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Querida comunidad de CTXT:
Llevo días pensando sobre qué escribir estas líneas. La carta a la comunidad contextataria siempre es una responsabilidad. No se crean. Vosotras y vosotros permitís que CTXT exista con vuestras suscripciones. Pero, sobre todo, vosotros y vosotras sois el porqué de esta revista, nos dais confianza para seguir, nos recordáis cada día que somos miles en el mismo margen, que merece la pena, que este oficio, en libertad y sin apenas cadenas, es hermoso, que formar parte de un puñado de miles que mira el mundo para mejorarlo es un regalo, que esta década de Contexto a la que nos encaminamos tiene muchas más alegrías profesionales que penas… Y que ya no somos las mismas, porque pese a los arañazos de existir, CTXT nos ha hecho mejores.
Llevo días pensando sobre qué escribir porque la última carta que les mandé fue fruto de un desgarro, y ese desgarro, que es Palestina, sigue. Entonces era principios de noviembre y yo les explicaba que tenía 9.061 muertos más, las mujeres, niños y hombres asesinados por Israel. Ahora son ya casi 30.000 las personas que ya no están. Un genocidio, poco importa el significado legal del término. Y no sé bien qué contarles. Vivo más triste. Supongo que trabajar en mi casa de Madrid, en febrero, sin tener que encender la calefacción y en camiseta tampoco ayuda a la calma. Pero pese a lo plomizo del cielo extraordinariamente caluroso para la fecha, y porque todas nos merecemos esperanza, alegría, placer, y rock and roll, vamos a buscar alguna flor entre las grietas, alguna bocacalle por la que echar a andar.
Me gusta mi oficio. Bueno, me gusta la vida, y como hace ya mucho nos engañaron con el trabajo como herramienta para vivir, el que hago me alimenta de todas las formas. Me gustan las buenas historias, las palabras precisas, la retranca, el humor, la belleza de algunas plumas, las sorpresas. Me gusta acabar de leer algo y entender mejor el mundo, o ser más feliz. Eso me pasa muchas veces en CTXT. No les daré nombres, cada una tenemos nuestros amores. Pero es lo más bonito de mi trabajo, y acumulo un gran afecto por las y los colegas que me nutren la existencia.
En esta historia mía de pasiones profesionales se coló hace ya unos meses un periodista del Financial Times. Se llama John Burn-Murdoch, tiene 35 años, es geógrafo de formación y está especializado en periodismo de datos. Pero el de verdad, no ese que parece fabricado por una inteligencia artificial con un resultado similar a un quirófano, limpio y aséptico, sin análisis, sin visión, sin impacto. Burn-Murdoch cuenta lo que ocurre con números y lo hace mejor, porque para él los jóvenes son una parte fundamental de las historias.
En uno de sus artículos recientes, el periodista parte de una hipótesis: si los miembros de una generación comparten experiencias formativas, alcanzan los grandes hitos de la vida al mismo tiempo y se mezclan en los mismos espacios, ¿cómo se explican los análisis que concluyen que la Generación Z –los nacidos entre 1997 y 2012– es hiperprogresista en algunos asuntos y sorprendentemente conservadora en otros? La respuesta está ya al principio: la visión que tienen del mundo los hombres y mujeres jóvenes se está distanciado, la Generación Z son dos generaciones, no una. Bien. Hemos encontrado las flores.
Burn-Murdoch aporta datos: en Estados Unidos, según Gallup, las mujeres de 18 a 30 años son ahora 30 puntos porcentuales más liberales que sus contemporáneos masculinos; en Alemania, la brecha entre hombres jóvenes cada vez más conservadores y mujeres jóvenes progresistas es también de 30 puntos; en Reino Unido, la brecha es de 25 puntos; en Polonia, el año pasado, casi la mitad de los hombres de entre 18 y 21 años votaron al partido de extrema derecha, en comparación con sólo una sexta parte de las mujeres de la misma edad. Fuera de Europa, el patrón se repite. De todos los países analizados, la división más acusada se aprecia en Corea del Sur, un territorio marcado por la desigualdad de género y la misoginia. En las elecciones presidenciales de 2022, los hombres jóvenes apoyaron fuertemente al partido de derechas y las mujeres jóvenes respaldaron al partido liberal en números casi iguales pero opuestos.
El periodista explica que siete años después del inicio del #MeToo, las encuestas realizadas en distintos países concluyen que las diferencias ideológicas van más allá de la violencia de género, que la clara división entre progresistas y conservadores sobre el acoso sexual ha alineado a los hombres jóvenes en marcos más conservadores y a las mujeres de su generación en marcos más liberales en materia, por ejemplo, de inmigración o justicia racial.
Las personas jóvenes son muchas veces un gran elefante en la habitación. En general son pobres –lean a Emilio de la Peña, “de los más de siete millones de jóvenes que viven en España, sólo el 16,3% se ha independizado”–, y en general participan poco en la política, al menos en la institucional. Ni consumen, ni votan. Y, por tanto, son grandes ignorados. El poder habla de ellos por obligación, y el resto, en muchas ocasiones, nos hacemos trampas para no asumir que les hemos dejado un desastre como mundo.
Hay toda una corriente, que va más allá de ideologías, que se parapeta en el concepto “generación de cristal” –en la primera búsqueda en Google: “Son sensibles al rechazo y a la crítica. Son altamente demandantes. Cuestionadores. Tienen una baja tolerancia a la frustración. Sus pequeños esfuerzos les parecen hazañas…”– para no mirar de frente a esas personas que tienen delante un muro. Y si esa es una generación de cristal, las mujeres que pertenecen a ese segmento de la población son ya de cristal de Bohemia. Jóvenes sometidas a la dictadura de Instagram, entregadas en cuerpo y alma al cuerpo, y al sexo. No como nosotras, que vivíamos sin pantallas y éramos el colmo del empoderamiento –del bueno, eh–, y nos pasábamos los días y las noches leyendo a la vez a Gramsci y Hannah Arendt, en vez de el Súper Pop o el Cosmopolitan. Y no, no es la derecha ni la ultraderecha, a veces somos todos, porque defender el pasado es defendernos a nosotros y eso nos exime de culpas.
No hay melancolía buena. Teníamos la piel más tersa y las ganas de todo mucho más grandes, pero poco más. Por eso el análisis de Burn-Murdoch me parece importante y una flor en una grieta que puede llegar a abrir un gran agujero. Muchas veces decimos que las mujeres cambiarán el mundo. Ahora hay datos que dicen que eso está siendo así, y que son las más jóvenes las que lo están haciendo. Todas las conocemos, las tenemos cerca. Son mis compañeras de CTXT, son vuestras hijas, son millones y están en todas partes. Solo hay que mirarlas sin prejuicios, ni paternalismos, y agradecerles que, con tanto en contra, estén siendo tan guerreras.
Mientras cerraba esta carta, un tribunal de la Audiencia de Barcelona emitía la sentencia que condena al futbolista Dani Alves a cuatro años y seis meses de prisión por violar a una joven en los baños de una discoteca. He leído los 61 folios del fallo y en algunas partes me he emocionado. No voy a permitir que los árboles interesados, antiMontero o ultras, me impidan ver la realidad. El punitivismo no es la solución a nada. Lean este párrafo que les dejo sobre el consentimiento y pregúntense si hace pocos años una sentencia así hubiese sido posible. A mí, que aún recuerdo a aquella jueza que en 2016 preguntó a una víctima de violación si “cerró bien las piernas”, me parece un hecho extraordinario. Y se lo debemos, también esto, a las miles de mujeres jóvenes que han dicho se acabó. Gracias por vuestra lucha. Sois mi gran inspiración.
“... debe señalarse que ni que la denunciante haya bailado de manera insinuante, ni que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso haya podido abrazarse al acusado, puede hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir. Estas actitudes o incluso la existencia de insinuaciones no suponen dar carta blanca a cualquier abuso o agresión que se produzca con posterioridad; el consentimiento en las relaciones sexuales debe prestarse siempre antes e incluso durante la práctica del sexo, de tal manera que una persona puede acceder a mantener relaciones hasta cierto punto y no mostrar el consentimiento a seguir, o a no llevar a cabo determinadas conductas sexuales o hacerlo de acuerdo a unas condiciones y no otras. Es más, el consentimiento debe ser prestado para cada una de las variedades de relaciones sexuales dentro de un encuentro sexual, puesto que alguien puede estar dispuesto a realizar tocamientos sin que ello suponga que accede a la penetración, o sexo oral pero no vaginal, o sexo vaginal pero no anal, o sexo únicamente con preservativo y no sin este. Ni siquiera el hecho de que se hubieran realizado tocamientos, implicaría haber prestado el consentimiento para todo lo demás”.
Miren el mundo buscando flores que, a veces, aparecen.
Gracias por estar siempre al otro lado,
Vanesa
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Autora >
Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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