palestina
Nosotras bajo el fuego
Un genocidio no solo reside en acabar con la existencia sino con la potencialidad de la existencia. Me pregunto si tiene sentido poner el foco en un velo sobre la cabeza si como telón de fondo yace tu casa en ruinas
Karima Ziali 22/11/2023
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Manifestación en Canberra, Australia, el 20 de octubre contra el genocidio de la población palestina. / Leo Bild
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Nosotras, ¿qué somos bajo el fuego que cae del cielo? El recuento de nuestros cuerpos es una lista aparte. Es una pérdida doble. Perdernos es perder la posibilidad de seguir existiendo. Perdernos es amputar el futuro al igual que perder la infancia es matar el presente en edad de crecimiento. Sin nosotras la nación, el pueblo, la comunidad, el grupo está abocada a la muerte por inanición. Nosotras que siempre hemos sido tierra en las metáforas sagradas, nos convertimos en un campo de muerte dentro del vasto terreno de violencia que nos rodea. ¿Qué queda de un pueblo sin mujeres? El genocidio consiste precisamente en eso: en aniquilar el origen de un pueblo, la raíz primigenia, la célula donde se incuban las generaciones venideras. El genocidio es en esencia aniquilar el útero y hay muchas formas de hacerlo.
El alcance que tiene la violencia sistemática sobre las mujeres siempre revela una brutalidad desmedida. Son cuerpos ausentes en los que se graba el terror. Hay que buscar en la memoria de las mujeres para entender que la desaparición de un pueblo está irremediablemente atada a su propio exterminio. Quizás de esta forma podamos entender que la realidad efectiva de Gaza no obedece a la lógica de una guerra. Y no lo es porque el sujeto “objetivo” a aniquilar, destruir e impedir que siga teniendo la posibilidad de existir es la mujer palestina. Con esto no trato de desplazar las muertes de los varones, ni mucho menos de los niños, pero sí de colocar el foco de comprensión sobre los cuerpos genuinos a los que dar muerte. En esencia, las mujeres son el miembro que debe ser amputado para desintegrar un pueblo.
El peligro que entraña mantener con vida a las mujeres gazatíes es sencillamente que ellas sostienen una vida; una forma y una posibilidad de existencia. Las casas, los hospitales, las universidades se han convertido en objetivos prioritarios de Israel. Si la calle está tomada por los hombres en busca de comida u otros recursos, ellas se protegen en una casa que ya no es segura. La casa convertida en espacio bélico sobre el que pesa una estrategia militar. A los hospitales, a los cuales llegan heridos, personas sin un ápice de vida en busca de refugio… también llegan mujeres a punto de parir, mujeres embarazadas que jamás podrán escuchar el llanto de lo que guardan dentro. Los vientres que deberían ser calientes y acogedores, se han convertido en cámaras frigoríficas que almacenan una vida abortada. La destrucción de las universidades, espacios de interacción entre la juventud, de relaciones y sobre todo, un medio de emancipación para las mujeres, está finamente calculada para echar por tierra cualquier cauce de (auto)realización futura (si es que esta palabra sigue teniendo algún sentido).
Nada como paralizar a las mujeres para que una nación se vea inmersa en la miseria de la inexistencia
Nada como paralizar a las mujeres para que una nación se vea inmersa en la miseria de la inexistencia. Nada como reducir a las mujeres a lo más ínfimo para socavar la esperanza de un hogar y de un pueblo. Si hilamos toda esta destrucción que recae de forma brutal sobre las mujeres es porque, en última instancia, se pretende volar por los aires el día a día que trama la vida de la población palestina, y en particular la vida de las mujeres, para que después de esto jamás pueda seguir tejiéndose. Un genocidio no solo reside en acabar con la existencia sino con la atómica potencialidad de la existencia. Se trata de hacer que el hogar y el vientre, que protegen y dan a luz, sean imposibles; que la universidad y la calle, que realizan y despliegan, sean inimaginables. ¿Se puede vivir sin posibilidad y sin imaginación?
Por este motivo, por esta aniquilación tan primordial que se cierne sobre las mujeres palestinas, es inevitable cuestionarse el argumento liberador con el que cierto feminismo ha tratado de aproximarse a esta cuestión. De nuevo estamos ante el razonamiento de que la liberación pasa por un trámite forzoso: un túnel de lavado por el que una mujer entra con velo y sale con minifalda. Siempre había pensado que desnudar a las mujeres era la gran preocupación varonil. Pero es evidente que esta preocupación está amparada, sostenida y patrocinada por un feminismo que no concibe, e ignora sobremanera, qué es el cuerpo de una mujer y qué representa para ella.
Este feminismo más que liberar a la mujer, más que entender las relaciones de poder que la atañen y sobre todo, más que indagar en el legado y la herencia memorística que reside en las mujeres, solo se preocupa por aceptar en el club a mujeres liberadas de antemano bajo un patrón tan simplista como arrollador: la cabeza descubierta. Me pregunto si tiene sentido poner el foco en un velo sobre la cabeza si como telón de fondo yace tu casa en ruinas, si bajo los escombros se hunden los rostros que apenas hace unos días besabas en la mejilla.
Este discurso feminista que logra legitimar la invasión y la ocupación (véase Iraq, véase Afganistán), es tan fuerte y magnético como todas las bombas de Israel que iluminan la noche: su destino es desnudar a las mujeres palestinas para hacerlas más libres, más humanas, menos musulmanas. La diferencia es que las luces sobre el cielo de Gaza son brutales: aniquilan, no desnudan; destruyen, no liberan. Pero las retóricas que hay detrás comparten un carácter similar: se erigen como discursos elegidos, capaces de relatar el cuerpo ajeno como inadecuado, inaceptable, incoherente. En definitiva, que ciertos individuos no puedan ser adaptables a una narrativa corporal es un peligro para la existencia de quienes detentan este discurso. Cabría preguntarse por qué estas mujeres veladas despiertan tanto miedo a ciertas mujeres no veladas, que incluso bajo el fuego, siguen siendo sujetos susceptibles de liberación.
La liberación es un término del que siempre podemos poner en duda sus intenciones, y en mayor medida cuando lo detenta el privilegio, sea su cara la de un hombre o la de una mujer. Acabar con las posibilidades del día siguiente, con los sueños de la semana que viene, con las esperanzas del mes que empieza es la forma más sistemática de grabar el miedo en la memoria. La pregunta sigue ahí, ¿existe la liberación con el miedo en el cuerpo?
Nosotras, ¿qué somos bajo el fuego que cae del cielo? El recuento de nuestros cuerpos es una lista aparte. Es una pérdida doble. Perdernos es perder la posibilidad de seguir existiendo. Perdernos es amputar el futuro al igual que perder la infancia es matar el presente en edad de crecimiento. Sin nosotras la...
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Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
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