Debut literario
El parque es tan verde que parece un salvapantallas
Sobre ‘La conejera’ de Tess Gunty
Roberto Valencia 7/01/2024
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Aunque en el planteamiento y desarrollo de la primera novela de Tess Gunty la protagonista quiere trascender en un tipo muy concreto de misticismo clásico, no se aprecia una actitud de mofa en la utilización de este elemento, y tampoco una reivindicación de ese modo tan intenso de vivenciar la potencialidad divina por medio de la intuición. Ninguna de las dos cosas, en La conejera el misticismo es la vía de escape de unos personajes al límite del desahucio, si bien la verdad o la posible textura de realidad de esta experiencia queda sin verificarse en el contexto diegético de la novela. Porque hablamos de una ficción realista en la que las visiones salvíficas o los anhelos de trascendencia no se producen en un contexto cultural o religioso, sino que corresponden a los anhelos de jóvenes con problemas de adaptación, y así hay que tomarlos: como la atracción palpable que un sector de la población en peligro de exclusión siente por lo extremo, lo santo, lo bizarro o lo delictivo.
En La conejera el misticismo es la vía de escape de unos personajes al límite del desahucio
Los tres personajes principales de La conejera son una joven superdotada y marginal que anhela convertirse en Hildegarda de Bingen; el huérfano de una actriz célebre que se cubre el cuerpo con un líquido tóxico extraído de barras fluorescentes de iluminación y entra clandestinamente en casas ajenas para atemorizar a sus habitantes; y la trabajadora de una empresa encargada de borrar mensajes de odio en las redes sociales de fallecidos recientes. Personajes estridentes. Extremos, si se quiere, pero que en modo alguno parecen exageraciones fuera de campo o parodias cómicas. De hecho, sus acciones tampoco resultan gratuitas, sardónicas o apocalípticas (bueno, un poco apocalípticas sí). Hay que tomarlas como la ramificación fehaciente de la única –o de las únicas– actitud vital que puede adoptar cierto sector de una juventud que parece mirar la realidad a través de la distorsión de las pantallas (“El parque es tan verde que parece un salvapantallas”, siente una de las protagonistas. “Es muy habitual que Moses se preocupe por gente que encuentra en Internet, pero le es casi imposible preocuparse por la gente que encuentra en eso que llamamos realidad”, se dice de otro). No sólo eso, es una juventud atravesada por los espasmos visuales y narrativos de lo virtual, por la agotadora exigencia del consumo, por la esquizofrénica normativa social que atiende tanto a una educación mecanicista como a los excesos libertarios que proporciona el dinero, por las crisis identitarias y por la soledad. Quizás esto último como culmen de todo ello: mucha soledad.
Ahí afuera el mundo se ha vuelto muy histérico, freak en muchas de sus manifestaciones culturales y sociales
Creo que los estrafalarios acontecimientos de La conejera podrían haber sido sacados de wasaps, páginas web o noticiarios. Quizás aún no hemos procesado que de un tiempo a esta parte, las secciones de sociedad y crímenes de los noticiarios parecen novelas bizarras o delirios surrealistas de mentes hiperestimuladas, y quizás por eso tramas como las que aquí inventa –¿inventa?– Tess Gunty parecen ejercicios de imaginación fuera de lo real. Pero no. O no tanto, por dos razones. La primera porque prestamos poca atención: ahí afuera el mundo se ha vuelto muy histérico, freak en muchas de sus manifestaciones culturales y sociales, manierista, alucinado, y La conejera sólo parece estar tomando nota de ello. La segunda, porque Gunty escarba muy adentro y nos ofrece las interioridades psicológicas de estos personajes con una complejidad, frescura e intensidad sumamente convincentes. Una de sus habilidades es hacer hablar y pensar a sus personajes de un modo inmediato, con una facilidad pasmosa para cambiar de un punto de vista a otro.
Así que ya se habrán imaginado que el argumento de esta novela no es lo único importante. Quienes lean novelas buscando desenlaces se extraviarán en textos como éste, un poco totalizadores, donde la vocación evidente –además de mucho talento– de describir los perfiles psicológicos de esa juventud bizarra hace que le dedique muchas páginas a sus conversaciones, sus situaciones un poco desquiciadas o sus frustraciones. No sólo eso. En La conejera también se da cuenta de instituciones educativas que no protegen a sus escolares más talentosos y vulnerables sino que los corrompen con las tentaciones adultas y manipuladoras de profesores en crisis. Se detiene en las instancias económicas liberales de las ciudades pequeñas, donde el marketing institucional encubre operaciones económicas que arrasan paisajes, urbanismo y sociedad. Pero, sobre todo, habla de un tejido social en evidente crisis: no es que cada cual vaya a lo suyo. Es que cada cual va a lo suyo de un modo muy raro, y ya hay dos o tres generaciones por debajo que lo están pagando caro.
La comparación con el genio Pynchon no es gratuita: Gunty atesora su misma fuerza narrativa
Cuando me llegó la novela vi en algún lugar de la red que se ha relacionado la literatura de Tess Gunty con la de Thomas Pynchon. Luego busqué la referencia, pero no la encontré. Da igual: hay coincidencias de estilo entre ellos aunque el mundo de cada cual difiere. El de Pynchon mezcla magia y ciencia en un combinado canalla y estrambótico; el de Gunty ya hemos dicho que considera la magia –el misticismo– o la religión (los tres personajes principales tienen creencias o relación con lo religioso en algún momento de la novela) como síntoma de un problema mayor. Quizás el último Pynchon, el de Al límite, sí que contiene algún personaje que podría vivir en La conejera: los genios informáticos que a sus diecisiete años monitorizan el mundo de las finanzas una vez que se precipitaran de su edén de riqueza hacia su primera y única crisis. Lo más importante, de todos modos, es que la comparación con el genio Pynchon no es gratuita: Gunty atesora su misma fuerza narrativa, un mundo propio alejado del realismo más chato, habilidad para plantar muchos personajes distintos en el papel y una connotación a medio camino entre la crítica y el patetismo del retrato social. Es torrencial y sus recursos literarios parecen inagotables, y es capaz de fulminar una situación o una descripción de la hipocondría contemporánea con sentencias que parecen funcionar para todos los públicos. Aquí va una: “Tienes que ser cauteloso, si chocas con alguien debes estar preparado para residir indefinidamente dentro de su psicología y esa es una carga vitalicia”. ¿Cuántos escritores no darían algo valioso por escribir cosas como esta? Pues Tess Gunty las suelta a chorros. Es sólo su primera novela, así que tenemos escritora para rato.
Aunque en el planteamiento y desarrollo de la primera novela de Tess Gunty la protagonista quiere trascender en un tipo muy concreto de misticismo clásico, no se aprecia una actitud de mofa en la utilización de este elemento, y tampoco una reivindicación de ese modo tan intenso de vivenciar la potencialidad...
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Roberto Valencia
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