NOTAS DE LECTURA (XXXIV)
La inteligencia artificial: preparativos para la batalla
¿Para qué se van a gastar dinerales las editoriales en los pastiches y recauchutados del bueno de Zafón o de Pérez Reverte pudiendo poner a trabajar en la misma dirección a una IA que no reclame derechos?
Gonzalo Torné 1/03/2024
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El retorno del reemplazo inminente. Si uno atiende a la prensa cultural parece que es cuestión de meses que irrumpa en todas las casas la inteligencia artificial y la sustitución inminente de escritores, dibujantes, diseñadores y traductores por sus “productos”. Una creatividad desbordante que ni sus programadores son capaces de controlar. La narrativa tiene su atractivo, pero la cercanía del fiasco del anterior “relevo inminente” tecnológico, la del libro por el ebook, le da a toda esta oleada de noticias un aire de farsa. La cantidad de recursos y páginas que se dedicaron a convencernos de que el libro electrónico se iba a llevar por delante el papel, las editoriales, las librerías, y no recuerdo ahora si también a los agentes, fue portentosa; y ya ven en qué ha quedado, un actor residual del negocio. Como siempre sospechamos, el ebook no era un libro, y a los lectores resultó que les gustaban los libros. No niego que la situación actual tiene ya sus riesgos para muchos artistas (por ejemplo los que han empezado a perder oportunidades de trabajo en los ayuntamientos que prefieren encargar carteles y publicidades a la IA, no se sabe si por esnobismo, por cercanía con alguna empresa o porque les gusta el resultado), pero se trata de una herramienta, no de un destino, y su implantación dependerá en gran medida de lo que propone en cada campo y cómo se confronta con lo que hay, y cómo se adecua a los gustos del público.
La economía del gusto. La IA, como casi cualquier proceso mecánico, parece particularmente útil para ayudar en las “rutinas creativas”. De manera parecida a cómo el buscador de Google terminó con las idas y venidas a bibliotecas para documentarse o la animación por ordenador se hizo cargo de los fondos de las películas. En cada sector se sabrá donde puede introducirse con más facilidad, descargar de tareas o inspirar. Atendiendo a los resultados de las imágenes y los carteles de la IA, no le auguro demasiado futuro (más allá del empecinamiento inicial de políticos e instituciones); los resultados, de un hiperrealismo entre lo fúnebre y lo cuqui, son disuasorios. En este grado de desarrollo (y me temo que la creatividad, como la inteligencia, no admite cualitativos: de la misma manera que la araña no puede tener más patas ni un gato persa entender el Quijote) no me compraría un tebeo desarrollado por IA ni bajo amenaza. Se me dirá que es un argumento elitista, en el sentido que lo que yo puedo considerar horrible puede gustar al “gran público”, pero el argumento falla (en el caso de los tebeos) en un aspecto decisivo: son los “entendidos” los que sostienen el negocio. A los que les gusta leer enseguida saben que un ebook no es un libro y a los que no les gusta leer, pasada la novedad, el ebook no les aficionará a la lectura.
La IA como crítico literario. Se podría formular un principio tentativo según el cuál cuanto más específico es un libro o una película menos posibilidades tiene la IA de sustituirlo. O dicho al revés: cuanto más se alimenta el libro o la película de elementos genéricos más sencillo será el reemplazo. Me explico: va a ser muy difícil que las combinatorias rocambolescas de la IA sustituyan a Ali Smith o a Alejandro Zambra (que cada uno elija sus ejemplos). Sus lectores buscan en esta clase de libros cosas (evidentes para cualquiera que le guste leerlos, aunque se necesite un esfuerzo crítico para especificarlo) que ni mil años de combinaciones robóticas encontrarán. (Inciso: algo parecido sucede con los poemas. La IA puede reproducir textos que recuerdan a la poesía, pero el lector que no distingue entre estas combinaciones de texto sangrado y un poema de Anne Carson o de Berta García Faet es precisamente el que no está interesado en la poesía y mucho menos en comprarla o en asistir a un recital). La llamada “novela literaria” (con retintín peyorativo) es la que dispone de mejores anticuerpos para resistir las tentativas de sustitución de la IA. Mucho peor lo tienen los libros de “género” (en la medida que deben respetar un código reconocible), y muchísimo peor los autores que dentro del género se dedican a la combinación descarada de tópicos reconocibles. ¿No es el procedimiento de estos escritores muy parecido a lo que propone la IA? ¿Para qué se van a gastar dinerales las editoriales en los pastiches y recauchutados del bueno de Carlos Zafón o de Arturo Pérez Reverte pudiendo poner a trabajar en la misma dirección a una IA que no reclame derechos? ¿No trabajan los tres autores de la marca Carmen Mola con una versión rudimentaria y artesanal de todo lo que promete de manera rápida y profesional la IA?
Examen presencial. El “espíritu” de nuestro tiempo tampoco favorece a la IA. O por lo menos no le pone las cosas fáciles cuando se trata de literatura. Quizás sea sencillo reemplazar a un gremio “discreto” como el de dibujantes y diseñadores, pero cuando se trata de escritores de ficción el asunto se eriza. El “espíritu” de nuestro tiempo ha situado a los trabajadores de este gremio de la inspiración en un casi continuo primer plano. Ya no son solo las promociones interminables, los clubes de lectura, los “eventos” en todas sus formas y variedades o la conga de ferias y festivales... A todo esto se suma el tono cada vez más decantado hacia el consultorio sentimental que se exige a los escritores y que avanza en paralelo a los formatos de proximidad (desayunos, vermuts, cenas y paseos). Era cuestión de tiempo que una literatura decantada hacia la proyección de la propia experiencia, reclamada casi como garantía de la ficción, el escritor desbordase el libro y su propia peripecia para animarse a aconsejar a los lectores que pasan por trances parecidos (paternidades y maternidades, separaciones, enfermedades propias y cuidado de los padres, las cuitas del empleo o las emociones de la amistad). Todo esto puede ser algo refunfuñón, y quizás lo sea, pero lo que ahora nos interesa son las dificultades que estos hábitos crecientes de exposición le plantean a la IA en su proyecto de “reemplazar a los autores”. Ya no se trataría solamente de servir textos más o menos legibles, sino también de deshabituar al lector a la “transferencia mágica de consejos y experiencias” que cada vez parece más indisociable de la publicación.
El retorno del reemplazo inminente. Si uno atiende a la prensa cultural parece que es cuestión de meses que irrumpa en todas las casas la inteligencia artificial y la sustitución inminente de escritores, dibujantes, diseñadores y traductores por sus “productos”. Una creatividad desbordante que ni sus...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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