Totalitarismo
Giraban como peonzas los cargos intermedios
Sobre las miserias de nuestras estructuras laborales
Mario Amadas 15/05/2024
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Everything could be seen for what it was
Louise Glück
Los ves girar como una peonza. No sólo les pasa a los cargos intermedios, claro, porque estas tendencias giratorias están en todos los que tienen un cargo, pero, por lo que se puede ver en las empresas, podemos decir que los intermedios giran –siempre sobre sus pies en punta– con una delicadez superior a los demás. Lo que pasa es fácil de entender: tienen la presión de conseguir que sus subempleados (la jerga es suya) hagan lo que su responsable, el suyo directo, les está exigiendo, y así la presión es doble: tienen que cumplir con el objetivo que, como cargo, le han impuesto, y por otra parte tienen que ganarse a su equipo, convencerles de que sus métodos son eficaces y que todo tiene sentido. Y sólo que haya un elemento contrario al camino marcado por el jefe, una leve sugerencia de alternativas viables, ya se interpreta como un movimiento en contradirección, y es entonces que el cargo intermedio se ve desgarrado por la presión de conseguir lo que le han impuesto con un equipo que no le es –sospecha el cargo– enteramente afín, y ya no sabe qué hacer, sólo girar y girar. Como los tornados, pues igual: el ímpetu de su responsable irá siempre en una dirección correctísima, mientras que el de sus empleados, ignorantes, irá en la contraria, y en medio se dará, como digo, ese giro de peonza que caracteriza la presencia de los carguitos intermedios en las empresas de nuestro tiempo.
El cargo intermedio se ve desgarrado por la presión de conseguir lo que le han impuesto con un equipo que no le es –sospecha– enteramente afín
Y ¿por qué pasa eso? Por algo muy sencillo. Cuando la normativa de la empresa, que memorizan y recitan a petición como si fuera la lista de las preposiciones, no encaja con lo que ven, padecen un cortocircuito cerebral que les lleva a girar y girar como peonzas de kiosko ante la paradoja de que lo que le han metido en la cabeza, esas normas y procedimientos que aprehendieron con fervor, no siempre encaja con lo que ven. La normativa se convierte en el filtro a través del cual perciben toda la realidad. Y todo lo que no encaja en ese filtro, no se ve.
Debe de ser curioso ver el mundo a través de una retícula tan cuadriculada; todo bien ajedrezado, blanco y negro y compartimentado en tranquilizadores ángulos rectos. En lugar de escuchar la sugerencia, de tenerla en cuenta, imponemos la normativa para sentirnos seguros, y si la sugerencia no encaja con la normativa, no hay que preocuparse, la aplastamos con la maza de lo que nos han enseñado hasta que sólo se vea la normativa y, como escarmiento ejemplar, los pocos restos, claramente equivocados, de esa realidad desencajada que alguien sugería como alternativa.
Sólo la constatación de la norma, la repetición de lo obligado, entra en esa cabeza preprogramada que tienen los cargos intermedios. No conciben la posibilidad de que se pueda dar una situación fuera de lo esperado. Y para los empleados esto es una mutilación de la palabra, una mutilación de sus posibilidades creativas. En los trabajos coexisten mundos opuestos: en uno, el de los cargos intermedios, hay listas de normas y procedimientos incuestionables que hay que seguir; en el otro, hay un equipo de trabajadores y trabajadoras que, de vez en cuando, propone alguna alternativa. Pero como coexisten en condiciones desiguales, la alternativa siempre acaba desoída y afeada en público. Desechada y puesta como ejemplo futuro de lo que no se debe hacer.
Hay un cierto orgullo en poder recitar –saltando a la pata coja– los procedimientos y la normativa de la empresa. Pero debajo hay inseguridad
Como sabemos, hay un cierto orgullo en poder recitar –saltando a la pata coja– los procedimientos y la normativa de la empresa. Pero debajo de eso, como una corriente subterránea de aguas fecales, hay inseguridad: no me apartaré de la normativa porque así me aseguro de estar haciendo lo correcto. ¡Que no piensen que no me encantan todas sus ideas!
Hay algo más, de todos modos. Algo más grave que verles girar como peonzas (¿cómo veletas, también, quizá?). Los encargados giran como una peonza y no podemos parar esa rotación. Pero aparte de eso, sucede que a veces entras a trabajar en una empresa y el encargado o la encargada de turno, el coordinador, team leader o manager (que mira que tienen nombres para una posición tan absurda, tan demostrablemente innecesaria), lleva años en el cargo. Seis, siete. Diez años. Y sin intención de moverse. ¿Raro, no? Porque como ciudadanos podemos votar, cada cierto tiempo, para tener un representante mejor. Y si el presidente o la presidenta de turno no nos gusta, votamos para que se vaya, y se va. Esto es práctica democrática. Pero en el trabajo, en cambio, no. ¿Por qué? Si como ciudadanos podemos ir a las urnas, ¿por qué como empleados no? Somos demócratas como ciudadanos pero no como trabajadores. Esa es la conclusión. ¿Es que no interesa que se pueda votar? ¿Será que igual el giro de la peonza cogería velocidades incompatibles con la vida? Es posible.
Las estructuras de poder son totalitarias. Y esto, que parece exagerado, que parece una distorsión de la realidad, es muy fácil de demostrar y lo vemos todos los días y es evidente aunque verlo es una cosa y darse cuenta del significado es otra. Significa que si el encargado tiránico, arbitrario, impositivo, de entendederas limitadas y palabras abusivas, se quiere quedar donde está hasta que se jubile, provocando bajas por ansiedad, por depresión, provocando nervios, tensión, dermatitis (y nada de esto es inventado), haciendo llorar a la gente e imponiendo sus métodos absurdos pero legitimados por el cargo, si quiere seguir así, agrediendo emocionalmente a la gente, podrá seguir haciéndolo con una impunidad que haría las delicias de cualquier dictador.
No podemos votar para cambiar a nuestro responsable en el trabajo
Porque nosotros no tenemos mecanismos para cambiarlo. En ningún lugar, en ningún trabajo, en ningún recoveco de ninguna empresa, se han visto esos mecanismos. Ni se los espera. No podemos votar para cambiar a nuestro responsable en el trabajo. Y no existen esos mecanismos porque a la estructura no le interesa que existan. El caso es que desde las alturas jerárquicas no saben del abuso de los cargos intermedios, entre otras cosas porque no lo quieren ver, y por tanto la propuesta de votar, cada dos años, o cada cuatro, a nuestros representantes jerárquicos (cosa que sí se puede hacer, en cambio, con los representantes sindicales), sonaría a molesta extravagancia con la que no hay que perder el tiempo.
También habría, en cualquier caso, un miedo muy antiguo a votar: ¿y si mi responsable se entera de que he votado a otra persona? Y si me presento yo y no salgo elegido, ¿qué represalias me caerán encima por haberme presentado y por tanto por haber, en su jerga, desafiado la estructura? Ese es el ambiente totalitario en el que trabajamos, en el que es mejor no votar porque para qué, y en el que proponer un cambio se ve como algo absurdo, peligroso, como algo que hará que giren las conocidas peonzas de siempre, esta vez como esbeltos, gráciles patinadores artísticos en la pista de hielo.
Just because
the past is longer than the future
doesn’t mean there is no future.
Louise Glück
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Los ves girar como una peonza. No sólo les pasa a los cargos intermedios, claro, porque estas tendencias giratorias están en todos los que tienen un cargo, pero, por lo que se puede ver en las...
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