NOTAS DE LECTURA (XXVII)
El misterioso caso de los clásicos que no sabían escribir sus libros
La mayoría de audacias de Poe y Lovecraft suenan a cosas mil veces vistas y leídas, su género, por momentos, es la rapsodia de tópicos
Gonzalo Torné 9/04/2023
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No saber escribir tus libros. Los grandes maestros de la fantasía y el terror no saben escribir sus libros. Son, desde luego, ingeniosos, de una fantasía desbordante, y les debemos la creación de personajes y argumentos de los que todavía se alimentan nuestra imaginación y nuestra industria. De todo esto podemos estar muy agradecidos, pero sus libros, sus libros más célebres y famosos, seamos serios, seamos sinceros, no los saben escribir. Bram Stoker escribe dos partes muy notables de Drácula donde apuntala la “mitología del vampiro moderno” pero el libro se desploma al final, tanto los personajes como el autor parecen incapaces de resolver de manera emocionante la trama que han dispuesto de manera tan cuidadosa. Lovecraft estudió mucho para escribir Las montañas de la locura, cientos de películas con monstruo escondido bien adentrado el metraje le deben su existencia, pero el “solitario de Providence” desatiende el sentido más elemental de la economía narrativa y no perdona una piedra de las que ha estudiado, nos las cita todas: la sobredosis de documentación mal digerida es mucho más peligrosa para el lector que su zoológico de criaturas informes. Stevenson dedica muchísimos esfuerzos a jugar con una intriga ya resuelta, ¡cómo no vamos a saber que el doctor Jekyll y Hyde son la misma persona! De Conan Doyle se podría decir que desde el primer momento bordó las escenas inductivas de Holmes (una magia infalible), pero ni escribiendo cientos de historias se dio cuenta del filón desaprovechado (muy en especial en El perro de los Baskerville) de enfrentar a Sherlock contra lo sobrenatural. Quizás el único clásico del terror que escapa de esta catástrofe sea el Frankenstein de Mary Shelley, y esto debería darnos una pista de lo que está ocurriendo con esta familia de escritores.
Sus errores. Desde luego que uno está tentado a buscar los problemas de estos libros en las deficiencias de los escritores. Y algo hay de eso. Basta con recorrer los cuadernos de apuntes de Lovecraft para reconocer una fantasía obsesionada con la carraca simbólica del horror, desprendida de los rigores de la imaginación y encerrada en horrores extravagantes que siempre darán menos miedo que el espectáculo de la depredación humana que nos sirven Balzac o Shakespeare. ¿Y qué decir de las constantes incursiones en la cursilería de Poe (con frecuencia limadas en la traducción) que convierten la lectura de sus cuentos en un chapoteo? Son argumentos de peso, pero también hay méritos en estos relatos, y desde luego Stevenson no es un prosista menor. Además, para nada resuelven nuestros enigmas: ¿por qué tenemos la sensación de que sabemos cómo podrían escribirse mejor El perro de los Baskerville o Drácula?
Vencedores de la guerra de atención. Una respuesta posible sería reconocer que las historias de fantasía, horror y misterio son las ganadoras de la guerra de la atención. Las ficciones predominantes de nuestro tiempo. Todos sabemos no solo cómo se desarrollan y se terminan estos relatos sino que tenemos en la cabeza cientos de versiones, algunas mejor perfiladas y acabadas, muchas de las cuales han sabido resolver mejor las posibilidades encerradas en la trama que sus inventores. No hay historia más desdichada que la de Stevenson tratando de ocultar lo que saben incluso los niños de cinco años: que el doctor y el monstruo son la misma persona. La mayoría de audacias de Poe y Lovecraft suenan a cosas mil veces vistas y leídas, su género, por momentos, es la rapsodia de tópicos. Pocos escritores de misterio habrán leído las historias de Sherlock Holmes con menos interés que Doyle. Y el menos diestro de los alumnos de primer curso de una escuela de guión encontraría una resolución más emocionante para Drácula que Stoker. Uno está tentado de reconocer que estos escritores no tienen la culpa de esta situación, ¡pero tampoco está tan claro que no sean un poco responsables!
La excepción. Una excepción (otra sería Cumbres borrascosas que parece una pesadilla escrita para aterrorizar al género de terror) sería Frankenstein quizás porque la historia de la adaptaciones de este clásico malentendió desde el primer momento las intenciones de Mary Shelley, o las torció deliberadamente al servicio de sus intereses sentimentales y sus exigencias de intriga. Encontramos un misticismo rebelde y difuso en la novela, un romanticismo audaz y metafísico, que parece haberle protegido de las adaptaciones, preservándola, de manera que leemos la novela tantos años después sin saber cómo va acabar ni cómo mejorarla.
No saber escribir tus libros. Los grandes maestros de la fantasía y el terror no saben escribir sus libros. Son, desde luego, ingeniosos, de una fantasía desbordante, y les debemos la creación de personajes y argumentos de los que todavía se alimentan nuestra imaginación y nuestra...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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