Dominación
Por eso nos hacíais trabajar cuarenta semanales
Contra la psicología del trabajo
Mario Amadas 26/02/2024
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…tanto galope de bestias en la estrella
Pablo Neruda
Esto es sólo una hipótesis. Pero aunque lo sea, da un poco de vergüenza cuando por fin entiendes el (posible) motivo de ese chorro interminable de horas laborales con las que tenemos que cumplir todas las semanas, todos los meses, todos los años. Y no sé muy bien por qué, pero parece que no nos preguntemos nunca por nuestro horario, por si nos parece medio normal entrar en un sitio a las 9h y salir a las 18h, con una hora no remunerada para comer, todos los días de nuestra vida laboral. Es raro. Son tantas las horas, tanto galope de bestias en la estrella, y tanto invaden y controlan con su horario nuestro tiempo –lo único que tenemos– que un día sacas el tema, como quien no quiere la cosa, en la máquina Cialven King de cafés y chocolates calientes, y resulta que todos estamos de acuerdo. ¿No me digas? Todos creemos que son demasiadas horas, que se podría hacer exactamente lo mismo en menos tiempo –y de manera más eficaz y mejor– y enumeramos, inspirados, la de cosas que podríamos hacer en nuestro tiempo libre si la jornada de trabajo fuera menos abusiva. Lo bien que estaríamos trabajando menos; lo mejor que trabajaríamos con jornadas de menos horas. Y la verdad es que trabajamos cuarenta horas porque alguien así lo ha decidido; no es como la lluvia que cae del cielo, que va a seguir cayendo siempre igual.
Entonces, si todos pensamos que son excesivas, ¿por qué seguimos trabajando tanto? Por miedo. Vale. Pero quizá, en este caso, la explicación sea algo más complicada, y no todos piensen lo mismo. Quizá hay gente que le encanta estar la mayor parte de su tiempo cumpliendo con lo que una estructura mayor espera de ellos. Y trabajar esas cuarenta horas, de hecho, se les haga insuficiente y les sepa a poco. Se tendría que ver por qué pasa eso.
La autoexplotación tan prestigiosa, que recibe el acreditado anglicismo de workaholic, es francamente incompatible con una vida de ilusiones
Pero volviendo al reino de los que toman las decisiones, se me ocurren dos motivos de peso para imponer esas jornadas, ese muro de hormigón como divisoria de nuestra vida. Primero, y este es el motivo más evidente, es que están ahí para extenuar, para agotar a quienes trabajan, para que en su tiempo libre (que nunca está libre de los tentáculos de la empresa, como sabemos), no piensen ni tengan mucho tiempo para sí y así se arrastren dóciles por la semana laboral. Cánsalos, que se amansen y no interfieran en nuestro fanatismo por la dominación de todo.
Pero, como decía, hay otro motivo que, ya de entrada, sugerirlo puede ser, por mi parte, un poco malintencionado y quizá hasta cierto punto tendencioso, lo sé, pero me sigue pareciendo la explicación más convincente del porqué de las cuarenta horas semanales.
Ahí va.
Los que deciden estos horarios no tienen vida. Suena mal, pero la autoexplotación tan prestigiosa que recibe el acreditado anglicismo de workaholic –que también sirve para la persona que padece el trastorno– es francamente incompatible con una vida de ilusiones, una vida que para uno o una misma sea interesante, ya consista en hacer puenting cada mañana o quedarse en casa mirando la pared. Eso da igual. La cosa es que tengas tiempo para poder hacerlo. Recuerdo que alguien de RRHH, en una de las empresas-tugurio-moral en las que he trabajado, me explicó que qué vas a hacer cuando no trabajas, eh, ¿verdad que no haces nada?, pues sigues trabajando, hombre, es que si no qué vas a hacer.
Entiendo.
Es gente con tan poca vida, con la imaginación tan atrofiada, que no se les ocurre otra cosa que hacer en su tiempo libre que trabajar, que seguir trabajando en el tiempo de su vida libre. No quiero sugerir con estos párrafos que yo me considere por encima de nada ni que sienta que vivo acorde a mis ilusiones, pero como mínimo soy consciente de que necesito y quiero tiempo para pensar en lo que realmente quiero hacer. Quienes deciden no tienen, ni pueden llegar a tener, vida fuera del trabajo, y esas cuarenta horas (más lo que hay que añadir de trayectos de ida y vuelta y pausas nunca remuneradas para comer), les garantizan un tiempo ocupado en el que la mente ya no tiene que preocuparse por ser sino que puede dejarse llevar por la corriente y cumplir con lo que se espera de ella, que es mucho más fácil. Ya no se sentirán inútiles ni descartados y cumplirán así con las expectativas laborales y se sentirán bien porque la palmadita en la espalda sienta bien si la necesitas.
Y las horas extra no remuneradas, cuando se hacen, se hacen con gusto, claro, y las justificaciones que se usan están realmente muy trabajadas. Quieren hacerlas, y es que no les sabe para nada mal. No, es que a mí me encanta. Mentalidad esta que es el complemento perfecto para los que deciden estos horarios. Así todos se sienten importantes, necesarios, escuchados y respetados en todas las ocasiones en que en su vida libre se sienten infravalorados y decaídos por el peso de sus propios complejos emocionales. Aquí la estructura tampoco es inocente, como nunca lo es, porque incita con su lenguaje y sus propuestas de ocio y sus objetivos-sonajero a que esto, esa total disolución de la persona en la empresa, se vea bien. Pero vivir es más grande que trabajar, ¿o no?
Desplazáis la vida libre en favor de esas horas-cadena porque queréis agradar a vuestro jefecito, pero también porque no sabéis qué hacer ni cómo vivir
Y vosotros, todos vosotros que, solícitos, pensáis estos horarios u os lanzáis a las horas extra como paracaidistas, ¿no es compensación emocional lo que buscáis? ¿No es esa compensación lo único que os hace sentir bien en el contexto de vuestras vidas? Si tuvierais una vida vivible, si en vuestra vida hubiese lo que sea que os falta, si supierais lo que os gusta y por tanto cómo pasar el tiempo libre de vuestra vida, ¿entregaríais todo ese tiempo a la empresa, tal como hacéis, con lo que no puedo calificar sino de salacidad? Desplazáis la vida libre en favor de esas horas-cadena porque queréis agradar a vuestro jefecito, esto se ve claro, pero también porque no sabéis qué hacer ni cómo vivir. Si encontraseis un amor, si por fin descubrieses el placer de lo que sea que os gusta y realmente vierais que vuestra sangre vuelve a correr por vuestras venas con algo parecido al entusiasmo, si pudieseis sentir de nuevo el aire llenando las uvitas pasas de vuestros pulmones, si en vuestra mente se disparase, aunque tenue, algo así como una idea, o si en vuestra mirada hubiese de repente un corto destello no digo ya de ilusión pero sí de curiosidad, ¿seguiríais prefiriendo ese realce emocional que es cumplir con lo que se espera de uno en el trabajo? ¿Es tanto lo que os falta, tan inmenso es el tamaño de vuestros complejos, que necesitáis la previsible aprobación del jefe por encima de lo que es entera y únicamente vuestro, que es vuestro tiempo?
Estaría bien explorar los horizontes del tiempo libre y de los gustos, de los entusiasmos de cada uno, para ver qué se puede hacer fuera de esas horas
Dices esto porque no te gusta tu trabajo. Dices esto porque te pagan mal. Dices esto porque no te llevas bien con tus responsables. Es decir: la culpa es tuya. Y ya está, así de sencillo: el problema siempre es tuyo y no de la acogedora empresa-familia que tanto te quiere. Como Hamlet, si hablas, la estructura que te rodea –extraordinariamente incapacitada para la autocrítica– ridiculizará tus palabras y fortalecerá su credo y pondrá en orden un ejército de argumentos para demostrar que trabajar de 9 a 18h está realmente muy bien y a todo el mundo le encanta. ¿Que no lo ves? Hay argumentos a favor de las horas. Y a favor de que sean cincuenta o sesenta a la semana. Me encanta mi trabajo, para mí no es un esfuerzo y me siento bien pagado. Mi trabajo es mi vida (este es de mis preferidos). Perfecto. Ninguna objeción. Pero y ¿la competitividad que genera eso? ¿Y la soledad, también, que genera esto? ¿Y el aislamiento y la angustia? Ah, que no es tu caso. ¿El trabajo es todo lo que quieres en tu vida? Por mucho que te encante, ¿estarías viendo películas ocho horas al día, cinco días a la semana, once meses al año, hasta que cumplas los, no sé, sesenta y cinco, sesenta y siete años de tu edad?
Cuando el trabajo es remunerativo (en el sentido emocional) y además está bien pagado: bien. Luego ya depende de cada uno la manera en que quiera sustituir su tiempo libre por su trabajo. La objeción que hago aquí es que si ese trabajo que te encanta y te paga bien es lo único que tienes en tu existencia, o lo que más valoras de tu existencia, eso dice mucho del resto de tu existencia.
Estaría bien explorar los horizontes del tiempo libre y de los gustos, de los desconocidos entusiasmos de cada uno, para ver qué se puede hacer fuera de esas horas. Quizá podríamos descubrir así que de hecho nos gusta vivir, que hay vida fuera de la empresa, como dicen en la película El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco. Y quizá veamos que vale la pena vivir y sobre todo vivir sin la necesidad de que la estructura de poder que es todo trabajo te valide. Que no hace falta subordinar también nuestro tiempo libre ni rebuscar entre el lenguaje más deshonesto y falso el argumentario que justifique, ante nosotros y ante los demás, esa subordinación a la empresa. Pero esto va siempre ligado a la satisfacción personal de saberse parte de un grupo, y la poquedad humana, compensada generalmente con un cargo, se cura con el sentido de pertenencia, de ser empresa y más empresa. De ser siempre y a toda costa uno di noi.
…tanto galope de bestias en la estrella
Pablo Neruda
Esto es sólo una hipótesis. Pero aunque lo sea, da un poco de vergüenza cuando por fin entiendes el (posible) motivo de ese chorro interminable de horas laborales con las que tenemos que cumplir todas las semanas,...
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