, los llevábamos a ver los yates. Como si fuera algo nuestro. Y Puerto Banús es un sitio muy hostil dirigido a un público muy concreto. Hemos naturalizado que eso es parte de nuestra vida cotidiana, cuando es algo que nos está expulsando y hay una barrera muy grande entre esas personas y nosotras.
Hay un libro escrito en los años 70 que se llama Costa del Sol. Retrato de unos colonizados, que aborda esta temática. En esa época se produjo el gran boom de la Costa del Sol y vino gente de muchos lugares a vivir aquí. Los camareros y camareras, al estar en contacto con gente de mayor poder adquisitivo, también se sentían más importantes, superiores a personas que tuvieran otro tipo de trabajo. Simplemente por cercanía, aunque fueran los sirvientes.
Estar cerca de ese tipo de turismo hace que se pierda la perspectiva. Empatizas, sientes que en algún momento tú podrías estar ahí. No es difícil que te identifiques con eso antes que identificarte como clase trabajadora pobre. Ser de un sitio así te da prestigio, un prestigio metafórico, que no disfrutas, porque tu vida no tiene nada que ver con eso.
Una cosa que cuentas también es que la Marbella que conocemos ha sido configurada por gente de fuera: el marqués del Duero, José Banús, Jesús Gil…
Sí, la Costa del Sol es un territorio totalmente expoliado. Tenemos una herencia de latifundios pertenecientes a la nobleza, el territorio nunca ha sido del pueblo, y con el turismo pasa lo mismo. Ha sido un proyecto elaborado por gente que se ha aprovechado de las buenas condiciones de aquí, pero que no tenían ningún vínculo y por eso también creo que el desarrollo ha sido exagerado. Se puso todo a la venta, se ha gestionado mal, sin tener en cuenta recursos como el agua y ahora vivimos situaciones de destrucción de los ecosistemas.
Me da la impresión de que también veías mucha soledad en Puerto Banús. Describes muchas escenas que parecen intentos de conexión en lugares donde hay mucha gente, pero en realidad están todos solos.
Yo identifico mucha soledad y mucho individualismo en lo cotidiano, entonces lo reflejo en el libro, pero creo que es algo que va más allá del turismo. El uso de la tecnología, los trabajos absorbentes, la dinámica social consumista… Generan una población cada vez más sola, y eso es algo que yo busco con la mirada.
Ana Geranios (Algeciras, 1988) creció en San Pedro Alcántara, un pueblo de la Costa del Sol cerca de Marbella. Durante el verano de 2019 trabajó como camarera en un establecimiento de Puerto Banús, centro marbellí del turismo de lujo. Decidió registrar la experiencia en un diario y más adelante lo publicó,...
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Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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