Relatos
Las deudas de la ficción
¿Qué le debe la ficción a las realidades en las que se inspira?
Gonzalo Torné 17/02/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Las ficciones constituyen pequeños mundos al lado del mundo “real” (también podemos llamarlo el mundo de las sensaciones o el de la continuidad), y establecen con él relaciones muy diversas: lo impugnan, lo refrendan, lo evaden, pretenden imponerse o tratan de conocerlo con más detalle. El mundo de la ficción y el mundo real son fronterizos, y aunque cada uno tiene sus propias leyes, es lógico que compartan personas y mercancías. ¿Existe alguna clase de moral o de protocolo sobre el empleo en el mundo de la ficción de datos, imágenes, nombres, escenas o recuerdos que atraviesan la frontera de la ficción provenientes del mundo real?
Quizás sería útil empezar señalando que los trasvases tienen un valor muy distinto según se hagan en un sentido o en otro. Veamos primero cómo viaja la ficción hacia un texto que pretende dar cuenta de lo “real”.
Suele decirse que “una gota de ficción convierte el resto del libro en ficción”, la frase es sonora y suele expresarse con el tono de satisfacción de haber soltado algo profundo, pero se trata de una solemne tontería. Si introducimos en el marco de un “relato sobre el mundo real” (ya sea una biografía, un libro de historia, una lección de economía o un atestado) un dato ficticio estamos mintiendo. El resto del relato no se colorea de ficción. Al contrario, de manera deliberada o ingenua presionamos para que “el dato ficticio” suene como algo cierto: el residuo verbal de una experiencia.
De ahí que sea aconsejable leer con toda clase de reparos diarios y autobiografías: en el contexto de la confesión es sencillo que se nos cuele como un testimonio lo que apenas es una fulguración subjetiva, como esos fantasmas de Henry James que solo existen como proyecciones psíquicas del observador.
¿Qué sucede cuando un dato real entra en la ficción? En el nuevo marco, el dato que extraemos de la realidad pierde de inmediato buena parte de sus vínculos con el mundo real. Podemos reconocerlo, pero solo si teníamos noticia de él, pues ya no pertenece ni al sitio ni a las personas ni al escenario de donde fue extraído. Y esto sucede por varios motivos: al arrancarlo de su contexto pierde su carácter individual y tiende a parecerse a otros fenómenos similares, y al atribuirlo a otro personaje o escenario desdibuja por completo su origen. Da igual si se trata de un rasgo físico, de una escena o de un recuerdo: adopta otro empleo o intención en el contexto de la ficción, que lo transforma invariablemente.
Lo que extraemos de la realidad solo tiene valor por el papel que desempeña en su nuevo mundo de ficción
Tanto es así que a menos que se esté escribiendo una “novela en clave” (que no pertenece propiamente a la ficción, sino al arte del disfraz; de la misma manera que un niña que correteando por la calle con una nariz aguileña de broma y una escoba participa menos de la brujería que del Carnaval), los datos recabados de la “realidad” se integran a la ficción borrando su camino de origen, hasta que su procedencia sea irreconocible. Lo que extraemos de la realidad solo tiene valor por el sentido y el papel que desempeña en su nuevo mundo de ficción. No debería emitir ninguna luz que permitiera retrotraerse a su origen, el camino debe desdibujarse. Un efecto al que contribuyen de manera decisiva los poderes distorsionadores de la imaginación (una mirada puede terminar siendo un loro, un paisaje una nostalgia y un aroma una insurrección) y su capacidad de expandir un rasgo o una imagen en una escena o una historia.
Por este motivo suele ser tan triste y estéril el comentario de libros dedicado a exhumar las rutas por las que algunos datos, rasgos, personajes, recuerdos y escenas han acabado en la ficción. Dicen tan poco del libro que se supone que están comentando como informaría del carácter de una persona recitar los elementos de la tabla periódica que lo componen. O explicar las costumbres de una especie de pájaro contando sus plumas. Palabras y expresiones como “trasunto”, “no es más qué”, “sosias”, “esto viene de”... son impertinentes en el sentido de que, en lugar de contribuir a esclarecer el sentido y los mecanismos de la novela de la que se ocupan, se contentan con ofrecer una genealogía de componentes que oscila entre lo obvio (que el protagonista y el escritor son japoneses, por ejemplo) o (dada la inagotable profundidad de lo real, y la incesante capacidad de metamorfosis de la ficción) puramente fantásticas.
Pero dejemos las distracciones y regresemos al asunto: ¿existe alguna responsabilidad o moral en el trasvase de datos de un mundo a otro? Voy a serles sincero (terrible arranque de frase): así como el empleo de datos personales y recuerdos compartidos en memorias y dietarios me provoca no pocas repelencias y reparos, por lo fácil que pueden resbalar hacia una parcialidad que a veces no puede replicarse, me siento del todo liberado e irresponsable en relación a unos “robos” o “capturas” que no tienen como objeto ilustrar o introducir escenas y personajes reales, sino coaligarse, dentro del nuevo mundo de ficción, y envueltos en palabras elegidas para la ocasión, con otros elementos para formar sentidos nuevos sometidos por intereses distintos.
El ámbito del reconocerse en ficciones ajenas está lleno de despistes y de sobreactuaciones
¿Qué más dará que un personaje lleve la camisa de un conocido, el segundo apellido de un compañero de clase, le gusten los gatos como a mi buen amigo Diego Duocastella, rescate una expresión que le escuché una vez a un médico o viva en un piso con una disposición parecida a la de la madre soltera de una amiga que una vez nos invitó a merendar? La única responsabilidad que se me ocurre es hacia la persona que “con razón” se reconoce en alguna de mis páginas.
Y digo “con razón” porque el ámbito del reconocerse en ficciones ajenas está lleno de despistes y de sobreactuaciones. Cada escritor tendrá su lista de equívocos que sería un tanto vanidoso exponer, al menos aquí. Pero también es cierto que alguna vez me han sorprendido (uso el verbo en parte porque uno olvida la procedencia, suele extraer los datos de viales laterales de su existencia, y no está tan loco, todavía, como para esperar que vayan a leerle; qué tristes las venganzas y los ajustes de cuentas de los escritores sobre el papel, cuántas veces siguen los destinatarios a su vida y sin enterarse) he sentido algo parecido a un rubor sin culpa, y mi reacción se ha acompasado un poco a la del reclamador. Así, una vez que un amigo se reconoció en un rasgo muy concreto y menor de un personaje (un flequillo) me mando reescritas varias escenas, tal y como él hubiese actuado, como si debajo de su flequillo estuviese él entero, reaccionando y tomando iniciativas, me sentí del todo liberado de mi leve robo. Pero recuerdo también una vez que una amiga me dijo que le debía un café por haber deslizado en la novela una imagen de su vida. Preventivamente le había cambiado no recuerdo si el color de la camisa o del jersey que llevaba aquel día, pero me pareció entonces una justificación mezquina, así que asentí y pagué mi deuda.
Las ficciones constituyen pequeños mundos al lado del mundo “real” (también podemos llamarlo el mundo de las sensaciones o el de la continuidad), y establecen con él relaciones muy diversas: lo impugnan, lo refrendan, lo evaden, pretenden imponerse o tratan de conocerlo con más detalle. El mundo de la ficción y...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí