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Crimen en Cerro Muriano
Cada vez que sucede un accidente mortal en el ejército, el mecanismo es el mismo: opacidad por parte del Ministerio de Defensa e intento de que las responsabilidades de los mandos se diluyan
Gerardo Tecé 18/01/2024
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El hijoputa, según lo describían los audios de whatsapp enviados entre soldados, aún en estado de shock, llevaba unos días diciéndoles a sus subordinados de forma amenazante y críptica que “pronto se iban a mojar”. Mojarse probablemente consistiría en adentrarse en un embalse situado en las instalaciones militares de Cerro Muriano, en la sierra de Córdoba. Un ejercicio habitual en el Ejército de Tierra, según cuentan estos días los expertos. Y, efectivamente, esa era la idea. La mañana del 21 de diciembre, vísperas de Navidad, el hijoputa, también conocido como Ilustrísimo Señor Capitán de la Brigada Guzmán el Bueno X, se despertó con ganas de marcha, así que desveló su sorpresita. Tras despertar al pelotón a las 6 de la mañana como parte de un castigo por haber ejecutado mal un ejercicio semanas atrás, su venganza continuó con maniobras sin luz que acabarían en el embalse helado a las 9 de la mañana. La temperatura esa mañana era de 4 grados centígrados, así que el agua estaba prácticamente helada. El capitán ordenó a sus subordinados entrar al pantano sin línea de vida –sistema de cordaje que permite acceder al rescate de quien realiza una maniobra arriesgada en caso de necesitarlo–, sin haber prevenido a la ambulancia militar y, como hemos sabido esta semana, con lastre en las mochilas, un peso extra para dificultar los movimientos, parte de ese castigo que la unidad llevaba arrastrando unas semanas.
Si las ridículas leyes democráticas no lo impidieran, el capitán también les hubiera pateado el estómago uno a uno antes de obligarlos a entrar en el agua, porque, como descubrimos en La Chaqueta Metálica, así es como los militares chusqueros creen que se fabrican hombres. El chusquero, por supuesto, ni cargaba lastre ni puso un pie en el embalse enfangado la mañana de diciembre en la que murieron el soldado Carlos León, de 24 años, y Miguel Ángel Jiménez, cabo de 34. Sí gritó, según el testimonio de los allí presentes, que no se agarrasen de ningún modo a una cuerda que separaba ambos lados del embalse. Además de las patadas en el estómago, las ridículas leyes democráticas también prohíben los castigos físicos en el ejército y hablan de la necesidad de trabajar de forma segura. Manda huevos, como diría aquel ministro de Defensa que nos llevó en volandas a la gloriosa victoria de Islote Perejil. El castigo físico, la seguridad y la responsabilidad de su pelotón se las pasó precisamente por los huevos el Ilustrísimo Capitán cuyo caso, hasta ahora en el juzgado de instrucción número 4 de Córdoba, será derivado a la vía militar, opción a la que se oponen los familiares de los fallecidos. ¿Por qué será?
La muerte de Carlos y Miguel Ángel no son las primeras sucedidas durante prácticas y probablemente no sean las últimas
Carlos León y Miguel Ángel Jiménez cobraban sueldos de poco más de mil euros al mes. Eran trabajadores precarios que murieron de forma lastimosa en un entorno hostil. Es el ejército, no una academia de ballet, argumentan algunos defensores de las esencias que, por supuesto, tampoco hubieran puesto un pie en ese pantano helado. A falta de guerras con las que darle salida a esa “esencia”, parece haber mandos militares, como el hijoputa de Cerro Muriano, que ven en el subordinado el enemigo a someter. Mandos que hacen de su pequeño mundo acuartelado su dictadura soñada siempre y cuando la incómoda democracia no se asome a husmear qué pasa de puertas para adentro. Y rara vez se asoma si no aparece en prensa un escándalo como este. En sociedades en las que nos parece intolerable hacer subir a un operario a un andamiaje sin la debida protección, se hace complicado aceptar que los militares precarios, que lo son como podían haber sido albañiles precarios si una oferta de trabajo hubiera llegado antes que la otra, estén aislados de la sociedad y a expensas de hijoputas con galones. Quizá toque ir pensando si la industria militar, esa en cuyo escalón más alto están las millonarias ventas de armamento o las mordidas del jefe máximo de los ejércitos y en el más bajo quienes son obligados a meterse en un embalse embarrado y helado por mil euros al mes, tiene algún sentido. La muerte de Carlos y Miguel Ángel no son las primeras sucedidas durante prácticas en recintos militares y probablemente no sean las últimas. Cada vez que sucede, el mecanismo es el mismo: opacidad por parte del Ministerio de Defensa e intento de que las responsabilidades de los mandos se diluyan. ¿Dónde dice que el respeto a la escala jerárquica consista en esto? Quizá deberían preguntarse los propios trabajadores militares si los pomposos desfiles, las felicitaciones especiales en los discursos de navidad desde la Zarzuela y el tratamiento de héroes, no sirven para tapar una precariedad que no sólo es económica, sino que también tiene que ver con la dignidad.
El hijoputa, según lo describían los audios de whatsapp enviados entre soldados, aún en estado de shock, llevaba unos días diciéndoles a sus subordinados de forma amenazante y críptica que “pronto se iban a mojar”. Mojarse probablemente consistiría en adentrarse en un embalse situado en las instalaciones...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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